Por: Carlos Adrianzén*
EL COMERCIO
17-09-09
Hace un año, el planeta entero aceptó lo que ya era obvio. Una burbuja global se desinflaba y, con ello, la economía global entró en recesión abruptamente.
Entonces, no pocos iluminados aseguraron que se cumplía por fin la vieja profecía marxista: el fin del capitalismo occidental. Según ellos, todo el sistema financiero global se derrumbaría como un castillo de naipes. Ha pasado un año, y aunque las cosas distan mucho de haberse consolidado, el lapso transcurrido nos deja varias lecciones.
La primera podría resumirse así: “No se deje engañar por los agoreros”. No raras veces las denuncias de inminentes hecatombes se plantean para obtener créditos políticos o prebendas mercantilistas. Si bien la actual recesión golpeó severamente los flujos globales de inversión y comercio, aún no ha configurado una gran depresión. Ni el casi 3% de caída del PBI gringo ni su tasa actual de desempleo se asemejan a lo sucedido en los años 30.
La segunda lección nos lleva a reconocer una mala noticia tan inesperada como lógica. “A las naciones más pesadamente reguladas les fue mucho peor”. Más allá de la contracción productiva y la destrucción masiva de puestos de trabajo, a lo largo de la Comunidad Europea y Japón la factura tributaria asociada con los masivos rescates implementados hipoteca gran parte de la vida económica de sus trabajadores jóvenes. En Argentina o Bolivia, donde la crisis se usó para justificar un declive que llegaba de todas maneras por sus errores internos, el impacto resultó amplificado.
La tercera lección enfatiza uno de los sustratos básicos del crack: “No se llegó aquí de casualidad”. Pocos ignoraban que las burbujas se sustentaban en cuadros de riesgo moral (y que, al final, los contribuyentes pagarían las cuentas), combinados con manejos politizados de la regulación financiera. Los mismos economistas que hoy acusan de codicia desproporcionada a los estafadores, por largos años se quedaron callados Krugman y Stiglitz incluidos ante los negocios turbios de los entes paraestatales (Fannie Mae y Freddie Mac, entre otros) y ante el relajamiento absurdo de los estándares de supervisión sobre operaciones hipotecarias y manejo de derivados.
Dejo al final la lección crítica. Más allá de los clichés ideológicos sobre la cura de la gran depresión de los 30, “otra vez la salida no la viene dibujando el Estado, la hace la gente”. Si existe una fuente de razonable expectativa en la recuperación de la economía norteamericana, provino de la capacidad de innovación y competitividad de los privados. Los rescates paliaron las cosas solamente. Los retos de la previsiblemente larga y penosa salida se dibujan nuevamente sobre el esfuerzo privado.
¿Y el destructivo fin del capitalismo? Los aprendices de Casandra tendrán que esperar. Otra vez Joseph Schumpeter la pega. El capitalismo se estructura sobre continuos procesos de creación destructiva.
* Economista, Director de la Escuela de Economía de la USMP
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