Por: Antonio Zapata
LA REPUBLICA
11-11-09
Junto con la división de Izquierda Unida en el Perú y sus primeras derrotas electorales, veinte años atrás se produjo la caída del muro de Berlín. Como hecho ha sido muy celebrado en los últimos días, aunque me temo que poco analizado. Los liberales se han regocijado y los reaccionarios de todos los países han tenido fiesta. Pero, las preguntas que suscita siguen en pie. ¿Por qué triunfó el comunismo? ¿Cuáles fueron sus características principales? ¿Qué consecuencias tiene su derrumbe?
El bolchevismo se impuso en Rusia en 1917 gracias a la enorme crisis abierta por la Primera Guerra Mundial. Era un país atrasado y sin tradición democrática; su clase obrera era diminuta y las mayorías eran campesinas. Por su parte, el partido era pequeño y bien organizado; una maquinaria para la pelea política, afilada y decidida. Cuando tuvieron oportunidad, asaltaron el poder en el sentido estricto de la palabra. Las consecuencias de estos hechos fueron trascendentales. Rusia no era democrática, sino una monarquía autocrática. Al haber capturado el Estado, los bolcheviques reprodujeron su naturaleza. En consecuencia, construyeron un poder omnímodo.
Por su parte, los comunistas rusos quedaron aislados. No los siguió ninguna revolución en Europa Occidental. Tuvieron que luchar contra todo el mundo; al sobrevivir, se volvieron muy soberbios. Estas tensiones reconcentraron tanto al bolchevismo como a la III Internacional, que fue su emanación a nivel mundial. Los cuadros escogieron a Stalin como su representante, eliminando así versiones del marxismo más abiertas y creativas, como la liderada por Trotski, como también la corriente de Bujarin, que sufrió la misma suerte. El comunismo se depuró hasta volverse tan rígido como era el viejo zarismo.
Por su parte, en la URSS el partido era el vehículo para el acceso a la riqueza. Las empresas rusas eran públicas y no se privatizaron. Pero, el partido manejaba el Estado en forma totalitaria. Por ello, sólo a través del partido único, un individuo podía acceder al disfrute de comodidades superiores a los demás. Ya no eran solamente cuadros súper ideologizados, ahora también compartían intereses materiales.
Después de la Segunda Guerra Mundial y su resultado positivo para la alianza de las democracias occidentales con la URSS, sobrevino una expansión sin precedentes del poder soviético. El Ejército Rojo llevó el socialismo a Europa Oriental y esos Estados nacieron y murieron en función a Rusia. Sus pueblos no participaron y cuando quisieron tomar sus asuntos en sus manos fueron reprimidos por los tanques soviéticos. La China fue otro asunto. Ahí, los comunistas locales fueron autónomos y pronto se pelearon con la URSS, fraccionando el movimiento comunista internacional. Con ello, perdió su antigua fuerza basada en el monolitismo.
Había surgido un nuevo régimen social: la burocracia que formaba los partidos y a través de ello accedía a los recursos de los países socialistas. La realidad de Europa Oriental era triste. Ciertamente más atrasada que la Occidental, su población quería huir porque encima había unos mandones que impedían pensar y expresarse con libertad. Cuando la gente logró rebasar esas compuertas, el socialismo real se vino abajo y hoy no inspira nostalgia alguna. Se extraña la pasión revolucionaria. Pero ella había desaparecido bajo la tonelada de intereses de la burocracia soviética. Ahora, esa ilusión viene encontrando nuevos cauces, esperemos que sean libres y abiertos, a diferencia del viejo catecismo comunista.
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