viernes, 28 de noviembre de 2014

La gran exclusión

Nuestra estructura de ingresos ya no es una pirámide: es un rombo. Pero la del empleo en las empresas es al revés: cóncava

Por: Jaime de Althaus
EL COMERCIO
28-11-14

Debe ser por un afán provocador que Alfredo Torres ha escrito en este Diario que es un mito que en el Perú exista un dinámico sector emergente de micro y pequeños empresarios que a su vez conformen una nueva clase media, pues –afirma– la gran mayoría de microempresas no son expresiones de un pujante emprendedurismo, sino un esforzado mecanismo de supervivencia. Y que el sector verdaderamente dinámico, que explica el crecimiento de la clase media emergente, es el de las 50 mil empresas que tienen entre 10 y 100 trabajadores.

El problema de ese enfoque es que ve el proceso solo de arriba hacia abajo, negando la emergencia que viene de abajo hacia arriba y que queda frustrada precisamente porque las normas laborales y tributarias le impiden seguir escalando. No cabe duda de que hay un fuerte proceso de emergencia social. Entre el 2007 y el 2012, el empleo adecuado urbano (los que ganan por encima del salario mínimo) se dobló asombrosamente, pasando del 27,6% al 56,4%, y la clase media se ha doblado o triplicado (según el cálculo que se haga): pasó de 25,9% de la población el 2005 a 48,9% el 2011 según el BID, o de 11,9% a 40,1% según el Banco Mundial. La cantidad de población en la que se ha incrementado la clase media es mucho mayor a la que trabaja en empresas entre 10 y 100 trabajadores. Nuestra estructura de ingresos ya no es una pirámide, sino un rombo.

El problema está en que buena parte de esa población incorporada a una nueva clase media no se ha formalizado, pues entre esos años el empleo informal urbano apenas disminuyó del 72,8% al 66,8%. Tenemos una clase media emergente informal, lo que es casi un contrasentido. Y no se ha formalizado por el costo de la formalidad. Entonces, si vemos el tema en términos políticos, una cosa es decir: hay que reformar la legislación laboral para que crezcan más las empresas medianas y grandes, y otra es decir: hay que hacerlo para liberar el tapón que les impide a los micro y pequeños empresarios seguir creciendo.

Pues eso es lo que está ocurriendo. Si la estructura de ingresos es un rombo, la del empleo en las empresas es al revés, cóncava: hay mucho menos trabajadores en empresas medianas (8,9%) que en empresas grandes (24,3%), lo que significa que el salto de la pequeña a la mediana empresa es un salto mortal, casi imposible. Es decir, el crecimiento económico de las clases emergentes está reprimido por una formalidad excluyente, onerosa y compleja. La escasa formalización ocurre por expansión de las empresas grandes y no por crecimiento de las pequeñas.

Impulsar el desarrollo de las medianas y grandes empresas formales para convertirnos en un país del Primer Mundo, como quiere Alfredo, requiere levantar las barreras que impiden el acceso de los sectores emergentes a las palancas de la formalidad y que limitan el crecimiento de los pequeños más allá de cierto punto. Pues esa es, finalmente, la gran exclusión de nuestra sociedad.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El mito de los emergentes

El crecimiento de las empresas medianas y grandes aporta a la formación de una cultura cívica, respetuosa de la ley.

Por: Alfredo Torres*
EL COMERCIO
25-11-14

La existencia de un dinámico sector emergente, conformado por millones de micro y pequeños empresarios que a su vez conformarían una nueva y amplia clase media, es uno de nuestros mitos más difundidos y equivocados. La ilusión proviene de la existencia de más de siete millones de unidades productivas en el país. Lo que se olvida es que más del 98% de ellas son microempresas que operan en actividades de baja productividad, que solo permiten salarios o ganancias variables en el rango de 25 a 75 soles diarios para una o dos personas, dependiendo del caso. Por desgracia, la gran mayoría de esas microempresas no son expresiones de un pujante y exitoso emprendedurismo sino un esforzado mecanismo de supervivencia.

Si se quiere vincular el concepto de empresario emergente a un sector de la población, una buena aproximación sería asignárselo a la pequeña empresa. En términos gruesos, se trata de empresas que tienen entre 10 y 100 trabajadores que generan, por lo general, ingresos anuales en el rango de los cien mil a un millón de dólares. En el Perú, existen alrededor de 50 mil de estas empresas, la mitad formales y la mitad en la informalidad. Las más exitosas lograrán eventualmente su pase a la categoría de las Top 10 mil, donde la mayoría cuenta con más de 100 trabajadores.

El crecimiento de la clase media emergente en el Perú es producto del dinamismo de estas 50 mil pequeñas empresas, pero también del crecimiento sostenido de las 10 mil empresas más grandes. Entre ambas han generado un millón de empleos entre el 2006 y el 2013. Y los concurridos centros comerciales que hoy se extienden por todo el país son visitados no solo por las familias de los 50 mil pequeños empresarios y los más exitosos microempresarios sino también por el millón de nuevos trabajadores que ha generado la empresa privada en los últimos siete años.

Las políticas públicas destinadas a la generación de empleo deben estar orientadas, pues, a mejorar las condiciones para estas 60 mil empresas que proveen la mayor parte de los empleos formales del país. En ese sentido, es relevante lo que respondieron los asistentes a CADE 2014 en la encuesta de Ipsos sobre las medidas que serían más importantes para impulsar la creación de empleo: el 65% contestó que reducir la indemnización por despido y prohibir la reposición obligatoria; el 53% facilitar los contratos a plazo fijo; y el 41% facilitar la contratación de trabajadores eventuales como permanentes sin riesgo de pagar beneficios laborales por los años previos. El gobierno y el Congreso deberían recoger estos planteamientos y avanzar con audacia en dichas reformas. Como señaló El Comercio en su editorial de ayer (“Curitas laborales”), el Ejecutivo ha propuesto recientemente algunas medidas importantes en esa dirección, pero lamentablemente dista de ser la reforma que se requiere para ser más competitivos.

Cuando se publicó “El otro sendero” en 1986, el Perú vivía circunstancias muy difíciles frente a las cuales las mypes informales fueron –como destacó Hernando de Soto entonces– una salida creativa y heroica de la población. Ahora, sin embargo, si aspiramos a ser en pocas décadas un país del Primer Mundo, la prioridad debe ser impulsar el desarrollo de las medianas y grandes empresas formales. En el Perú apenas el 40% de la PEA es asalariada; en Chile es más del 60% y en Estados Unidos es el 80%. Es decir, el Perú no necesita más microempresas, al contrario, necesita menos.

La existencia de una proporción reducida de microempresas en Estados Unidos no implica que no haya en ese país un gran espíritu emprendedor pero este se concentra en los innovadores. Ese es el tipo de emprendedores que necesita el Perú, el emprendimiento de las start-ups, que analiza “Semana Económica” en su última edición, no el de las mypes informales que son solo subterfugios para el autoempleo, cuando no para la simple evasión de responsabilidades tributarias.

El crecimiento de las empresas medianas y grandes no trae solo beneficios económicos para el país en términos de producción, empleo y pago de impuestos; aporta también a la formación de una cultura cívica en la que más ciudadanos se sienten parte de una sociedad organizada y respetuosa de la ley. Si hubiese que escoger un indicador simple que permita comparar el país que debemos dejar y el Perú al que debemos evolucionar, este podría ser el número de peruanos que trabajan en los tradicionales mercadillos informales –caracterizados por su precariedad– versus el número peruanos que trabaja en centros comerciales formales y que brindan al público un ambiente limpio, ordenado y seguro.

*Presidente ejecutivo de Ipsos Perú

domingo, 28 de septiembre de 2014

Los pesimistas

Estamos llenos de prejuicios que nos hacen pensar que el mundo está peor cuando en realidad estamos mejor que nunca.

Por: Alfredo Bullard (abogado)
EL COMERCIO
28-09-14

“Todo tiempo pasado fue mejor” es una frase que siempre repetimos . ¿Es cierta? ¿Estamos peor que antes? Gracias a un link enviado por Lampadia puede revisar una conferencia TED de Hans Rosling y de su hijo Ola. Hans Rosling es el creador de Gapminder, un sistema que integra de manera evolutiva y comparativa las estadísticas de la mayoría de países del mundo.

Los Rosling hacen tres simples preguntas al público y las comparan con las respuestas en encuestas en Suecia y Estados Unidos a personas y las hipotéticas respuestas random de chimpancés.

Las tres preguntas son: 1) ¿Cómo ha cambiado el número de muertes por año a causa de desastres naturales en el último siglo? ¿Se duplicó, se mantuvo más o menos igual o decreció a menos de la mitad? 2) ¿Cómo ha cambiado el porcentaje de personas en el mundo que viven en la pobreza extrema en los últimos 20 años? ¿Se ha duplicado, se ha quedado más o menos igual, o se ha reducido a la mitad? 3) ¿Por cuánto tiempo las mujeres de 30 años de edad en el mundo han ido a la escuela: siete años, cinco años o tres años?

¿Qué hubiera contestado usted? Es probable que a la primera pregunta haya dicho que las muertes por desastres naturales se han duplicado. Después de todo, los noticieros están llenos de esos eventos todos los días. A la segunda quizás haya dicho que el número de pobres extremos se ha duplicado. Todos los días escuchamos que los sistemas económicos están empeorando la situación de la gente. A la tercera es probable que haya contestado tres años. Es lógico. La discriminación de género hace que las mujeres estén en una situación realmente desventajosa frente a los hombres.

Si esas fueron sus respuestas, lo felicito. Usted piensa lo mismo que los suecos o los norteamericanos. El 50% de los suecos contestó que las muertes por desastres se han duplicado, el 38% que siguen más o menos igual y solo el 12% que se han reducido. Pero los chimpancés estuvieron más cerca de la respuesta correcta. El 33% pensó que se habían reducido. La realidad es que en el último siglo las muertes por desastres naturales se han reducido de medio millón al año a alrededor de 50.000 en el último siglo (mucho menos de la mitad). Hemos mejorado sustancialmente. Los chimpancés ganaron porque no ven noticieros.

Si usted pensó que la pobreza extrema se ha duplicado, coincide con los norteamericanos. Solo el 5% de ellos cree que se ha reducido a la mitad en los últimos 20 años. Pero lo cierto es que eso es lo que ha ocurrido en el mundo. La pobreza extrema se ha reducido en 50%. ¿Por qué entonces creemos que hay más pobres que antes?

¿Consideró usted que las mujeres van en promedio en el mundo solo tres años a la escuela? De nuevo coincide con los suecos, pero está equivocado. La respuesta correcta es siete. Los hombres van ocho. Las mujeres casi los han alcanzado en los últimos años y de seguir la tendencia pronto no habrá diferencia. Lo que ocurre es que pensamos en las peores partes del mundo, donde existe efectivamente una gran discriminación. Pero lo cierto es que, como dicen los Rosling, esos sitios son cada vez más extraños. Ignoramos lo que pasa a la mayoría.

Estamos llenos de prejuicios que nos hacen pensar que el mundo está peor cuando en realidad estamos mejor que nunca. Y el ejercicio se puede repetir con cientos de indicadores: mortalidad infantil, expectativa de vida, acceso a servicios públicos, niveles de ingreso, etc.

Lo malo es que ese pesimismo equivocado es usado todo el tiempo para impulsar políticas que nos llevan precisamente en contra de lo que queremos lograr. Por eso la próxima vez que le hagan una pregunta como las que nos hacen los Rosling, piense en positivo. Piense que estamos mejor. Es casi seguro que acertará.

lunes, 15 de septiembre de 2014

La productividad subjetiva

Veremos en los siguientes años una educación económica más humanista, más integrada a las ciencias sociales.

Por: Richard Webb*
EL COMERCIO
15-09-14

Tradicionalmente, la producción ha sido concebida como un proceso físico, medida en toneladas métricas de maíz o de cobre, o cantidades de panes y telas y otras mercaderías elaboradas en fábricas. Adam Smith y Karl Marx se negaron a incluir los servicios como parte de la producción. Para ellos, el producto era un ser tangible, y era un resultado de causas también físicas –los recursos naturales, la mano de obra y el capital–. Marx fue enfático en cuanto al papel de la inversión como motor del crecimiento, encapsulando su descripción del capitalismo con la famosa frase: “¡Acumular! ¡Acumular! ¡He aquí Moisés y los profetas!”.

Una consecuencia ha sido el carácter matemático y casi ingenieril de la ciencia económica que hemos heredado. El paradigma de un mundo de causas y efectos observables y medibles, que obedecían a leyes tan inexorables como las de la física, fue una primera aproximación a la economía de los siglos XVIII y XIX, pero el mundo ha cambiado, cuestionando la relevancia de esa visión física y altamente predecible. El énfasis pasa de la oferta a la demanda, del reto físico de la producción al reto psicológico de los deseos del comprador. La economía se vuelve menos como el motor de un carro y más como un cerebro oscuro. La psicología invade el campo de la economía. El psicólogo Daniel Kahneman recibe el Premio Nobel de Economía y las facultades de Economía estrenan cursos de “economía conductual”, admitiendo así que antes no prestaban atención a la conducta humana.

Los nichos se vuelven más importantes que los costos. Marca Perú, “orgánico”, “hecho a mano” y “comercio justo” están a la orden del día, y son tan productivas de valor como las más modernas y costosas maquinarias. Hace un mes, un racimo de treinta uvas Ruby Roman se vendió en Japón en US$5.500. Más que comida se pagaba por una obra de arte. Un extremo de esclavitud ante los antojos del consumidor son las tiendas Zara, el mayor distribuidor de ropa en el mundo, donde cada compra o comentario de un cliente produce una retroalimentación de información a la fábrica central y una modificación en el plan de producción. Han florecido las actividades de la publicidad y de la comunicación. La carrera de Comunicación, antes limitada al periodismo, es ahora parte integral de todo equipo empresarial. El mundo se inunda de publicidad.

Se reintroduce la humanidad en lo económico. Los servicios, que –según Smith y Marx– tenían cero productividad, hoy constituyen dos tercios del PBI mundial. A diferencia de los productos impersonales de la chacra o fábrica, los servicios son intensamente personales. Cuando pagamos una asesoría, un corte de pelo, una atención en el restaurante, una consulta médica, incluso una transacción con el caserito, parte de lo que estamos comprando es una satisfacción psicológica relacionada con los atributos del que vende, su sonrisa, su atención, su confiabilidad. No es solo la zapatilla, sino saber que el fabricante no usó niños para producirla. No es solo el vestido, sino el hecho de que es el único de ese modelo. No es solo el sabor de los ravioles, sino también el gusto del saludo del mozo conocido.

Quizá veremos una nueva actitud de humildad en los economistas. Su campo se ve invadido por psicólogos, sociólogos y hasta incómodos moralistas. En el mejor de los casos, veremos una educación económica más humanista, más integrada a las ciencias sociales, y con más atención al cultivo de la inteligencia emotiva, a la intuición, a las artes.

* Director del Instituto del Perú de la USMP

lunes, 8 de septiembre de 2014

Un país bien desarrollado

Estamos a tiempo para decidir si solo queremos desarrollo o si queremos ser un país de gente feliz.

Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO
08-09-14

Hoy que buscamos entrar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el “club” de las economías desarrolladas, creemos que resulta fundamental preguntarnos qué tipo de desarrollo queremos. Veamos.

La medida más común de desarrollo es el PBI per cápita, es decir, cuánto del producto bruto del país le tocaría a cada peruano, si este se repartiera entre todos. Hoy tenemos un per cápita de 7 mil dólares por año, mientras un estadounidense tiene nueve veces ese monto. ¿Deberíamos aspirar a un per cápita como ellos? No necesariamente, pues el buen desarrollo no está ligado solo al PBI.

En primer término, porque un dólar en Lima alcanza más que uno en Nueva York, y mucho más si es en Villa El Salvador que en San Isidro. Debemos entonces compararnos por el costo de vida o “ppp” (poder de compra paritario), pero corregido además por grupos sociales y lugares, y no por dólares verdes iguales para todo el país. Y si bajamos los costos de acceso a bienes y servicios, como dar agua corriente en los hogares, haremos mucho más ricas a las familias que si generamos trabajo para que paguen por el agua cara de los camiones.

Un segundo aspecto es la distribución del PBI, pues los promedios ocultan que algunos ganamos como estadounidense rico y otros como peruano pobre. Un país bien desarrollado tiene mucha clase media, es decir, menor distancia relativa entre los ricos y los menos ricos. Ello aporta mayor paz social y genera un círculo virtuoso de crecimiento al tener más gente con capacidad de compra y, por ello, mayores economías de escala en la producción. Como en Alemania.

El tercer aspecto del buen desarrollo es que todos cubran sus necesidades básicas, es decir, que no haya pobreza. Y si existieran pobres, un país bien desarrollado no se contenta con ayudarlos a sobrellevarla, sino que genera las condiciones para que salgan de ella. Buena alimentación a los niños, educación pública de calidad y ayuda a los emprendimientos hacen que el desarrollo sea estructural, y la pobreza solo accidental. Como en Canadá.

El cuarto punto de un buen desarrollo es el respeto a la naturaleza. La minería, el turismo y la agricultura que respeten los bosques y los ríos no solo son un deber social sino una buena inversión, pues en el mediano plazo la naturaleza sana será el recurso más escaso del planeta, y su posesión será fuente de bienestar para quienes lo tengan. Como en Noruega.

Finalmente, en un país bien desarrollado la gente consume solo lo adecuado para maximizar su bienestar y el de su entorno. En él se sabe que más consumo no es más bienestar, allí se come bien pero se evita la obesidad por sobreconsumo de alimentos, y la gente se viste a la moda, pero no es esclava de ella. Como en algunos aspectos de los Países Bajos.

No es que planteemos parecernos a Canadá, Alemania o Noruega en todo, sino más bien creemos que estamos a tiempo para decidir si queremos ser un país OECD más, o si tomaremos lo bueno y evitaremos lo malo que el desarrollo ha traído a otros. Y entendemos también que cualquier ejercicio de planeamiento del país resultará inútil si no sabemos adónde queremos llegar. En otras palabras, estamos a tiempo para decidir si solo queremos desarrollo o si queremos ser un país de gente feliz.

*Profesor de Centrum Católica

jueves, 28 de agosto de 2014

Una revolución silenciosa, por Franco Giuffra

Tenemos una oportunidad dorada para crear el ‘momentum’ de una segunda ola privatizadora de gran impacto.


Por: Franco Giuffra (Empresario)
EL COMERCIO
28-08-14

Una nueva oleada de privatizaciones se está gestando en el país y trae consigo fundados motivos para ser optimistas. Esta vez no se trata de la transferencia de empresas y activos, como ocurrió en la década de 1990, sino en la concesión de obras diversas de infraestructura y la provisión de servicios que se están poniendo en manos privadas. Es una magnífica noticia, porque el Estado en el Perú funciona pésimo y, aunque tiene los recursos, no puede ejecutarlos porque carece de gestión adecuada.

Vale la pena seguir de cerca lo que se está logrando a través de los mecanismos de asociaciones público-privadas (APP) y obras por impuestos (OxI), porque ello puede abrir un camino incluso más ambicioso que el obtenido con la venta de empresas estatales.

Ha sido un acierto de este gobierno, en ese sentido, perfeccionar el marco regulatorio para que los privados puedan participar en la creación, construcción, mejoramiento, operación y mantenimiento de infraestructura y servicios que de otro modo tendría que ejecutar el Estado, tarde, mal y nunca.

Ya conocíamos las experiencias de concesión de grandes proyectos de carreteras, líneas de transmisión e infraestructura de telecomunicaciones. Pero lo que se puede venir es aun más alentador. Hoy contamos con una legislación que permite a las empresas privadas construir y mantener hospitales; edificar escuelas; manejar penales; ofrecer servicios médicos y muchas cosas más. Es decir, proyectos que toquen directamente a los ciudadanos en sus necesidades cotidianas. Y no solo para que sean ejecutados por las grandes corporaciones constructoras, sino por empresas de mucho menor tamaño.

En OxI, se han acumulado ya cerca de 1.300 millones de soles en obras pequeñas y medianas de saneamiento, construcción de pistas, veredas y edificación de escuelas. Hay proyectos de decenas de millones, pero también empresas que han ejecutado complejos deportivos por menos de US$250 mil.

Empresas que antes actuaban solas ahora están formando consorcios y el ‘ticket’ de las obras crece en dimensión y complejidad. No es improbable que se logren armar “fondos de inversión” privados que reúnan los aportes de muchas empresas y deleguen en un tercero la administración y seguimiento de los proyectos.

Fuera del ámbito municipal y regional, las APP crecen en ambición y alcance, incluyendo la edificación y operación de puertos y aeropuertos, y la construcción de grandes carreteras. Pero no solo hay avances en obras de gran cemento, sino en cosas como la administración de servicios generales y el mantenimiento del nuevo Hospital del Niño, incluyendo la provisión de análisis de patología.

Se anuncian ahora proyectos para construir hospitales; edificar colegios y muchas otras iniciativas, una vez más, cercanas al ciudadano habitualmente desatendido por el Estado. Por este medio, se pueden hacer quirófanos, centros de diagnóstico por imágenes, redes de bibliotecas escolares, comisarías, administrar flotas de patrulleros. Es decir, de todo.

Habrá que apuntalar a Pro Inversión y darle los recursos para administrar estos procesos; habrá que capacitar a las entidades públicas para que conozcan estos trámites y armen sus expedientes; y habrá que reforzar los organismos de control para que se especialicen en monitorear estos contratos. Pero incluso todo esto se puede hacer involucrando a los privados.

Tenemos en ciernes, me parece, una oportunidad dorada para crear el ‘momentum’ de una segunda ola privatizadora de gran impacto social. Muchísimo más potente que los programas asistencialistas para ayudar a nuestros compatriotas de menores ingresos a tener una vida mejor.

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viernes, 1 de agosto de 2014

El país aerostático

A la cumbre del cielo que llamamos desarrollo se llega con educación orientada a la innovación e instituciones consolidadas

Por: Gustavo Rodríguez
EL COMERCIO
01-08-14

Cada vez se publican con mayor insistencia reportes sobre una probable desaceleración económica en nuestro país. Tras ellos se adivinan ceños fruncidos, muy alejados de las sonrisas triunfales que alguna vez tuvieron la osadía de proclamar al Perú como un posible tigre sudamericano.

Es bueno concordar en que este freno tiene un contexto internacional que lo explica en parte. Pero también es bueno recordar ­–y varios lo dijeron en su momento– que ponerse triunfalistas solo con el crecimiento económico era una enorme irresponsabilidad.

El Perú empezó a tener hace más de una década un crecimiento económico sin precedentes y una imagen para ilustrarlo podría ser la de un horizonte con globos aerostáticos. Cada globo era un país. Y el Perú estaba al ras del piso: sobre nosotros se elevaban la mayoría de países del mundo luciendo sus colores a mayor o menor altitud entre ellos. Era previsible estar por los suelos: nuestra canasta iba llena de los lastres provocados por los experimentos económicos de distintos gobiernos, el terrorismo que nos desangró y las interrupciones democráticas.

¿Y qué ocurre cuando un globo aerostático se ve libre de sus lastres? Pues empieza a subir. La sensación es de vértigo, se siente el nudo de la emoción en el estómago y nos creemos imparables. Se asciende rápido, por supuesto, porque antes se estuvo detenido y en el trayecto vertical vemos que nos acercamos como bólidos a nuestros vecinos, que nos miran expectantes desde sus posiciones.

Cada vez que he criticado a los que confunden crecimiento con desarrollo lo he hecho cuidándome de no parecer aguafiestas. Por supuesto que hay mérito en crecer económicamente, en tener por fin una clase media, en disminuir los índices de pobreza y en aminorar parcialmente la brecha en infraestructura.

Pero todo aquello que se hizo y falta por hacer en lo económico solo basta para poner a nuestro globo a cierta altura y no en la estratósfera, como pensaban ciertos ingenuos durante la subida vertiginosa. A la cumbre del cielo que llamamos desarrollo se llega, justamente, con dos cosas que a nuestros gobernantes menos ha parecido importarles: con educación orientada a la innovación y con instituciones consolidadas.

La educación es un componente de ascenso que es fácil de explicar. La señora que se mata para que su hijo acceda a la formación que ella no tuvo lo comprende mejor que nadie y la proliferación de colegios y universidades ripiosas a raíz de esta demanda es uno de los ejemplos de cómo se ha manejado la educación en el país estrella de América Latina.

Pero la institucionalidad no está en el top ten de la cabeza de los peruanos y eso hace –o hacía– más imperiosa la necesidad de ser guiados por verdaderos estadistas. ¿Cómo sacar adelante una reforma del transporte si los propios usuarios han sido anestesiados por décadas de salvajismo individualista? ¿Cómo pretender más seguridad si andamos en busca de un mesías de mano dura y no de una policía realmente corpórea y bien adoctrinada? ¿Cómo no vamos a tener delincuentes saqueando nuestros impuestos si los partidos son clubes de enriquecimiento en lugar de ser intermediarios entre la gente y el estado? ¿Cómo ir a un mundial de fútbol con las federaciones alejadas del bien común?

El lastre ya se agotó, compatriotas, y subir ahora será más difícil. Nos toca meterle músculo al fuelle ahora o nunca: con innovación y con gente que forme instituciones.

lunes, 14 de julio de 2014

¿Producción o Ingresos?

No todo lo que se produce en un territorio se queda en los bolsillos de las personas que viven allí.


Por: Richard Webb*
EL COMERCIO

¿Cómo medimos el éxito de una economía? ¿En su producción? ¿O en sus ingresos? Cuando evaluamos el progreso de una nación, la  costumbre es fijarnos en su producción. La estadística productiva se publica cada mes, pero no pasa un día sin que los medios y los analistas estén proyectando o debatiendo la tendencia de la producción, el llamado “PBI” del país, dato estadístico que se ha constituido en el alfa y omega de la economía nacional. Gracias al Instituto Peruano de Economía, ahora contaremos además con estimaciones mensuales del “PBI” de cada región.

La lógica detrás de esa atención preferente a la producción es evidente. Si bien el objetivo final de la economía son los ingresos, el camino pasa por la producción. Ciertamente, es posible aumentar la riqueza o reducir la pobreza mediante transferencias entre personas o países, sean voluntarias o involuntarias, pero en el mundo en que vivimos lo que manda es la producción. En términos generales, cada uno baila con su pañuelo.

Sin embargo, el baile entre la producción y los ingresos no es tan pegadito como se podría creer. En algunas de nuestras regiones, por ejemplo, hasta parecen estar peleados. En Ica, parangón de la inversión y modernización, el PBI por persona aumentó 8.0 por ciento al año desde 2004, pero el ingreso familiar creció apenas un triste 2.0 por ciento. En Huancavelica ocurrió lo opuesto, con apenas 2.9 por ciento anual de crecimiento de PBI pero un fenomenal 9.0 por ciento de mejora anual en sus ingresos. Cajamarca, duramente criticada por oponerse a la gran inversión minera, tuvo un magro 1.5 por ciento de mejora anual en su PBI en ese periodo pero los cajamarquinos gozaron una sorprendente mejora de sus ingresos de 5.7 por ciento anual. Claramente, el PBI no nos cuenta la historia completa.

Es que no todo lo que se produce en un territorio se queda en los bolsillos de las personas que viven allí. Antes de la reforma agraria, las rentas de las haciendas salían del campo para financiar la vida urbana de sus dueños. Hoy sucede con las utilidades de compañías extranjeras, especialmente las mineras, que si bien pagan una planilla de obreros mineros, y hacen otros gastos locales, al final pueden llevar sus utilidades a sus propios países. De otro lado, el trabajo de migrantes de muchos países aumenta el PBI de otros países, pero engorda el ingreso de sus propios países en la forma de remesas. Las remesas que mandan trabajadores hondureños y salvadoreños a sus casas, por ejemplo, representan un quinto del PBI de sus países.

Esas idas y vueltas de las inversiones y de los trabajadores entre países, se multiplica cuando se trata de regiones. En muchas regiones de la sierra ya es rutina migrar a la costa o selva durante varios meses al año, engrosando así las economías de sus hogares pero no el PBI de su región. La minería representa más de un tercio del PBI de ocho regiones peruanas, pero su aporte a los ingresos locales es mucho menor.

El desarrollo nos lleva en la dirección de una creciente interconexión entre países pero también entre regiones nacionales. La producción es el necesario motor de ese desarrollo pero, paradójicamente, un efecto del progreso será una creciente separación entre la producción y el ingreso.

* Director del Instituto del Perú de la USMP

martes, 27 de mayo de 2014

El gorila invisible

Por: Luis Carranza*
EL COMERCIO
26-05-14

Lo ideal sería priorizar las medidas que verdaderamente tengan impacto, en simplificación y reducción de sobrecostos

Los investigadores Christopher Chabris y Daniel Simons llevaron a cabo un interesante experimento. Filmaron a dos equipos de baloncesto, uno con uniforme blanco y otro con uniforme negro, haciéndose pases a gran velocidad. A los sujetos que participaban en el experimento les pedían que contaran solamente los pases del equipo blanco. Durante este experimento una persona disfrazada de gorila atravesaba la cancha. La mitad de los sujetos estaban tan concentrados que no veían al gorila.

Esto es lo que está pasando con el Plan Nacional de Diversificación Productiva. Están tan obsesionados con la diversificación productiva que no se están dando cuenta de la enorme transformación productiva que viene ocurriendo en la economía peruana en los últimos años. En el año 2000 solamente 18 empresas exportaban más de 50 millones de dólares y todas eran empresas de industrias extractivas, fundamentalmente minería. Para el 2013, ya teníamos 99 empresas y casi la mitad no están relacionadas con industrias extractivas.

Pero además, los nombres cambian mucho, dándonos idea de un proceso de inversión y crecimiento muy dinámico. Estamos exportando en rubros de metalmecánica como maquinaria y equipo de ingeniería civil, vehículos de carretera, maquinaria y equipo generadores de fuerza, maquinaria y equipo industrial y maquinaria y equipo eléctrico, más de 300 millones de dólares; mientras que en el 2000 llegábamos solo a 44 millones de dólares. Un crecimiento cercano a siete veces, sin necesidad de ningún plan ni apelando a fallas de mercado.

¿Cómo fue esto posible sin apoyo del gobierno? La respuesta es muy simple. La minería genera demanda por bienes y servicios que cada vez más viene siendo abastecida internamente. El crecimiento en escala de producción junto con las mejoras en las condiciones de competitividad de la economía (apertura, desarrollo del mercado de capitales, etc.) fueron las razones para que la industria de metalmecánica tuviese este crecimiento en exportaciones. No se necesitó proteccionismo sino que el mercado funcione.

Cálculos independientes señalan que el número de empleos indirectos generados por cada empleo directo creado en minería es de nueve, hace algunos años este múltiplo era bastante menor, entre cuatro y cinco. Eso nos habla de un proceso de crecimiento económico robusto, bastante lejano de la idea de economía endeble y poco diversificada que el plan nos trata de vender.

Se menciona la heterogeneidad de productividad entre sectores. Lo que el plan no mira es cómo ha evolucionado esa productividad desde el 2004. El sector con mayor crecimiento de productividad laboral fue el agrícola y la brecha entre minería y manufactura cayó sensiblemente. Además el empleo se desplazó de la agricultura hacia sectores con mayor valor agregado. Nuevamente el mercado hizo su trabajo.

El plan alude insistentemente a fallas de mercado y, es cierto, estas fallas existen y el Estado debe intervenir cuando existen externalidades, problemas de información, problemas de coordinación, entre otras fallas; pero la verdadera traba para nuestro crecimiento no está allí, sino en las fallas de Estado y en que nuestros mercados no funcionan bien porque no los dejamos que funcionen, especialmente los mercados de factores: trabajo, tierra y agua.

Las medidas propuestas por el plan no son malas en sí mismas, especialmente las medidas de eliminación de sobrecostos y de regulación inadecuada. Las medidas sobre promoción de diversificación productiva y expansión de la productividad de la economía serán medidas irrelevantes o de simple subsidio si no generamos las condiciones para que crezcamos a través del uso adecuado de nuestros recursos naturales y profundizando la eficiencia de los mercados. Ese es el gorila que el plan no está viendo, como sí lo vieron en Australia, Noruega y otros países que basaron su crecimiento y prosperidad en sus recursos naturales. 

Estando a dos años de terminar el gobierno, quedan algunas dudas sobre la implementación del plan. ¿Este es un plan del ministerio o del Gobierno? ¿Las medidas que se proponen han sido comunicadas a los otros sectores? ¿Está de acuerdo el presidente en desmantelar buena parte de la reforma tributaria y de la legislación laboral realizadas al inicio de este gobierno? ¿Ya están listos los proyectos de ley? ¿Ya le presentaron el plan a la bancada oficialista? ¿Cómo juega dentro del plan el gasto de 3.500 millones de dólares en la modernización de Talara?

Lo ideal sería priorizar las medidas que verdaderamente tengan impacto, en simplificación y reducción de sobrecostos, usando todo el capital político en su aprobación. Lo peor que le puede pasar es lo que ocurrió con el Plan de Competitividad: alcanzar un 88% de avance del plan mientras la competitividad del país se desploma.


*Ex ministro de Economía y Finanzas

martes, 20 de mayo de 2014

Rayos X de la pobreza

Por: Richard Webb
INSTITUTO DEL PERÚ
23-05-11

La última encuesta de niveles de vida trae buenas noticias y varios datos interesantes. Lo fundamental es que la pobreza retrocede.

Hace cinco años, la mitad de los peruanos eran pobres; hoy, lo es un tercio de la población. Más y más somos un país de clases medias. Además, la vida del pobre evoluciona. Desde hace tiempo el colegio primario es casi universal en el Perú, pero hoy dos de cada tres niños pobres asisten también a colegio secundario, acercándose a una puerta de salida de la pobreza. Los pobres mejoran sus viviendas: 54% ha reemplazado el uso de kerosene por conexiones eléctricas para alumbrar. Sus familias se achican, especialmente los pobres extremos, que en promedio eran de 5,5 personas hace seis años y ahora son de 5, reducción favorable porque la familia numerosa es una de las causas de la indigencia.

Otra causa asociada a la pobreza es la etnia, y alienta entonces que la reducción de la pobreza ha sido mucho mayor (19 puntos porcentuales) entre los pobres que se definen de “origen nativo” que entre los pobres “blancos” (2 puntos menos). La revelación más inquietante es el desbalance entre el repentino avance tecnológico, representado por la tenencia de celulares y televisión por cable, y el atraso persistente en la conexión a redes de agua y desagüe. La mitad de los hogares pobres posee celular y en el 4% existe televisión por cable, a pesar de su alto costo.

Pero lo que parece contradecir al mismo concepto estadístico de “pobreza extrema” es que uno de cada tres hogares en esa condición tiene celular. Por contraste, el acceso a redes públicas de agua y desagüe sigue siendo muy bajo e incluso ha retrocedido en la última década. Una posible interpretación es que el celular y el cable son decisiones individuales y requieren inversiones pequeñas. Las redes de agua y desagüe, por otro lado, no solo requieren inversiones mayores para su construcción sino además trabajo colectivo y capacidad de autogobierno para su operación. De los proyectos de agua construidos durante las últimas décadas, muchos han caído en desuso por desgobierno comunitario.

Desde los estratos más altos hasta los más bajos, lo que avanza es la iniciativa individual y lo que manca es el trabajo colectivo. Finalmente, lo que está venciendo la pobreza no son las dádivas sino la productividad: la solidaridad pública y privada han crecido, pero mucho más han aumentado los ingresos por trabajo.

Publicado en El Comercio, 23 de mayo de 2011

domingo, 4 de mayo de 2014

El Perú vs. Kuznets

Por: Richard Webb
EL COMERCIO
05-05-14

Simon Kuznets fue un gigante de la economía del siglo XX. Ruso, emigrado a Estados Unidos, ganador del Premio Nobel, inventó el PBI (la estadística que mide la producción de un país).

Antes, se decía que la economía iba bien o mal según ciertos eventos aislados, como las cosechas. El invento del PBI revolucionó nuestra capacidad para conocer un país. Fue como pasar de las fotos de un viajero a una foto satélite que capta al país entero.

Pero hoy nos interesa especialmente un segundo invento de este notable ruso, porque es allí donde hoy el Perú se enfrenta con él. Se trata de una teoría acerca de la distribución de ingresos conocida como “la curva Kuznets”, según la cual la desigualdad inevitablemente aumenta cuando un país inicia su desarrollo, proceso que se reversa solamente cuando se alcanza un alto nivel de ingresos. La trayectoria de la desigualdad, entonces, dibuja una curva, primero de aumento y luego de reducción. La explicación era que el desarrollo económico consiste en la creación de fábricas y la urbanización, proceso necesariamente desigual, donde primero se benefician capitalistas y algunos obreros, mientras que la mayoría de los campesinos siguen condenados a la pobreza en espera de la creación de nuevos empleos industriales.

La ley de Kuznets ha sido una firme creencia de economistas desde hace medio siglo, sirviendo incluso de justificación para ignorar el mal de la extrema desigualdad.

No obstante, en el Perú, al que le falta mucho para ser país desarrollado, la desigualdad se viene reduciendo. Las evidencias más saltantes, referidas a la evolución de los ingresos familiares del 2007 al 2013, son las siguientes:

1. El ingreso del 10% más rico de las familias peruanas se elevó en 6%; el del 10% más pobre en 53%.
2. Huancavelica, la región más pobre del país en el 2007, fue la que tuvo el aumento más grande (80% en seis años), cuatro veces más que el promedio nacional de 22%.
3. En términos regionales, los extremos de riqueza son Lima, por un lado, y la población rural de la sierra, por otro. En Lima, el ingreso familiar aumentó 13%; en la sierra rural, 53%.
4. El ingreso de las cuatro regiones más pobres en el 2007 (Cajamarca, Huancavelica, Ayacucho, Apurímac) aumentó 54%, el de las cuatro más ricas (Moquegua, Tumbes, Arequipa, Tacna), 19%.
5. A la población rural en general le fue mucho mejor que a la urbana: el ingreso rural aumentó 47%; el urbano, solo 16%.

Lo más alentador es que el retroceso en la desigualdad no es tanto por los programas sociales sino por su propia productividad. Solo un quinto del aumento en el ingreso rural se debe a mayores transferencias; cuatro quintos de la mejora reflejan una mayor capacidad productiva. El “empleo adecuado”, por ejemplo, se elevó 138% en la sierra rural, 112% en la agricultura, y solo 13% en Lima. ¿Kuznets se equivocó? ¿O el Perú está encontrando un camino propio para el desarrollo?

domingo, 23 de marzo de 2014

El fetiche de las fábricas

Krugman tiene razón cuando dice que el Perú no debe preocuparse por la industrialización

Hay ciertas afirmaciones solemnes que, de tanto escucharlas y repetirlas, se convierten en ideas incuestionables para muchas personas y se enquistan casi inamoviblemente en la sabiduría popular. Una de ellas es que “debemos convertirnos en un país industrializado”.

El problema de esta idea es que, aplicada dogmáticamente, puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas y contraproducentes. Un ejemplo es la política industrial de Velasco, quien tenía una suerte de fetiche por la manufactura. Su ‘política de sustitución de importaciones’ consistía en restringir el ingreso de productos importados bajo la creencia de que así se desarrollaría una sólida industria nacional. Todos sabemos, por supuesto, a dónde esto llevó a nuestra manufactura: a ninguna parte.

Y es que hay que estar seriamente confundido para creer que se puede lograr que un corredor aumente su velocidad retirando al resto de corredores de la carrera.

Para bien de la discusión pública, esta semana pasó por Lima alguien que se atrevió a cuestionar el mito de la industrialización: el premio Nobel de Economía Paul Krugman. Él fue categórico sobre este tema y dijo que “no se preocupen tanto por crear un país destinado a la manufactura. Ustedes ya tienen los recursos para ser exitosos”. Para Krugman, este sería solo un viejo paradigma que hay que descartar.

Al premio Nobel no le falta razón. La forma más eficiente de crear riqueza no es necesariamente llenarnos de fábricas, sino permitir que en el Perú se produzca aquello que sea más rentable vender dentro y fuera del país, independientemente de si esto significa desarrollar más nuestro sector primario, nuestra manufactura o nuestros servicios. Podría, por ejemplo, ser más rentable invertir en desarrollar ‘call centers’ o negocios hoteleros que en instalar fábricas de calzado o de muebles. Y algo similar sucede con el negocio de las materias primas.

Se escucha a menudo que debemos lograr que las inversiones migren de la extracción de recursos hacia la manufactura. No obstante, esta idea pasa por alto que usualmente el primer negocio es más rentable y aporta mayor valor agregado que el segundo. El cobre escondido en el subsuelo, por ejemplo, no vale prácticamente nada, pero realizar la enorme proeza de encontrarlo, desenterrarlo y dejarlo listo para venderlo como concentrado multiplica muchas veces su valor. Por su lado, convertir dicho concentrado en, digamos, alambre, no logra aumentar el valor del mismo ni en un 10%.

Es por este motivo que un país en el cual la extracción de recursos naturales tiene un gran protagonismo puede ser una nación rica. Es, entre otros, el caso de Noruega, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, cuyas exportaciones de recursos naturales representan el 84%, 77%, 44% y 73% de sus exportaciones totales, respectivamente.

Quizá la confusión radica en que en la mente de muchas personas el paradigma de país desarrollado incluye una imagen de cientos de fábricas con humeantes chimeneas. Pero esto dista mucho de la realidad pues, en efecto, bastantes países ricos concentran la mayor parte de su producción en el sector servicios.

La confusión, probablemente, también pueda tener su origen en la difundida idea de que es más barato elaborar los productos que consumimos dentro del país en vez de importarlos. Pero esto también es falso. La economía de un país, después de todo, se parece en muchos sentidos a la de un hogar. Usted, estimado lector, no fabrica dentro de su casa todos los electrodomésticos, vestidos u otros productos que utiliza en su vida diaria. Más bien, se especializa en la actividad que probablemente le resulte más rentable y conveniente y compra el resto de cosas que necesita a otras personas y empresas.

Igual sucede con los países. Lo que les conviene es producir aquellos bienes y servicios para los que tienen ventajas comparativas y adquirir el resto del exterior. Lo que necesitamos no es una ‘política industrial’, sino una política de competitividad y educación, que facilite a los peruanos producir aquello que mejor sepan o puedan aprender a hacer. No caigamos en el error de dejar que el gobierno haga algo equivalente a promover que fabriquemos nuestras refrigeradoras en casa.

Fuente: EL COMERCIO

jueves, 6 de marzo de 2014

"Industrialización: tan cerca y tan lejos"

En el mundo, hoy es más fácil industrializarse. Sin embargo, para el Perú parece ser cada vez más difícil

Por: Waldo Mendoza
Jefe del Departamento de Economía de la PUCP
EL COMERCIO
06-03-14

Es deseable que el país tenga un mayor grado de industrialización. Las experiencias de crecimiento sobre la base de lo que Dios nos ha dado a menudo terminan mal. En el mundo, hoy es más fácil industrializarse. Sin embargo, para el Perú parece ser cada vez más difícil. Pero algo hay que hacer.

Dani Rodrik es uno de los más versados en la industrialización. Sus argumentos son convincentes. Primero, casi todos los países que han crecido un montón en las últimas décadas lo han hecho bajo el liderazgo de la industria y la exportación manufacturera. Son muy pocos los países que lo han hecho a punta de explotar recursos naturales. Segundo, como la industria es un sector de alta productividad, el desplazamiento de la mano de obra desde otras actividades menos productivas eleva la productividad total de la economía. Tercero, la productividad del trabajo en la industria manufacturera converge hacia la frontera tecnológica. 

Entonces, la productividad en la industria de los países pobres, que está muy lejos de la de los ricos, tiene un margen grande para crecer, pues estas industrias producen bienes que se comercian internacionalmente, lo cual facilita la transferencia de tecnologías.

Richard Baldwin, otro erudito en estos temas, advierte que para industrializar un país hoy no valen las recetas del pasado. El detalle es que en las últimas décadas se ha producido en el mundo una reducción drástica del costo de transmitir tecnología y conocimiento. Las distintas etapas del proceso productivo pueden hacerse en diferentes países.

Ya no se necesita industrializar a la antigua, con la sustitución de importaciones, como lo hicieron exitosamente Alemania, Estados Unidos y Japón, aplicando complejas políticas industriales, protegiendo el mercado interno de la competencia extranjera, con salarios elevados y desarrollando dentro de las fronteras todas las etapas del proceso productivo. Los países de industrialización reciente lo han hecho simplemente integrándose a las cadenas de suministro internacional.

Ya no se requiere contar con un mercado interno grande, ni protección contra la competencia externa, y tampoco se necesita tanta intervención estatal. Exagerando, solo se necesita ser un buen anfitrión de la inversión extranjera y contar con mano de obra barata, pues el resto de insumos y tecnología lo producen otros países.

Sin embargo, hay dos grandes problemas. Primero, todos los países que han logrado un crecimiento industrial destacado lo han hecho suministrando insumos o partes a las tres potencias industriales: Estados Unidos, Japón y Alemania. Esos países, además, están localizados cerca de estas tres potencias. La geografía, a pesar de lo que digan Acemoglu y Robinson, parece ser, en este caso, decisiva.

Segundo, esta industrialización ya no jala con tanta fuerza al resto de la economía como en las experiencias clásicas. La razón es que la producción local tiene un altísimo contenido importado. Pero algo hay que hacer.

Una vía posible es utilizar mejor los tratados de libre comercio (TLC). Tenemos TLC con potencias industriales como Estados Unidos, Japón o Corea del Sur. Hay que pasar de la vía fácil del yo te bajo los aranceles y tú me bajas los tuyos, a establecer acuerdos que nos faciliten integrarnos en estas cadenas de suministro internacional.

sábado, 1 de marzo de 2014

Facebook, Coase y Gastón Acurio

El sector privado también puede generar bienes públicos

Por: Alfredo Bullard (Abogado)
EL COMERCIO
01-03-2014

Esta semana asistí al Mobile World Congress en Barcelona, la reunión más importante del mundo sobre telefonía móvil. Allí pude escuchar a Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook.

Zuckerberg señaló que estaba haciendo esfuerzos por aumentar el número de personas conectadas a Internet. Había convencido a su directorio, y estaba convenciendo a varios operadores de telefonía móvil, para invertir en dar acceso a un paquete básico de servicios (como Wikipedia, pronósticos del clima, Facebook, entre otros) sin costo. Así el teléfono móvil vendría con acceso a ese paquete de servicios básicos sin pagar por dicho acceso. Literalmente dijo: “Sería como cuando adquieres una línea de teléfono fija y esta viene con la posibilidad de llamar a emergencia de la policía o a los bomberos sin costo”.

Cuando le preguntaron por qué Facebook y operadores de telefonía móvil invertirían en regalar acceso gratuito, su respuesta fue: “Creé Facebook para conectar a la gente. Hay que seguir conectando más gente aún. No tengo un modelo económico que me diga cómo se va a ganar dinero, pero mi intuición me dice que si conecto más gente, habrá más oportunidades de negocio”.

El problema se puede explicar con la teoría de los bienes públicos. Según esa teoría, hay bienes necesarios para la convivencia humana que no van a ser producidos por el mercado porque generan externalidades. En otros términos, uno invierte en producirlos y otros se llevan (se externalizan) parte de los beneficios. Por tanto, mejor no se invierte y por ello no se producen. Entonces el Estado debe producirlos (como la seguridad pública, las calles, etc).

La conectividad de la que habla Zuckerberg tiene un componente de bien público: si conecto a alguien los demás se benefician sin pagar. Lo curioso es que propone que sean empresas privadas las que lo produzcan, y no el Estado.

La figura se entiende mejor con un ejemplo de libro de texto: el de los faros que guían a los barcos en el mar. Una vez que un inversionista construye un faro, tendrá problemas para cobrarle a todo barco que lo use. Prendida la luz, esta orientará a todos los barcos: los que pagan por su uso y los que no. El consumo de la luz es no rival. Infinidad de barcos pueden ver la misma luz sin que su uso por unos excluya a los otros. Como no se puede excluir a los que no pagan, entonces no se construirán faros. Conclusión: el Estado debe construirlos usando nuestros impuestos.

Pero el premio Nobel de Economía Ronald Coase desmitificó la teoría de los bienes públicos cuando demostró que los faros en Gran Bretaña no eran estatales, sino principalmente privados. Los usuarios frecuentes habían llegado a acuerdos para pagar por los faros, a pesar de que sabían que se generaría externalidades en favor de quienes no pagan. No es cierto, por tanto, que los bienes públicos solo deben ser producidos por el Estado.

Otro ejemplo es la política seguida por Gastón Acurio. Durante años él ha concentrado sus esfuerzos no solo en vender la imagen de sus restaurantes (bien privado), sino el de la cocina peruana en general (bien público). En sus programas de televisión no tenía temor de saborear y promover los platos de los restaurantes de su competencia. Ha invertido tiempo y dinero en hacer famosa la comida peruana y con mayor efectividad que cualquier programa de promoción estatal. Al hacerlo aumentan las ventas no solo de sus restaurantes, sino las de los demás, a quienes no puede excluir del mayor prestigio de la comida peruana. Una externalidad evidente. ¿Por qué lo hace? Porque como los empresarios que construyen faros o como Zuckerberg y Facebook, sabe que, si bien generará beneficios a otros, los que él obtendrá por su esfuerzo justifican su inversión.

Moraleja: estar frente a un bien público no significa que el Estado tenga que producirlo. Como la conectividad entre personas, la construcción de faros y el prestigio culinario peruano, parece que el sector privado puede producir mejores bienes públicos que el Estado.