domingo, 26 de julio de 2009

Prohibido prohibir

Por: Mario Vargas Llosa Escritor
EL COMERCIO
26-07-09


Hace ya de esto algunos años vi en París, en la Televisión Francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia.

El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arco iris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.

El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzocortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica. Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnas circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y, ahora, el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas —casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género— inadaptables o pendencieros recalcitrantes.

Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: “Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller” (“Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas”). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio. De este modo el riesgo de ser agredidos por los “voyous” (golfos) se enanizaba. Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser algo distinto a su vía crucis cotidiano.

En esos días terminaba yo de leer uno de los amenos y sofísticos ensayos de Michel Foucault en el que, con su brillantez habitual, el filósofo francés sostenía que, al igual que la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje, la enseñanza había sido siempre, en el mundo occidental, una de esas “estructuras de poder” erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes. Bueno, pues, por lo menos en el campo de la enseñanza, a partir de 1968 la autoridad castradora de los instintos libertarios de los jóvenes había volado en pedazos. Pero, a juzgar por aquel documental, que hubiera podido ser filmado en otros muchos lugares de Francia y de toda Europa, el desplome y desprestigio de la idea misma del docente y la docencia —y, en última instancia, de cualquier forma de autoridad—, no parecía haber traído la liberación creativa del espíritu juvenil, sino, más bien, convertido a los colegios así liberados, en el mejor de los casos, en instituciones caóticas, y, en el peor, en pequeñas satrapías de matones y precoces delincuentes.

Es evidente que Mayo del 68 no acabó con la “autoridad”, que ya venía sufriendo hacía tiempo un proceso de debilitamiento generalizado en todos los órdenes, desde el político hasta el cultural, sobre todo en el campo de la educación. Pero la revolución de los niños bien, la flor y nata de las clases burguesas y privilegiadas de Francia, quienes fueron los protagonistas de aquel divertido carnaval que proclamó como eslogan del movimiento “¡Prohibido prohibir!”, extendió al concepto de autoridad su partida de defunción. Y dio legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla. El poder no se vio afectado en lo más mínimo con este desplante simbólico de los jóvenes rebeldes que, sin saberlo la inmensa mayoría de ellos, llevaron a las barricadas los ideales iconoclastas de pensadores como Foucault. Baste recordar que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria.

Pero la autoridad, en el sentido romano de auctoritas, no de poder sino, como define en su tercera acepción el Diccionario de la RAE, de “prestigio y crédito que reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”, no volvió a levantar cabeza. Desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que ejercen aquel magisterio, moral e intelectual al mismo tiempo, de la “autoridad” clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo. En ningún campo ha sido esto tan catastrófico para la cultura como en el de la educación. El maestro, despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos en representante del poder represivo, es decir en el enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que resistir, e, incluso, abatir, no solo perdió la confianza y el respeto sin los cuales era prácticamente imposible que cumpliera eficazmente su función de educador —de transmisor tanto de valores como de conocimientos— ante sus alumnos, sino de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la manera del autor de “Vigilar y castigar”, personificaron en él uno de esos siniestros instrumentos de los que —al igual que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios— se vale el establecimiento para embridar el espíritu crítico y la sana rebeldía de niños y adolescentes.

Muchos maestros, de muy buena fe, se creyeron esta degradante satanización de sí mismos y contribuyeron, echando baldazos de aceite a la hoguera, a agravar el estropicio haciendo suyas algunas de las más disparatadas secuelas de la ideología de Mayo del 68 en lo relativo a la educación, como considerar aberrante desaprobar a los malos alumnos, hacerlos repetir el curso, e, incluso, poner calificaciones y establecer un orden de prelación en el rendimiento académico de los estudiantes, pues, haciendo semejantes distingos, se propagaría la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo, el individualismo, la negación de la igualdad y el racismo. Es verdad que estos extremos no han llegado a afectar a todos los sectores de la vida escolar, pero, una de las perversas consecuencias del triunfo de las ideas —de las diatribas y fantasías— de Mayo del 68 ha sido que a raíz de ello se ha acentuado brutalmente la división de clases a partir de las aulas escolares. La enseñanza pública fue uno de los grandes logros de la Francia democrática, republicana y laica. En sus escuelas y colegios, de muy alto nivel, las oleadas de alumnos gozaban de una igualdad de oportunidades que corregía, en cada nueva generación, las asimetrías y privilegios de familia y clase, abriendo a los niños y jóvenes de los sectores más desfavorecidos el camino del progreso, del éxito profesional y del poder político.
El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso solo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca tan cierto aquello de “nadie sabe para quien trabaja”.

Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.


DIARIO “EL PAÍS”, SL/ MARIO VARGAS LLOSA. PRISA.COM
EXCLUSIVO PARA EL DIARIO EL COMERCIO EN EL PERÚ
MADRID, JULIO DEL 2009

sábado, 25 de julio de 2009

El BCR ganó la Apuesta

Por: Aldo Mariátegui
CORREO
25-07-09


La estabilidad cambiaria es clave. Cuando un banco central se ve forzado a devaluar en exceso, se tambalean empresas y deudores, máxime en una economía tan dolarizada como la peruana. Ante una crisis, recae sobre el banquero central la complejísima tarea de decidir la combinación adecuada entre cuántas reservas sacrificar, hasta dónde permitir que se devalúe la moneda, y qué tasas de interés y/o inyección monetaria ejecutar.

Durante la crisis internacional que se inicia en setiembre del 2008 no le han faltado críticos al BCR. Pocos le reconocen el mérito de estar en minoría entre los bancos centrales que mantuvieron la estabilidad cambiaria y financiera. Muchos le han reprochado la "demora y rapidez" en bajar tasas de interés. Concluyo que su desempeño encaja en la película As good as it gets, que protagonizó Jack Nicholson. O sea, tan buena como se puede esperar en el mundo de lo posible.

Si el BCR hubiera reducido la tasa de interés prematuramente, se hubiera corrido el riesgo de una crisis cambiaria. Cierto que las reservas de divisas eran elevadísimas (US$36 mil millones, cifra superior a todos los depósitos bancarios), pero en una situación de pánico nadie se cree nada ni se fía de nadie. Entre setiembre y marzo pasados se acrecentó la preferencia de los inversionistas por los bonos del Tesoro estadounidense. Para retener los capitales en Perú no había otra opción que pagarles una prima de riesgo suficiente (o sea, mantener la tasa en alrededor del 7%). En paralelo, a partir de setiembre el BCR inyectó liquidez adicional en el sistema equivalente al doble del circulante para que los bancos mantuvieran el crecimiento del crédito y pudieran hacer frente a posibles retiros. La inyección nunca es "gratis". Las divisas mermaron de US$36 mil a US$30 mil millones. Ahora repuntan de nuevo. Fue una buena apuesta, porque el BCR pudo mantener la estabilidad cambiaria con un costo moderado de reservas.

México, Brasil y Chile no corrieron la misma suerte. Los brasileños, y sobre todo los mexicanos, perdieron contra el mercado y tuvieron que devaluar alrededor del 50%, y sus pérdidas de reservas cayeron en saco roto. Los chilenos decidieron dejar caer el valor del peso 32% frente al dólar antes que perder reservas. La ironía es que ahora estas monedas se están apreciando. Primero sobredevaluaron y ahora los tipos de cambio van de regreso al punto de partida. La excesiva volatilidad cambiaria tiene efectos negativos en empresas y consumidores. Este es, a mi juicio, uno de los factores que han empujado a estas tres economías a la recesión. El BCR consideró que la solidez financiera del país era suficiente y evitó una maxidevaluación. Su diagnóstico fue el acertado.

Chile pudo empezar a bajar las tasas desde el 8% de diciembre pasado hasta el 0.5% actual porque su moneda pasó por una devaluación acumulada del 32% desde setiembre (y del 50% desde abril del 2008). Había pagado un alto costo devaluatorio. El BCR no pudo iniciar la reducción de tasas hasta marzo porque el sol apenas se había devaluado moderadamente (12%) y dicha caída se mantuvo hasta febrero. No tenía pues el resguardo de una maxidevaluación precisamente por haber sido capaz de evitarla.

Desde marzo, el BCR ha podido reducir las tasas de 7% al 2%. Las tasas de Brasil y México aún siguen a niveles más altos que las peruanas: 8.75% y 4.5%.

¿Cómo puede uno suponer que no habría habido una crisis cambiaria si se hubieran bajado las tasas cuando todavía cundía el pánico y reinaba la preferencia por los bonos del Tesoro de EE.UU.? Soledad la de algunos funcionarios públicos que hacen su trabajo bien.

sábado, 18 de julio de 2009

Posmodernidad en la economía

Por: Óscar Ugarteche, Economista*
EL COMERCIO
18-07-09


A fines del siglo XX, en la década del 70, se inició la segunda revolución del conocimiento. Se afirmaba entonces que la economía basada en el petróleo había terminado su ciclo, iniciado según unos en 1908 y según otros en 1930, y que comenzaba la era de la tecnología basada en el conocimiento y en las comunicaciones. Esta era llegaba acompañada por información masiva en tiempo real, análoga a la que se había visto a fines del siglo XIX, pero ampliada a todos los usuarios. Lo que antes había sido un lujo para un pequeño grupo se tornó en una forma de saber: la televisión por cable, los videos distintos (desde el Betamax hasta el DVD), la computadora personal (Apple, 1982), el traslado de imágenes de un lugar a otro en tiempo real (fax), el traslado de información de dos vías por computadora, (Internet) y el sistema de acopio de información de aquello trasladado (los buscadores como Google). La televisión por satélite se masificó y la era virtual entró en una etapa cumbre.

La conciencia de que el planeta es finito tomó auge en los 70 con el surgimiento de Greenpeace y de los ideólogos del ecologismo, que fueron alimentando la idea de que el papel hecho de madera estaba arrasando el planeta y que era más importante “saber” que guardar en papel. Así, el conocimiento se comenzó a volver virtual.

La velocidad del aprendizaje medido en títulos de publicaciones (cada vez más limitadas en número) se fue acelerando. Antes de la prensa de Gutenberg (siglo XV) el conocimiento se duplicaba cada mil años y después de ella, cada 120 años. Después de la máquina de escribir Underwood (fines del siglo XIX), cada veinte, y después de la computadora (1942), cada cinco. Luego, con la revolución de la computadora personal y lo señalado, este ciclo se ha vuelto casi infinito.

Eso ha hecho que la demanda por conocimiento crezca de forma exponencial, las escuelas se armen de computadoras con Internet y que las universidades hayan incrementado la demanda de formación de sus docentes. Si hasta 1970 una licenciatura era suficiente para enseñar, en la década del 80 era al menos una maestría y luego, los doctorados. Siempre hubo doctorados, pero la demanda del título formal creció conforme lo hizo la presión por ingresar como docente a los centros de enseñanza.
El concepto de excelencia en los centros de enseñanza se materializó en el número de artículos y libros publicados por profesor, número de conferencias organizadas, asistidas y, sin duda, la presencia en la web.

En el Perú la educación se abandonó en los años 70 cuando el impulso nacionalista cerró el sistema universitario a los profesores extranjeros. Luego, el gasto por estudiante escolar se fue reduciendo hasta el 2000 y la calidad de toda la educación se fue tornando deleznable. El resultado fue una emigración masiva desde fines de los años 70 de jóvenes talentos que no tienen a dónde regresar.
El desarrollo posmoderno está en el conocimiento.


* Economista, Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.

viernes, 17 de julio de 2009

Más allá del Bolsillo

Por: Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
17-07-09


Es una lástima que la influencia retrógrada de Hugo Chávez haya cortado el proceso de maduración de parte importante de la izquierda peruana. Ollanta Humala acaba de declarar en París que la contradicción en Sudamérica ya no es entre derecha e izquierda sino entre la globalización capitalista y los proyectos de construcción de Estados nacionales. Chavismo puro. O velasquismo si quiere usted. Desconociendo que los únicos países del tercer mundo que lograron salir de la pobreza o reducirla significativamente en los últimos 40 años fueron precisamente los que se integraron plenamente, sin miedo, a la “globalización capitalista”.

Allí están las tres generaciones de tigres asiáticos, más de diez países. Allí la China. Botswana, por ejemplo, en el África. Y Chile en Sudamérica. Para no hablar de Japón, que hace 60 años era casi tan pobre como el Perú. Solo integrados al mundo alcanzaron el mercado suficiente para crecer a tasas altas durante décadas. Y, lejos de una contradicción con la construcción de sus respectivos Estados nacionales, cualquiera de esos países tiene ahora un Estado mucho más consolidado que el peruano, agobiado por el hueco de más de 30 años en el que nos sumió el experimento anticapitalista de la revolución peruana (recién el 2006 recuperamos el PBI per cápita de 1975).

La única globalización que existe es la capitalista —que Venezuela aprovecha cínicamente vendiéndole petróleo a Estados Unidos—, puesto que la otra, la comunista, se derrumbó hace ya 20 años con la caída del muro de Berlín, que ya no podía contener más tiempo su desastre. Es patético que nostálgicos de la Guerra Fría pretendan ahora resucitar una subglobalización anticapitalista, cuyo germen estaría en el ALBA y las relaciones con Irán y otros países. Si la madre no pudo, la hija póstuma menos podrá. Un esquema basado en primitivos trueques de productos, petróleo subsidiado e inversiones estatales dentro de un remedo de planificación central, no irá a ninguna parte. Ya Venezuela creció apenas más de 4% el año pasado, antes de la crisis, pese a todo el petróleo del mundo. Y con gran inflación. Irónicamente, lo único que mantiene vivo a ese modelo, es el oleoducto umbilical con Estados Unidos.

Cómo no mirara nuestra izquierda al sindicalista marxista Lula, que acaba de anunciar una reforma laboral de reducción de sobrecostos para hacer más competitiva la producción brasileña en la globalización capitalista. O a los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, o a Tabaré Vásquez en Uruguay, o a Rodríguez Zapatero o, aunque sea a Deng Xiaoping y sucesores en China. ¡Miren más allá de su bolsillo, por favor!