Por: Waldo Mendoza Bellido, Economista
EL COMERCIO
29-07-10
En materia de políticas económicas importantes, el gobierno de García ya concluyó. Luego del mensaje presidencial de ayer, el interlocutor válido será quien nos gobierne en 2011-2015. Estas líneas son para ella (él).
Usted recibirá una economía con inflación baja, crecimiento entre los más altos en América Latina, reservas internacionales suficientes y, debido al crecimiento, índices de pobreza en caída. El contexto externo, las políticas macroeconómicas aplicadas y el modelo de desarrollo vigente explican estos buenos resultados.
Respecto al modelo (cuánto Estado y cuánto de mercado, cuánta protección arancelaria y cuánto de libre comercio, cuánta intervención en los precios), en América del Sur se pueden juntar los países en dos grupos: el grupo A (el Perú, Colombia, Chile y Brasil) y el grupo B (Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador).
Mientras en el grupo B se la pasan “refundando” sus modelos de desarrollo, transitando, cada cierto tiempo, entre la extrema derecha y la extrema izquierda, y manteniéndose a la larga en el mismo sitio, García no tocó un pelo del modelo heredado de Toledo. Hizo bien en privilegiar el mercado externo como fuente de demanda y la inversión privada como principal fuente de oferta.
Pero hay un gran problema. Mientras la pobreza ha descendido, la desigualdad parece haberse agravado, como en Chile de los últimos años de Pinochet, o como en el Perú de los cincuenta y sesenta. El tema distributivo pone en peligro el modelo vigente.
Hay dos vías para enfrentar el problema. La vía boliviana que cambia el modelo de desarrollo para redistribuir mejor, y la vía chilena de fines de los noventa, que eleva los tributos para redistribuir mejor, sin cambiar el modelo de desarrollo.
A mí me gusta la vía chilena. Pero a su antecesor nunca le ha preocupado la presión tributaria, que bajó a la mitad en su primer gobierno y también bajó en su segundo gobierno.
Las opciones no son muchas: o desaparece las exoneraciones tributarias o modifica el esquema actual de tributación minera.
Menuda tarea que le espera.
jueves, 29 de julio de 2010
martes, 27 de julio de 2010
Consumo une a los de Arriba y Abajo
Entrevista a Rolando Arellano
EL COMERCIO
26-07-10
Por: Mariella Balbi
Lunes 26 de Julio del 2010
Se habla mucho de que los peruanos no tenemos aún una identidad nacional bien fraguada, cohesionada. ¿Está de acuerdo con esa tesis?
Sí, pero también pienso que estamos en un proceso de formación de una identidad nacional. Creo que hasta hace muy pocos años no ha existido una verdadera noción del Perú entre los peruanos. Cuando pensábamos en el Perú, imaginábamos la bandera, algunos soldados marchando y tal vez guerras anteriores. El concepto de país era más bien regional. Para unos el Perú era Piura o Puno, el lugar donde uno nació, y unos limeños que menospreciaban al resto del Perú.
¿No cree que había más elementos de unidad que nos convocaban a todos?
Algunos temas como Miguel Grau y la bandera eran elementos de identificación, pero no tenían profundidad afectiva. Y los recuerdos comunes —en su mayor parte— eran negativos: héroes débiles perdedores de guerras. No existía una comida nacional, por ejemplo, hablabas del cuy arequipeño y del arroz con pato chiclayano.
Pero había mucha gente que se identificaba con este y consumía cuy.
Sí, pero venías a Lima y decías cuy y escuchabas ¡aj! La música era costeña o serrana, no solo no se mezclaban sino que se despreciaban, y la selva no existía.
Según usted, desde la República hasta 20 años atrás el Perú funcionaba con una visión de sí mismo de costa, sierra y selva…
Y Lima. Incluso Lima era un lugar distinto al resto de la costa. Una cosa era ser chiclayano y otra limeño. El centralismo limeño aprovechaba las riquezas del resto, pero no devolvía nada. No había nada que uniera.
¿La historia del Perú está bien aprendida, digerida por los peruanos, por el conjunto de la nación?
No lo creo, porque de alguna manera, desgraciadamente, es una historia de perdedores, casi todo es: nos ganó Colombia, nos ganó Chile, los españoles. Y la historia prehispánica, inca, que podría haber sido una fuente de orgullo fue mal interpretada por el prejuicio existente frente a lo serrano. Si lo serrano es malo, qué podía tener de bueno lo inca. Mejor era el español o el europeo. Si encima de eso tienes un país con crisis económica, con hiperinflación, con dictaduras, al final te queda poco para estar orgulloso. No te puedes identificar con eso.
¿Eso cambió hace 20 años?
Se está revirtiendo. La razón principal es que las migraciones han generado una mezcla de todas las regiones, primero en Lima y luego en otras ciudades importantes.
¿Los que migran más son los puneños?
Sí, están en el sur andino, en Lima. Son muy emprendedores, especialmente los juliaqueños, que tienen una ventaja: cuando salen lo hacen en grupo, son muy gregarios. Recién hace 10 años las migraciones han llegado a regiones que no son Lima y aparecen polos de atracción: Arequipa, Huancayo, Chiclayo. Por primera vez se crean zonas panregionales y en Lima se unen todos los departamentos. El trujillano convive con la loretana o la tacneña. Sus hijos no son ni tacneños ni trujillanos. Tampoco son limeños porque Lima, desde el principio, los rechazaba. Entonces, comienzan a ser peruanos. Acá, por primera vez, se empieza a formar un sentimiento que integra a las regiones en lugar de separarlas.
¿Qué caracteriza este sentimiento, cuáles son sus valores, sus componentes?
Lo más importante es que se reconoce que el Perú es serrano.
Es una gran conquista.
Tremenda, por primera vez la esencia del Perú, que siempre ha sido serrana desde los incas, tiene presencia en Lima. Desde hace 20 años también, ser serrano ya no es un estigma. Eso es una señal de integración.
¿Ello quiere decir que el Perú no es racista?
Depende de qué llamas racista. Si es ese 10% que queda, que se cree el limeño tradicional, sí es racista. Pero el 90% restante no. Están mezclados y se aceptan. A diferencia de las clases medias tradicionales que vivían de las clases altas y aspiraban a ellas, estas migraciones no han necesitado de los sectores altos, han crecido sin ellos y han formado su propia cultura, por lo tanto les llega ese sector. ¿Además a quién escuchas decir serrano? Ya no.
Pero cholo sí...
Básicamente en los sectores altos y a las personas mayores.
¿El asumir la identidad serrana ha sido el primer peldaño, luego qué viene?
La música chicha es una expresión de esa identidad serrana. Chacalón, los Shapis mezclan la salsa con el huaino. Luego eso evoluciona y ahora se habla del Grupo 5. En los clubes de clases altas se baila eso. La aspiracionalidad que se suponía venía de arriba hacia abajo empieza a venir con mucha fuerza de abajo hacia arriba. Bailas el “perreo” como lo bailan abajo, no llegó de Inglaterra. Aparecen entonces líderes de opinión que no vienen de arriba: Rossy War, Dina Páucar y otras personas del folclor que empiezan a ser reconocidas. Son líderes con los cuales se identifica la mayoría, ya no las élites. Representan una mayoría nacional. Se está formando un sentimiento panperuano, más amplio. Y a eso le añades el tema de la cocina, donde se empiezan a mezclar las cocinas regionales. El cuy en Lima ya no es mal visto. Ya puedes hablar de una cocina peruana. A eso se añade que la gente que llegó, a Lima o a las ciudades grandes, tiene más capacidad económica. Las distancias entre pobres y ricos se acortan y hay sentimientos más comunes.
¿La música, la cocina, qué otro elemento aglutinador percibe?
El consumo. Antes pocos tenían carro, los artefactos domésticos, la ropa son más accesibles. Todos terminan en las grandes tiendas. El consumo ayuda a unir, no solo a los de abajo con los de arriba, sino que cuando estos últimos ven que su negocio creció porque hay más gente que no conocían, entonces los ven distintos, hasta los empiezan a querer. Otra revolución que empieza a unir es la educación, se ha hecho más popular, hay abogados y médicos en todos los niveles sociales.
¿La gente invierte mucho en educación?
Muchísimo. Inicialmente invirtieron en vivienda, llegaron con su estera y ahora tienen tres pisos. Al terminar de construir, eso se transforma en educación y en vivir. En mi libro digo “al medio hay sitio” porque se está formando una nueva clase media, pero no necesariamente con los cánones culturales de la clase media tradicional.
No saben quién fue Julio C. Tello o Eguren.
No lo saben, no creo que les haya interesado tampoco. La parte fea del asunto es que las clases medias tradicionales respetaban ciertas normas: el respeto a la ley, al vecino, a los mayores. Cuando los migrantes llegan encuentran a un Estado que se opone a ellos, crecen al costado o contra el Estado y surge la cultura combi: el codazo, mete el carro, para qué impuestos.
No hay valores que cohesionan, hay una descomposición.
Más que descomposición es que todavía no se han compuesto, formado. Una especie de ley de la selva, que es como empiezan las grandes revoluciones y que después se va ordenando. Deberíamos tratar de que se ordene cuanto antes porque si no será una nación irreconocible, que no tiene que ver —por lo menos— con los ideales de nuestros grandes pensadores.
¿Estos ciudadanos son casi todo el Perú?
El 75% de los peruanos vive en ciudades. Dos tercios del Perú comparten los mismos valores en formación, la cultura chicha, la informalidad.
¿Cuáles son esos valores, el dinero?
Lo más importante es la economía. Los migrantes son gregarios, se ayudan, pero mientras que seas productivo y el beneficiado también vea su conveniencia. No es la solidaridad andina; está mediatizada por la practicidad. Otro punto es el trabajo arduo, que en la siguiente generación se convierte en búsqueda de educación. Ya hay tres generaciones, los abuelos que hoy tienen 60 años llegaron con su estera y formaron sus clubes; los hijos son los que hicieron taxi, ferretería, oficios, son la generación chicha que comenzaron con el “achoramiento”, y los nietos que ya no entran en el tercer piso de los abuelos y se dedican más a estudiar. Esos son los que están comprando casa ahora. Para ellos ya se perdió el estigma de que ser serrano era malo. A sus abuelos y padres los segregaron por serranos.
¿Qué es peor serrano o cholo?
Serrano es más fuerte, cholo tiene su lado cariñoso. Por eso les ponen a sus hijos William, porque Aniceto, Teófila te identifica con serrano.
¿El Perú es el del momento actual?
Su visión está más en el futuro que en el pasado.
Los Tiempos Cambian
"La izquierda y la derecha ya no existen en el Perú"
¿Cómo ve la política el peruano de hoy?
Los políticos no se han dado cuenta de los cambios ocurridos y continúan con un planteamiento clásico. La izquierda y la derecha ya no existen. La mayoría de ese 75% de peruanos citadinos son propietarios de alguna manera de un quiosco, una tienda, etc. El mismo concepto de liberalismo no pertenece a las clases altas. La informalidad es el liberalismo a ultranza y está en los pobres. No quieren un gobierno intervencionista.
Pero Ollanta Humala perdió por muy poco la elección pasada.
Fue un tema de polarización, y estamos hablando de cuatro años atrás. En ese momento había 48% de reactivos (reacios al cambio) y 52% de proactivos (los que buscan). Y estos últimos siguen subiendo sobre todo en las mujeres. La mujer que deja el estilo de vida tradicional está creciendo con una fuerza inmensa. Nosotros no usamos nivel socioeconómico porque estos están demasiado mezclados en la sociedad; los pobres no están en Comas y los ricos en Miraflores.
¿Ese 75% de peruanos en proceso de tener una identidad quiere un gobierno con orden, disciplina?
No quieren disciplina. Lo único que conocen es el no gobierno. Es así como han vivido. Quieren un gobierno que les limpie la cancha, pero que no ponga más reglas.
¿La corrupción les importa mucho o la ven como inevitable?
Es parte de esa formación que falta completar. Aún no han entendido que el país es suyo y que están nombrando a un administrador de sus bienes. Es una mezcla de indiferencia y resignación. Si hubiera voto voluntario, votaría solo el 30%. Por primera vez se está formando un país, la nación peruana. Ahora hay que darle consistencia a eso, porque casi ha surgido por generación espontánea.
¿Aprecian la democracia y los derechos humanos?
Es que el elemento central de estos nuevos grupos es la practicidad. Les molesta la delincuencia, pero aún piensan que se debe matar a los violadores. Todavía hay un proceso de formación de ciudadanía.
Sin embargo hay listas para las regiones y municipios como “cancha”.
Fujimori destruye el concepto de democracia y de partidos. Ser político era una mala palabra. Eso se revirtió, y la euforia ha creado una sobredosis. Pero eso se va a decantar. Hasta ahora lo que ha gobernado es el sentido de inmediatez, y la gente quiere ser de frente presidente.
¿La informalidad va en aumento?
En parte se está revirtiendo. Se usan más tarjetas de crédito, han ingresado a la bancarización. Las empresas informales cuando crecen y ven que el prestamista es más caro que el banco, se formalizan. Es parte del proceso de consolidación.
Los nuevos votantes son gente joven.
El 30% de los votantes tiene entre 18 y 28 años. No han conocido a Sendero, ni al primer Alan y su hiperinflación. Esa es la gente que ha vivido el crecimiento del país; tiene un optimismo distinto.
Fuente: EL COMERCIO
EL COMERCIO
26-07-10
Por: Mariella Balbi
Lunes 26 de Julio del 2010
Se habla mucho de que los peruanos no tenemos aún una identidad nacional bien fraguada, cohesionada. ¿Está de acuerdo con esa tesis?
Sí, pero también pienso que estamos en un proceso de formación de una identidad nacional. Creo que hasta hace muy pocos años no ha existido una verdadera noción del Perú entre los peruanos. Cuando pensábamos en el Perú, imaginábamos la bandera, algunos soldados marchando y tal vez guerras anteriores. El concepto de país era más bien regional. Para unos el Perú era Piura o Puno, el lugar donde uno nació, y unos limeños que menospreciaban al resto del Perú.
¿No cree que había más elementos de unidad que nos convocaban a todos?
Algunos temas como Miguel Grau y la bandera eran elementos de identificación, pero no tenían profundidad afectiva. Y los recuerdos comunes —en su mayor parte— eran negativos: héroes débiles perdedores de guerras. No existía una comida nacional, por ejemplo, hablabas del cuy arequipeño y del arroz con pato chiclayano.
Pero había mucha gente que se identificaba con este y consumía cuy.
Sí, pero venías a Lima y decías cuy y escuchabas ¡aj! La música era costeña o serrana, no solo no se mezclaban sino que se despreciaban, y la selva no existía.
Según usted, desde la República hasta 20 años atrás el Perú funcionaba con una visión de sí mismo de costa, sierra y selva…
Y Lima. Incluso Lima era un lugar distinto al resto de la costa. Una cosa era ser chiclayano y otra limeño. El centralismo limeño aprovechaba las riquezas del resto, pero no devolvía nada. No había nada que uniera.
¿La historia del Perú está bien aprendida, digerida por los peruanos, por el conjunto de la nación?
No lo creo, porque de alguna manera, desgraciadamente, es una historia de perdedores, casi todo es: nos ganó Colombia, nos ganó Chile, los españoles. Y la historia prehispánica, inca, que podría haber sido una fuente de orgullo fue mal interpretada por el prejuicio existente frente a lo serrano. Si lo serrano es malo, qué podía tener de bueno lo inca. Mejor era el español o el europeo. Si encima de eso tienes un país con crisis económica, con hiperinflación, con dictaduras, al final te queda poco para estar orgulloso. No te puedes identificar con eso.
¿Eso cambió hace 20 años?
Se está revirtiendo. La razón principal es que las migraciones han generado una mezcla de todas las regiones, primero en Lima y luego en otras ciudades importantes.
¿Los que migran más son los puneños?
Sí, están en el sur andino, en Lima. Son muy emprendedores, especialmente los juliaqueños, que tienen una ventaja: cuando salen lo hacen en grupo, son muy gregarios. Recién hace 10 años las migraciones han llegado a regiones que no son Lima y aparecen polos de atracción: Arequipa, Huancayo, Chiclayo. Por primera vez se crean zonas panregionales y en Lima se unen todos los departamentos. El trujillano convive con la loretana o la tacneña. Sus hijos no son ni tacneños ni trujillanos. Tampoco son limeños porque Lima, desde el principio, los rechazaba. Entonces, comienzan a ser peruanos. Acá, por primera vez, se empieza a formar un sentimiento que integra a las regiones en lugar de separarlas.
¿Qué caracteriza este sentimiento, cuáles son sus valores, sus componentes?
Lo más importante es que se reconoce que el Perú es serrano.
Es una gran conquista.
Tremenda, por primera vez la esencia del Perú, que siempre ha sido serrana desde los incas, tiene presencia en Lima. Desde hace 20 años también, ser serrano ya no es un estigma. Eso es una señal de integración.
¿Ello quiere decir que el Perú no es racista?
Depende de qué llamas racista. Si es ese 10% que queda, que se cree el limeño tradicional, sí es racista. Pero el 90% restante no. Están mezclados y se aceptan. A diferencia de las clases medias tradicionales que vivían de las clases altas y aspiraban a ellas, estas migraciones no han necesitado de los sectores altos, han crecido sin ellos y han formado su propia cultura, por lo tanto les llega ese sector. ¿Además a quién escuchas decir serrano? Ya no.
Pero cholo sí...
Básicamente en los sectores altos y a las personas mayores.
¿El asumir la identidad serrana ha sido el primer peldaño, luego qué viene?
La música chicha es una expresión de esa identidad serrana. Chacalón, los Shapis mezclan la salsa con el huaino. Luego eso evoluciona y ahora se habla del Grupo 5. En los clubes de clases altas se baila eso. La aspiracionalidad que se suponía venía de arriba hacia abajo empieza a venir con mucha fuerza de abajo hacia arriba. Bailas el “perreo” como lo bailan abajo, no llegó de Inglaterra. Aparecen entonces líderes de opinión que no vienen de arriba: Rossy War, Dina Páucar y otras personas del folclor que empiezan a ser reconocidas. Son líderes con los cuales se identifica la mayoría, ya no las élites. Representan una mayoría nacional. Se está formando un sentimiento panperuano, más amplio. Y a eso le añades el tema de la cocina, donde se empiezan a mezclar las cocinas regionales. El cuy en Lima ya no es mal visto. Ya puedes hablar de una cocina peruana. A eso se añade que la gente que llegó, a Lima o a las ciudades grandes, tiene más capacidad económica. Las distancias entre pobres y ricos se acortan y hay sentimientos más comunes.
¿La música, la cocina, qué otro elemento aglutinador percibe?
El consumo. Antes pocos tenían carro, los artefactos domésticos, la ropa son más accesibles. Todos terminan en las grandes tiendas. El consumo ayuda a unir, no solo a los de abajo con los de arriba, sino que cuando estos últimos ven que su negocio creció porque hay más gente que no conocían, entonces los ven distintos, hasta los empiezan a querer. Otra revolución que empieza a unir es la educación, se ha hecho más popular, hay abogados y médicos en todos los niveles sociales.
¿La gente invierte mucho en educación?
Muchísimo. Inicialmente invirtieron en vivienda, llegaron con su estera y ahora tienen tres pisos. Al terminar de construir, eso se transforma en educación y en vivir. En mi libro digo “al medio hay sitio” porque se está formando una nueva clase media, pero no necesariamente con los cánones culturales de la clase media tradicional.
No saben quién fue Julio C. Tello o Eguren.
No lo saben, no creo que les haya interesado tampoco. La parte fea del asunto es que las clases medias tradicionales respetaban ciertas normas: el respeto a la ley, al vecino, a los mayores. Cuando los migrantes llegan encuentran a un Estado que se opone a ellos, crecen al costado o contra el Estado y surge la cultura combi: el codazo, mete el carro, para qué impuestos.
No hay valores que cohesionan, hay una descomposición.
Más que descomposición es que todavía no se han compuesto, formado. Una especie de ley de la selva, que es como empiezan las grandes revoluciones y que después se va ordenando. Deberíamos tratar de que se ordene cuanto antes porque si no será una nación irreconocible, que no tiene que ver —por lo menos— con los ideales de nuestros grandes pensadores.
¿Estos ciudadanos son casi todo el Perú?
El 75% de los peruanos vive en ciudades. Dos tercios del Perú comparten los mismos valores en formación, la cultura chicha, la informalidad.
¿Cuáles son esos valores, el dinero?
Lo más importante es la economía. Los migrantes son gregarios, se ayudan, pero mientras que seas productivo y el beneficiado también vea su conveniencia. No es la solidaridad andina; está mediatizada por la practicidad. Otro punto es el trabajo arduo, que en la siguiente generación se convierte en búsqueda de educación. Ya hay tres generaciones, los abuelos que hoy tienen 60 años llegaron con su estera y formaron sus clubes; los hijos son los que hicieron taxi, ferretería, oficios, son la generación chicha que comenzaron con el “achoramiento”, y los nietos que ya no entran en el tercer piso de los abuelos y se dedican más a estudiar. Esos son los que están comprando casa ahora. Para ellos ya se perdió el estigma de que ser serrano era malo. A sus abuelos y padres los segregaron por serranos.
¿Qué es peor serrano o cholo?
Serrano es más fuerte, cholo tiene su lado cariñoso. Por eso les ponen a sus hijos William, porque Aniceto, Teófila te identifica con serrano.
¿El Perú es el del momento actual?
Su visión está más en el futuro que en el pasado.
Los Tiempos Cambian
"La izquierda y la derecha ya no existen en el Perú"
¿Cómo ve la política el peruano de hoy?
Los políticos no se han dado cuenta de los cambios ocurridos y continúan con un planteamiento clásico. La izquierda y la derecha ya no existen. La mayoría de ese 75% de peruanos citadinos son propietarios de alguna manera de un quiosco, una tienda, etc. El mismo concepto de liberalismo no pertenece a las clases altas. La informalidad es el liberalismo a ultranza y está en los pobres. No quieren un gobierno intervencionista.
Pero Ollanta Humala perdió por muy poco la elección pasada.
Fue un tema de polarización, y estamos hablando de cuatro años atrás. En ese momento había 48% de reactivos (reacios al cambio) y 52% de proactivos (los que buscan). Y estos últimos siguen subiendo sobre todo en las mujeres. La mujer que deja el estilo de vida tradicional está creciendo con una fuerza inmensa. Nosotros no usamos nivel socioeconómico porque estos están demasiado mezclados en la sociedad; los pobres no están en Comas y los ricos en Miraflores.
¿Ese 75% de peruanos en proceso de tener una identidad quiere un gobierno con orden, disciplina?
No quieren disciplina. Lo único que conocen es el no gobierno. Es así como han vivido. Quieren un gobierno que les limpie la cancha, pero que no ponga más reglas.
¿La corrupción les importa mucho o la ven como inevitable?
Es parte de esa formación que falta completar. Aún no han entendido que el país es suyo y que están nombrando a un administrador de sus bienes. Es una mezcla de indiferencia y resignación. Si hubiera voto voluntario, votaría solo el 30%. Por primera vez se está formando un país, la nación peruana. Ahora hay que darle consistencia a eso, porque casi ha surgido por generación espontánea.
¿Aprecian la democracia y los derechos humanos?
Es que el elemento central de estos nuevos grupos es la practicidad. Les molesta la delincuencia, pero aún piensan que se debe matar a los violadores. Todavía hay un proceso de formación de ciudadanía.
Sin embargo hay listas para las regiones y municipios como “cancha”.
Fujimori destruye el concepto de democracia y de partidos. Ser político era una mala palabra. Eso se revirtió, y la euforia ha creado una sobredosis. Pero eso se va a decantar. Hasta ahora lo que ha gobernado es el sentido de inmediatez, y la gente quiere ser de frente presidente.
¿La informalidad va en aumento?
En parte se está revirtiendo. Se usan más tarjetas de crédito, han ingresado a la bancarización. Las empresas informales cuando crecen y ven que el prestamista es más caro que el banco, se formalizan. Es parte del proceso de consolidación.
Los nuevos votantes son gente joven.
El 30% de los votantes tiene entre 18 y 28 años. No han conocido a Sendero, ni al primer Alan y su hiperinflación. Esa es la gente que ha vivido el crecimiento del país; tiene un optimismo distinto.
Fuente: EL COMERCIO
domingo, 18 de julio de 2010
Un Par de Siglos Perdidos
El Sueño de Bolívar se Esfumó
Por: Sergio Ocampo Madrid*
EL COMERCIO
18-07-10
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia en Londres sobre el origen de la lengua inglesa, con su laberíntico viaje de 25 siglos desde las lenguas celtas originales de las islas, pasando por el latín de los romanos, el danés de los vikingos y el francés normando, hasta llegar a convertirse en el idioma hegemónico del siglo XX.
El profesor que dictaba la charla culminaba con orgullo mostrando el mapamundi, deteniéndose en Estados Unidos como el lugar donde el inglés se hizo universal, y comparándolo con Europa. “Aquí tenemos cuatro millones y medio de kilómetros cuadrados —decía—, con más de 72 lenguas distintas, muchas formas de gobierno y al menos 15 culturas muy diferentes. Allá son nueve millones de kilómetros con una sola lengua, un solo Estado, una sola cultura. Esa es la herencia inglesa”.
No pude evitar pegarle una mirada al mapa gringo y luego de forma mecánica bajar los ojos hacia esta América Latina nuestra para comprobar con vergüenza que abajo del Río Grande éramos una única lengua (sin tener en cuenta el portugués y algunos reductos marginales de otros lenguajes), una sola cultura y 19 repúblicas, algunas más serias que otras, algunas más bananeras que otras, pero todas tercermundistas, pobres y azarosas.
Hace 200 años casi todas estas naciones, que entre otras cosas hablan un castellano idéntico en un 95% (el dato es de la RAE, no mío), decidieron romper con la metrópoli española y hacer toldo aparte, varios toldos aparte, demasiados toldos y muy aparte. Eso es lo que celebramos por estos días: la independencia, pero también el recordatorio triste de cómo perdimos la oportunidad histórica de ser una sola patria grande, una nación en dos hemisferios, de casi 12 millones de kilómetros cuadrados, con 30 mil kilómetros de costas sobre el Atlántico y Pacífico.
No bien idos los españoles, el sueño de Simón Bolívar de un solo territorio en las viejas colonias españolas comenzó a diluirse muy rápido. En 1826, con la reunión del Congreso Anfictiónico en Panamá quedó claro que se trataba del sueño de un iluso. A esa cita acudieron México, la Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), el Perú, Bolivia y las provincias confederadas de América Central (Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador y Costa Rica). En casi un mes de deliberaciones acordaron constituir una asamblea legislativa supranacional y un pacto mutuo de defensa con ejércitos compartidos. A la postre, el único Parlamento que ratificó todo eso fue el grancolombiano. El intento anfictiónico fue entonces un triste canto a la bandera y la fecha a partir de la cual comenzó la diáspora que nos separó para siempre. Así, en menos de cuatro años, la Gran Colombia se reventó en tres partes, y para 1839 los centroamericanos ya eran cinco republiquetas, que no atendieron el llamado angustiado de Bolívar hasta antes de morir de que separadas iban a ser unos bocados muy fáciles para la gran nación del norte.
De sur a norte se repitió la misma historia, y terminaron conformándose unas naciones endebles, a la medida de los intereses inmediatos y enanos de unas élites locales no dispuestas a ceder poderes y privilegios en aras de un gran proyecto común. Y comenzamos a construir unas nacionalidades inciertas (que siguen siendo inciertas porque se basan en dichos, en atuendos y en recetas gastronómicas), a dar vida a países artificiales como Uruguay o Bolivia (este último, extraño invento del propio Bolívar, en demostración de que todos sufrimos contradicciones fundamentales), y a pelear como fieras entre nosotros mismos. Es un poco triste que para Chile sea fiesta nacional haber invadido Lima, derrotado al Perú y dejado sin mar a Bolivia; o que nadie recuerde con vergüenza que Paraguay estuvo a punto de extinguirse cuando los gigantones Argentina y Brasil, unidos al Uruguay, le hicieron una guerra que dejó vivos a solo 400 mil paraguayos del millón doscientos mil que existían antes de arrancar la lucha.
¿Era muy difícil edificar una nación y mantenerla unida con esas magnitudes colosales? ¿Era imposible lograr un proyecto de unidad económica, militar y política y construir una sola ciudadanía? Personalmente, no creo que fuera una utopía porque el sustrato fundamental estaba dado: la cultura era idéntica (con todos los matices nacionales que se le quieran anexar para defender que somos diferentes), la conformación étnica era heterogénea pero tamizada por un mestizaje muy mayoritario y, de todos modos, con una escala valorativa y una visión del mundo compartida por todos (religión, familia, pensamiento mágico), y la lengua, ese instrumento inequívoco y potente de integración, era la misma.
Estados Unidos hace 200 años era una nación más pequeña que la Colombia de hoy. En menos de un siglo, sacaron a los españoles de Florida, a los franceses de Luisiana; compraron Alaska a los rusos, colonizaron más de tres millones de kilómetros baldíos hacia el oeste y despojaron a México de la mitad de su territorio. Incluso mantuvieron su unidad por la fuerza cuando el sur atrasado y agrario se negó a seguirle el paso al reformismo del norte, moderno e industrial. Así formaron esa nación de nueve millones de kilómetros cuadrados, rica, exitosa, que impuso el inglés como lengua universal.
¿Qué tuvieron ellos que no tuvimos nosotros? Quizá muchas cosas, pero fundamentalmente una: un profundo concepto de lo público que produjo una clase dirigente con un proyecto de país claro, grande, muy ambicioso, en el cual todo se supeditaba al crecimiento y fortaleza de ese proyecto, y las individualidades y los intereses privados se subordinaban a él sin restarle vigor. A veces cínico, a veces arbitrario, a menudo execrable hacia afuera, pero claro y sólido en su lógica de unos objetivos y unos beneficios hacia adentro.
El sueño de Simón Bolívar se esfumó del todo en nuestro caso y quizá ya nunca sea posible, aunque la lógica nos siga diciendo que somos iguales y que por más que queramos ser distintos no lo logramos. Y digo que tal vez nunca sea posible porque doscientos años después de la diáspora latinoamericana, de estos 19 estados convencidos de que su himno es el más bello después de La Marsellesa, y de que sus mujeres son las más hermosas, es evidente que muchos (la mayoría) ni siquiera han logrado construir su proyecto particular de nación; ¿qué será pues de un proyecto continental? Paralelo a ello, las dirigencias han cambiado muy poco en dos siglos, y el sentido de lo público se obstina en no florecer en estas tierras del trópico y del subtrópico. La integración es hoy por hoy una sumatoria de proyectos nacionales fallidos o tambaleantes; un club de pobres.
En fin, mientras tanto seguimos celebrando cada uno en su estaca estos doscientos años perdidos.
(*) Periodista y escritor colombiano
Por: Sergio Ocampo Madrid*
EL COMERCIO
18-07-10
Hace unos años tuve la oportunidad de asistir a una conferencia en Londres sobre el origen de la lengua inglesa, con su laberíntico viaje de 25 siglos desde las lenguas celtas originales de las islas, pasando por el latín de los romanos, el danés de los vikingos y el francés normando, hasta llegar a convertirse en el idioma hegemónico del siglo XX.
El profesor que dictaba la charla culminaba con orgullo mostrando el mapamundi, deteniéndose en Estados Unidos como el lugar donde el inglés se hizo universal, y comparándolo con Europa. “Aquí tenemos cuatro millones y medio de kilómetros cuadrados —decía—, con más de 72 lenguas distintas, muchas formas de gobierno y al menos 15 culturas muy diferentes. Allá son nueve millones de kilómetros con una sola lengua, un solo Estado, una sola cultura. Esa es la herencia inglesa”.
No pude evitar pegarle una mirada al mapa gringo y luego de forma mecánica bajar los ojos hacia esta América Latina nuestra para comprobar con vergüenza que abajo del Río Grande éramos una única lengua (sin tener en cuenta el portugués y algunos reductos marginales de otros lenguajes), una sola cultura y 19 repúblicas, algunas más serias que otras, algunas más bananeras que otras, pero todas tercermundistas, pobres y azarosas.
Hace 200 años casi todas estas naciones, que entre otras cosas hablan un castellano idéntico en un 95% (el dato es de la RAE, no mío), decidieron romper con la metrópoli española y hacer toldo aparte, varios toldos aparte, demasiados toldos y muy aparte. Eso es lo que celebramos por estos días: la independencia, pero también el recordatorio triste de cómo perdimos la oportunidad histórica de ser una sola patria grande, una nación en dos hemisferios, de casi 12 millones de kilómetros cuadrados, con 30 mil kilómetros de costas sobre el Atlántico y Pacífico.
No bien idos los españoles, el sueño de Simón Bolívar de un solo territorio en las viejas colonias españolas comenzó a diluirse muy rápido. En 1826, con la reunión del Congreso Anfictiónico en Panamá quedó claro que se trataba del sueño de un iluso. A esa cita acudieron México, la Gran Colombia (Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), el Perú, Bolivia y las provincias confederadas de América Central (Guatemala, Honduras, Nicaragua, Salvador y Costa Rica). En casi un mes de deliberaciones acordaron constituir una asamblea legislativa supranacional y un pacto mutuo de defensa con ejércitos compartidos. A la postre, el único Parlamento que ratificó todo eso fue el grancolombiano. El intento anfictiónico fue entonces un triste canto a la bandera y la fecha a partir de la cual comenzó la diáspora que nos separó para siempre. Así, en menos de cuatro años, la Gran Colombia se reventó en tres partes, y para 1839 los centroamericanos ya eran cinco republiquetas, que no atendieron el llamado angustiado de Bolívar hasta antes de morir de que separadas iban a ser unos bocados muy fáciles para la gran nación del norte.
De sur a norte se repitió la misma historia, y terminaron conformándose unas naciones endebles, a la medida de los intereses inmediatos y enanos de unas élites locales no dispuestas a ceder poderes y privilegios en aras de un gran proyecto común. Y comenzamos a construir unas nacionalidades inciertas (que siguen siendo inciertas porque se basan en dichos, en atuendos y en recetas gastronómicas), a dar vida a países artificiales como Uruguay o Bolivia (este último, extraño invento del propio Bolívar, en demostración de que todos sufrimos contradicciones fundamentales), y a pelear como fieras entre nosotros mismos. Es un poco triste que para Chile sea fiesta nacional haber invadido Lima, derrotado al Perú y dejado sin mar a Bolivia; o que nadie recuerde con vergüenza que Paraguay estuvo a punto de extinguirse cuando los gigantones Argentina y Brasil, unidos al Uruguay, le hicieron una guerra que dejó vivos a solo 400 mil paraguayos del millón doscientos mil que existían antes de arrancar la lucha.
¿Era muy difícil edificar una nación y mantenerla unida con esas magnitudes colosales? ¿Era imposible lograr un proyecto de unidad económica, militar y política y construir una sola ciudadanía? Personalmente, no creo que fuera una utopía porque el sustrato fundamental estaba dado: la cultura era idéntica (con todos los matices nacionales que se le quieran anexar para defender que somos diferentes), la conformación étnica era heterogénea pero tamizada por un mestizaje muy mayoritario y, de todos modos, con una escala valorativa y una visión del mundo compartida por todos (religión, familia, pensamiento mágico), y la lengua, ese instrumento inequívoco y potente de integración, era la misma.
Estados Unidos hace 200 años era una nación más pequeña que la Colombia de hoy. En menos de un siglo, sacaron a los españoles de Florida, a los franceses de Luisiana; compraron Alaska a los rusos, colonizaron más de tres millones de kilómetros baldíos hacia el oeste y despojaron a México de la mitad de su territorio. Incluso mantuvieron su unidad por la fuerza cuando el sur atrasado y agrario se negó a seguirle el paso al reformismo del norte, moderno e industrial. Así formaron esa nación de nueve millones de kilómetros cuadrados, rica, exitosa, que impuso el inglés como lengua universal.
¿Qué tuvieron ellos que no tuvimos nosotros? Quizá muchas cosas, pero fundamentalmente una: un profundo concepto de lo público que produjo una clase dirigente con un proyecto de país claro, grande, muy ambicioso, en el cual todo se supeditaba al crecimiento y fortaleza de ese proyecto, y las individualidades y los intereses privados se subordinaban a él sin restarle vigor. A veces cínico, a veces arbitrario, a menudo execrable hacia afuera, pero claro y sólido en su lógica de unos objetivos y unos beneficios hacia adentro.
El sueño de Simón Bolívar se esfumó del todo en nuestro caso y quizá ya nunca sea posible, aunque la lógica nos siga diciendo que somos iguales y que por más que queramos ser distintos no lo logramos. Y digo que tal vez nunca sea posible porque doscientos años después de la diáspora latinoamericana, de estos 19 estados convencidos de que su himno es el más bello después de La Marsellesa, y de que sus mujeres son las más hermosas, es evidente que muchos (la mayoría) ni siquiera han logrado construir su proyecto particular de nación; ¿qué será pues de un proyecto continental? Paralelo a ello, las dirigencias han cambiado muy poco en dos siglos, y el sentido de lo público se obstina en no florecer en estas tierras del trópico y del subtrópico. La integración es hoy por hoy una sumatoria de proyectos nacionales fallidos o tambaleantes; un club de pobres.
En fin, mientras tanto seguimos celebrando cada uno en su estaca estos doscientos años perdidos.
(*) Periodista y escritor colombiano
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AMERICA LATINA,
SERGIO OCAMPO
viernes, 16 de julio de 2010
El Convidado de Piedra
Por: Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
16-07-10
En el Índice de Competitividad Global del Global Economic Forum, el Perú figura en el puesto 78 de 133 países, pero en el tema de infraestructura está en el puesto 97 y en infraestructura portuaria en el 126. Es decir, casi en el último puesto. Para un país que ha apostado claramente por la integración al mundo y por una estrategia exportadora, esta situación es absolutamente contradictoria e insostenible, y debe hacerse lo que sea necesario para salir de ella del mejor modo posible. Y obviamente el mejor modo posible no es obligando al futuro operador del Muelle Norte, que convertiría el Callao en un gran distribuidor continental, a asociarse con Enapu, la empresa estatal responsable, en parte, de que estemos en ese puesto.
La ineficiencia de Enapu es proverbial. Ricardo Briceño, ex director de Enapu, ha relatado el caso del puerto de Pisco, que funciona todavía con generadores diésel pese a que los postes para una línea de alta tensión entre Pisco y Punta Pejerrey están instalados desde hace 8 años, porque no ha sido capaz, en todo ese tiempo, de gestionar y terminar la aprobación del estudio de impacto ambiental. Obviamente su imposición como convidado de piedra del consorcio ganador no obedece al aporte que pueda hacer, que no solo será nulo sino negativo, puesto que castigará la inversión que se hará en el Muelle Norte. En efecto, mientras las iniciativas privadas que presentaron Dubai Ports y APM Terminals ofrecían 1.300 millones de dólares y 1.900 millones, respectivamente, la convocatoria que se haría sería por una inversión de solo 550 millones, según la Asociación para el Fomento de la Infraestructura Nacional (AFIN).
Es una versión en reverso de Sansón y los filisteos: qué importa que la inversión sea menor con tal de que viva Enapu. ¿Para qué? ¿Cuál es la necesidad? La Constitución dice que allí donde el sector privado puede actuar, el Estado no puede tener empresas. En el Muelle Norte hay iniciativas privadas autosuficientes. No se necesita de la empresa pública. Su presencia, por lo tanto, es inconstitucional.
Económicamente tampoco tiene ninguna justificación. Al contrario, es una carga en un tema que tiene que ver con las posibilidades de crecimiento del Perú. La única explicación es política, pero política en el sentido más estrecho del término: se trata de proteger los intereses sindicales vinculados al Partido Aprista. Eso es todo. Con la mayor desfachatez se subordina el interés nacional, de todos los peruanos, al interés político y personal de unos pocos. No puede pasar.
EL COMERCIO
16-07-10
En el Índice de Competitividad Global del Global Economic Forum, el Perú figura en el puesto 78 de 133 países, pero en el tema de infraestructura está en el puesto 97 y en infraestructura portuaria en el 126. Es decir, casi en el último puesto. Para un país que ha apostado claramente por la integración al mundo y por una estrategia exportadora, esta situación es absolutamente contradictoria e insostenible, y debe hacerse lo que sea necesario para salir de ella del mejor modo posible. Y obviamente el mejor modo posible no es obligando al futuro operador del Muelle Norte, que convertiría el Callao en un gran distribuidor continental, a asociarse con Enapu, la empresa estatal responsable, en parte, de que estemos en ese puesto.
La ineficiencia de Enapu es proverbial. Ricardo Briceño, ex director de Enapu, ha relatado el caso del puerto de Pisco, que funciona todavía con generadores diésel pese a que los postes para una línea de alta tensión entre Pisco y Punta Pejerrey están instalados desde hace 8 años, porque no ha sido capaz, en todo ese tiempo, de gestionar y terminar la aprobación del estudio de impacto ambiental. Obviamente su imposición como convidado de piedra del consorcio ganador no obedece al aporte que pueda hacer, que no solo será nulo sino negativo, puesto que castigará la inversión que se hará en el Muelle Norte. En efecto, mientras las iniciativas privadas que presentaron Dubai Ports y APM Terminals ofrecían 1.300 millones de dólares y 1.900 millones, respectivamente, la convocatoria que se haría sería por una inversión de solo 550 millones, según la Asociación para el Fomento de la Infraestructura Nacional (AFIN).
Es una versión en reverso de Sansón y los filisteos: qué importa que la inversión sea menor con tal de que viva Enapu. ¿Para qué? ¿Cuál es la necesidad? La Constitución dice que allí donde el sector privado puede actuar, el Estado no puede tener empresas. En el Muelle Norte hay iniciativas privadas autosuficientes. No se necesita de la empresa pública. Su presencia, por lo tanto, es inconstitucional.
Económicamente tampoco tiene ninguna justificación. Al contrario, es una carga en un tema que tiene que ver con las posibilidades de crecimiento del Perú. La única explicación es política, pero política en el sentido más estrecho del término: se trata de proteger los intereses sindicales vinculados al Partido Aprista. Eso es todo. Con la mayor desfachatez se subordina el interés nacional, de todos los peruanos, al interés político y personal de unos pocos. No puede pasar.
viernes, 9 de julio de 2010
Demagogia Agraria
Por: Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
09-07-10
No cabe duda de que hay en el Perú una propensión malsana a arruinar los mejores logros. Uno de los grandes milagros de los últimos 15 años ha sido la revolución agroexportadora de la costa, luego de la abismal involución producida por la reforma agraria. En 15 años ha surgido una agricultura de exportación no tradicional altamente tecnificada e intensiva en trabajo a la vez —el mejor de los mundos. Pero ya se lanzó un movimiento para poner límites a la extensión de la propiedad agraria. Si se concreta, los inversionistas lo pensarán dos veces antes de invertir, porque quedaría abierta la competencia demagógica por bajar una y otra vez esos límites. Habremos frenado un fenómeno que, en realidad, está recién empezando.
Porque, para comenzar, el área que ocupa esa agricultura no pasa de 100 mil hectáreas de cerca de 900 mil que hay en la costa. Si a ella sumamos otras 100 mil de caña de azúcar, llegamos a las 200 mil. El espacio para la pequeña y mediana agricultura es muy grande, bastante mayor que el que había antes de la reforma agraria. Precisamente, eso es lo interesante de este proceso. Ha supuesto, como es lógico, un cierto proceso de reconcentración de tierras, pero no ha traído consigo la expulsión de personas del medio rural ni la eliminación de la pequeña agricultura. Por el contrario, los jóvenes se quedan en el campo, pues esa agricultura es trabajo-intensiva, y ha emergido una nueva clase trabajadora muy numerosa (más de 250 mil trabajadores) con derechos laborales en un país que casi solo ha producido informalidad. Y con la particularidad histórica de que esos trabajadores no son proletarios. Es decir, conservan, ellos o sus familiares, sus chacras, y en ellas empiezan a introducir mejoras tecnológicas aprendidas en los fundos agroexportadores o nuevas variedades de algodón o maíz. De modo que esa pequeña agricultura está ya en el umbral de la acumulación capitalista. Sin contar la cantidad de parceleros articulados directamente a cadenas agroexportadoras (páprika, marigold, mango, banano orgánico, etc.). Lo que hay es simbiosis, no exclusión.
Y en el caso de las azucareras, sí hay una empresa que ha comprado varios fundos, sumando una extensión mayor a la que tuviera el mayor propietario antes de la reforma agraria, pero no le ha comprado a pequeños o medianos, concentrando tierra, sino haciendas que ya existían. Y así ha podido recuperar ex cooperativas arruinadas y envilecidas por la corrupción, reparando la destrucción ocasionada por la demagogia. Ahora se han recapitalizado y los trabajadores y pensionistas reciben sus pagos puntualmente. Una bendición social.
Por último, todo lo anterior lo que ha hecho es subir astronómicamente el valor de las tierras, de modo que cuando los pequeños venden, sencillamente salen de la pobreza. No dejemos que el populismo vuelva a agredir al pueblo.
EL COMERCIO
09-07-10
No cabe duda de que hay en el Perú una propensión malsana a arruinar los mejores logros. Uno de los grandes milagros de los últimos 15 años ha sido la revolución agroexportadora de la costa, luego de la abismal involución producida por la reforma agraria. En 15 años ha surgido una agricultura de exportación no tradicional altamente tecnificada e intensiva en trabajo a la vez —el mejor de los mundos. Pero ya se lanzó un movimiento para poner límites a la extensión de la propiedad agraria. Si se concreta, los inversionistas lo pensarán dos veces antes de invertir, porque quedaría abierta la competencia demagógica por bajar una y otra vez esos límites. Habremos frenado un fenómeno que, en realidad, está recién empezando.
Porque, para comenzar, el área que ocupa esa agricultura no pasa de 100 mil hectáreas de cerca de 900 mil que hay en la costa. Si a ella sumamos otras 100 mil de caña de azúcar, llegamos a las 200 mil. El espacio para la pequeña y mediana agricultura es muy grande, bastante mayor que el que había antes de la reforma agraria. Precisamente, eso es lo interesante de este proceso. Ha supuesto, como es lógico, un cierto proceso de reconcentración de tierras, pero no ha traído consigo la expulsión de personas del medio rural ni la eliminación de la pequeña agricultura. Por el contrario, los jóvenes se quedan en el campo, pues esa agricultura es trabajo-intensiva, y ha emergido una nueva clase trabajadora muy numerosa (más de 250 mil trabajadores) con derechos laborales en un país que casi solo ha producido informalidad. Y con la particularidad histórica de que esos trabajadores no son proletarios. Es decir, conservan, ellos o sus familiares, sus chacras, y en ellas empiezan a introducir mejoras tecnológicas aprendidas en los fundos agroexportadores o nuevas variedades de algodón o maíz. De modo que esa pequeña agricultura está ya en el umbral de la acumulación capitalista. Sin contar la cantidad de parceleros articulados directamente a cadenas agroexportadoras (páprika, marigold, mango, banano orgánico, etc.). Lo que hay es simbiosis, no exclusión.
Y en el caso de las azucareras, sí hay una empresa que ha comprado varios fundos, sumando una extensión mayor a la que tuviera el mayor propietario antes de la reforma agraria, pero no le ha comprado a pequeños o medianos, concentrando tierra, sino haciendas que ya existían. Y así ha podido recuperar ex cooperativas arruinadas y envilecidas por la corrupción, reparando la destrucción ocasionada por la demagogia. Ahora se han recapitalizado y los trabajadores y pensionistas reciben sus pagos puntualmente. Una bendición social.
Por último, todo lo anterior lo que ha hecho es subir astronómicamente el valor de las tierras, de modo que cuando los pequeños venden, sencillamente salen de la pobreza. No dejemos que el populismo vuelva a agredir al pueblo.
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