Por: Richard Webb
EL COMERCIO
10-11-08
Érase una vez cuando, en la mente popular, el progreso era la recompensa al trabajo y al ahorro. Según Max Weber, padre de la sociología, la clave del desarrollo económico en Europa fue una cultura de esfuerzo y sacrificio, teoría que se bautizó con el nombre de Ética Protestante y que se volvió una verdad oficial. Mucho antes, Esopo escribió su fábula sobre la hormiga precavida y la cigarra derrochadora, y el Antiguo Testamento amenazaba con castigos fulminantes para el buen vividor.
Hace medio siglo, en Lima, la alcancía era un ícono. Los bancos las regalaban para los hijos de sus clientes, pensando que así promoverían buenas costumbres desde la niñez, y los reformistas creaban cooperativas, mutuales y, más adelante, cajas municipales que si bien eran llamadas "de ahorro y crédito" respondían más al objetivo de fomentar la práctica del ahorro que al de crear acceso al crédito. Cuando en los años ochenta llegó de Alemania una misión de expertos para proporcionar asistencia técnica a las recientemente creadas cajas municipales, su prioridad consistía en la propagación de la costumbre del ahorro, y con ese objetivo iniciaron campañas cívicas, con premios y fiestas en las plazas, dirigidas a promover la cultura del ahorro entre la población y así seguir los pasos de los países como Alemania, Estados Unidos y otras naciones ya desarrolladas.
Pero el objetivo cultural empezó a mutar a lo largo de las décadas. La idea del ahorro como requisito y base de la transformación productiva fue reemplazándose por una celebración de las maravillas del crédito. Empezó un romance con las finanzas.
Más y más, el crédito aparecía como el motor del crecimiento en los países cuyo ejemplo nos tocaba seguir. El sector financiero se volvió el motor del crecimiento, estimulando la expansión de todo tipo de gasto público, de consumo, compras inmobiliarias e inversión empresarial.
El ahorro de las personas se desplomó en casi todos los países desarrollados. En varios, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Grecia, hasta se tornó negativo.
Incluso en Japón y Corea del Sur se redujo a la mitad de sus niveles anteriores. Como buen alumno, el Perú se dedicó también a facilitar el acceso masivo al crédito y a repetir el nuevo refrán, que solo el crédito nos sacaría de la pobreza. La crisis mundial ahora parece ser el inevitable castigo bíblico, y el camino de salida es recordar y poner en práctica la lección de Esopo.
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