Por: Gustavo Rodríguez *
EL COMERCIO
06-02-10
Hoy me levanté y, como todos los días, el televisor me devolvió un resumen de las últimas noticias. La película “La teta asustada” y su nominación a los premios Óscar aparecieron multiplicadas en todas las señales.
Nunca, ni en los tiempos de la Cicciolina, una teta nos ha dado tanto de que hablar: lo hacía la actriz principal, la directora, las productoras y hasta los críticos de cine.
Hasta que habló Manchay. Como ya es sabido, fue en aquel distrito periférico de Lima donde se filmó la mayor parte de esta película, y los vecinos que habían participado del rodaje celebraban esta nominación como un logro personal.
Fue uno de esos testimonios entusiastas el que me hizo escribir este artículo. Le pertenecía a una señora que, dando vivas, dijo algo así como: “Estamos celebrando que nuestras calles van a ser vistas por el mundo”.
El Perú debe ser el país con más ganas de aparecer en el mapa del mundo. Lo vemos cuando se trata de votar en Internet por la nueva maravilla o por la bandera más bonita. Lo confirmé cuando hace cinco años le pidieron a mi empresa comunicarle a un Perú dudoso las ventajas de firmar un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Una de las oportunidades que encontramos fue decirles a los pobladores de varias regiones que sus productos locales ya estaban apareciendo en el mapa del mundo, y que con el libre comercio lo iban a terminar de lograr: “En España, los espárragos de La Libertad ya se prefieren a los de Navarra. Esta es la oportunidad para que el resto del mundo los descubra y los celebre con deleite”.
Así es. Los peruanos, en nuestra mayoría, queremos ser parte del mundo, ser reconocidos, sabernos integrados. Es un síntoma de lo encerrados que estuvimos por décadas y de la poca autoestima que aún nos aflige. Y, desde el punto de vista de la persuasión, es una oportunidad emocional para mudar oposiciones populares a escenarios más optimistas.
(*) Escritor y comunicador
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