Por Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
12-09-08
En su artículo del lunes pasado en esta misma página, Richard Webb recuerda las sucesivas crisis de 1967 con el primer Belaunde, la que se inicia con Velasco en 1973, la del 1983 con el segundo Belaunde, y la del 1988 con el primer García. En todos los casos, recuerda Webb, el Gobierno se sintió eufórico y en lugar de oír los consejos de frenar el gasto, lo aceleró o subsidió precios y en todos ellos terminamos en devaluaciones traumáticas o inflación desbocada. "Felicito entonces las medidas recientes del BCR y del ministro Valdivieso para frenar la velocidad del gasto. Creo que, por fin, estamos aprendiendo de la historia", concluye Webb.
Sin discutir la necesidad de desacelerar en alguna medida el crecimiento de la demanda (principalmente porque emergen demasiados cuellos de botella), es importante, sin embargo, señalar algunas diferencias de la situación actual con las crisis mencionadas. La principal es que el sistema económico es diferente. En todos esos casos estábamos en el marco de una economía cerrada y protegida, de una estrategia de industrialización por sustitución de importaciones --en realidad, una industria importadora para el mercado interno, no exportadora-- que perdía estructuralmente reservas cada vez que crecía, y también porque ahuyentaba la inversión en minería, etc. Cada crisis terminaba en la pérdida total de reservas. Esa falla se ha corregido en la actualidad, con una industria más exportadora que la anterior y muchas inversiones nuevas en sectores exportadores. Crecemos y ganamos, no perdemos, reservas. Las tenemos más que nunca.
Es cierto que el comercio exterior se ha liberalizado, y si crecemos mucho como ahora, importamos mucho también, y por eso la balanza comercial puede comenzar a ser negativa. Pero, a diferencia de las situaciones anteriores, en las que un tipo de cambio fijo aguantaba hasta que estallaba, ahora tenemos un tipo de cambio flotante, con variaciones no traumáticas que permiten equilibrios automáticos y con reservas ultraabundantes.
En el modelo anterior el mercado no funcionaba. Los principales precios estaban intervenidos, controlados. Las crisis, así, no avisaban. El sistema de señales de alerta, que son los precios, estaba malogrado. Ahora, salvo por el subsidio a los combustibles, sí funciona. No acumulamos bombas de tiempo.
Parte de la 'inflación' que tenemos es consecuencia, precisamente, del sistema de precios libres, del juego de la oferta y la demanda. Es el caso, por ejemplo, del alza del precio de los materiales de construcción: la oferta se demora y por eso suben los precios. Así debe ser. En puridad, eso no es inflación, es oferta y demanda. De lo contrario, ¿cómo sabríamos que hay que aumentar la producción de ladrillos o cemento o fierro? ¿Qué incentivos habría a la inversión en esas áreas?
Esa mayor demanda ni siquiera es la consecuencia de déficit fiscales ni de endeudamiento externo, que fue la constante en todos los casos anteriores. Tenemos superávit fiscal y la deuda es cada vez menor. Esa mayor demanda se origina principalmente en la actividad privada, en el mercado.
Por todo lo anterior, si bien no se discute que sea necesario moderar el crecimiento acelerado de esa demanda mientras no se abran los cuellos de botella, quizá sea bueno recomendar moderación a los moderadores. Y no parar la inversión que resuelva esos cuellos de botella.
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