Por: Jaime De Althaus Guarderas
EL COMERCIO
21-10-11
El movimiento de los ‘indignados’ alberga muchos reclamos, pero es principalmente el grito de protesta de los expulsados del Estado de bienestar en aquellos países en los que este colapsó o debe reducirse severamente porque sus ingresos no alcanzan para pagar sus gastos. Es, entonces, la protesta de los despedidos, de los que ahora deberán trabajar dos o cinco años más porque la edad de jubilación era muy temprana y no hay cómo pagar a tanto jubilado joven, de los beneficiarios de subsidios ahora recortados o de seguridades laborales flexibilizadas, de los funcionarios públicos a los que se les ha reducido dolorosamente los sueldos, única manera de efectuar ajustes en países que carecen de moneda propia. Una movilización, en esencia, contra la pérdida de una seguridad económica que se creía dada para siempre.
Es una protesta, por lo tanto, perfectamente natural. Pero no es revolucionaria. Su aspiración no es fundar un nuevo orden, sino restablecer el estado de comodidad anterior. Se reviste, sin embargo, de protesta contra el orden capitalista existente, como si el Estado de bienestar no hubiese sido un subproducto de este. La protesta no se vuelca contra los excesos populistas del Estado de bienestar, contra los políticos que asignaron beneficios insostenibles a cambio de votos, por la sencilla razón de que los electores, los propios ‘indignados’, son cómplices de esas decisiones. Son sus beneficiarios. Se vuelca entonces contra los bancos, contra el sistema capitalista. Sin los que, paradójicamente, no habría Estado de bienestar posible.
Es cierto que hay sueldos obscenos en los mismos bancos que originaron la crisis del 2008. Y que algunos gobiernos aplicaron paquetes de estímulo fiscal para contrarrestar esa crisis. Pero a los que les ha ido mal son a los países que ya tenían un déficit fiscal muy grande antes de la crisis. Las reformas al Estado de bienestar se vienen reclamando hace años. Para solventar esos déficits los gobiernos se endeudaron crecientemente y ahora no pueden pagar la deuda a los bancos. Es infantil, absurdo e ideológico reclamarle a los bancos por una deuda generada por los estados.
En el Perú no hubo ‘indignados’ que se movilizaran el sábado no porque los ‘indignados’ locales hubiesen ganado con Ollanta Humala, sino porque no hay Estado de bienestar del cual estemos siendo expulsados, aunque sí hemos tenido un Estado populista que creó privilegios, cuya abolición generó indignados: los maestros del Sutep, por ejemplo, cuando se estableció la evaluación y la carrera meritocrática. Acá el crecimiento capitalista está haciendo posible construir recién un Estado, a secas. Justamente, se trata de no recaer en protecciones estatales y legales excesivas, que anulan la iniciativa individual, disuaden la inversión y resultan, a la larga, insostenibles.
EL COMERCIO
21-10-11
El movimiento de los ‘indignados’ alberga muchos reclamos, pero es principalmente el grito de protesta de los expulsados del Estado de bienestar en aquellos países en los que este colapsó o debe reducirse severamente porque sus ingresos no alcanzan para pagar sus gastos. Es, entonces, la protesta de los despedidos, de los que ahora deberán trabajar dos o cinco años más porque la edad de jubilación era muy temprana y no hay cómo pagar a tanto jubilado joven, de los beneficiarios de subsidios ahora recortados o de seguridades laborales flexibilizadas, de los funcionarios públicos a los que se les ha reducido dolorosamente los sueldos, única manera de efectuar ajustes en países que carecen de moneda propia. Una movilización, en esencia, contra la pérdida de una seguridad económica que se creía dada para siempre.
Es una protesta, por lo tanto, perfectamente natural. Pero no es revolucionaria. Su aspiración no es fundar un nuevo orden, sino restablecer el estado de comodidad anterior. Se reviste, sin embargo, de protesta contra el orden capitalista existente, como si el Estado de bienestar no hubiese sido un subproducto de este. La protesta no se vuelca contra los excesos populistas del Estado de bienestar, contra los políticos que asignaron beneficios insostenibles a cambio de votos, por la sencilla razón de que los electores, los propios ‘indignados’, son cómplices de esas decisiones. Son sus beneficiarios. Se vuelca entonces contra los bancos, contra el sistema capitalista. Sin los que, paradójicamente, no habría Estado de bienestar posible.
Es cierto que hay sueldos obscenos en los mismos bancos que originaron la crisis del 2008. Y que algunos gobiernos aplicaron paquetes de estímulo fiscal para contrarrestar esa crisis. Pero a los que les ha ido mal son a los países que ya tenían un déficit fiscal muy grande antes de la crisis. Las reformas al Estado de bienestar se vienen reclamando hace años. Para solventar esos déficits los gobiernos se endeudaron crecientemente y ahora no pueden pagar la deuda a los bancos. Es infantil, absurdo e ideológico reclamarle a los bancos por una deuda generada por los estados.
En el Perú no hubo ‘indignados’ que se movilizaran el sábado no porque los ‘indignados’ locales hubiesen ganado con Ollanta Humala, sino porque no hay Estado de bienestar del cual estemos siendo expulsados, aunque sí hemos tenido un Estado populista que creó privilegios, cuya abolición generó indignados: los maestros del Sutep, por ejemplo, cuando se estableció la evaluación y la carrera meritocrática. Acá el crecimiento capitalista está haciendo posible construir recién un Estado, a secas. Justamente, se trata de no recaer en protecciones estatales y legales excesivas, que anulan la iniciativa individual, disuaden la inversión y resultan, a la larga, insostenibles.
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