Por: Humberto Campodónico
LA REPUBLICA
17-09-09
Brasil acaba de anunciar una nueva legislación petrolera para los megacampos de la Cuenca de Santos en el Océano Atlántico, a 400 km de Río y Sao Paulo, que contienen un mínimo de 11,000 millones de barriles (MMB) de reservas de petróleo y gas (estimado mínimo: el máximo es 50,000 MMB), que se añaden a los 12,000 MMB que ya tiene), lo que pone a Brasil en las grandes ligas mundiales. Las reservas están a gran profundidad (más de 2,000 metros) y su desarrollo necesita tecnologías de punta (que Brasil tiene) y fuertes inversiones.
La nueva legislación suscitó fuertes quejas de las grandes petroleras, que han “rebotado” en los medios internacionales (Financial Times, The Economist). Se objeta que ahora las reservas le pertenezcan al Estado y ya no a quienes compran las concesiones a la Agencia Nacional de Petróleo (la Perupetro brasileña).
El 50% del petróleo de cada nuevo lote licitado será del Estado, mientras que el 50% restante será de las privadas al lado de Petrosal (nueva subsidiaria de Petrobrás), dividiéndose las ganancias, después de deducir los costos de producción. Esto lo objetan las privadas, que quieren seguir siendo propietarias del petróleo extraído.
La primera ministra Dilma Roussef ha dicho que el Estado inyectará el equivalente de 5,000 MMB (unos US$ 250,000 millones) a Petrobrás para asegurar que la empresa tenga las suficientes espaldas financieras y siga siendo el operador dominante (hoy extrae el 95% de los 2MMB diarios que se producen en Brasil.
Las razones para la nueva legislación son simples, según Roussef: al haber encontrado Petrobrás los nuevos campos casi se ha eliminado el riesgo de exploración, lo que le da derecho al Estado a una mayor participación en las ganancias. Recordemos que hace dos años el presidente Lula anunció la suspensión de las licitaciones mientras se elaboraba la nueva legislación.
Las críticas de las petroleras también son macroeconómicas. Dicen que Brasil tiene una política laxa de inversiones públicas, lo que puede provocar déficits fiscales. Agregan que la bonanza petrolera es una potencial fuente de corrupción. La cereza es que los enormes excedentes de divisas pueden hacer que Brasil contraiga la “enfermedad holandesa” (dólar barato que incentiva las importaciones y disminuya la competitividad de la industria nacional).
Hay que tener cuajo para mirar la paja en el ojo ajeno y no darse cuenta de las enormes vigas en el propio. Los causantes de la crisis financiera y sistémica internacional ahora vienen a “advertir” los riesgos en terceros. Brasil ha tenido importantes superávits primarios en los últimos años y su tasa de interés ha sido la más alta de América del Sur, rasgo que le ha valido fuertes críticas a Lula del sector industrial.
Además, se va a crear un Fondo Social para que chorree a los más pobres. ¿Dónde está la farra? Pero en verdad, las críticas son por lo siguiente:
Uno, las empresas quieren ser dueñas del petróleo y gas para hacer lo que les da la gana (como con la exportación del gas de Camisea).
Dos, quieren seguir obteniendo ingentes ganancias, esta vez con un petróleo ya descubierto por Petrobrás, lo que lo convierte en ganancia fácil porque ya no hay riesgo exploratorio (lo que aquí se hizo con los regalos de Dios de la Shell).
Tercero, no les gusta que la octava potencia económica mundial disponga de reservas energéticas y una gran fuente de divisas. Lula dijo que los descubrimientos de Santos son “un regalo de Dios” y “un pasaporte para el futuro”. Cierto. La energía es estratégica en el siglo XXI y Brasil la aprovecha. Cosa que nosotros no hacemos.
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