Por Andrés Oppenheimer
LA NACION
15-10-08
MIAMI.- El presidente George W. Bush usa hoy una buena parte de su tiempo en consultas con líderes europeos sobre cómo poner fin a la crisis financiera global. Pero debería también pedirles consejo a México y a otros países latinoamericanos que lograron recobrarse de sus debacles financieras.
Varios economistas internacionales dicen que Estados Unidos podría aprender algunas lecciones de la crisis financiera mexicana de 1994, que sacudió los mercados mundiales y terminó con un enorme paquete de rescate de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Claudio Loser, que era director del departamento latinoamericano del FMI durante la crisis mexicana y que ahora se desempeña como consultor privado en Washington, opinó que un informe del FMI de 2005, sobre las crisis bancarias latinoamericanas, nos demuestra cómo la historia se repite.
Si tomamos las palabras "México" y "1994" en ese informe del FMI y las reemplazamos por "Estados Unidos" y "2008", las similitudes son notables. "La ola de quiebras en México se produjo luego de un período de liberalización financiera y de proliferación de créditos bancarios y en ausencia de una adecuada regulación y supervisión bancaria", decía el FMI en 2005.
Para detener la hemorragia financiera mexicana, el entonces presidente Bill Clinton y el FMI rescataron la economía mexicana con un plan de 38.000 millones de dólares. Eso no fue demasiado diferente del reciente plan de rescate de 700.000 millones de dólares aprobado por el Congreso de Estados Unidos, según opinó Loser.
Una vez que Washington y el FMI desembolsaron el dinero, México mejoró la supervisión del sector financiero. Eso produjo el colapso de varios bancos y la fusión de otros, tal como ocurre en Estados Unidos hoy. México se recuperó y pagó su deuda a Estados Unidos y al FMI a principios de 1997. "¿Que lección tendría que aprender Washington de México?" le pregunté a Loser.
"La principal lección es que los paquetes de rescate y las nuevas regulaciones no son suficientes si no se adopta un plan de austeridad con recortes del gasto público para poner la casa en orden. México lo hizo y ahora lo tiene que hacer Estados Unidos".
Loser añadió que hacer estas cosas de inmediato podría empeorar la actual parálisis, pero Washington tendrá que adoptar estas medidas en los próximos meses. Entre otras cosas, Washington tendrá que pensar en reducir excepciones impositivas a empresas, disminuir la ayuda social y aumentar los impuestos.
Mi opinión: estoy de acuerdo. Washington debe aplicar el remedio que recetó a los países latinoamericanos y adoptar un plan de austeridad con reducciones del gasto del gobierno. Si no se aplica un paquete de austeridad, el rescate actual no mitigará los temores de Wall Street y el resto del mundo.
Lo que me preocupa es que Barack Obama y John McCain hacen grandes promesas como si en el mundo no hubiera pasado nada. ¿Acaso McCain realmente cree que podrá darles a las familias un crédito impositivo de 5000 dólares para cubrir los costos de servicios médicos? ¿Acaso Obama cree que su gobierno podrá ayudar a 45 millones de estadounidenses que no tienen seguro de salud?
Se engañan y nos engañan a nosotros. El tercer debate presidencial, mañana, debería cancelarse para ser reemplazado por una prueba con un detector de mentiras en la que Obama y McCain contestaran si creen realmente que podrán cumplir sus promesas. Mientras tanto, deberían pensar en un plan de austeridad a largo plazo y llamar a México para pedir consejos.
martes, 14 de octubre de 2008
jueves, 9 de octubre de 2008
El Perú y la Crisis de la Economía Global
¿Del Sobrecalentamiento al Sobreenfriamiento?
Por Daniel Córdova. Decano de Economía de UPC
EL COMERCIO
09-10-08
Hasta hace tan solo unas semanas los economistas hablábamos del peligro de un sobrecalentamiento de la economía peruana. El crecimiento 'excesivo' de la demanda se sumaba a la inflación importada. Según la receta convencional, había que ponerle paños fríos a la economía para evitar una crisis financiera derivada de un eventual crecimiento exagerado del crédito. Además había que evitar un rebrote mayor de la inflación.
En solo un par de semanas el panorama es el inverso. Ahora, debido al pánico financiero internacional, lo que habría que hacer es inyectarles liquidez y confianza al empresario y al consumidor peruano. Esto porque la liquidez mundial se ha secado y porque los bancos peruanos podrían contagiarse, junto con empresarios y consumidores, sin que existan fundamentos reales suficientes para ingresar al mismo círculo vicioso que ha paralizado los mercados occidentales en los últimos días. Habría, entonces, que evitar un sobreenfriamiento.
Para entender esta aparente contradicción es necesario contrastar el mecanismo de crisis global con lo que viene sucediendo en la economía peruana.
El origen de la crisis financiera global, como sabemos, ha sido el exceso de crédito --mal supervisado-- en Estados Unidos, principalmente. Dicho exceso generó una capacidad adquisitiva artificial en millones de personas. Como consecuencia del crecimiento de la demanda, apuntalado por crédito de alto riesgo, se incrementó el valor de los inmuebles. Y los negocios en general fueron cada día mejor. Y la burbuja empezó a crecer. Los norteamericanos, como se ha dicho, son adictos al consumo y al crédito. Después de la sobredosis de consumo, ahora les toca la rehabilitación clínica de quiebras y recesión.
Cuando empezó a romperse esa cadena artificial, lo primero que se hizo evidente fue la burbuja inmobiliaria. Ahora sabemos que además hubo una burbuja de consumo y, por ende, de inversión. Se había sobrevalorado la riqueza. De ahí que lo primero que empezó a caer fue el valor de los inmuebles. Luego, empezaron a quebrar los bancos. En paralelo caía el valor de las empresas.
Lo que siguió fue una situación de desconfianza y pánico en los grandes mercados del mundo. Pánico que, como en el caso de la burbuja con el optimismo, exagera el pesimismo. De ahí que ahora más que nunca se aplique aquello de que "el optimista es un pesimista bien informado". De ahí que los gobiernos de los países desarrollados opten, cueste lo que cueste, por darle confianza a los mercados.
El caso de las economías emergentes --como la peruana-- es distinto, pero no por ello dejarán de estar contagiadas. Lo importante es que el contagio se limite a los fundamentos reales. Que no se nos contagie el pánico. Porque lo que originó la crisis en el mundo desarrollado no ha sucedido aquí.
El crecimiento en el Perú de los últimos años se ha dado sobre bases reales. Se ha logrado poner en valor recursos que habían estado inservibles durante décadas --tierras, minas, potencial emprendedor, fuerza laboral--. Estamos reconstruyendo la economía de un país. Y la supervisión bancaria es, de lejos, más prudente y eficiente que la de Estados Unidos.
Cierto es que estaremos afectados por el lado de las exportaciones, de las remesas del exterior y de la caída de la inversión extranjera. Pero tenemos reservas suficientes para capear el temporal. Y mejores instituciones monetarias y financieras que nunca. Creceremos menos. Pero no dejaremos de crecer. Y la inflación, ciertamente, dejará de ser un problema. No hay, pues, razón para el pánico.
Tampoco hay razón para insistir con políticas fiscales y monetarias diseñadas para un temor al sobrecalentamiento. Al contrario, el Ministerio de Economía y el Banco Central de Reserva, junto con la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP deben hacer todo lo necesario par darle confianza al mercado peruano y no desperdiciar este momento tan favorable de nuestra propia historia económica. No hay razón real para un enfriamiento económico excesivo.
Por Daniel Córdova. Decano de Economía de UPC
EL COMERCIO
09-10-08
Hasta hace tan solo unas semanas los economistas hablábamos del peligro de un sobrecalentamiento de la economía peruana. El crecimiento 'excesivo' de la demanda se sumaba a la inflación importada. Según la receta convencional, había que ponerle paños fríos a la economía para evitar una crisis financiera derivada de un eventual crecimiento exagerado del crédito. Además había que evitar un rebrote mayor de la inflación.
En solo un par de semanas el panorama es el inverso. Ahora, debido al pánico financiero internacional, lo que habría que hacer es inyectarles liquidez y confianza al empresario y al consumidor peruano. Esto porque la liquidez mundial se ha secado y porque los bancos peruanos podrían contagiarse, junto con empresarios y consumidores, sin que existan fundamentos reales suficientes para ingresar al mismo círculo vicioso que ha paralizado los mercados occidentales en los últimos días. Habría, entonces, que evitar un sobreenfriamiento.
Para entender esta aparente contradicción es necesario contrastar el mecanismo de crisis global con lo que viene sucediendo en la economía peruana.
El origen de la crisis financiera global, como sabemos, ha sido el exceso de crédito --mal supervisado-- en Estados Unidos, principalmente. Dicho exceso generó una capacidad adquisitiva artificial en millones de personas. Como consecuencia del crecimiento de la demanda, apuntalado por crédito de alto riesgo, se incrementó el valor de los inmuebles. Y los negocios en general fueron cada día mejor. Y la burbuja empezó a crecer. Los norteamericanos, como se ha dicho, son adictos al consumo y al crédito. Después de la sobredosis de consumo, ahora les toca la rehabilitación clínica de quiebras y recesión.
Cuando empezó a romperse esa cadena artificial, lo primero que se hizo evidente fue la burbuja inmobiliaria. Ahora sabemos que además hubo una burbuja de consumo y, por ende, de inversión. Se había sobrevalorado la riqueza. De ahí que lo primero que empezó a caer fue el valor de los inmuebles. Luego, empezaron a quebrar los bancos. En paralelo caía el valor de las empresas.
Lo que siguió fue una situación de desconfianza y pánico en los grandes mercados del mundo. Pánico que, como en el caso de la burbuja con el optimismo, exagera el pesimismo. De ahí que ahora más que nunca se aplique aquello de que "el optimista es un pesimista bien informado". De ahí que los gobiernos de los países desarrollados opten, cueste lo que cueste, por darle confianza a los mercados.
El caso de las economías emergentes --como la peruana-- es distinto, pero no por ello dejarán de estar contagiadas. Lo importante es que el contagio se limite a los fundamentos reales. Que no se nos contagie el pánico. Porque lo que originó la crisis en el mundo desarrollado no ha sucedido aquí.
El crecimiento en el Perú de los últimos años se ha dado sobre bases reales. Se ha logrado poner en valor recursos que habían estado inservibles durante décadas --tierras, minas, potencial emprendedor, fuerza laboral--. Estamos reconstruyendo la economía de un país. Y la supervisión bancaria es, de lejos, más prudente y eficiente que la de Estados Unidos.
Cierto es que estaremos afectados por el lado de las exportaciones, de las remesas del exterior y de la caída de la inversión extranjera. Pero tenemos reservas suficientes para capear el temporal. Y mejores instituciones monetarias y financieras que nunca. Creceremos menos. Pero no dejaremos de crecer. Y la inflación, ciertamente, dejará de ser un problema. No hay, pues, razón para el pánico.
Tampoco hay razón para insistir con políticas fiscales y monetarias diseñadas para un temor al sobrecalentamiento. Al contrario, el Ministerio de Economía y el Banco Central de Reserva, junto con la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP deben hacer todo lo necesario par darle confianza al mercado peruano y no desperdiciar este momento tan favorable de nuestra propia historia económica. No hay razón real para un enfriamiento económico excesivo.
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viernes, 3 de octubre de 2008
La Satisfacción de Izquierda
¿Qué significa entonces la proclama de que estamos ante el fin del ciclo histórico de la desregulación y la reforma liberal? Nada
Por Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
03-10-08
La izquierda se frota las manos con la crisis financiera estadounidense. Encuentra en ella la reivindicación de sus viejos puntos de vista contra el mercado y a favor de una fuerte intervención del Estado en la economía. Sería la victoria de los estatizadores, el retorno de los controlistas, de los iluminados, del poder de los burócratas. Pues dictamina que es el fin del ciclo histórico de la desregulación y la reforma liberal.
Es increíble cómo la respuesta de emergencia temporal a una crisis se puede convertir, en la imaginación optimista de algunos, en modelo permanente. El Estado debe comprar activos o hipotecas en problemas para evitar un colapso mayor, pero no cabe duda de que el Estado no entrará allí para quedarse. No se convertirá en un empresario financiero. Lo que sí será necesario es incorporar o reincorporar las nuevas modalidades financieras en la regulación bancaria, que efectivamente fue muy laxa los últimos años.
Nadie ha dicho jamás que el Estado o las regulaciones no sean necesarias. Al contrario. Lo que siempre se dijo desde la orilla liberal es que el mercado necesita Estado de derecho, para comenzar. Es decir, imperio de la ley: una institucionalidad que defienda la propiedad y los contratos del robo, la estafa o el incumplimiento. Sin 'derechos' claros de propiedad, no hay inversión ni desarrollo. Ese precepto básico pertenece al ámbito de las reglas de juego, de las leyes, del Estado, de la institucionalidad. El Estado es, desde Hobbes, el pacto entre los individuos para proteger su vida y sus propiedades. Se necesita, en ese sentido, de un Estado fuerte. Un Estado fuerte en su ámbito, que es el del contrato social, no en el ámbito de la producción misma, donde debe mantenerse, precisamente, como regulador --para proteger la salud, por ejemplo-- y árbitro, no como dueño.
Como consecuencia de la aplicación de ese mismo principio, también se necesita reglas y límites cuando se usa dinero del público, que es el caso de los bancos. Allí se está protegiendo la propiedad de los depositantes. En los últimos años los avances tecnológicos e informáticos y una política monetaria y regulatoria laxa permitieron el diseño y la inflación descontrolada de instrumentos financieros no regulados. Es necesario regularlos.
Pero sería absurdo retroceder en la desregulación del sector real, de la producción de bienes y servicios no bancarios o financieros, salvo en lo que se refiera a la defensa de la salud o del ambiente. Por lo demás, una de las causas de la crisis ha sido no la falta de regulación, sino lo contrario, la intervención del Estado a través de la reserva Federal, que bajó excesivamente la tasa de interés alentando la burbuja hipotecaria.
¿Qué significa entonces la proclama de que estamos ante el fin del ciclo histórico de la reforma liberal? ¿Quiere decir que regresamos al estatismo y al proteccionismo? Dios nos libre. Sería lo peor que podría pasarle a la economía mundial y por lo tanto a la de los países emergentes, que ven cifradas sus esperanzas en la posibilidad de conquistar los mercados ricos.
Por Jaime de Althaus Guarderas
EL COMERCIO
03-10-08
La izquierda se frota las manos con la crisis financiera estadounidense. Encuentra en ella la reivindicación de sus viejos puntos de vista contra el mercado y a favor de una fuerte intervención del Estado en la economía. Sería la victoria de los estatizadores, el retorno de los controlistas, de los iluminados, del poder de los burócratas. Pues dictamina que es el fin del ciclo histórico de la desregulación y la reforma liberal.
Es increíble cómo la respuesta de emergencia temporal a una crisis se puede convertir, en la imaginación optimista de algunos, en modelo permanente. El Estado debe comprar activos o hipotecas en problemas para evitar un colapso mayor, pero no cabe duda de que el Estado no entrará allí para quedarse. No se convertirá en un empresario financiero. Lo que sí será necesario es incorporar o reincorporar las nuevas modalidades financieras en la regulación bancaria, que efectivamente fue muy laxa los últimos años.
Nadie ha dicho jamás que el Estado o las regulaciones no sean necesarias. Al contrario. Lo que siempre se dijo desde la orilla liberal es que el mercado necesita Estado de derecho, para comenzar. Es decir, imperio de la ley: una institucionalidad que defienda la propiedad y los contratos del robo, la estafa o el incumplimiento. Sin 'derechos' claros de propiedad, no hay inversión ni desarrollo. Ese precepto básico pertenece al ámbito de las reglas de juego, de las leyes, del Estado, de la institucionalidad. El Estado es, desde Hobbes, el pacto entre los individuos para proteger su vida y sus propiedades. Se necesita, en ese sentido, de un Estado fuerte. Un Estado fuerte en su ámbito, que es el del contrato social, no en el ámbito de la producción misma, donde debe mantenerse, precisamente, como regulador --para proteger la salud, por ejemplo-- y árbitro, no como dueño.
Como consecuencia de la aplicación de ese mismo principio, también se necesita reglas y límites cuando se usa dinero del público, que es el caso de los bancos. Allí se está protegiendo la propiedad de los depositantes. En los últimos años los avances tecnológicos e informáticos y una política monetaria y regulatoria laxa permitieron el diseño y la inflación descontrolada de instrumentos financieros no regulados. Es necesario regularlos.
Pero sería absurdo retroceder en la desregulación del sector real, de la producción de bienes y servicios no bancarios o financieros, salvo en lo que se refiera a la defensa de la salud o del ambiente. Por lo demás, una de las causas de la crisis ha sido no la falta de regulación, sino lo contrario, la intervención del Estado a través de la reserva Federal, que bajó excesivamente la tasa de interés alentando la burbuja hipotecaria.
¿Qué significa entonces la proclama de que estamos ante el fin del ciclo histórico de la reforma liberal? ¿Quiere decir que regresamos al estatismo y al proteccionismo? Dios nos libre. Sería lo peor que podría pasarle a la economía mundial y por lo tanto a la de los países emergentes, que ven cifradas sus esperanzas en la posibilidad de conquistar los mercados ricos.
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