Por: Alfredo Barnechea
CORREO
15-02-09
El Salar de Uyuni es una de las grandes bellezas naturales de Bolivia -y del mundo. Acompañé allí en una ocasión al entonces Presidente Mesa, y el espectáculo era casi intimidante, sobrecogedor.
Leí hace un par de semanas un artículo de Simón Romero en el International Herald Tribune, y resulta que debajo de Uyuni se encuentran las mayores reservas de litio del mundo.
Hasta ahora, el litio se usaba en algunos medicamentos, o en ciertas armas termonucleares, pero comenzó a usarse para hacer los Blackberry, y será un componente crucial para la nueva generación de vehículos eléctricos, o híbridos. Como pesa, aprendo, menos que el níquel, servirá para almacenar más electricidad y permitir que esos vehículos recorran más distancias.
Nadie sabe ahora qué pasará con la General Motors. Históricamente se decía que lo que era bueno para GM, era bueno para Estados Unidos. Pero ahora es el símbolo de la declinación industrial norteamericana. Su capitalización bursátil es 1,900 millones de dólares, la más pequeña de los fabricantes de automóviles, 60 veces menos que la de Volkswagen, que es ahora el más grande, después de la especulación bursátil en ella de Porsche. Con todo, GM planea producir el Volt, un carro basado en el litio.
Según el artículo de Romero, habría litio en Argentina, Chile y el Tíbet, pero Bolivia tendría aproximadamente la mitad de las reservas de litio del mundo. El US Geological Survey habría establecido que tendría 5.4 millones de toneladas, Chile 3, China (en el Tíbet, si es de China) 1.1, mientras que Estados Unidos tendría sólo 400,000 toneladas.
Bolivia podría ser, entonces, la Arabia Saudita del litio, un insumo clave de una era post-petróleo.
¿De qué le servirá a Bolivia?
Hace apenas un lustro, Bolivia tenía reservas estratégicas de gas, que parecían indispensables para sus vecinos. Pero no ha podido hacer nada grande con ellas. Y los recursos naturales que no pueden extraerse, y transportarse, tienen un valor cercano a cero. Entre tanto, su gigante vecino, Brasil, ha encontrado enormes reservas de hidrocarburos como el campo de Tupi, y Perú se encamina a tener reservas de gas acaso comparables a las de Bolivia, cosa por confirmarse en poco más de un año. El peso de Bolivia no es el de hace un lustro.
El litio se encontrará con el mismo furor nacionalista que el gas.
Pero desafortunadamente los recursos naturales no crean por sí solos desarrollo. En los últimos 25 años, los países sin recursos superaron siempre en crecimiento a los países con recursos.
La historia contemporánea es abundante en ejemplos. Los NICs, los nuevos países industrializados, es decir los tigres del Asia, no tenían prácticamente recursos naturales. Israel, que comenzó produciendo naranjas y ahora exporta software, tampoco los tenía (acaba de descubrir algo de gas). En cambio el Congo está lleno de recursos, de tamaño y diversidad casi obscenos. Pero en lugar de desarrollo, lo que logró desde la descolonización fue pobreza, autocracia, corrupción, guerra civil.
Porque además de que no crean desarrollo, tampoco contribuyen a la civilización de la política. En un magnífico artículo en Foreign Policy, Thomas Friedman estableció la primera ley de la Petropolítica: cuando el precio del petróleo sube, baja la democracia. Cuando cae, son la democracia y las libertades civiles las que suben. Es natural. En un Estado que no depende de los impuestos de sus ciudadanos sino de maná del cielo, la opinión de los ciudadanos no es muy importante.
Tampoco contribuyen a macroeconomías sanas. En los 70s, cuando Holanda descubrió petróleo en el mar del norte, aparte del petróleo descubrió lo que se llama desde entonces la enfermedad holandesa: la abundancia de un recurso natural aprecia las monedas, erosiona el sector de manufacturas, penaliza los sectores transables, desordena en suma la salud de las economías.
Uno de los pocos países que ha sabido manejar sus recursos naturales es Noruega. Con los ingresos de ellos creó masivos fondos de inversión, que transformaron esos ingresos no-renovables en pan para el futuro.
Porque los ingresos por recursos naturales no-renovables no son ingresos, rentas. Son consumos de capital. Lo que sale, sale para siempre del capital nacional. ¿Con qué se le reemplaza?
Es fundamental defender los derechos nacionales sobre los recursos naturales. ¿Pero cómo hacerlo eficientemente?
La respuesta normal son regalías. ¿Son ellas siempre las justas? Habitualmente hay una asimetría de información entre las empresas que contratan, que saben generalmente más que los Estados (o sus funcionarios) que poseen los recursos. Luego, las regalías se distribuyen mal. Y se gastan peor. ¿Cómo se defienden razonablemente los recursos, y se almacena riqueza para mañana? Chile ha creado fondos que trasladan los ingresos del cobre a fondos de competitividad, imitando un poco el modelo noruego.
El debate es crucial para Perú. Porque a lo largo de la historia, desde la Conquista visiblemente pero aún desde tiempos precolombinos, la gran riqueza en el Perú vino siempre de los recursos naturales, primordialmente la minería (a la que ahora podría agregarse el gas y sus derivados).
Pero ese debate no puede soslayar que la riqueza de un país no está en el subsuelo -aunque lo parezca. Hace un cuarto de siglo, Lawrence Harrison publicó El subdesarrollo es un estado de la mente. Allí comparaba casos de países. Haití contra Costa Rica, por ejemplo. En el siglo XVIII Haití era la colonia azucarera más productiva del mundo, y Costa Rica un páramo. En el XIX, Argentina era más importante que Canadá y Australia. Conocemos la situación actual.
Porque la obsesión con la propiedad, el furor nacionalista, restañar las injusticias del pasado, no crean desarrollo.
Los países que confundieron el debate perdieron el siglo XIX y el XX. Pueden perder también el siglo XXI. Así tengan litio.
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1 comentario:
Excelente artículo, claro, ilustrado, aleccionador, inmejorable
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