domingo, 23 de marzo de 2014

El fetiche de las fábricas

Krugman tiene razón cuando dice que el Perú no debe preocuparse por la industrialización

Hay ciertas afirmaciones solemnes que, de tanto escucharlas y repetirlas, se convierten en ideas incuestionables para muchas personas y se enquistan casi inamoviblemente en la sabiduría popular. Una de ellas es que “debemos convertirnos en un país industrializado”.

El problema de esta idea es que, aplicada dogmáticamente, puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas y contraproducentes. Un ejemplo es la política industrial de Velasco, quien tenía una suerte de fetiche por la manufactura. Su ‘política de sustitución de importaciones’ consistía en restringir el ingreso de productos importados bajo la creencia de que así se desarrollaría una sólida industria nacional. Todos sabemos, por supuesto, a dónde esto llevó a nuestra manufactura: a ninguna parte.

Y es que hay que estar seriamente confundido para creer que se puede lograr que un corredor aumente su velocidad retirando al resto de corredores de la carrera.

Para bien de la discusión pública, esta semana pasó por Lima alguien que se atrevió a cuestionar el mito de la industrialización: el premio Nobel de Economía Paul Krugman. Él fue categórico sobre este tema y dijo que “no se preocupen tanto por crear un país destinado a la manufactura. Ustedes ya tienen los recursos para ser exitosos”. Para Krugman, este sería solo un viejo paradigma que hay que descartar.

Al premio Nobel no le falta razón. La forma más eficiente de crear riqueza no es necesariamente llenarnos de fábricas, sino permitir que en el Perú se produzca aquello que sea más rentable vender dentro y fuera del país, independientemente de si esto significa desarrollar más nuestro sector primario, nuestra manufactura o nuestros servicios. Podría, por ejemplo, ser más rentable invertir en desarrollar ‘call centers’ o negocios hoteleros que en instalar fábricas de calzado o de muebles. Y algo similar sucede con el negocio de las materias primas.

Se escucha a menudo que debemos lograr que las inversiones migren de la extracción de recursos hacia la manufactura. No obstante, esta idea pasa por alto que usualmente el primer negocio es más rentable y aporta mayor valor agregado que el segundo. El cobre escondido en el subsuelo, por ejemplo, no vale prácticamente nada, pero realizar la enorme proeza de encontrarlo, desenterrarlo y dejarlo listo para venderlo como concentrado multiplica muchas veces su valor. Por su lado, convertir dicho concentrado en, digamos, alambre, no logra aumentar el valor del mismo ni en un 10%.

Es por este motivo que un país en el cual la extracción de recursos naturales tiene un gran protagonismo puede ser una nación rica. Es, entre otros, el caso de Noruega, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, cuyas exportaciones de recursos naturales representan el 84%, 77%, 44% y 73% de sus exportaciones totales, respectivamente.

Quizá la confusión radica en que en la mente de muchas personas el paradigma de país desarrollado incluye una imagen de cientos de fábricas con humeantes chimeneas. Pero esto dista mucho de la realidad pues, en efecto, bastantes países ricos concentran la mayor parte de su producción en el sector servicios.

La confusión, probablemente, también pueda tener su origen en la difundida idea de que es más barato elaborar los productos que consumimos dentro del país en vez de importarlos. Pero esto también es falso. La economía de un país, después de todo, se parece en muchos sentidos a la de un hogar. Usted, estimado lector, no fabrica dentro de su casa todos los electrodomésticos, vestidos u otros productos que utiliza en su vida diaria. Más bien, se especializa en la actividad que probablemente le resulte más rentable y conveniente y compra el resto de cosas que necesita a otras personas y empresas.

Igual sucede con los países. Lo que les conviene es producir aquellos bienes y servicios para los que tienen ventajas comparativas y adquirir el resto del exterior. Lo que necesitamos no es una ‘política industrial’, sino una política de competitividad y educación, que facilite a los peruanos producir aquello que mejor sepan o puedan aprender a hacer. No caigamos en el error de dejar que el gobierno haga algo equivalente a promover que fabriquemos nuestras refrigeradoras en casa.

Fuente: EL COMERCIO

jueves, 6 de marzo de 2014

"Industrialización: tan cerca y tan lejos"

En el mundo, hoy es más fácil industrializarse. Sin embargo, para el Perú parece ser cada vez más difícil

Por: Waldo Mendoza
Jefe del Departamento de Economía de la PUCP
EL COMERCIO
06-03-14

Es deseable que el país tenga un mayor grado de industrialización. Las experiencias de crecimiento sobre la base de lo que Dios nos ha dado a menudo terminan mal. En el mundo, hoy es más fácil industrializarse. Sin embargo, para el Perú parece ser cada vez más difícil. Pero algo hay que hacer.

Dani Rodrik es uno de los más versados en la industrialización. Sus argumentos son convincentes. Primero, casi todos los países que han crecido un montón en las últimas décadas lo han hecho bajo el liderazgo de la industria y la exportación manufacturera. Son muy pocos los países que lo han hecho a punta de explotar recursos naturales. Segundo, como la industria es un sector de alta productividad, el desplazamiento de la mano de obra desde otras actividades menos productivas eleva la productividad total de la economía. Tercero, la productividad del trabajo en la industria manufacturera converge hacia la frontera tecnológica. 

Entonces, la productividad en la industria de los países pobres, que está muy lejos de la de los ricos, tiene un margen grande para crecer, pues estas industrias producen bienes que se comercian internacionalmente, lo cual facilita la transferencia de tecnologías.

Richard Baldwin, otro erudito en estos temas, advierte que para industrializar un país hoy no valen las recetas del pasado. El detalle es que en las últimas décadas se ha producido en el mundo una reducción drástica del costo de transmitir tecnología y conocimiento. Las distintas etapas del proceso productivo pueden hacerse en diferentes países.

Ya no se necesita industrializar a la antigua, con la sustitución de importaciones, como lo hicieron exitosamente Alemania, Estados Unidos y Japón, aplicando complejas políticas industriales, protegiendo el mercado interno de la competencia extranjera, con salarios elevados y desarrollando dentro de las fronteras todas las etapas del proceso productivo. Los países de industrialización reciente lo han hecho simplemente integrándose a las cadenas de suministro internacional.

Ya no se requiere contar con un mercado interno grande, ni protección contra la competencia externa, y tampoco se necesita tanta intervención estatal. Exagerando, solo se necesita ser un buen anfitrión de la inversión extranjera y contar con mano de obra barata, pues el resto de insumos y tecnología lo producen otros países.

Sin embargo, hay dos grandes problemas. Primero, todos los países que han logrado un crecimiento industrial destacado lo han hecho suministrando insumos o partes a las tres potencias industriales: Estados Unidos, Japón y Alemania. Esos países, además, están localizados cerca de estas tres potencias. La geografía, a pesar de lo que digan Acemoglu y Robinson, parece ser, en este caso, decisiva.

Segundo, esta industrialización ya no jala con tanta fuerza al resto de la economía como en las experiencias clásicas. La razón es que la producción local tiene un altísimo contenido importado. Pero algo hay que hacer.

Una vía posible es utilizar mejor los tratados de libre comercio (TLC). Tenemos TLC con potencias industriales como Estados Unidos, Japón o Corea del Sur. Hay que pasar de la vía fácil del yo te bajo los aranceles y tú me bajas los tuyos, a establecer acuerdos que nos faciliten integrarnos en estas cadenas de suministro internacional.

sábado, 1 de marzo de 2014

Facebook, Coase y Gastón Acurio

El sector privado también puede generar bienes públicos

Por: Alfredo Bullard (Abogado)
EL COMERCIO
01-03-2014

Esta semana asistí al Mobile World Congress en Barcelona, la reunión más importante del mundo sobre telefonía móvil. Allí pude escuchar a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook.

Zuckerberg señaló que estaba haciendo esfuerzos por aumentar el número de personas conectadas a Internet. Había convencido a su directorio, y estaba convenciendo a varios operadores de telefonía móvil, para invertir en dar acceso a un paquete básico de servicios (como Wikipedia, pronósticos del clima, Facebook, entre otros) sin costo. Así el teléfono móvil vendría con acceso a ese paquete de servicios básicos sin pagar por dicho acceso. Literalmente dijo: “Sería como cuando adquieres una línea de teléfono fija y esta viene con la posibilidad de llamar a emergencia de la policía o a los bomberos sin costo”.

Cuando le preguntaron por qué Facebook y operadores de telefonía móvil invertirían en regalar acceso gratuito, su respuesta fue: “Creé Facebook para conectar a la gente. Hay que seguir conectando más gente aún. No tengo un modelo económico que me diga cómo se va a ganar dinero, pero mi intuición me dice que si conecto más gente, habrá más oportunidades de negocio”.

El problema se puede explicar con la teoría de los bienes públicos. Según esa teoría, hay bienes necesarios para la convivencia humana que no van a ser producidos por el mercado porque generan externalidades. En otros términos, uno invierte en producirlos y otros se llevan (se externalizan) parte de los beneficios. Por tanto, mejor no se invierte y por ello no se producen. Entonces el Estado debe producirlos (como la seguridad pública, las calles, etc).

La conectividad de la que habla Zuckerberg tiene un componente de bien público: si conecto a alguien los demás se benefician sin pagar. Lo curioso es que propone que sean empresas privadas las que lo produzcan, y no el Estado.

La figura se entiende mejor con un ejemplo de libro de texto: el de los faros que guían a los barcos en el mar. Una vez que un inversionista construye un faro, tendrá problemas para cobrarle a todo barco que lo use. Prendida la luz, esta orientará a todos los barcos: los que pagan por su uso y los que no. El consumo de la luz es no rival. Infinidad de barcos pueden ver la misma luz sin que su uso por unos excluya a los otros. Como no se puede excluir a los que no pagan, entonces no se construirán faros. Conclusión: el Estado debe construirlos usando nuestros impuestos.

Pero el premio Nobel de Economía Ronald Coase desmitificó la teoría de los bienes públicos cuando demostró que los faros en Gran Bretaña no eran estatales, sino principalmente privados. Los usuarios frecuentes habían llegado a acuerdos para pagar por los faros, a pesar de que sabían que se generaría externalidades en favor de quienes no pagan. No es cierto, por tanto, que los bienes públicos solo deben ser producidos por el Estado.

Otro ejemplo es la política seguida por Gastón Acurio. Durante años él ha concentrado sus esfuerzos no solo en vender la imagen de sus restaurantes (bien privado), sino el de la cocina peruana en general (bien público). En sus programas de televisión no tenía temor de saborear y promover los platos de los restaurantes de su competencia. Ha invertido tiempo y dinero en hacer famosa la comida peruana y con mayor efectividad que cualquier programa de promoción estatal. Al hacerlo aumentan las ventas no solo de sus restaurantes, sino las de los demás, a quienes no puede excluir del mayor prestigio de la comida peruana. Una externalidad evidente. ¿Por qué lo hace? Porque como los empresarios que construyen faros o como Zuckerberg y Facebook, sabe que, si bien generará beneficios a otros, los que él obtendrá por su esfuerzo justifican su inversión.

Moraleja: estar frente a un bien público no significa que el Estado tenga que producirlo. Como la conectividad entre personas, la construcción de faros y el prestigio culinario peruano, parece que el sector privado puede producir mejores bienes públicos que el Estado.