viernes, 18 de septiembre de 2009

López en Venezuela

Por: Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
18-09-09


Sinesio López (“La República” (4/9/2009) argumenta que Alan García apela a las armas (el proyecto de ley que autoriza a la policía a disparar) para defender el modelo neoliberal, que impone un capitalismo salvaje “sin derechos ni garantías para el trabajo, inversión y acumulación sin distribución, políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres”.

Bueno, es increíble. La mayor parte de los trabajadores carece de derechos laborales debido al altísimo costo de la legalidad laboral, heredera del velasquismo y tenazmente defendida por la CGTP y la izquierda, verdaderas oligarquías laborales. Fueron ellas las que se opusieron a cualquier intento de reforma que permitiera formalizar el trabajo y extender los derechos laborales.

¿Inversión y acumulación sin distribución? Por favor. Por primera vez en 100 años las regiones están creciendo más que Lima y la brecha centralista tiende a reducirse. La desigualdad al interior de las ciudades ha disminuido. Solo la distancia con la sierra rural —menos conectada al mercado, precisamente— se ha ampliado. Aquí es el Estado el que está fallando, no el mercado.

¿“Políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres”? Frase efectista, pero poco seria. La apertura de la economía permitió redistribuir los privilegios rentistas de los sectores urbano-industriales hacia los sectores populares, que incrementaron su ingreso real. El mismo efecto tuvo la derrota de la inflación, hija del populismo, así como la eliminación de los controles de precios, que generaban escasez y carestía. Por eso ha tendido a reducirse la desigualdad urbana y ha surgido una nueva clase media emergente en las principales ciudades, impulsada además por la titulación masiva que ayudó a la revolución del microcrédito de los últimos diez años, y por las privatizaciones que permitieron extender los servicios de telefonía y otros de una manera exponencial.

La apertura engendró una nueva industria, mucho más articulada a nuestros recursos y exportadora, como la de confecciones, que da mucho empleo. Se desató la revolución exportadora de la costa, que creó una nueva clase trabajadora de más de 250.000 personas con derechos laborales, y las empresas azucareras pudieron recapitalizarse pagando la gigantesca deuda laboral engendrada por el cooperativismo velasquista, y restableciendo los derechos laborales de sus trabajadores. Los productores más pobres, los de papa en la sierra, recuperaron su mercado interno (el consumo per cápita de papa, que cayó de 100 kilos en 1970 a 33 kilos en 1990, volvió a remontar a 80 kilos en la actualidad). Etcétera…

Añade López que, para imponer ese “capitalismo salvaje” (¿cuál?), los gobiernos neoliberales necesitan imponer formas autoritarias: “Concentración del poder en la cúspide, gobierno secreto con decretos de urgencia, hiperactivismo legislativo (sin debate público) del Ejecutivo por delegación de facultades del Congreso y aplicación vertical de las políticas públicas”. Parece que se equivocó de país: eso es Venezuela. Perdón, Venezuela es peor.

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