Por: Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
17-07-09
Es una lástima que la influencia retrógrada de Hugo Chávez haya cortado el proceso de maduración de parte importante de la izquierda peruana. Ollanta Humala acaba de declarar en París que la contradicción en Sudamérica ya no es entre derecha e izquierda sino entre la globalización capitalista y los proyectos de construcción de Estados nacionales. Chavismo puro. O velasquismo si quiere usted. Desconociendo que los únicos países del tercer mundo que lograron salir de la pobreza o reducirla significativamente en los últimos 40 años fueron precisamente los que se integraron plenamente, sin miedo, a la “globalización capitalista”.
Allí están las tres generaciones de tigres asiáticos, más de diez países. Allí la China. Botswana, por ejemplo, en el África. Y Chile en Sudamérica. Para no hablar de Japón, que hace 60 años era casi tan pobre como el Perú. Solo integrados al mundo alcanzaron el mercado suficiente para crecer a tasas altas durante décadas. Y, lejos de una contradicción con la construcción de sus respectivos Estados nacionales, cualquiera de esos países tiene ahora un Estado mucho más consolidado que el peruano, agobiado por el hueco de más de 30 años en el que nos sumió el experimento anticapitalista de la revolución peruana (recién el 2006 recuperamos el PBI per cápita de 1975).
La única globalización que existe es la capitalista —que Venezuela aprovecha cínicamente vendiéndole petróleo a Estados Unidos—, puesto que la otra, la comunista, se derrumbó hace ya 20 años con la caída del muro de Berlín, que ya no podía contener más tiempo su desastre. Es patético que nostálgicos de la Guerra Fría pretendan ahora resucitar una subglobalización anticapitalista, cuyo germen estaría en el ALBA y las relaciones con Irán y otros países. Si la madre no pudo, la hija póstuma menos podrá. Un esquema basado en primitivos trueques de productos, petróleo subsidiado e inversiones estatales dentro de un remedo de planificación central, no irá a ninguna parte. Ya Venezuela creció apenas más de 4% el año pasado, antes de la crisis, pese a todo el petróleo del mundo. Y con gran inflación. Irónicamente, lo único que mantiene vivo a ese modelo, es el oleoducto umbilical con Estados Unidos.
Cómo no mirara nuestra izquierda al sindicalista marxista Lula, que acaba de anunciar una reforma laboral de reducción de sobrecostos para hacer más competitiva la producción brasileña en la globalización capitalista. O a los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, o a Tabaré Vásquez en Uruguay, o a Rodríguez Zapatero o, aunque sea a Deng Xiaoping y sucesores en China. ¡Miren más allá de su bolsillo, por favor!
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