John C. Edmunds*
AMÉRICA ECONOMÍA
16-07-10
Siempre está la comparación con los tigres asiáticos. No hay conversación en las Américas que esté libre de ella. Comparado con los resplandecientes logros al otro lado del Pacífico, el crecimiento económico y la innovación en América Latina siempre parecen ser demasiado lentos.
Los expertos, hombres de negocios o estudiantes no pueden sacarse esa comparación de la cabeza. Reconocen los éxitos que han tenido sus respectivos países y empresas, pero esa amenaza flota en el aire: comparado con los tigres, sus países y sus exportadores no lo han hecho tan bien.
Wall La comparación es saludable, pero se puede tornar opresiva. No se gana nada con la autoflagelación, con castigarse a uno mismo como país por no ser Singapur, Taiwán o Corea del Sur. Es más constructivo formular decisiones de negocios en el contexto local y no malgastar el tiempo deseando que los empleados comiencen su jornada diaria con ejercicios de gimnasia y cantando el himno de la compañía.
El éxito de los tigres asiáticos es evidente cuando uno mira las cifras, pero es menos obvio cuando uno está en esos países. Llama la atención cuando un taxista en Singapur reprocha el famoso sistema educacional de ese país, tildándolo de injusto, arbitrario y atrofiado.
Y llama la atención ver a cientos de pequeñas tiendas que venden los mismos pocos productos de lujo de Occidente, como si todos los consumidores en Asia quisieran las mismas cinco o 10 marcas suizas, francesas o italianas. Lo que más llama la atención es que la gente en esos países considerados modelos de éxito económico lidia con las mismas interrogantes que enfrenta la gente en América Latina: cómo continuar el crecimiento económico.
Su éxito no les ha dado la confianza para creer que pueden cosechar más triunfos en el futuro. Al contrario. La prosperidad les parece frágil y sienten que han obligado a otros países a trabajar aún más duro para superarlos. Reconocen que lo han hecho bien en el pasado, pero niegan que lo estén haciendo bien ahora. En vez de ello, señalan defectos que, para el visitante, parecen insignificantes o transitorios.
No se gana nada con la autofl agelación, con castigarse a uno mismo por no ser Singapur o Taiwán.Corea del Sur, Singapur y Hong Kong enfrentan los clásicos síntomas post-industriales de la falta de confi anza colectiva y en uno mismo. China, el tigre más grande de todos, está en una etapa distinta en su camino a forjarse una nueva imagen.
Como nación, este país está orgulloso de haber logrado un papel mayor en los asuntos mundiales, pero se pone a la defensiva acerca de su necesidad de imponer la conformidad y un rígido control central. Los jóvenes en China tratan de exagerar su individualidad para diferenciarse de los demás. Se visten con ropas que llaman la atención y usan el pelo de punta, pero no se desvían del estrecho y recto camino que dictan las convenciones sociales. Aceptan la censura de internet y no adoptan estilos de vida contraculturales.
Shanghai es similar a Nueva York o Madrid, con la diferencia que en la metrópoli china todos son comunes y corrientes. Los países económicamente vibrantes de América Latina son un contraste refrescante con los países de alto estrés y regimentados de Asia. La gente en Lima, Santiago, Panamá, Bogotá o San José parece gozar más de la vida.
Muchas veces van apurados por la vida, pero irradian una sensación de posibilidad, de una voluntad de adoptar nuevas perspectivas y nuevas maneras de hacer las cosas. No hay camisa de fuerza que los retenga. Aun así, los pesimistas en América Latina insisten en que ya no hay oportunidades para crear empresas que dominen el mundo. Para ellos el futuro parece volverse más complejo.
Otras partes del mundo son más creativas, piensan, por lo que la innovación sucederá en esos lugares. Después de lanzarse un nuevo producto, las empresas asiáticas rápidamente lo copiarán, lo fabricarán en masa y comenzarán a dominar el mercado mundial.
Ningún país o compañía de América Latina puede penetrar este ciclo de creación de valor. Entre los tigres asiáticos, esta visión negativa de los latinoamericanos parece incongruente. Los ciudadanos comunes piensan que sus milagros económicos fueron un mito occidental, una cortina de oro que oculta la cotidiana realidad de las fábricas que explotan a sus empleados y de peligrosas condiciones de trabajo.
*John C. Edmunds es doctor en Administración de Empresas de la Universidad de Harvard, profesor de Finanzas de Babson College en Boston y coautor de Wealth by Association.
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