Por: Oscar Ugarteche *
EL COMERCIO
18-03-09
En la teoría convencional, cuando una economía es deficitaria se devalúa y cuando es superavitaria se revalúa. En la primera década del siglo XXI se aprecia que, en efecto, las monedas latinoamericanas superavitarias se revaluaron frente al dólar. También lo hicieron las asiáticas y en mucho menor medida lo hizo el euro, recién introducido en enero del 2002 al mercado.
Nunca desde la Segunda Guerra Mundial ha habido el tamaño del déficit fiscal estadounidense que existe ahora. Salvo que esta vez fue un déficit liderado por el gasto militar antes de que ocurriera ninguna acción bélica y se profundizó con las políticas de invasión a Irak y Afganistán. Esta política de manejo fiscal irresponsable tenía detrás una recesión que se inició en enero del 2000, que acompañó el desplome de las bolsas de valores a partir del 2 de enero de ese año. La recesión se combatió con el gasto militar y con la reducción de las tasas de interés a niveles reales cercanos a cero, lo que indujo una burbuja especulativa en la bolsa de valores y en el mercado inmobiliario.
Al otro lado estaban las políticas de crecimiento exportador y de responsabilidad fiscal con algunos países que incluso introdujeron leyes que prohíben tener déficit. De este modo, los países en desarrollo con políticas de responsabilidad fiscal y de crecimiento liderado por las exportaciones generaron los excedentes que fueron absorbidos por el déficit de las economías mayores.
Para la política exterior y la prensa estadounidense, el problema es que el tipo de cambio chino no se revaluó junto con todas las demás monedas. En realidad, es el excedente del mundo entero el que financia el “sobreconsumo” de las economías mayores; y el déficit estadounidense no es inducido por la política de cambio fijo de China sino por la irresponsabilidad fiscal.
Llegado el crack de octubre negro del año 2008, todas las tendencias lógicas se revirtieron y se ingresó en un sinsentido teórico. La economía mayor deficitaria comenzó a revaluar su moneda.
Esto se explica, primero, porque las líneas de crédito internacionales de corto y largo plazo se han secado, los flujos de inversión de cartera y directa se han revertido o adelgazado y las remesas de trabajadores se han reducido. La oferta de divisas se ha visto brutalmente contraída, mientras que la demanda es creciente a partir de octubre del 2008, conforme la banca internacional lleva sus excedentes a casa y los inversionistas institucionales en cartera vuelven a su lugar de origen. Esto es acompañado de una enorme desconfianza ante la incertidumbre de que, río abajo, grandes déficit de balanza de pagos y contracción económica llegarán a América del Sur de todos modos.
En el largo plazo, sin embargo, todos —comenzando por el Gobierno Chino, el mayor financista de Estados Unidos— anticipan un brutal deterioro del valor del dólar, lo que significa que el precio del oro irá hacia arriba.
Economista. Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.
miércoles, 18 de marzo de 2009
viernes, 13 de marzo de 2009
La Asimetría como Palanca
Por: Jaime de Altahus G
EL COMERCIO
13-03-09
El argumento clave de los que se oponen al acuerdo de libre comercio con Chile es la asimetría de las dos economías, particularmente de las inversiones chilenas en el Perú versus las peruanas allá. Se teme que el acuerdo consolide la diferencia y conduzca a un dominio de la economía peruana por chilenos.
El total de las inversiones chilenas en el Perú desde 1990 hasta la fecha está algo por encima de los 6 mil millones de dólares, un 20% del total de la inversión extranjera. Pero solo en el 2007 toda la inversión privada en el Perú sumó alrededor de los 23,5 mil millones de dólares. Si de esa, la chilena fue 563 millones (INEI), pues estamos hablando del 2,4%. Un porcentaje ínfimo. Para no hablar del stock de capital acumulado en el país (358 mil millones de dólares), respecto del cual los 6 mil millones chilenos representan el 1,6%, es decir, casi nada. Dominar la economía desde esos porcentajes es imposible.
Más bien la inversión chilena, como toda inversión, ayuda a la economía peruana a recuperar el tiempo perdido, crecer y acumular capital hasta que seamos capaces nosotros de exportarlo, es decir, de invertir crecientemente en ese y en otros países, como ya ha empezado a ocurrir. Un acuerdo con Chile nos permite aprovechar la acumulación de capital que ellos han hecho en nuestro favor, a fin de acortar distancias y superarlos.
La asimetría, entonces, lejos de perjudicarnos, nos conviene. La podemos usar como palanca. Lo mismo podemos decir del tamaño de su economía, que por ahora es casi un 40% más grande que la nuestra. Esto favorece a los productos peruanos, que encuentran allá un mercado más grande que los chilenos acá. Lo que nos permite crecer más para alcanzarlos.
En los 60 el Perú tenía un PBI per cápita algo superior a Chile. Hoy el chileno es más de dos veces el peruano. ¿Qué pasó? Pues que mientras nosotros —siguiendo las políticas de los mismos que hoy se oponen al acuerdo— optamos por cerrar nuestro mercado y estatizar la economía, ellos lo abrieron y recibieron inversiones de todo el mundo. Nosotros nos descapitalizamos y ellos se capitalizaron. Nosotros perdimos 30 años y ellos nos sacaron larga ventaja. Recién desde los 90, con apertura y mercado, estamos recuperando terreno. El 2008 crecimos 9,8%. Ellos 3,9%. Hay que seguir por esa senda. Eso es lo patriótico. Solo eso nos permitirá ser más potentes económicamente que Chile en unos años. Lo demás es condenarse a perder terreno nuevamente, a la humillación perpetua.
EL COMERCIO
13-03-09
El argumento clave de los que se oponen al acuerdo de libre comercio con Chile es la asimetría de las dos economías, particularmente de las inversiones chilenas en el Perú versus las peruanas allá. Se teme que el acuerdo consolide la diferencia y conduzca a un dominio de la economía peruana por chilenos.
El total de las inversiones chilenas en el Perú desde 1990 hasta la fecha está algo por encima de los 6 mil millones de dólares, un 20% del total de la inversión extranjera. Pero solo en el 2007 toda la inversión privada en el Perú sumó alrededor de los 23,5 mil millones de dólares. Si de esa, la chilena fue 563 millones (INEI), pues estamos hablando del 2,4%. Un porcentaje ínfimo. Para no hablar del stock de capital acumulado en el país (358 mil millones de dólares), respecto del cual los 6 mil millones chilenos representan el 1,6%, es decir, casi nada. Dominar la economía desde esos porcentajes es imposible.
Más bien la inversión chilena, como toda inversión, ayuda a la economía peruana a recuperar el tiempo perdido, crecer y acumular capital hasta que seamos capaces nosotros de exportarlo, es decir, de invertir crecientemente en ese y en otros países, como ya ha empezado a ocurrir. Un acuerdo con Chile nos permite aprovechar la acumulación de capital que ellos han hecho en nuestro favor, a fin de acortar distancias y superarlos.
La asimetría, entonces, lejos de perjudicarnos, nos conviene. La podemos usar como palanca. Lo mismo podemos decir del tamaño de su economía, que por ahora es casi un 40% más grande que la nuestra. Esto favorece a los productos peruanos, que encuentran allá un mercado más grande que los chilenos acá. Lo que nos permite crecer más para alcanzarlos.
En los 60 el Perú tenía un PBI per cápita algo superior a Chile. Hoy el chileno es más de dos veces el peruano. ¿Qué pasó? Pues que mientras nosotros —siguiendo las políticas de los mismos que hoy se oponen al acuerdo— optamos por cerrar nuestro mercado y estatizar la economía, ellos lo abrieron y recibieron inversiones de todo el mundo. Nosotros nos descapitalizamos y ellos se capitalizaron. Nosotros perdimos 30 años y ellos nos sacaron larga ventaja. Recién desde los 90, con apertura y mercado, estamos recuperando terreno. El 2008 crecimos 9,8%. Ellos 3,9%. Hay que seguir por esa senda. Eso es lo patriótico. Solo eso nos permitirá ser más potentes económicamente que Chile en unos años. Lo demás es condenarse a perder terreno nuevamente, a la humillación perpetua.
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COMERCIO EXTERIOR,
JAIME DE ALTHAUS,
PERU
sábado, 7 de marzo de 2009
No era tan Malo el Capitalismo...
Por: Carlos A. Manfroni
LA NACION
07-03-09
Tal vez el consumo superfluo no sea lo mejor para el fortalecimiento del espíritu, pero los últimos acontecimientos muestran que resultaba indispensable para la fortaleza de la economía.
Sin embargo, no es precisamente la promoción del ascetismo el motivo por el que los gastos suntuarios vienen siendo atacados durante los últimos cuarenta años, como mínimo.
Frente a un automóvil cero kilómetro, uno puede tener la actitud de San Francisco de Asís, si viviera en esta época. Probablemente, diría: "¡Qué bonito! Pero no es para mí, porque me gusta caminar y disfrutar de la naturaleza", y seguiría, alegre, su marcha. También puede pensar como el ciudadano medio de un país capitalista: "¡Qué bueno! Me esforzaré para comprarlo". Y no faltarán quienes le hagan una raya en la pintura de la carrocería, con una moneda.
América latina es la región en la que demasiada gente -de hecho o de palabra- raya el automóvil ajeno con una moneda.
Desde la teología de la liberación hasta los grupos terroristas de Oriente y de Occidente -sin contar las múltiples variables de la demagogia-, todos se ocuparon de exhibir el consumo superfluo como el símbolo más irritante del capitalismo y la causa de la pobreza en los países en vías de desarrollo.
Entre las tantas consecuencias de la actual retracción del consumo, se publicó recientemente que una de las grandes automotrices despedirá a casi 5000 trabajadores de su planta en Brasil. A su vez, el mayor fabricante global de pantallas de plasma -cosa superflua, si las hay- cerrará 27 de sus plantas en el mundo y despedirá a 15.000 empleados. Otra empresa que produce artefactos electrónicos para cocina recortará 4000 puestos de trabajo, después de haber perdido 50 millones de dólares en el último trimestre de 2008.
Por su lado, el gigante del audio e inventor de la playstation -un juguete de lujo, para el ingreso medio de estas latitudes- dejará en la calle a 8000 trabajadores.
Por cierto, uno puede vivir sin cambiar el automóvil, con su clásico televisor, sus hornallas a gas y, por supuesto, sin una playstation . Puede vivir hasta ser golpeado por las consecuencias de la recesión provocada por el desempleo global.
Veamos un caso paradigmático de consumo superfluo: Disneyworld. Sólo sus parques en Orlando dan empleo directo a 50.000 personas. Los parques temáticos, en general, tienen más de 150.000 empleados en los Estados Unidos. Pero ese número no involucra a los cientos de miles de puestos de trabajo que demandan las empresas proveedoras de ese conglomerado de entretenimientos, ni a los que derivan de las actividades que giran en torno de tal fantasía, como películas, merchandising o transportes externos. Tampoco incluye los empleos indirectos que esa multitud que vive de una diversión superficial y onerosa sostiene en el mundo, por el solo hecho de comer, vestirse y tomar, ellos mismos, vacaciones.
Imaginemos que sucediera repentinamente lo que ha comenzado a ocurrir de forma gradual: que dejen de llegar cruceros y aviones cargados de turistas. La actividad turística genera más del 7% del empleo total del país, según datos de la cámara del sector.
¿Quién recuerda este cantito: "¡Qué lindo que va a ser el hospital de niños en el Sheraton Hotel!", que la JP entonaba en los 70, cuando algunos de sus miembros ahora más encumbrados todavía no se habían dedicado al ramo de la hotelería en El Calafate?
Todas esas actividades no imprescindibles para la vida pagan impuestos, con lo cual -cuando no hay corrupción- ayudan a mejorar la salud de los lugares donde el consumo superfluo se realiza. Más aún: el propio gasto suntuario representa en sí mismo y en su totalidad un impuesto que los que más tienen desembolsan en favor de los que menos poseen, con la ventaja de que se trata de un tributo que contribuye directamente a la generación de empleo, sin pasar por los gobiernos.
Entonces, ¿el mundo no puede vivir sin el consumo superfluo? Se podía, en la época del capitalismo ascético, cuando todo estaba por inventarse y las industrias crecían proveyendo a la gente de bienes necesarios. Pero la población global ha aumentado y no todos pueden dedicarse a fabricar lo imprescindible. Hacen falta nuevas "estupideces" que sirvan para crear empleo.
Un mundo sin la producción superflua del capitalismo actual sólo sería posible si cada uno de nosotros tuviera una parcela de tierra y emprendiera una economía de subsistencia, consumiendo exclusivamente lo que produce. Eso sí: a costa de olvidarse de la medicina de avanzada, del automóvil, de la luz eléctrica y de todas las cosas que hoy nos resultan familiares y, alguna vez, muchas de ellas, habrán parecido estupideces.
El autor es abogado y escritor. Se especializa en temas de ética pública y prevención de la corrupción.
LA NACION
07-03-09
Tal vez el consumo superfluo no sea lo mejor para el fortalecimiento del espíritu, pero los últimos acontecimientos muestran que resultaba indispensable para la fortaleza de la economía.
Sin embargo, no es precisamente la promoción del ascetismo el motivo por el que los gastos suntuarios vienen siendo atacados durante los últimos cuarenta años, como mínimo.
Frente a un automóvil cero kilómetro, uno puede tener la actitud de San Francisco de Asís, si viviera en esta época. Probablemente, diría: "¡Qué bonito! Pero no es para mí, porque me gusta caminar y disfrutar de la naturaleza", y seguiría, alegre, su marcha. También puede pensar como el ciudadano medio de un país capitalista: "¡Qué bueno! Me esforzaré para comprarlo". Y no faltarán quienes le hagan una raya en la pintura de la carrocería, con una moneda.
América latina es la región en la que demasiada gente -de hecho o de palabra- raya el automóvil ajeno con una moneda.
Desde la teología de la liberación hasta los grupos terroristas de Oriente y de Occidente -sin contar las múltiples variables de la demagogia-, todos se ocuparon de exhibir el consumo superfluo como el símbolo más irritante del capitalismo y la causa de la pobreza en los países en vías de desarrollo.
Entre las tantas consecuencias de la actual retracción del consumo, se publicó recientemente que una de las grandes automotrices despedirá a casi 5000 trabajadores de su planta en Brasil. A su vez, el mayor fabricante global de pantallas de plasma -cosa superflua, si las hay- cerrará 27 de sus plantas en el mundo y despedirá a 15.000 empleados. Otra empresa que produce artefactos electrónicos para cocina recortará 4000 puestos de trabajo, después de haber perdido 50 millones de dólares en el último trimestre de 2008.
Por su lado, el gigante del audio e inventor de la playstation -un juguete de lujo, para el ingreso medio de estas latitudes- dejará en la calle a 8000 trabajadores.
Por cierto, uno puede vivir sin cambiar el automóvil, con su clásico televisor, sus hornallas a gas y, por supuesto, sin una playstation . Puede vivir hasta ser golpeado por las consecuencias de la recesión provocada por el desempleo global.
Veamos un caso paradigmático de consumo superfluo: Disneyworld. Sólo sus parques en Orlando dan empleo directo a 50.000 personas. Los parques temáticos, en general, tienen más de 150.000 empleados en los Estados Unidos. Pero ese número no involucra a los cientos de miles de puestos de trabajo que demandan las empresas proveedoras de ese conglomerado de entretenimientos, ni a los que derivan de las actividades que giran en torno de tal fantasía, como películas, merchandising o transportes externos. Tampoco incluye los empleos indirectos que esa multitud que vive de una diversión superficial y onerosa sostiene en el mundo, por el solo hecho de comer, vestirse y tomar, ellos mismos, vacaciones.
Imaginemos que sucediera repentinamente lo que ha comenzado a ocurrir de forma gradual: que dejen de llegar cruceros y aviones cargados de turistas. La actividad turística genera más del 7% del empleo total del país, según datos de la cámara del sector.
¿Quién recuerda este cantito: "¡Qué lindo que va a ser el hospital de niños en el Sheraton Hotel!", que la JP entonaba en los 70, cuando algunos de sus miembros ahora más encumbrados todavía no se habían dedicado al ramo de la hotelería en El Calafate?
Todas esas actividades no imprescindibles para la vida pagan impuestos, con lo cual -cuando no hay corrupción- ayudan a mejorar la salud de los lugares donde el consumo superfluo se realiza. Más aún: el propio gasto suntuario representa en sí mismo y en su totalidad un impuesto que los que más tienen desembolsan en favor de los que menos poseen, con la ventaja de que se trata de un tributo que contribuye directamente a la generación de empleo, sin pasar por los gobiernos.
Entonces, ¿el mundo no puede vivir sin el consumo superfluo? Se podía, en la época del capitalismo ascético, cuando todo estaba por inventarse y las industrias crecían proveyendo a la gente de bienes necesarios. Pero la población global ha aumentado y no todos pueden dedicarse a fabricar lo imprescindible. Hacen falta nuevas "estupideces" que sirvan para crear empleo.
Un mundo sin la producción superflua del capitalismo actual sólo sería posible si cada uno de nosotros tuviera una parcela de tierra y emprendiera una economía de subsistencia, consumiendo exclusivamente lo que produce. Eso sí: a costa de olvidarse de la medicina de avanzada, del automóvil, de la luz eléctrica y de todas las cosas que hoy nos resultan familiares y, alguna vez, muchas de ellas, habrán parecido estupideces.
El autor es abogado y escritor. Se especializa en temas de ética pública y prevención de la corrupción.
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CARLOS MANFRONI,
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MACROECONOMIA
jueves, 5 de marzo de 2009
La Catástrofe Bancaria Amenaza a la Casa Blanca
Por Thomas L. Friedman
The New York Times
LA NACION
05-03-09
NUEVA YORK.- Dos signos de los tiempos: primero, un banquero amigo me comentó que uno se da cuenta de que su banco está en problemas cuando el precio de sus acciones es menor que el costo de extraer dinero de uno de sus cajeros automáticos.
Segundo, vaya a Google y tipee estas cuatro letras: m-e-r-e. Antes de que tenga tiempo de continuar, Google le mostrará la lista de cosas o personas que usted podría estar buscando, y esa lista estará encabezada por el nombre "Meredith Whitney". Aparece antes de "merengue" y de "Meredith Viera".
¿Quién es Meredith Whitney? Es una analista bancaria que se hizo famosa por declarar el año pasado, mucho antes que los demás, que el Citigroup estaba hundido hasta el cuello en hipotecas incobrables y que era poco probable que sobreviviera en su forma actual.
¿Sabe cuántas personas tienen que estar buscándola si lo único que hay que hacer es escribir cuatro letras y su nombre aparece primero? ¡Un montón! Pero a mí no me sorprende en absoluto. Nuestro sistema bancario está en problemas tan graves que todo el mundo está buscando la solución mágica? y a la persona que pueda describirla. Pero, ¡ay!, esa solución no existe.
Estoy preocupado. Acabamos de elegir a un talentoso presidente joven con muchos buenos instintos sobre cómo hacer que nuestro país progrese, ampliar la asistencia médica a más personas, hacer que nuestro código impositivo sea más justo y lanzar una revolución industrial verde. ¿Pero saben qué temo? Temo que todo su primer período presidencial sea devorado por Citigroup, AIG, Bank of America, Merrill Lynch y toda la burbuja inmobiliaria de créditos subprime que inflamos durante los últimos 20 años.
Espero que mis temores sean exagerados. Pero pregúntese lo siguiente: ¿por qué el ex secretario del Tesoro Henry Paulson no pudo resolver este problema? ¿Y por qué parece que su sucesor, Tim Geithner, ni siquiera puede mirarnos a los ojos y explicarnos su estrategia? ¿Es porque no saben? No. Es porque sí saben -como Roy Scheider en la película Tiburón , la primera vez que vio el enorme tiburón blanco- que "vamos a necesitar un barco más grande", y ellos también tienen miedo de decirnos cuán grande tendrá que ser.
Este problema es más complicado que cualquier cosa que usted pueda imaginarse. Estamos saliendo de una juerga crediticia de 20 años de duración. En este país, demasiados de nosotros dejamos de ganar dinero haciendo "cosas" y empezamos a hacer dinero del dinero. Es decir, consumidores ganaban dinero con la suba de los precios inmobiliarios, y usaban sus ganancias para comprar televisores de pantalla plana de China con sus tarjetas de crédito, y los banqueros hacían dinero creando valores complejos y apalancamientos para que cada vez más consumidores pudieran ingresar al juego crediticio.
Cuando esta enorme burbuja explotó, creó un cráter tan profundo que no se alcanza a divisar el fondo? porque ese agujero es producto de dos excesos interrelacionados. Algunos bancos se encuentran en dificultades a causa de los valores hipotecarios subprime que tienen en sus libros, que ahora valen tan sólo 20 centavos por dólar debido a la falta de pago generalizada.
Un cráter profundo
Y muchos otros bancos -los que aceptaron el mayor apalancamiento, como el Citigroup y el Bank of America- están en problemas debido a todos los préstamos que están en sus libros y que ahora no pueden ser devueltos, como créditos para autos, préstamos para propiedades comerciales, créditos de tarjeta de crédito y préstamos corporativos. La mayoría de los grandes bancos no dieron de baja esos préstamos porque si lo hicieran serían insolventes. Los valores subprime incobrables insumirán un rescate de miles de millones de dólares; los préstamos podrían insumir billones.
Escalar las paredes de un cráter tan profundo será difícil. Cualquier paso importante que demos podría desencadenar otros problemas, cuyas dimensiones no podemos calcular. Debemos crear un "banco malo" para comprar y sostener esos valores hipotecarios tóxicos o debemos hacer que el gobierno compre la primera tanda y cree un mercado, pero eso probablemente implicaría tener que rescatar bancos que se han comportado de manera muy imprudente.
Es un precio que yo pagaría por salvar el sistema, pero incluso hacer eso es muy complicado. Comprar hipotecas tóxicas convertidas en valores no es como comprar un yate de los libros de una organización de ahorro y préstamo quebrada.
Nacionalizar el Citigroup es algo que puede sonar bien por escrito, pero ponerlo en cesación de pagos podría desencadenar toda clase de defaults en los contratos derivativos que realizó la institución. Tal vez sea algo inevitable, pero es mejor que entendamos todos los riesgos homólogos del Citigroup para no gatillar otro efecto dominó al estilo de Lehman Brothers.
Por el momento, el equipo de Obama parece preferir un intento gradual de curar a esos bancos enfermos devolviéndoles la salud con reiteradas transfusiones de sangre? 30.000 millones de dólares a AIG hoy, otros 40.000 millones para Citigroup mañana. Y sólo Dios sabe cuánto necesitará el Bank of America después de que su aventura de fin de semana con Merrill Lynch lo contagiara del "síndrome de los activos tóxicos".
La Reserva Federal y el Tesoro parecen intentar darles a esos bancos suficiente capital para que sobrevivan los próximos dos años para que puedan desapalancar y limpiar de riesgos sus carteras de valores, y después esperar que ocurra lo mejor.
Si están en lo cierto, el presidente Barack Obama (y el resto de nosotros) tendrá tan sólo un año de intensa lucha y después, gradualmente, podrá dejar a sus espaldas la crisis del sistema bancario.
Por ahora, sin embargo, los bancos siguen amenazando con consumir la presidencia de Obama. De hecho, lamento informarles que si tipean apenas dos letras en Google, b-a, lo primero que aparece no es Barack Obama. Es Bank of America. Barack Obama aparece en tercer lugar.
Traducción de Mirta Rosenberg
The New York Times
LA NACION
05-03-09
NUEVA YORK.- Dos signos de los tiempos: primero, un banquero amigo me comentó que uno se da cuenta de que su banco está en problemas cuando el precio de sus acciones es menor que el costo de extraer dinero de uno de sus cajeros automáticos.
Segundo, vaya a Google y tipee estas cuatro letras: m-e-r-e. Antes de que tenga tiempo de continuar, Google le mostrará la lista de cosas o personas que usted podría estar buscando, y esa lista estará encabezada por el nombre "Meredith Whitney". Aparece antes de "merengue" y de "Meredith Viera".
¿Quién es Meredith Whitney? Es una analista bancaria que se hizo famosa por declarar el año pasado, mucho antes que los demás, que el Citigroup estaba hundido hasta el cuello en hipotecas incobrables y que era poco probable que sobreviviera en su forma actual.
¿Sabe cuántas personas tienen que estar buscándola si lo único que hay que hacer es escribir cuatro letras y su nombre aparece primero? ¡Un montón! Pero a mí no me sorprende en absoluto. Nuestro sistema bancario está en problemas tan graves que todo el mundo está buscando la solución mágica? y a la persona que pueda describirla. Pero, ¡ay!, esa solución no existe.
Estoy preocupado. Acabamos de elegir a un talentoso presidente joven con muchos buenos instintos sobre cómo hacer que nuestro país progrese, ampliar la asistencia médica a más personas, hacer que nuestro código impositivo sea más justo y lanzar una revolución industrial verde. ¿Pero saben qué temo? Temo que todo su primer período presidencial sea devorado por Citigroup, AIG, Bank of America, Merrill Lynch y toda la burbuja inmobiliaria de créditos subprime que inflamos durante los últimos 20 años.
Espero que mis temores sean exagerados. Pero pregúntese lo siguiente: ¿por qué el ex secretario del Tesoro Henry Paulson no pudo resolver este problema? ¿Y por qué parece que su sucesor, Tim Geithner, ni siquiera puede mirarnos a los ojos y explicarnos su estrategia? ¿Es porque no saben? No. Es porque sí saben -como Roy Scheider en la película Tiburón , la primera vez que vio el enorme tiburón blanco- que "vamos a necesitar un barco más grande", y ellos también tienen miedo de decirnos cuán grande tendrá que ser.
Este problema es más complicado que cualquier cosa que usted pueda imaginarse. Estamos saliendo de una juerga crediticia de 20 años de duración. En este país, demasiados de nosotros dejamos de ganar dinero haciendo "cosas" y empezamos a hacer dinero del dinero. Es decir, consumidores ganaban dinero con la suba de los precios inmobiliarios, y usaban sus ganancias para comprar televisores de pantalla plana de China con sus tarjetas de crédito, y los banqueros hacían dinero creando valores complejos y apalancamientos para que cada vez más consumidores pudieran ingresar al juego crediticio.
Cuando esta enorme burbuja explotó, creó un cráter tan profundo que no se alcanza a divisar el fondo? porque ese agujero es producto de dos excesos interrelacionados. Algunos bancos se encuentran en dificultades a causa de los valores hipotecarios subprime que tienen en sus libros, que ahora valen tan sólo 20 centavos por dólar debido a la falta de pago generalizada.
Un cráter profundo
Y muchos otros bancos -los que aceptaron el mayor apalancamiento, como el Citigroup y el Bank of America- están en problemas debido a todos los préstamos que están en sus libros y que ahora no pueden ser devueltos, como créditos para autos, préstamos para propiedades comerciales, créditos de tarjeta de crédito y préstamos corporativos. La mayoría de los grandes bancos no dieron de baja esos préstamos porque si lo hicieran serían insolventes. Los valores subprime incobrables insumirán un rescate de miles de millones de dólares; los préstamos podrían insumir billones.
Escalar las paredes de un cráter tan profundo será difícil. Cualquier paso importante que demos podría desencadenar otros problemas, cuyas dimensiones no podemos calcular. Debemos crear un "banco malo" para comprar y sostener esos valores hipotecarios tóxicos o debemos hacer que el gobierno compre la primera tanda y cree un mercado, pero eso probablemente implicaría tener que rescatar bancos que se han comportado de manera muy imprudente.
Es un precio que yo pagaría por salvar el sistema, pero incluso hacer eso es muy complicado. Comprar hipotecas tóxicas convertidas en valores no es como comprar un yate de los libros de una organización de ahorro y préstamo quebrada.
Nacionalizar el Citigroup es algo que puede sonar bien por escrito, pero ponerlo en cesación de pagos podría desencadenar toda clase de defaults en los contratos derivativos que realizó la institución. Tal vez sea algo inevitable, pero es mejor que entendamos todos los riesgos homólogos del Citigroup para no gatillar otro efecto dominó al estilo de Lehman Brothers.
Por el momento, el equipo de Obama parece preferir un intento gradual de curar a esos bancos enfermos devolviéndoles la salud con reiteradas transfusiones de sangre? 30.000 millones de dólares a AIG hoy, otros 40.000 millones para Citigroup mañana. Y sólo Dios sabe cuánto necesitará el Bank of America después de que su aventura de fin de semana con Merrill Lynch lo contagiara del "síndrome de los activos tóxicos".
La Reserva Federal y el Tesoro parecen intentar darles a esos bancos suficiente capital para que sobrevivan los próximos dos años para que puedan desapalancar y limpiar de riesgos sus carteras de valores, y después esperar que ocurra lo mejor.
Si están en lo cierto, el presidente Barack Obama (y el resto de nosotros) tendrá tan sólo un año de intensa lucha y después, gradualmente, podrá dejar a sus espaldas la crisis del sistema bancario.
Por ahora, sin embargo, los bancos siguen amenazando con consumir la presidencia de Obama. De hecho, lamento informarles que si tipean apenas dos letras en Google, b-a, lo primero que aparece no es Barack Obama. Es Bank of America. Barack Obama aparece en tercer lugar.
Traducción de Mirta Rosenberg
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THOMAS L. FRIEDMAN
martes, 3 de marzo de 2009
Obama la está Captando: la Recesión tiene un Origen Legal, no Financiero
Por: Hernando de Soto
EL COMERCIO
03-03-09
El presidente Barack Obama acaba de lanzar su plan de rescate económico y Timothy Geithner, su secretario del Tesoro, ha presentado los detalles. Este no había terminado de hablar y ya se podía oír el desencanto de Wall Street. La crítica principal: faltan detalles. Pero más importante es lo que se le escapó a Wall Street… Finalmente, la Casa Blanca ha centrado la atención de los EE.UU. en lo que considero la causa primera de la crisis económica en curso: trillones de dólares en documentos financieros envilecidos, llamados papeles tóxicos, en los balances de las instituciones hoy espantan a acreedores e inversionistas potenciales impedidos de comprender el contenido de todos esos papeles, cuántos hay, quiénes los tienen y cuán riesgosos son. Obama parece estar empezando a vislumbrar cuál es el verdadero enemigo: el envilecimiento de los documentos financieros legales creados para representar y transferir valor, y evaluar riesgo.
Miren en derredor: todas sus propiedades de valor —los títulos de su casa y de su automóvil, su hipoteca, su cuenta bancaria, sus contratos, patentes, las deudas de otros, incluidos los instrumentos financieros apoyados en la propiedad sobre activos (derivados)— están documentadas sobre papel. Usted puede poseer, transferir, evaluar y certificar el valor de tales activos solo mediante documentos legalmente autentificados por un sistema global de reglas, procedimientos y estándares. Para que la relación entre esos documentos y cada uno de los activos independientes que ellos representan nunca sea envilecida existe un formidable sistema de derechos de propiedad legal. Este sistema es global —insisto— y produce la confianza gracias a la cual el crédito y el capital fluyen y los mercados funcionan.
Es mediante el derecho y el papel legal en el cual este se materializa que nos interconectamos y conocemos la economía global. Es imposible hacer negocios importantes en el plano nacional —no se diga ya en un mercado globalizado— sin documentación legal confiable. Pero esta red mundial de confianza se está desplomando. En los últimos años los gobiernos han envilecido ese papel legal al permitir que ingrese al mercado un descontrolado tsunami de instrumentos financieros derivados de hipotecas (tóxicas unas, saludables otras) cuyo valor nominal es de unos US$600 trillones o más, el triple que todo el resto del papel legal en el mundo, sea este representado en efectivo, activos financieros tradicionales, o propiedad, tangible o intangible.
La asombrosa cantidad de estos instrumentos financieros derivados y el que estén tan enredados y mal registrados dificultan determinar cuántos hay, qué valen, o quiénes los tienen. Dado que el volumen de estos derivados empequeñece el de todos los demás papeles, el caos resultante está socavando también uno de los mayores logros de la ley de propiedad: el poder de identificar y aislar con precisión cada activo y cada interés particular de ese activo. Es así que un mero siete por ciento de incumplimiento en hipotecas de alto riesgo o sub prime que fueron financiadas o aseguradas con instrumentos derivados —quizás apenas unos cuantos cientos de billones de dólares de papel tóxico— está envileciendo el resto de los instrumentos financieros y contaminando la economía entera, como una epidemia. Como esta toxicidad del papel se refiere al crédito y al capital, y no solo a una burbuja inmobiliaria, afecta toda la actividad económica; la pérdida de confianza no perdona a nadie y se expande en todas las direcciones y más allá de sectores económicos específicos por todo el hemisferio norte y hacia los mercados emergentes.
Nos encontramos, pues, frente a lo que podría ser la peor recesión de la historia contemporánea.
A las autoridades europeas y de EE.UU. les resulta difícil creer que la causa fundamental de una recesión pueda ser un sistema legal pobremente papelizado. Pero en los mercados emergentes, como este, la relación entre la prosperidad y el orden legal es bastante obvia. La mayoría de nuestra gente es pobre y vive bajo la anarquía de la economía informal, en la que sus activos y contratos se amparan en papel endémicamente tóxico: no registrado, no estandarizado, desactualizado, difícil de identificar, difícil de ubicar y con un valor real tan difícil de determinar que la gente común no logra generar confianza mutua ni merecer la confianza de los mercados globales. En las economías informales del mundo en desarrollo y de la antigua URSS, la escasez del crédito y la crisis económica son una condición crónica. De modo que cuando miro la recesión que ha comenzado en el hemisferio norte (desatada por papel tóxico) me siento perfectamente en casa.
El principal desafío de Obama y Geithner es restaurar la confianza en el crédito. No me refiero al dinero, que sí sabemos controlar, sino a los instrumentos financieros vinculados a la propiedad sobre activos, que claramente no sabemos controlar. Esa inmensa mayoría del crédito disponible se apoya en papel, como la propiedad fungible, las hipotecas, los bonos e instrumentos derivados, todo lo cual no es dinero en sí mismo pero tiene algunos de sus atributos. Lo que los economistas solían llaman “moneyness” (“dineridad”). Para poder prevenir el envilecimiento del papel e inferir adecuadamente su valor, la administración Obama tiene que asumir algunas fórmulas de éxito comprobado en la administración de la propiedad y así asegurar su credibilidad.Los instrumentos derivados dispersos entre miles de tipos idiosincrásicos de documentos opacos deben ser ahora clarificados, categorizados, estandarizados e inscritos en registros accesibles al público, como todos los demás documentos de propiedad; que la ley tome en cuenta externalidades —la manera en que todas las transacciones financieras afectan a terceros interesados (el antiguo principio legal de erga omnes, “hacia todos”, históricamente desarrollado por el derecho para proteger a esos terceros de las consecuencias negativas de acuerdos secretos entre aristócratas que no respondían sino ante sí mismos—.
Que cada acuerdo financiero debe corresponder a la performance efectiva del activo original para que el monto de cualquier deuda asegurada sobre la base de activos no se ubique peligrosamente fuera de escala respecto de los activos que subyacen a esa deuda, que es la más prominente causa de recesión, según el economista John Kenneth Galbraith; que la producción siempre tenga precedencia frente a las finanzas que están allí para servirla; que los activos puedan ser apalancados y reempacados, pero solo con la condición de que ello incremente el valor del activo original; que la claridad y la precisión sean indispensables para crear crédito y capital mediante papel.
Los anteriores son los criterios para separar los activos tóxicos y prevenir que cualquier futuro contagio cause otra recesión. El equipo Obama también tendrá que educar a quienes todavía se aferran a la esperanza de que el mercado actual eventualmente resolverá las cosas; de que solo se necesita recapitalizar los bancos, una supervisión más estricta e inyectarle dinero a la economía. Eso no va a ser suficiente. Los mercados legales modernos solo funcionan si el papel es confiable y la gente tiene acceso al crédito y a información explícita. “Dejen actuar al mercado” ahora significa, de hecho, “dejen actuar a la economía informal”. Pero los principales beneficiarios de una economía informal en EE.UU. y Europa son los capitalistas-buitres, que devoran a los productores con buenos puntajes crediticios pero ningún crédito.
Un desafío adicional para Obama es que muchos de los dedicados a resolver la crisis ahora sostienen que es virtualmente imposible identificar y valorar todo el papel tóxico que ha pasado por los libros contables de las instituciones financieras. Sin embargo, los abogados y tecnócratas europeos y de los EE.UU. han demostrado ser brillantes a la hora de identificar papel tóxico cuando este se ha referido a malas deudas, reclamos confusos y legislación opaca. Así, han llegado a desentrañar denuncios luego de la fiebre del oro en California, recogido los añicos del orden precapitalista europeo, convertido los enclaves feudales japoneses en una economía de mercado tras las Segunda Guerra Mundial y reunificado Alemania luego de la caída del muro de Berlín. Es el proceso del capitalismo: desintoxicación continua.
El plan de rescate de Obama también debe reconocer que la solución no está solo en manos de los especialistas financieros encuadrados dentro del estrecho contexto de los mercados de derivados. En su forma actual, las normas que rigen los derivados carecen de los estándares necesarios para mantener el papel atado a la realidad, de los indicadores para medir el daño a terceros, de los instrumentos para desbrozar los conflictos entre los poseedores de papel derivado y el resto de la sociedad. Tampoco tiene la comunidad financiera la inclinación ni el interés económico para realizar tarea tan insalubre. Siempre pondrán la carreta financiera delante de los bueyes de la producción.
Es rol del Gobierno establecer estándares, fijar e imponer pesas y medidas, mantener registros, y obligar a toda economía informal a colocarse bajo el imperio de la ley.
Salir de la recesión exige restaurar el orden, la precisión y la confianza en los papeles financieros. Este es el gran desafío legal y político. La tarea dura de localizar, valorizar y aislar el papel tóxico, y de calcular quién va a pagar la cuenta de las pérdidas (si contribuyentes, bancos o capitalistas-buitres) se hará más fácil cuanto más pronto los políticos entiendan que la alternativa podría ser el colapso del propio sistema que ha generado la mayor prosperidad en la historia y el consiguiente pandemonio.
EL COMERCIO
03-03-09
El presidente Barack Obama acaba de lanzar su plan de rescate económico y Timothy Geithner, su secretario del Tesoro, ha presentado los detalles. Este no había terminado de hablar y ya se podía oír el desencanto de Wall Street. La crítica principal: faltan detalles. Pero más importante es lo que se le escapó a Wall Street… Finalmente, la Casa Blanca ha centrado la atención de los EE.UU. en lo que considero la causa primera de la crisis económica en curso: trillones de dólares en documentos financieros envilecidos, llamados papeles tóxicos, en los balances de las instituciones hoy espantan a acreedores e inversionistas potenciales impedidos de comprender el contenido de todos esos papeles, cuántos hay, quiénes los tienen y cuán riesgosos son. Obama parece estar empezando a vislumbrar cuál es el verdadero enemigo: el envilecimiento de los documentos financieros legales creados para representar y transferir valor, y evaluar riesgo.
Miren en derredor: todas sus propiedades de valor —los títulos de su casa y de su automóvil, su hipoteca, su cuenta bancaria, sus contratos, patentes, las deudas de otros, incluidos los instrumentos financieros apoyados en la propiedad sobre activos (derivados)— están documentadas sobre papel. Usted puede poseer, transferir, evaluar y certificar el valor de tales activos solo mediante documentos legalmente autentificados por un sistema global de reglas, procedimientos y estándares. Para que la relación entre esos documentos y cada uno de los activos independientes que ellos representan nunca sea envilecida existe un formidable sistema de derechos de propiedad legal. Este sistema es global —insisto— y produce la confianza gracias a la cual el crédito y el capital fluyen y los mercados funcionan.
Es mediante el derecho y el papel legal en el cual este se materializa que nos interconectamos y conocemos la economía global. Es imposible hacer negocios importantes en el plano nacional —no se diga ya en un mercado globalizado— sin documentación legal confiable. Pero esta red mundial de confianza se está desplomando. En los últimos años los gobiernos han envilecido ese papel legal al permitir que ingrese al mercado un descontrolado tsunami de instrumentos financieros derivados de hipotecas (tóxicas unas, saludables otras) cuyo valor nominal es de unos US$600 trillones o más, el triple que todo el resto del papel legal en el mundo, sea este representado en efectivo, activos financieros tradicionales, o propiedad, tangible o intangible.
La asombrosa cantidad de estos instrumentos financieros derivados y el que estén tan enredados y mal registrados dificultan determinar cuántos hay, qué valen, o quiénes los tienen. Dado que el volumen de estos derivados empequeñece el de todos los demás papeles, el caos resultante está socavando también uno de los mayores logros de la ley de propiedad: el poder de identificar y aislar con precisión cada activo y cada interés particular de ese activo. Es así que un mero siete por ciento de incumplimiento en hipotecas de alto riesgo o sub prime que fueron financiadas o aseguradas con instrumentos derivados —quizás apenas unos cuantos cientos de billones de dólares de papel tóxico— está envileciendo el resto de los instrumentos financieros y contaminando la economía entera, como una epidemia. Como esta toxicidad del papel se refiere al crédito y al capital, y no solo a una burbuja inmobiliaria, afecta toda la actividad económica; la pérdida de confianza no perdona a nadie y se expande en todas las direcciones y más allá de sectores económicos específicos por todo el hemisferio norte y hacia los mercados emergentes.
Nos encontramos, pues, frente a lo que podría ser la peor recesión de la historia contemporánea.
A las autoridades europeas y de EE.UU. les resulta difícil creer que la causa fundamental de una recesión pueda ser un sistema legal pobremente papelizado. Pero en los mercados emergentes, como este, la relación entre la prosperidad y el orden legal es bastante obvia. La mayoría de nuestra gente es pobre y vive bajo la anarquía de la economía informal, en la que sus activos y contratos se amparan en papel endémicamente tóxico: no registrado, no estandarizado, desactualizado, difícil de identificar, difícil de ubicar y con un valor real tan difícil de determinar que la gente común no logra generar confianza mutua ni merecer la confianza de los mercados globales. En las economías informales del mundo en desarrollo y de la antigua URSS, la escasez del crédito y la crisis económica son una condición crónica. De modo que cuando miro la recesión que ha comenzado en el hemisferio norte (desatada por papel tóxico) me siento perfectamente en casa.
El principal desafío de Obama y Geithner es restaurar la confianza en el crédito. No me refiero al dinero, que sí sabemos controlar, sino a los instrumentos financieros vinculados a la propiedad sobre activos, que claramente no sabemos controlar. Esa inmensa mayoría del crédito disponible se apoya en papel, como la propiedad fungible, las hipotecas, los bonos e instrumentos derivados, todo lo cual no es dinero en sí mismo pero tiene algunos de sus atributos. Lo que los economistas solían llaman “moneyness” (“dineridad”). Para poder prevenir el envilecimiento del papel e inferir adecuadamente su valor, la administración Obama tiene que asumir algunas fórmulas de éxito comprobado en la administración de la propiedad y así asegurar su credibilidad.Los instrumentos derivados dispersos entre miles de tipos idiosincrásicos de documentos opacos deben ser ahora clarificados, categorizados, estandarizados e inscritos en registros accesibles al público, como todos los demás documentos de propiedad; que la ley tome en cuenta externalidades —la manera en que todas las transacciones financieras afectan a terceros interesados (el antiguo principio legal de erga omnes, “hacia todos”, históricamente desarrollado por el derecho para proteger a esos terceros de las consecuencias negativas de acuerdos secretos entre aristócratas que no respondían sino ante sí mismos—.
Que cada acuerdo financiero debe corresponder a la performance efectiva del activo original para que el monto de cualquier deuda asegurada sobre la base de activos no se ubique peligrosamente fuera de escala respecto de los activos que subyacen a esa deuda, que es la más prominente causa de recesión, según el economista John Kenneth Galbraith; que la producción siempre tenga precedencia frente a las finanzas que están allí para servirla; que los activos puedan ser apalancados y reempacados, pero solo con la condición de que ello incremente el valor del activo original; que la claridad y la precisión sean indispensables para crear crédito y capital mediante papel.
Los anteriores son los criterios para separar los activos tóxicos y prevenir que cualquier futuro contagio cause otra recesión. El equipo Obama también tendrá que educar a quienes todavía se aferran a la esperanza de que el mercado actual eventualmente resolverá las cosas; de que solo se necesita recapitalizar los bancos, una supervisión más estricta e inyectarle dinero a la economía. Eso no va a ser suficiente. Los mercados legales modernos solo funcionan si el papel es confiable y la gente tiene acceso al crédito y a información explícita. “Dejen actuar al mercado” ahora significa, de hecho, “dejen actuar a la economía informal”. Pero los principales beneficiarios de una economía informal en EE.UU. y Europa son los capitalistas-buitres, que devoran a los productores con buenos puntajes crediticios pero ningún crédito.
Un desafío adicional para Obama es que muchos de los dedicados a resolver la crisis ahora sostienen que es virtualmente imposible identificar y valorar todo el papel tóxico que ha pasado por los libros contables de las instituciones financieras. Sin embargo, los abogados y tecnócratas europeos y de los EE.UU. han demostrado ser brillantes a la hora de identificar papel tóxico cuando este se ha referido a malas deudas, reclamos confusos y legislación opaca. Así, han llegado a desentrañar denuncios luego de la fiebre del oro en California, recogido los añicos del orden precapitalista europeo, convertido los enclaves feudales japoneses en una economía de mercado tras las Segunda Guerra Mundial y reunificado Alemania luego de la caída del muro de Berlín. Es el proceso del capitalismo: desintoxicación continua.
El plan de rescate de Obama también debe reconocer que la solución no está solo en manos de los especialistas financieros encuadrados dentro del estrecho contexto de los mercados de derivados. En su forma actual, las normas que rigen los derivados carecen de los estándares necesarios para mantener el papel atado a la realidad, de los indicadores para medir el daño a terceros, de los instrumentos para desbrozar los conflictos entre los poseedores de papel derivado y el resto de la sociedad. Tampoco tiene la comunidad financiera la inclinación ni el interés económico para realizar tarea tan insalubre. Siempre pondrán la carreta financiera delante de los bueyes de la producción.
Es rol del Gobierno establecer estándares, fijar e imponer pesas y medidas, mantener registros, y obligar a toda economía informal a colocarse bajo el imperio de la ley.
Salir de la recesión exige restaurar el orden, la precisión y la confianza en los papeles financieros. Este es el gran desafío legal y político. La tarea dura de localizar, valorizar y aislar el papel tóxico, y de calcular quién va a pagar la cuenta de las pérdidas (si contribuyentes, bancos o capitalistas-buitres) se hará más fácil cuanto más pronto los políticos entiendan que la alternativa podría ser el colapso del propio sistema que ha generado la mayor prosperidad en la historia y el consiguiente pandemonio.
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