domingo, 28 de septiembre de 2008

Éste no es el Pecado Capital

Por Juan Zegarra
EL COMERCIO
28-09-08

A estas alturas, todo indica que procederá el rescate financiero por un monto cercano a los US$700.000 millones, algo así como siete veces el Perú (nuestro PBI asciende a US$104.000 millones). Podemos continuar desde aquí con el debate de que si ese dinero debe ir directo a la vena del ciudadano estadounidense que está a punto de perder la casa o que sea una inyección que inmunice todo el sistema financiero para que, una vez aliviado, pueda tener efectos en todos y hacia abajo. Eso es debatible y más allá de la retórica el punto es que el plan funcione y desactive todas las bombas de tiempo que pusieron los cortoplacistas jugadores de bonos.

Pero algo que toca la fibra del capitalismo estadounidense es esta paradojal intervención estatal que, ante el desborde del torrente incontenible de deudas impagas e instituciones financieras en crisis de liquidez ha tenido que aplicar la receta de la nacionalización. La ironía del socialismo del siglo XXI, aplicable al gigante liberal, no es gratuita pues con ello contradice su propia prédica del libre mercado.

Pero como en toda crisis siempre abundan los agoreros económicos, ya hay quienes ponen en tela de juicio el modelo económico, cuando más bien queda claro que el origen del mal fue ese laxo y suicida mecanismo que dejó en manos de especuladores la creación de esa burbuja bubónica que causó la acumulación de hipotecas impagas y el carrusel de prestar sin muchas consideraciones. Esos ilusionistas del mercado crearon una realidad de apariencias que formó una enorme deuda suscrita en papel pero sin su correlato en moneda.

Por eso, hay que tener cuidado a la hora de individualizar las responsabilidades. Los agoreros del mercado simplemente generalizan, y de paso, simplifican la crítica. Aquí no está en crisis un modelo que promociona la inversión privada y la creatividad empresarial, la cual genera desarrollo, sino que es el Estado ausente que incumplió su papel de mediación y vigilancia para detectar y cerrarle el paso a esos financistas de mortal fragancia.

Esa vulnerabilidad tiene que ser rápidamente cubierta por mecanismos de mayor regulación y para que no funcionen tan desprendidamente de todo un orden fijado. Eso es aplicable allá, en Estados Unidos, como en el Perú. La Superintendencia de Banca y Seguros tiene un papel que jugar en esta ecuación y está obligada a dejar su timidez operativa. No olvidemos el CLAE de hace menos de dos décadas. Al menor síntoma de descontrol hay que actuar en salvaguarda de todos.

Y en medio de esta turbamulta de bolsas volátiles y agitados precios de commodities, junto con la lección del Estado falto de reflejos también hay un componente clave: los valores. Esta semana estuvo en Lima el economista Bernardo Kliksberg, quien tiene una interesante propuesta sobre la necesidad de que la labor empresarial, que incluye la financiera, no solo tenga como fin la legítima búsqueda de rentabilidad sino también que sean actores del desarrollo del país y compartan su actividad con una labor social en grandes metas, como la mejora de la calidad educativa, la lucha contra la pobreza, la cobertura integral de salud o la innovación tecnológica.

Es decir, la ética importa en los negocios y nos da una visión de país. Esto no es poesía, sencillamente es la respuesta a esa falla humana que viene de Wall Street. Que no salgan de sus nichos los predicadores de las nacionalizaciones y el intervencionismo total, porque el modelo de inversión privada y la facilitación para los negocios sigue muy vigente, ahora es tarea del Estado, las empresas y la sociedad --que necesariamente tiene que estar organizada en grupos que la representen-- apuntar a esa economía que se humanice y que no explote las vulnerabilidades del hombre sino que más allá de cifras y cuadros lo tenga como elemento central.

Pensando el Futuro Económico

Por Oscar Ugarteche*
EL COMERCIO
28-09-08

A aquellos quienes ven la crisis financiera de EE.UU. y piensan en la década de 1930, hay que decirles que no estamos en una coyuntura igual, ni es el año 30.
Entonces, el gobierno de ese país no nacionalizó dos bancos y una compañía de seguros en menos de una semana, ni desembolsó US$700.000 millones en un rescate financiero que será como los vistos en otras latitudes (acuérdese, México en 1995). El problema con esos rescates es que salvan a los accionistas de los bancos y no a la economía.

Lo que ocurre hoy en EE.UU. es similar a la crisis japonesa de 1990: una burbuja de bienes raíces acompañada por una burbuja en los mercados de acciones que revienta y se lleva a la banca hipotecaria con ella. Hay que recordar que Japón se quedó con US$600.000 millones en malos préstamos y que debió nacionalizar dos grandes bancos. Pero ello, ni generó una crisis mundial ni reactivó la economía japonesa, que permaneció aletargada durante una década; hasta que introdujo los cambios técnicos. Hay que aprender de la crisis japonesa para entender esto.

A diferencia de lo ocurrido en Japón, el segundo acto de esta crisis será una tasa de inflación de dos dígitos en EE.UU., fruto de la insólita inyección de liquidez del 2008. Eso limpiará la deuda de tarjetas de crédito en el 2009 y a eso seguirá, en el tercer acto, el alza de la tasa de interés para frenar la inflación. Esto ya en el 2010. Luego, vendrá el estancamiento largo.

Así es que, vayan los empresarios pensando sus mercados un poco mejor, y ojo con los créditos interbancarios en dólares. Lo novedoso de esta situación es que la pulmonía estadounidense no pasará de un catarrito en América Latina. El mundo, ya no es lo que era antes.

* Economista

EE.UU. Depende del Rescate

La historia de cómo un problema en un sector que se presumía aislado dentro de la economía de EE.UU. se convirtió en una amenaza para todo el sistema global
Por Luis Davelouis Lengua
EL COMERCIO
28-09-08

Al cierre de esta edición, aún no se definía el mecanismo mediante el cual el Gobierno de EE.UU. se haría con las malas deudas de todo el sistema financiero de ese país, a cambio de inyectarles liquidez y así evitar una reacción en cadena que, a decir de algunos, amenaza no solo a los bancos, sino a todo el sistema en sí. Pero, más importante todavía, no quedaba claro si el Congreso lograría aprobar alguna de las cuatro propuestas que se barajan antes de la medianoche de hoy, cuando entra en receso.

LOS INICIOS DE LA CRISIS
Algunos economistas, como los economistas Óscar Ugarteche y Pedro Pablo Kuczynski, advirtieron en su momento de las probables y nefastas consecuencias de la crisis hipotecaria en todo el sistema financiero y de créditos de EE.UU. (El Comercio, 23/1/08).

El problema empezó así: a medida que la demanda de viviendas se incrementaba los precios subían. La demanda crecía impulsada por la facilidad de obtener créditos en el sistema financiero lo que, ahora lo sabemos, implicó una flexibilización -en ocasiones extrema- de los requisitos y condiciones para obtenerlos.

Todo ello produjo una vorágine de precios al alza, tasas de interés a la baja y de demanda de viviendas y créditos tanto por parte de quienes buscaban comprar casa, así como de las constructoras que buscaban liquidez para construir más y seguir vendiendo. La espiral capitalista de generación de riqueza en su máxima expresión.
Al mismo tiempo, los bancos y otras instituciones dedicadas al otorgamiento de créditos hipotecarios vendían dichas hipotecas -las deudas- a bancos de inversión para, con la liquidez así obtenida, otorgar más créditos.

ANATOMÍA DEL DESASTRE
Como la demanda por créditos para vivienda continuaba creciendo con robustez, los bancos, al percatarse de lo fácil que resultaba vender dichas deudas encargándoselas a un tercero (banco de inversión), empezaron a relajar las condiciones de otorgamiento de crédito.

Recordemos que los bancos son intermediarios de liquidez: eso significa que reciben fondos por los que pagan una tasa de interés y entregan créditos por los que cobran una tasa mucho más alta. Es decir, a más créditos entregados a tasas más altas, más utilidades y, por supuesto, mayores bonos (premios de fin de año) para los funcionarios responsables.

Esa lógica llevó a que, en algún momento, se llegaran a otorgar créditos hipotecarios a personas que no podían acreditar ingresos, sin garantía colateral alguna y sin cuota inicial.
"Con los precios de las viviendas y la demanda al alza, a nadie le preocupaba que no pudieran pagar. Por último, no había ningún problema en liquidar la vivienda en cuestión", explica un ejecutivo de bienes raíces de Massachusetts quien no quiso ser identificado.

Mientras el ciclo descrito continuaba al alza, los bancos de inversión "empaquetaban" estas hipotecas (un activo en términos de flujo de capital) con otros activos que luego vendían a través de los mercados de valores a los bancos, fondos de cobertura y fondos de pensiones de todo el mundo. Según la lógica de la desaparecida banca de inversión, se podía promediar el riesgo de las malas hipotecas con otros activos menos riesgosos.
"Era como vender siete gallinazos empaquetados y decir que eran lo mismo que un
cóndor", comentaba un reconocido economista del Instituto Peruano de Economía (IPE).

Pero aquí habían otros jugadores: las aseguradoras. Estas aseguraban a quienes compraban estos instrumentos contra la posibilidad (en aquel entonces todavía muy remota) del no pago de las obligaciones por alguna de las partes.

Y se puso peor. El mismo mecanismo servía para hipotecar varias veces el mismo inmueble. Por ejemplo, si uno obtenía un crédito por US$110.000 era porque ese era el valor de dicho activo. Pero con los precios de los inmuebles subiendo como la espuma, al año de haber obtenido el mencionado crédito el valor de la vivienda se había incrementado en 40%. Es decir, ahora su valor era de US$154.000. El propietario podía obtener un crédito hipotecario adicional por el valor restante: esto es, US$44.000 más. Lo terrible, fue que eso pasó varias veces: un departamento por el que se pagó inicialmente US$150.000 podía estar hipotecado dos o tres años después hasta por US$500.000. Ese dinero extra se convertía en consumo y las deudas extras eran empaquetadas y vendidas.

Si a eso se añade que los créditos se otorgaban a tasa variable -es decir, la tasa podía variar de acuerdo con las condiciones de la economía y a discreción de la institución otorgante- solo hacía falta un empujoncito para caer al precipicio. Luego de unos años de desenfreno, llegó el momento de pagar la cuenta.

EL EMPUJONCITO
Cuando las personas a quienes se les había dado crédito sin garantías y sin una adecuada calificación crediticia empezaron a dejar de pagar, la señal de alarma debió encenderse entonces. Pero no lo hizo, había muchísimo dinero en juego.
A medida que más y más personas dejaban de pagar, las aseguradoras (entre ellas la nacionalizada AIG) hacían frente a las deudas pero la percepción del riesgo respecto a estos papeles se incrementó al punto que los precios cayeron hasta casi pulverizarse. Así, sin poder vender más hipotecas, los bancos dejaron de prestar originando la caída de la demanda por viviendas y, con ello, de los precios.

De pronto, bancos, bancos de inversión, empresas hipotecarias, cajas de ahorro, fondos y aseguradoras se encontraron en poder de activos que no valían nada: las casas del final de la cadena habían perdido hasta las dos terceras partes de su valor. ¿Recuerda la casa de US$150.000 hipotecada por medio millón de dólares? El papel era eso, un incobrable de US$500.000 pues, con la caída, las condiciones de los préstamos se endurecieron y las tasas variables empezaron a subir hasta hacerse impagables. Una cuota mensual de US$950 que pagaba alguien con un sueldo de US$3.000, se convirtió en una de US$2.500. Impagable, incobrable.

Cientos de miles de personas perdieron sus casas y muchas otras sus empleos.
El ajuste de liquidez se convirtió en una crisis de confianza: nadie prestaba a nadie pues no existía la seguridad de poder pagar. Más allá de ello, los bancos retenían la poca liquidez que eran capaces de obtener. Por eso, las inyecciones de capital de la FED no se traducían en una flexibilización del crédito y en EE.UU. todo el mundo vive y la economía se sostiene del crédito.

La falta de liquidez llevó a la quiebra de bancos. Primero aquellos con más deudas: Bear Stearns. Luego seguirían los mayores acreedores que, sin liquidez, no podían ni cobrar, ni prestar: Fannie Mae y Freddie Mac. Seguiría, la misma semana, la aseguradora más grande del mundo que ya no podía afrontar los pagos por haber asegurado las hipotecas: AIG. Estos tres últimos fueron, en la práctica nacionalizados. Finalmente, caería otro banco de inversión, Lehman Brothers y uno de sus pares se vio forzado a venderse al Bank of America para no seguir la misma suerte. La semana que pasó, cayó la mayor caja de ahorro de EE.UU., Washington Mutual, que no pudo esperar al paquete de rescate propuesto por el Ejecutivo y que seguía en discusión en el Congreso de ese país mientras escribíamos estas líneas.
Dada la situación actual, según el secretario del Tesoro, Henry Paulson, esa es la única manera de evitar una catástrofe que convierta la crisis financiera en una crisis en la economía real.

¿EFECTOS EN EL PERÚ?
El Perú se verá afectado en el frente fiscal, el de exportación no tradicional y el de inversión extranjera.
La desaceleración mundial afectará los precios de las materias primas (menos demanda) y golpeará el precio de los metales industriales (zinc, cobre, plomo, aluminio) pero no necesariamente los de metales preciosos, como el oro. Así, que el Perú tenga una oferta exportadora diversa es una ventaja. Aun así, el sector minero contribuye con casi el 50% de los ingresos del fisco a través del Impuesto a la Renta. Hoy existe un fondo de estabilización que este año cerraría con un saldo de alrededor de US$3.000 millones. Ello, en opinión de algunos, es suficiente para afrontar dos años de bajos ingresos fiscales.
Por otro lado, la recesión mundial limitará y encarecerá los flujos de capitales, incluyendo -y principalmente- los de inversión, pues nadie construye la segunda planta de su casa si el dinero no le alcanza para comprar cera. Ayudarían las políticas contracíclicas: ahorrar ahora todo lo que se pueda en el gasto corriente para que cuando ello suceda haya con qué reemplazarla hasta que las cosas se normalicen.

La menor demanda en EE.UU. también afectará nuestras exportaciones de textiles. Las personas dejan de comprarse ropa nueva, pero no dejan de comer. Ante estos dos últimos aspectos, lo único que se puede hacer, es invertir en competitividad a través de inversión pública en infraestructura. Y así matamos dos pájaros de un tiro: al incrementar la competitividad se reducen los costos, lo que se traduce en menores precios que, en un contexto como el actual, es muy importante para seguir en el mercado. Los menores costos también favorecen el flujo de inversión extranjera. Tras la crisis, crecerán los márgenes, las utilidades y los ingresos fiscales por impuestos.

viernes, 26 de septiembre de 2008

¿Corte o confección?

Por Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
26-09-08

Está bien que el ministro de Economía tenga una actitud prudente frente a la crisis internacional y a un eventual exceso de demanda interna, pero da la impresión de que se le ha pasado la mano, sobre todo en los recortes a los presupuestos ya aprobados de este año, que sumarían alrededor de 2 mil millones de soles, principalmente en obras y reformas claves.

El argumento de que la inflación podría generalizarse si no se frena la demanda, vale cada vez menos, por la sencilla razón de que los precios internacionales de los insumos que importamos están cayendo. Así, de junio a esta parte, el precio de petróleo cayó 20%, el del trigo 14%, el del maíz 21% y del aceite de soya 25%. Con la agudización de la crisis internacional, esta tendencia se reafirmará. De modo que ya ni siquiera habría presión para que el BCR siga aumentando la tasa de interés.

El argumento de que hay que guardar pan para mayo, tampoco se sostiene. No porque el principio no sea correcto. ¡Por supuesto que lo es! Sino porque ya tenemos pan guardado: el 2006 tuvimos un superávit de 2% del PBI; el 2007 de 3,1% y se calcula en un 2,7% el de este año. Es decir, un superávit acumulado de 7,8% del PBI. De hecho, los depósitos del sector público en el Banco Central y en los bancos comerciales suman 39 mil millones de soles (BCRP, Nota Semanal, cuadros 12, 13, 22 y 23), casi el 10% del PBI de este año. Aunque alguna parte de ese monto sean saldos operativos, lo cierto es que tenemos un colchón relativamente mullido que permitiría compensar incluso una caída apreciable de los precios de los minerales, cosa que tampoco parece que vaya a ocurrir. Los economistas coinciden en que bajarán en alguna medida, pero quedarán relativamente altos, al nivel de lo que fueron el 2006, digamos. Y esto debido a que la demanda de la China y del Asia no amainaría en medida importante. Ya los chinos están lanzando nuevos impulsos a su crecimiento.

No quiere decir que la crisis internacional no impactará en el Perú. Se reducirá el mercado en Estados Unidos para nuestros productos no tradicionales (textiles, agroexportación), por ejemplo ¡y el ministro quiere eliminar el draw back!, y quizá algunas decisiones de inversión extranjera se retrasen, entre otros efectos.

Pero no estamos en la época de la economía cerrada, protegida e intervenida, donde cualquier crecimiento acelerado producía pérdida de reservas e inflación. Estamos en una economía abierta y mucho más exportadora. El crecimiento acelerado genera, no pierde, reservas, y si la balanza comercial se tornara negativa, pues subiría el tipo de cambio.

Hay razón, sí, para tener una política prudente y para mejorar radicalmente la calidad del gasto y de la inversión vía presupuesto por resultados, Foniprel, etc., como quiere también hacer el ministro. Pero debería concentrarse en eso más que en el placer de recortar.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Los proteccionistas no descansan

A propósito de quienes piden elevar los aranceles
Por Roberto Abusada Salah. Economista
EL COMERCIO
25-09-08

En las últimas semanas, los partidarios del aislamiento económico del Perú parecen haber resucitado y ahora vuelven tozudamente a sugerir la vieja fórmula de subir aranceles aunque aportando ahora argumentos distintos. En la década de 1980 quienes atacaban la integración al mundo decían luchar por evitar la 'taiwanización' del Perú a través de la aplicación de lo que ellos llamaban "la teoría del cholo barato". En la década siguiente, en cambio, se dedicaron a predecir la inminente desindustrialización de la economía peruana a causa de la apertura comercial.

La historia del último cuarto de siglo probó la falsedad de esos argumentos. Taiwán hoy quintuplica el ingreso por habitante del Perú con una distribución del ingreso envidiable y con respecto del segundo argumento vemos que, con la apertura de la economía, la industria se reestructuró y floreció, creciendo a tasas superiores al las del Producto Bruto Interno, haciéndose más competitiva, generando más empleo, con mejores productos para el mercado interno y con exportaciones que se han multiplicado siete veces desde 1990.

Ahora la crítica a la reforma arancelaria es mucho más pedestre: "Con la rebaja de aranceles hemos perdido recursos fiscales".

El subconsciente estatista obliga a presentar la supuesta pérdida como nociva, ya que ese dinero debería estar en manos de burócratas y no beneficiando a los consumidores que disfrutan de más y mejores productos a precios más bajos, ni en las de las empresas que acceden a mejores insumos y maquinarias para crecer y generar más empleo. Se trata así de la reacción típica de la izquierda conservadora que realmente no cree en el individuo ni en su libertad.

Los aranceles no son un instrumento de tributación sino que sirven fundamentalmente para aislar al productor local de la competencia extranjera y permitirle cobrar por sus productos precios más elevados que los del mercado internacional. Los economistas saben además que los aranceles equivalen a impuestos a las exportaciones porque encarecen aquello que se necesita para exportar, abaratan el dólar porque limitan las importaciones y, más nocivo aun, orientan escasos recursos hacia producciones de menor valor agregado para un mercado pequeño y protegido. Por lo tanto al bajar aranceles se promueve la exportación y, lejos de desequilibrar las cuentas externas como algunos argumentan, se fomenta un sano balance con el exterior. Nunca el Perú tuvo peores crisis de falta de divisas que cuando estuvo aislado del mundo tras enormes barreras arancelarias.

Incomoda también a muchos que se importen autos, whisky, televisores, licuadoras o tantos otros bienes de consumo y por lo tanto, alegan, debería subirse el arancel a tales productos. Aparte del reflejo estatista que encierra esa incomodidad, se incurre, nuevamente aquí, en otro error. Si se optase por reprimir el consumo de tales productos, el arancel es la peor herramienta ya que permitirá seguramente sustituir la importación por el ensamblaje local de tales productos de manera ineficiente y dispendiosa dada la escala pequeña del mercado. En todo caso, si el deseo de los críticos de la apertura, por reprimir el acceso a aquellos bienes de consumo se tornase incontenible, el instrumento más apropiado que debiesen proponer es el establecimiento de un impuesto selectivo al consumo el cual recae tanto sobre el bien importado como el producido localmente. Claro está que seguramente la consecuencia será el estímulo al contrabando de esos bienes que, por cierto, evade el arancel, el IGV, el impuesto a la renta y el mismo selectivo al consumo propuesto.

Pero aún la crítica sobre la caída de la recaudación está errada. Las rebajas arancelarias han aumentado las importaciones como proporción de la producción total del país. Esa proporción se elevó del 15,9% en el 2006 a 21,4% en el 2008 y por lo tanto el efecto del menor arancel fue, en gran buena medida, compensado por el aumento del volumen importado producto de la propia rebaja. Pero además ese mayor volumen aumentó la recaudación por IGV en la aduana. Así el resultado será no una perdida fiscal, sino una mayor recaudación del orden de los 1.500 millones de soles para el bienio 2007-2008. Un cálculo más refinado que incluya tanto el efecto del crédito fiscal del IGV como los efectos en la recaudación del aumento en el crecimiento, los ingresos y el empleo que las mayores importaciones han generado, resultarán de seguro en una ganancia aún mayor.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Tropezando con la misma piedra

Por Fritz Du Bois
EL COMERCIO
21-09-08

Los países que no aprenden de sus errores los repiten. Hace 10 años también se vivió una situación de crisis internacional con la moratoria de la deuda rusa, que causó el cierre de líneas de crédito a las economías emergentes, incluyendo la nuestra. Ello generó una iliquidez de dólares, la llamada suspensión de la cadena de pagos, que derivó en una profunda crisis bancaria y en una marcada desaceleración del crecimiento. En el 98 --es bueno recordar-- había modelos que arrojaban sobrecalentamiento --pese al evidente congelamiento--, se optó por enfriar, agravando aun más la situación, en lugar de reducir drásticamente el encaje para dar liquidez y buscar solucionar el problema real. Luego siguió la farra fiscal de la reelección, que fue el puntillazo final que nos condenó a siete años sin el crecimiento adecuado que necesitamos.
Hoy, con la magnitud de la crisis financiera, hay que dar por segura una seria recesión en los países desarrollados que afectará nuestra exportación y limitará la captación de inversión. En ese escenario, la preocupación oficial por un supuesto sobrecalentamiento al 9% debe haber desaparecido ya que, con suerte, el próximo año creceremos 7%. Más bien, tendría que cambiar el chip del Gobierno, ya que el problema actual no es cómo enfriar, sino cómo lograr que el crecimiento no caiga aun más porque, con el chavismo merodeando por la región, aumentar la insatisfacción de la población con una fuerte desaceleración sería regalarles las próximas elecciones a la demagogia antisistema y su improvisación .
Por ello, corresponde adoptar medidas para que nuestros productos sigan siendo competitivos en mercados recesados que van a negociar hasta el último centavo. En primer lugar, tener acceso sin aranceles es fundamental y las cartas enviadas por el presidente a Beijing y Bruselas para lograr TLC a la mayor brevedad son el tipo de acción positiva que el Gobierno debe tomar. Sin embargo, el eliminar ahora el drawback sería condenar a la exportación, el momento para desaparecer esa distorsión debe darse cuando exista un amplio margen para compensarlo, no cuando las empresas van a tener que raspar el fondo de la olla solo para poder mantenerse en el mercado. La distorsión que sí se debe eliminar de inmediato es la de los aranceles a insumos que encarecen nuestra producción. Sería, por otro lado, desastroso que prime el facilismo fiscal de la Sunat --que quiere más bien subirlos-- frente a la necesidad de aumentar la competitividad.
En materia de inversión no tiene sentido alguno que el BCR mantenga la restricción al ingreso de capitales cuando no existe cola alguna para entrar, al contrario tendremos que enamorarlos para atraerlos a un mercado de capitales que debemos necesariamente desarrollar, para asegurar que el crecimiento se pueda financiar al margen de lo que ocurre en el mercado internacional. Tampoco tiene ningún sentido que siga el temor fiscal a entregar infraestructura en concesión, ya que es la única manera de poder solucionar nuestro peor cuello de botella y de paso crear vehículos atractivos para la inversión. Finalmente, la rigidez laboral nos asfixia cada día más y el reglamento mypes sigue esperando que se le aplique al Ministerio de Trabajo una dosis de convicción.
Esperamos que en los próximos días se disipe este déjà vu del 98 y no nos tropecemos con la misma piedra dos veces. Para ello, el Gobierno tiene que definir una agenda para asegurar el crecimiento, ya que el invierno en la economía mundial llegó antes de tiempo y sería suicida pensar en seguir enfriando cuando todos alrededor se están congelando.

Admirar, Temer o Detestar al Capitalismo

Por Mariano Grondona
LA NACION
21-09-08

Esta semana, cuando anunció la destrucción de la "burbuja" capitalista de Wall Street, comparando su fragilidad con la supuesta fortaleza de la economía argentina, la presidenta Kirchner se aventuró por un territorio que le es desconocido. De haber tenido que defender su tesis ante una mesa examinadora en lugar de la claque de funcionarios que invariablemente la aplauden, quizá Cristina habría conocido el sinsabor de un severo interrogatorio porque ni el capitalismo es lo que ella sostiene ni la economía argentina está en la situación que ella proclama.

Ha habido y habrá burbujas, por cierto, en el capitalismo, pero éste no consiste en sus burbujas, sino que es, al contrario, el único movimiento económico revolucionario de la historia. Eso no quiere decir que el capitalismo sea, por definición, benévolo o solidario. Como toda obra humana, tiene su lado sombrío. Por eso me atrevería a recomendar a todos aquellos que lo demonizan alegremente, como acaba de hacerlo Cristina, la definición que propuso el economista austríaco Joseph Schumpeter cuando sostuvo que el capitalismo es, en el fondo, un despiadado proceso de destrucción creativa.

Esta noción se acerca a la ley de la evolución de las especies que formuló Charles Darwin. En su lucha por la supervivencia, unas especies progresan y otras sucumben, de modo tal que sólo algunas de ellas, las más aptas, prevalecen finalmente. Es cruel, pero es real. En forma comparable, cuando las empresas son sometidas a la dura ley de la competencia, sólo algunas de ellas crecen y se multiplican mientras otras quiebran. Que algunas empresas quiebren es, sin duda, doloroso. Pero si quisiéramos salvarlas a todas de la ley de selección de la competencia, todavía viviríamos en la Edad Media. Nadie quebraría. Nadie, tampoco, progresaría. Lo ideal sería, por supuesto, que ninguna empresa quebrara y que todas progresaran, pero esta visión es sólo una rosada utopía. Una Argentina que insistiera en subsidiar a casi todas las empresas como hoy lo hace el Estado kirchnerista quizá salvaría su alma, pero condenaría al mismo tiempo a la economía, dejándola al margen del único movimiento revolucionario que ha traído consigo la Edad Moderna: precisamente, el capitalismo.

Audacia y cautela
Para refinar este argumento, podríamos traer a la memoria lo que acaba de escribir quien fue hasta hace poco el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, en su libro Una edad de turbulencia . Siendo como es un schumpeteriano, Greenspan sostiene que sólo la ley de la competencia capitalista trae consigo el progreso, pero reconoce que ella genera al mismo tiempo un estrés a veces insoportable. ¿Qué ha de hacer entonces el verdadero estadista? Combinar sabiamente los rigores del progreso económico con su atenuación en situaciones límite, de modo tal que el precio que los empresarios, los profesionales y los obreros pagan por progresar no los hunda en una ansiedad insoportable.

Lo estén haciendo bien o torpemente, este difícil equilibrio es el que buscan ahora las autoridades que hoy monitorean la crisis de los mercados capitalistas. Pero hay matices que debemos tener en cuenta. Los norteamericanos son, hoy por hoy, la nación más capitalista del planeta, la que más acepta la lógica de la competencia. Por eso es de lejos la que más ha progresado. Puestos sin embargo ante una de las previsibles crisis que atraviesa necesariamente el capitalismo por su propia naturaleza, sus autoridades dejan caer a veces gigantes como Lehman Brothers porque no desean que, por complacencia con las empresas que están peor, las autoridades de los Estados Unidos les prometan que, de algún modo, finalmente las van a salvar a todas.

Desde el punto de vista de la cultura económica norteamericana, si se difundiera una actitud benevolente hacia todos los que arriesgan, hacia todos los que han apostado al llamado moral hazard , esto es, a la esperanza de que alguien, finalmente, los salvará, las empresas terminarían por caer en la idea irracional de un subsidio universal que anularía no sólo los riesgos, sino también los beneficios creativos , "schumpeterianos", de la competencia.

Hasta donde pueden, pues, los norteamericanos apuestan a la competencia. En otras culturas capitalistas como Europa y Japón, en cambio, la apuesta a la competencia se morigera por temor a sus posibles excesos. Por eso Europa y Japón, siendo más cautelosos que los Estados Unidos, no se han puesto como ellos a la cabeza de la revolución capitalista.

Entre el amor y el odio
El pensador más original en esta materia fue Carlos Marx porque si bien odiaba el capitalismo, al que deseaba destruir en nombre del socialismo, reconoció al mismo tiempo su papel revolucionario. Desde el momento en que ha revolucionado las fuerzas y las relaciones de producción, según Marx el capitalismo es una etapa necesaria para el progreso de los pueblos. Una vez que el capitalismo difundiera su enérgica visión de la economía, sin embargo, sólo entonces llegaría la hora del socialismo, su necesario sucesor. La relación de Marx con el capitalismo es, pues, una de amor-odio . Amor por el cambio necesario que va a traer. Odio porque, una vez que termine de traer lo que va a traer, será prioritario destruirlo.

Tanto el capitalismo como el socialismo son para Marx, entonces, etapas necesarias del progreso moderno. Pero la mentalidad del populismo que enarbola nuestra Presidenta no apunta a superar en algún momento esta lógica revolucionaria de la modernidad, sino a esquivarla, negándose a ella.

Por eso el verbo que más emplea el populismo, hoy, es desacoplar . No hay que incorporarse a la revolución de la modernidad para, eventualmente, superarla, como piensan, cada uno a su manera, Schumpeter y Marx. Hay que refugiarse, en cambio, lejos de su energía revolucionaria, para salvarse de ella.

El autor chileno Claudio Véliz sostiene que hay dos mentalidades económicas predominantes en el mundo actual. Según la primera, a la que llama la cultura del zorro, los empresarios compiten abiertamente entre ellos porque aman como el zorro los espacios abiertos en los cuales viven y compiten a sabiendas de que pueden sobrevenir el éxito o la quiebra. Temerosa de los espacios abiertos, otra cultura, a la que Véliz denomina del puercoespín , protege a los empresarios desde el Estado contra todo riesgo, invitándolos a envolverse como en una bolita. De este modo, ellos quedan a salvo de los riesgos de la competencia, pero al precio de no aprovechar tampoco sus enormes posibilidades. Los zorros ganan o pierden pero, cuando ganan, no hay quien los alcance. Por evitar perder, los puercoespines nunca ganan.

En América latina, algunos países como Brasil, Chile, Perú, Uruguay y México están adoptando la cultura del zorro. Cuando el andar se les haga difícil, atravesarán momentos de zozobra. Cuando el andar se vuelva llano y expedito, en cambio, terminarán por alcanzar el nivel de los países capitalistas de avanzada. Aquellos otros países que se están acogiendo a la cultura del puercoespín, como la Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, los criticarán entonces, sin darse cuenta de que, en estos tiempos de acelerado cambio, la vanguardia se les va alejando.

jueves, 18 de septiembre de 2008

¿Estado al Rescate?

Por Roberto Abusada. Economista*
EL COMERCIO
18-09-08


AIG. Estas son las siglas del American International Group, uno de los más grandes grupos aseguradores del mundo con operaciones de seguros generales, seguros de vida, servicios y una amplia gama de servicios financieros y negocios en 130 países. Además, AIG controla el arrendador de aviones ILFC, poseedor de una flota de cerca de mil aeronaves.

No cabe duda de que las unidades operativas de AIG se han mantenido sustancialmente sólidas y son poseedoras de activos de gran valor. Sin embargo AIG es un actor principal en el negocio de los llamados CDS ('credit default swaps'), instrumentos que, en términos generales, sirven para mitigar los riesgos de un acreedor contra el riesgo de incumplimientos de pago.

Es precisamente la gran exposición de estos CDS por parte de AIG una de las causas principales de la extrema debilidad financiera en que se vio envuelto a lo largo del último año. No sabemos qué nivel de exposición haya tenido AIG en el negocio de los CDS, pero ciertamente le ha ocasionado enormes pérdidas. Solo en un trimestre AIG reportó pérdidas por US$11.000 millones y además fue objeto de observaciones por parte de sus auditores externos que indicaban una sobrevaloración en su portafolio de CDS del orden de otros US$5.000 millones. La crisis del sector inmobiliario también golpeó fuerte a AIG vía el mismo mecanismo de seguros por no pago. Es claro que el grado de iliquidez al que debe haber estado sometido AIG debe haber sido extremo. Y eso es exactamente lo que el mercado percibió, castigando el precio de su acción de manera inmisericorde. La acción que cotizaba en octubre del año pasado en US$70 llegó a cotizarse a US$1,25.

Ante esta dramática situación, el Gobierno de EE.UU. ha extendido un crédito a AIG por US$85.000 millones ante la convicción de que la quiebra de AIG hubiera generado un caos en todo el sistema financiero de costos imprevisibles. El crédito otorgado es sin duda caro (tasa de más de 11%) y las garantías involucran el 80% de la propiedad de la compañía. Además, el Gobierno se reserva el derecho de despedir a la gerencia y a congelar la entrega de dividendos. Esta transacción, si todo sale bien, permitirá reflotar AIG seguramente mediante la venta ordenada de muchos de sus más valiosos activos, entre los que se incluyen una importante participación en una compañía de seguros generales y otra de seguros de vida en el Perú.

Aun así, la operación encarna enormes riesgos. El principal es provocar un comportamiento irresponsablemente riesgoso en el sistema financiero ante la seguridad de que, al final del camino, estará la red salvadora del Gobierno. Todos en Wall Street pensaron que al dejar caer a Lehman Brothers --el cuarto banco más grande de EE.UU.-- el Gobierno había puesto fin a la sucesión de salvatajes de instituciones financieras que se inició con la de Bear Stearns, pero dos días después volvió a hacerlo con AIG. ¿Qué hizo que el Gobierno cambiara de opinión? ¿Por qué arriesgó credibilidad y se expuso a duras críticas de los que dicen que el Gobierno ayuda a los poderosos y argumentan que 'privatiza las ganancias y socializa las pérdidas'? ¿Estamos ante un nuevo paradigma en el que el Estado no duda en usar dinero de los contribuyentes en el salvataje de grandes empresas financieras? Personalmente, creo que el secretario del Tesoro, Henry Paulson, sencillamente juzgó demasiado riesgoso dejar caer a una empresa con la magnitud de ramificaciones en todo el sistema financiero americano como AIG.

Tendremos que esperar a los meses siguientes para tener una respuesta. Por lo pronto, el mercado no se calmó con la medida y tuvo ayer miércoles una estrepitosa caída de 449 puntos, más de 4%.


* CONSULTOR DE EL COMERCIO

domingo, 14 de septiembre de 2008

Un Paso Adelante, Dos Pasos Atrás

Por Fritz Du Bois
EL COMERCIO
14-09-08

El Gobierno debería seguir el ejemplo del 'Loco' Vargas, que nunca se dio por vencido y hasta el final empujó para delante. Especialmente ahora que en el partido de la economía mundial tenemos un marcador en contra. Por ejemplo, estamos viendo cómo bancos con más de 150 años corren el riesgo de desaparecer porque han perdido la confianza del mercado. Igual suerte pueden seguir los países que no se modernizan, ya que cuando no avanzan generan desaliento en la inversión y sus economías se estancan.
Esta semana nos cayó un baldazo de agua helada cuando el Perú descendió al puesto 62 en el ranking sobre el clima para hacer negocios que elabora el Banco Mundial. Las causas son las de siempre y sobre las cuales mucho se ha hablado, pero poco se ha actuado: el exceso de burocracia en general, la dificultad en lograr el cumplimiento contractual, la rigidez del mercado laboral, el tiempo que toma tanto pagar impuestos como desaduanar etc. Incluso, una cierta complacencia de tener la economía que más crece en la región habría llevado a algunos a pensar que ya no se requiere reformar ni reducir los altísimos e innecesarios costos de transacción que soportan el ciudadano y el empresario. Pero el riesgo de retroceder es real, basta ver las propuestas para restringir la inversión extranjera o revertir la reducción de aranceles para confirmar que si se pierde el impulso de avanzar se va rápidamente hacia atrás.
Por ello, es urgente retomar reformas que no estén solo limitadas a mejorar el gasto del Estado sino también a hacer competitivo al sector privado. En primer lugar, la reducción de la maraña burocrática es fundamental, no solo se encarece la inversión sino que siempre será fuente de corrupción. El presidente García empezó con mucho impulso, exigiendo a los ministerios que recorten procedimientos, pero al poco tiempo parece que se olvidó del asunto. Ahora, con el ajuste del gasto, se puede generar una nueva corriente entre entidades estatales de inventar trámites obligatorios simplemente para aumentar sus ingresos propios. La solución, aparte claro está de eliminar miles de trabas burocráticas, es decretar la gratuidad de cualquier trámite que el ciudadano esté forzado a realizar, limitándose el Estado a cobrar el costo del servicio prestado solo en aquellos casos que lo solicitan sin estar obligados.
Adicionalmente, se debe reducir el universo de los que caen en las garras del Poder Judicial y fomentar tanto la conciliación como el arbitraje, con el fin de abaratarlos y abrirlos más. Asimismo, reducir y unificar los aranceles para limitar la discrecionalidad aduanera, la que cada día parece estar peor; lo cual, sumado a los 200 millones de dólares en sobrecosto anual que representa el Callao, nos resta competitividad. Más aun en momentos como el actual, en que nuestros mercados entran en recesión, por lo que cada dólar de margen es fundamental para poder mantener la exportación. También sería vital ampliar los alcances de la Ley de Mypes a todo nuevo puesto de trabajo que se crea al margen del tamaño de la empresa, no solo para generar empleo adecuado sino también para dar un verdadero salto en la formalización.
Finalmente, cabe mencionar que los sobrecostos burocráticos representan un punto del PBI al año, asumiendo que al ciudadano y al empresario el tiempo perdido les cuesta otro tanto, tenemos dos mil millones de dólares anuales que se pierden sin darle al país ningún valor agregado. Por ello, junto con la reforma presupuestal se requiere a gritos la implementación de una agenda pendiente para poder realmente aligerar al Estado.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Las Crisis de Antaño

Por Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
12-09-08

En su artículo del lunes pasado en esta misma página, Richard Webb recuerda las sucesivas crisis de 1967 con el primer Belaunde, la que se inicia con Velasco en 1973, la del 1983 con el segundo Belaunde, y la del 1988 con el primer García. En todos los casos, recuerda Webb, el Gobierno se sintió eufórico y en lugar de oír los consejos de frenar el gasto, lo aceleró o subsidió precios y en todos ellos terminamos en devaluaciones traumáticas o inflación desbocada. "Felicito entonces las medidas recientes del BCR y del ministro Valdivieso para frenar la velocidad del gasto. Creo que, por fin, estamos aprendiendo de la historia", concluye Webb.

Sin discutir la necesidad de desacelerar en alguna medida el crecimiento de la demanda (principalmente porque emergen demasiados cuellos de botella), es importante, sin embargo, señalar algunas diferencias de la situación actual con las crisis mencionadas. La principal es que el sistema económico es diferente. En todos esos casos estábamos en el marco de una economía cerrada y protegida, de una estrategia de industrialización por sustitución de importaciones --en realidad, una industria importadora para el mercado interno, no exportadora-- que perdía estructuralmente reservas cada vez que crecía, y también porque ahuyentaba la inversión en minería, etc. Cada crisis terminaba en la pérdida total de reservas. Esa falla se ha corregido en la actualidad, con una industria más exportadora que la anterior y muchas inversiones nuevas en sectores exportadores. Crecemos y ganamos, no perdemos, reservas. Las tenemos más que nunca.

Es cierto que el comercio exterior se ha liberalizado, y si crecemos mucho como ahora, importamos mucho también, y por eso la balanza comercial puede comenzar a ser negativa. Pero, a diferencia de las situaciones anteriores, en las que un tipo de cambio fijo aguantaba hasta que estallaba, ahora tenemos un tipo de cambio flotante, con variaciones no traumáticas que permiten equilibrios automáticos y con reservas ultraabundantes.

En el modelo anterior el mercado no funcionaba. Los principales precios estaban intervenidos, controlados. Las crisis, así, no avisaban. El sistema de señales de alerta, que son los precios, estaba malogrado. Ahora, salvo por el subsidio a los combustibles, sí funciona. No acumulamos bombas de tiempo.

Parte de la 'inflación' que tenemos es consecuencia, precisamente, del sistema de precios libres, del juego de la oferta y la demanda. Es el caso, por ejemplo, del alza del precio de los materiales de construcción: la oferta se demora y por eso suben los precios. Así debe ser. En puridad, eso no es inflación, es oferta y demanda. De lo contrario, ¿cómo sabríamos que hay que aumentar la producción de ladrillos o cemento o fierro? ¿Qué incentivos habría a la inversión en esas áreas?

Esa mayor demanda ni siquiera es la consecuencia de déficit fiscales ni de endeudamiento externo, que fue la constante en todos los casos anteriores. Tenemos superávit fiscal y la deuda es cada vez menor. Esa mayor demanda se origina principalmente en la actividad privada, en el mercado.

Por todo lo anterior, si bien no se discute que sea necesario moderar el crecimiento acelerado de esa demanda mientras no se abran los cuellos de botella, quizá sea bueno recomendar moderación a los moderadores. Y no parar la inversión que resuelva esos cuellos de botella.

lunes, 8 de septiembre de 2008

¿Frenar o no frenar?

Por Richard Webb
EL COMERCIO
08-09-08

El freno es un instrumento de velocidad. Un vehículo sin freno tiene que ir más lento o se estrella y nunca llega. En la economía sucede igual. Así parecen pensar los gobernantes que en casi todo el mundo han creado bancos centrales para regular el ritmo del gasto nacional.

Lamentablemente, para pilotos y gobernantes el atrevimiento es una tentación fuerte y el desbarrancamiento sigue siendo una historia común en las pistas y en la economía.

En 1967, desde enero hasta agosto, me tocó asistir a reuniones semanales del BCR con el presidente Belaunde para informar sobre la macroeconomía. El mensaje repetido del banco central fue: "Es hora de frenar".

Belaunde no se oponía, simplemente hacía caso omiso. Las ambiciones del mandatario eran grandes, las necesidades sociales agudas, el capital externo nos llovía y, por el momento, la economía nos era favorable. No se aplicó ninguna de las medidas recomendadas. El colapso se produjo en agosto, con una fuerte devaluación y un año después vino un golpe militar.

A inicios del régimen de Velasco la inflación se redujo y la economía retomó su velocidad, otra vez favorecida por el cuadro mundial. La agenda política y social del Gobierno era grande y el gasto creció rápidamente.

Pero en 1973 saltó el precio mundial del petróleo creando una inflación de origen externo. En vez de frenar, el Gobierno optó por subsidiar los precios de los combustibles y alimentos y siguió pisando el acelerador del gasto. La inflación fue mayor cada año, llegando a 68% en 1979, y se volvió la espada para el harakiri del régimen.

Belaunde regresó en 1980 con renovada ambición fiscal. El gasto público aumentó con fuerza y, cuando el BCR se negó a financiarlo en 1982, el Gobierno recurrió a un masivo endeudamiento externo. Desde su teléfono en el Ministerio de Economía, el ministro Manuel Ulloa llamaba casi diariamente a bancos del extranjero que, felices, otorgaban más y más créditos. Fue un momento de euforia financiera en muchos países, una burbuja, que finalmente reventó a fines de ese año, creando una repentina crisis que, por mala suerte, coincidió exactamente con el terrible fenómeno El Niño que golpeó al Perú entre enero y junio de 1983. El colapso fue mayor por las políticas de cigarra de los años anteriores.

El gobierno del presidente García trajo un nuevo momento de euforia gastadora. La economía creció 11% en 1986, y la aprobación presidencial llegó a 90%, creando la ilusión de que se había inventado una forma de esquivar las leyes de la sobriedad económica. Importantes empresarios se sumaban al entusiasmo.

A inicios de 1987 el presidente de la Confiep defendió al Gobierno diciendo que no le preocupaba el déficit fiscal. En marzo de ese año, el ministro de Economía, Luis Alva Castro, reunió a funcionarios y asesores para evaluar la política económica, y me pidió que abriera el debate con una "crítica desde afuera". La crítica fue rechazada casi en forma unánime por el grupo, pero al final fue el mismo ministro Alva quien coincidió con mi preocupación por los excesos en el gasto. Alva se apartó del Gabinete poco después y el Gobierno, en vez de moderar el gasto, optó por la nacionalización de la banca. Rápidamente estalló la hiperinflación, que llegó a 700% en 1988 y 3.400% en 1989.

Felicito entonces las medidas recientes del BCR y del ministro Valdivieso para frenar la velocidad del gasto. Creo que, por fin, estamos aprendiendo de la historia.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Si quieres Celeste, que te Cueste

Por Fritz Du Bois
EL COMERCIO
07-09-08

Uno de los aspectos más resaltantes del presupuesto 2009, enviado esta semana al Congreso, es el intento de reformar el Estado a través del manejo presupuestal. Así, tenemos que un mínimo de 10% del total del gasto --esperamos que ese porcentaje sea mucho mayor al final del próximo año-- estará sujeto a la medición de metas concretas, y sobre la base de los resultados que logre una entidad se le aumentará o recortará los recursos a su disponibilidad.


Si bien el concepto de exigir resultados antes de seguir gastando es algo absolutamente lógico en cualquier actividad del sector privado, para el Estado Peruano es una verdadera revolución. Asimismo, se ha considerado que una mayor porción de los fondos disponibles para inversión sea asignada vía concurso competitivo entre regiones. De esa manera, se los llevarán aquellas que presenten los proyectos que le den al dinero del contribuyente un uso más eficiente.


Ojalá que en esta ocasión sí se logre romper la cerrada oposición interna que existe a la modernización del aparato estatal y se pueda reformar con rapidez. En realidad, todos los cuellos de botella que tiene nuestra economía originalmente nacieron de algún error o inacción gubernamental, por lo que la reforma del Estado es fundamental. Por otro lado, no le hará ningún daño al país, sino todo lo contrario, que ministros y presidentes regionales tengan que demostrar real efectividad para lograr su asignación presupuestal en vez de esperar sacar más gracias a su capacidad para hacer 'lobbies'.


Sin embargo, para que esta reforma sea realmente exitosa se requiere ampliarla a otros sectores que tienen que aportar para que la inversión privada siga generando bienestar. Para empezar está la Sunat, la candidata número uno dentro del Estado para tener un presupuesto por resultados basado en la ampliación de la base tributaria y en la simplificación, que elimina burocracias innecesarias para facilitar la formalización. El actual temor a un eventual forado fiscal, por la caída en los precios de minerales, se debe a que la dependencia es cada año mayor en un número menor de contribuyentes para la recaudación. En el Perú hay --en el extremo-- hasta 15 millones de potenciales contribuyentes, sin embargo el 91% del Impuesto a la Renta lo pagan solo 15 mil y la mitad del monto viene de los mineros. Si tuviéramos una base amplia de contribuyentes y se facilitara el proceso de tributar, no estaríamos bajo tanto riesgo y hasta podríamos bajar impuestos.


Otra entidad que es candidata de fuerza para medir sus resultados es Pro Inversión, ya que la falta de energía y puertos es el más alarmante cuello de botella en la actualidad. Para acelerar la inversión privada en infraestructura es urgente repetir el exitoso modelo utilizado por Copri durante los 90 --con una tercerización generalizada de sus labores-- al que se agregue la presencia y participación obligatorias de los ministros en los procesos de concesión, incluyendo al que tiene que garantizar o cofinanciar cualquier operación. De esa manera, una vez que se decida algo, el acuerdo podrá ser rápidamente implementado y el proceso fluirá sin atracarse en las burocracias de cada sector.


Finalmente, dentro de la reforma estatal sería vital introducir el salario individual por gestión y Luis Valdivieso es el primer candidato para esa innovación, ya que tendrá que asegurarse que crecemos lo menos 8% durante los próximos dos años, caso contrario el 2011 pasaremos de modernidad a prehistoria en un solo y dramático acto.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La Fábula de la Investigación de Mercados

Por Rolando Arellano, Doctor en márketing*
05-09-08

Cuatro caminantes cuentan sobre su estrategia para llegar a la meta. El primero, el Ciego, dice que prefiere ir con los ojos cerrados, "así no me preocupo de los problemas que vienen y camino sin miedo, pues el que nada conoce nada teme". Además, "no voy totalmente desorientado, pues, aunque no uso la vista, me sirvo mucho del olfato". El segundo camina de espaldas, como un Cangrejo. le es difícil adivinar el futuro, hace sus proyecciones en función del pasado, deduciendo que lo que viene será más o menos igual. "El pasado es lo único cierto", señala. El tercero, el Miope, marcha con la cabeza gacha, con la barba amarrada al primer botón de la camisa, pues "si se mira muy lejos uno se puede tropezar". Por eso prefiere ir despacio, probando siempre el siguiente paso, pues "Piano, piano, si va lontano". El cuarto gerente, Largavista, avanza mirando al horizonte, "para saber qué se viene y tener tiempo para prepararme para todos los problemas que se presenten".

En la vida empresarial encontramos con frecuencia estos cuatro tipos de gerentes. Están los Ciegos, que no usan información de márketing pues "así pierden tiempo" y confían solo en su olfato para tomar decisiones. Avanzan entonces armados únicamente con su temeridad (o su inconsciencia). También están los gerentes Cangrejo, que solo usan información histórica, reportes de ventas, chequeos de distribución o informes de producción. Nunca hacen pretest o pruebas de nuevos productos, y cualquier información más avanzada les parece esotérica o peligrosa. El tercer tipo, los Miopes, hacen algunos estudios de nuevos productos, y a veces hasta se aventuran a investigar sobre cómo percibe la población su marca o su empresa. Pero prefieren los métodos clásicos: encuestas con tablas cruzadas, grupos de enfoque tradicionales o segmentaciones simples, "que no causen problemas". Finalmente, están los gerentes Largavista, que estudian las tendencias del mercado y buscan conocer cómo cambian los gustos, actitudes y valores de la población. Segmentan a sus consumidores más finamente y tratan de ver más allá que sus competidores, aunque no se preocupen mucho por lo que pasa en el momento.

¿Cuál de estos cuatro gerentes, Ciego, Cangrejo, Miope o Largavista llegará mejor al éxito? Difícil de afirmar, pues un Largavista que solo ve el futuro y no el presente estará tan desarmado como el Miope, que no tiene proyección o el Cangrejo que no mira adelante. Más bien, el gerente moderno debe invertir en la mejor información que pueda obtener, pasada y futura, simple y sofisticada, aplicándole además su instinto, para convertirla en estrategias exitosas. Lo que no debe hacer es creer que actuando como el Ciego --pensando que economiza al cerrar los ojos a la información científica para la toma de decisiones-- logrará llegar eficientemente a sus metas. Esa sí es una fábula. No la olvide, ahora que está planeando sus actividades del 2009.

* CENTRUM/ ARELLANO MÁRKETING, INVESTIGACIÓN Y CONSULTORÍA


Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-09-05/la-fabula-investigacion-mercados.html

jueves, 4 de septiembre de 2008

Presupuesto sin colesterol malo

Por Eduardo Morón. Economista U. del Pacífico
04-09-08

Hace algunos años me pidieron dar unas charlas sobre temas presupuestales a redactores de economía de los principales diarios. En esa charla, como motivación inversa, les decía a los asistentes que hay pocos temas más aburridos que el tema presupuestal. En efecto, esta percepción --que seguro muchos la tienen y que yo la suscribo plenamente-- se debe a que por muchos años la discusión del presupuesto público era un debate repetitivo e irrelevante. Cada año el Ejecutivo le entregaba al Legislativo un proyecto de presupuesto en que había un montón de gastos que todo el mundo quería mover pero que no se podían mover. Además, este proyecto era presentado a un Congreso poco capacitado para discutir temas presupuestales porque, en parte, todo se dice más complicado de lo que realmente es y en parte porque no existe ningún apoyo significativo a esta importante labor del Legislativo.

Esta vez el Banco Mundial estará apoyando al Congreso para tener mejores herramientas de análisis en la discusión. Ese ya de por sí es un cambio que entusiasma, sin embargo, el cambio más interesante está por otra parte. Uno de esos términos que los funcionarios públicos deben aprender muy rápido es la noción de techo presupuestal. Como parte del proceso presupuestal, el MEF se reúne con todos los responsables de gastar recursos públicos y define estas cosas que se llaman techos presupuestales que no son otra cosa que autorizaciones a gastar una cantidad máxima de dinero. Entonces cada sector en particular sabrá que el próximo año puede gastar hasta una cantidad equis, y si quiere algo más tendrá que pedir que se le asignen nuevos recursos a través de un crédito suplementario.

Esta forma de armar un presupuesto hace que todos los responsables de enviarle al MEF su presupuesto exageren en sus demandas por recursos. Es más fácil pedirlo y tenerlo a la mano para gastarlo que no haberlo pedido, no tenerlo y luego necesitarlo. El problema es que esta forma de trabajar hace que los presupuestos estén muy llenos de colesterol malo, es decir, proyectos que tranquilamente no pasa nada si no se hacen o proyectos sobredimensionados. Los doctores tratan el colesterol malo a veces con cambios en nuestra rutina, y en otras ocasiones, el colesterol malo es congénito y, por lo tanto, lo que se requiere no es una nueva dieta o más ejercicios sino medicina que afecte la forma como funciona nuestro sistema.

En términos presupuestales hay dos formas de combatir el colesterol malo: una es a través del uso del presupuesto basado en resultados, que busca por principio hacer un uso más eficiente y eficaz de los recursos públicos; la otra opción es darle la vuelta a la lógica de los techos presupuestales. La primera forma está siendo aplicada en el caso del Gobierno Central y la segunda, a los gobiernos regionales. Habiendo mirado este tema creo que es importante profundizar primero la experiencia piloto realizada este año en cinco programas priorizados antes de extender mucho más este esquema. Necesitamos generar casos exitosos de manejo presupuestal basado en resultados antes de pretender que todo se puede manejar así.

De otro lado, se ha introducido para los gobiernos regionales la idea de que hay un piso mínimo de gasto, reconociendo que sin esos recursos no se puede ofrecer lo mínimo indispensable a las distintas poblaciones de esas zonas. Pero se introduce vía el Foniprel --un fondo concursable-- una vía bajo la cual las regiones pueden aumentar su capacidad de gastar en proyectos siempre y cuando estos valgan la pena. No hay mejor cosa que la competencia para promover la eficiencia.


Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-09-04/presupuesto-sin-colesterol-malo.html

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Yo Enfrío, Tú Enfrías, Él Enfría

Cuidado con la economía
Por Pablo Bustamante. Empresario
03-09-08

El Perú está en uno de sus mejores momentos, crecemos alto, tenemos un crecimiento de buena calidad con aumento del empleo y reducción de la pobreza. Hoy como nunca tenemos una gran posibilidad de consolidar un desarrollo sólido hacia el bienestar general.
En el lado negativo de nuestra situación económica actual está la inflación internacional originada por el aumento de precios de los alimentos y los combustibles, así como la incertidumbre global por la crisis financiera americana y las fuerzas recesivas de los países del primer mundo.
Como es lógico, la inflación en el Perú ha subido por encima de las metas y si bien es menor a la de la gran mayoría de países, no deja de representar una preocupación importante.
Es así que hoy día el debate económico está centrado en bajar la inflación y se escucha todo tipo de afirmaciones como que la inflación ya es endógena, que se debe al alto crecimiento, que estamos creciendo mucho, que crecemos por encima de nuestro crecimiento potencial; y lamentablemente hemos iniciado un proceso de ataque a la inflación por todos los frentes posibles, sin coordinación, y hasta con conflictos entre los responsables.
Aparte de los efectos de mercado hacia la reducción de la demanda y los precios, por la menor demanda externa y por la propia inflación que erosiona la capacidad de consumo, el BCR aumenta la tasa de interés de referencia y sube los encajes, el MEF anuncia recortes de gasto e inversión y la SBS desincentiva el crédito. No nos vaya a dar pulmonía y cortemos nuestro extraordinario e indispensable proceso de crecimiento.
El precedente. Ya el 9 de octubre de 1998 metimos la pata hasta el fondo y nos clavamos una innecesaria recesión de 4 años que no solo destruyó el crecimiento, también malogró los resultados de la década de las reformas y la apertura económica, alentando la confusión sobre las relaciones de causa-efecto en política económica.
Efectivamente en esa innoble fecha, el ministro de Economía Baca Campodónico anunció en las instalaciones del BCR, que a partir de entonces, el banco central decidiría cada día si daría o no liquidez a los bancos. Los argumentos y protestas de los asistentes, entre los que me encontraba, fueron inútiles. A los bancos no les quedó otra cosa que cortar el crédito. Así, innecesariamente, teniendo reservas y acceso al crédito, en una crisis que resultó de relativamente menor magnitud y duración, el pánico y terquedad del ministro causaron una verdadera calamidad económica y social.
La invocación. ¡Cuidado, coordinen, consulten, y vuelvan a coordinar!
Ahora estamos aun mucho mejor que en 1998; tenemos muchas más reservas; nuestra deuda externa ha bajado a un nivel que nos asegura un amplio acceso al crédito; nuestro crecimiento es muy sano; no podemos dejar de invertir para aumentar nuestro crecimiento potencial; el cambio de precios internacionales es estructural y favorable al Perú; la sostenibilidad económica, si bien no es suficiente, sí es indispensable para la sostenibilidad política.
La coyuntura no es fácil, hay que cuidar la inflación, pero por favor, con mucho cuidado. Me parece que el país espera ver al BCR, al MEF, y a la SBS juntos, haciendo un planteamiento coherente, explicado y coordinado. Para sustos, los cuentos de las abuelas, está en juego mucho más que la inflación.


Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-09-03/cuidado-economia.html