jueves, 31 de diciembre de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
martes, 7 de julio de 2015
Tea
El caso griego muestra la incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones.
Por: Luis Carranza
Ex ministro de Economía y Finanzas
EL COMERCIO
Según la mitología griega, Tea, una de las titanes, era la madre de Selene, la diosa de la Luna. Por ello, se bautizó con ese nombre al planeta que hace 4.500 millones de años chocó con la Tierra, lo que produjo la formación de nuestro satélite. La colisión ocurrió una vez que Tea adquirió suficiente masa, salió de su órbita y entró en una trayectoria inestable. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Grecia. Una acumulación de deuda que hace inviable el actual sistema económico griego.
El proceso de ajuste ya empezó hace algunos años, pero era claramente insuficiente, no porque los recortes fueran pocos, sino porque el tamaño de la deuda es impagable, lo cual requiere de una disminución del compromiso, pero también requiere de reformas estructurales profundas que generen aumentos en el crecimiento potencial de la economía griega y que los sucesivos gobiernos se han negado a implementar.
El resultado del referéndum marca el inicio de la aceleración en el proceso de colapso total de la economía griega, el cual implicará una salida desordenada del euro y la quiebra del sistema bancario doméstico. La grave recesión que seguirá será el resultado de las malas decisiones que tomaron los líderes políticos. Ante este lúgubre escenario, es bueno sacar conclusiones.
Primera, el crecimiento sostenible se da por aumento de la productividad y por la inversión privada. No por gasto público. En Grecia, los incrementos salariales y desproporcionados beneficios sociales, que impulsó el aumento del PBI heleno temporal, no eran sostenibles porque no estaban alineados con la productividad, sino eran producto del crecimiento exponencial de la deuda.
Segunda, cuando la deuda no puede seguir creciendo, viene el proceso de ajuste, que puede tener diversas formas. La economía, de una manera o de otra, tiene que regresar a su tamaño natural, el cual depende de las condiciones reales y financieras del país. En este proceso de contracción del PBI, quienes más sufren son los pobres. Esto no es una decisión de política, tiene que ver con la propia dinámica de la economía. Cuando estamos en el ‘boom’, todo sube, salarios y ganancias. Los sueldos se transforman en consumo y las ganancias se vuelven activos. Cuando se avizoran los problemas, los activos se empiezan a transformar en activos financieros y salen del país. Cuando los problemas se manifiestan, el salario se desploma o el de-sempleo se dispara. Aquí las normas laborales se estrellan contra la dura realidad de las leyes económicas. Por otro lado, los activos financieros ya están a buen recaudo fuera del país, y poco importa que el flujo de las ganancias sea exiguo o nulo. Por eso, es importante la responsabilidad fiscal, porque implica proteger verdaderamente la capacidad de compra de los salarios y la estabilidad de los empleos.
Tercera, tal como lo demuestra la crisis griega, los mercados financieros se equivocan, pero tarde o temprano la corrección siempre ocurre con costos muy graves para el país. Para disminuir los riesgos de los excesos de sobreendeudamiento, se requiere en el lado privado tener una buena regulación y supervisión; mientras que en el lado público se necesitan compromisos fiscales serios incorporados en instituciones fiscales sólidas. La institucionalidad monetaria es fundamental, especialmente cuando se tiene moneda propia, pero no es suficiente.
Cuarta, para hacer reformas que permitan crecer al país o para realizar ajustes que restablezcan el equilibrio, el liderazgo político es fundamental. Grecia muestra incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones. Existe una disonancia cognitiva en los políticos que los hace evaluar incorrectamente las decisiones, aumentando desproporcionadamente los beneficios esperados e infravalorando los costos, especialmente los costos de oportunidad. Si bien en Grecia han existido graves errores, la decisión de convocar a referéndum fue el peor de todos. Esto atenta contra el propio sistema de democracia representativa, el cual existe tanto por razones epistemológicas como por eficiencia política.
Las leyes que gobiernan el funcionamiento de la economía no son tan precisas como las leyes de la física, pero son igual de inexorables. Hasta que los gobernantes no entiendan cómo funcionan estas normas condenarán a sus pueblos a la miseria y a la barbarie.
Por: Luis Carranza
Ex ministro de Economía y Finanzas
EL COMERCIO
Según la mitología griega, Tea, una de las titanes, era la madre de Selene, la diosa de la Luna. Por ello, se bautizó con ese nombre al planeta que hace 4.500 millones de años chocó con la Tierra, lo que produjo la formación de nuestro satélite. La colisión ocurrió una vez que Tea adquirió suficiente masa, salió de su órbita y entró en una trayectoria inestable. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Grecia. Una acumulación de deuda que hace inviable el actual sistema económico griego.
El proceso de ajuste ya empezó hace algunos años, pero era claramente insuficiente, no porque los recortes fueran pocos, sino porque el tamaño de la deuda es impagable, lo cual requiere de una disminución del compromiso, pero también requiere de reformas estructurales profundas que generen aumentos en el crecimiento potencial de la economía griega y que los sucesivos gobiernos se han negado a implementar.
El resultado del referéndum marca el inicio de la aceleración en el proceso de colapso total de la economía griega, el cual implicará una salida desordenada del euro y la quiebra del sistema bancario doméstico. La grave recesión que seguirá será el resultado de las malas decisiones que tomaron los líderes políticos. Ante este lúgubre escenario, es bueno sacar conclusiones.
Primera, el crecimiento sostenible se da por aumento de la productividad y por la inversión privada. No por gasto público. En Grecia, los incrementos salariales y desproporcionados beneficios sociales, que impulsó el aumento del PBI heleno temporal, no eran sostenibles porque no estaban alineados con la productividad, sino eran producto del crecimiento exponencial de la deuda.
Segunda, cuando la deuda no puede seguir creciendo, viene el proceso de ajuste, que puede tener diversas formas. La economía, de una manera o de otra, tiene que regresar a su tamaño natural, el cual depende de las condiciones reales y financieras del país. En este proceso de contracción del PBI, quienes más sufren son los pobres. Esto no es una decisión de política, tiene que ver con la propia dinámica de la economía. Cuando estamos en el ‘boom’, todo sube, salarios y ganancias. Los sueldos se transforman en consumo y las ganancias se vuelven activos. Cuando se avizoran los problemas, los activos se empiezan a transformar en activos financieros y salen del país. Cuando los problemas se manifiestan, el salario se desploma o el de-sempleo se dispara. Aquí las normas laborales se estrellan contra la dura realidad de las leyes económicas. Por otro lado, los activos financieros ya están a buen recaudo fuera del país, y poco importa que el flujo de las ganancias sea exiguo o nulo. Por eso, es importante la responsabilidad fiscal, porque implica proteger verdaderamente la capacidad de compra de los salarios y la estabilidad de los empleos.
Tercera, tal como lo demuestra la crisis griega, los mercados financieros se equivocan, pero tarde o temprano la corrección siempre ocurre con costos muy graves para el país. Para disminuir los riesgos de los excesos de sobreendeudamiento, se requiere en el lado privado tener una buena regulación y supervisión; mientras que en el lado público se necesitan compromisos fiscales serios incorporados en instituciones fiscales sólidas. La institucionalidad monetaria es fundamental, especialmente cuando se tiene moneda propia, pero no es suficiente.
Cuarta, para hacer reformas que permitan crecer al país o para realizar ajustes que restablezcan el equilibrio, el liderazgo político es fundamental. Grecia muestra incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones. Existe una disonancia cognitiva en los políticos que los hace evaluar incorrectamente las decisiones, aumentando desproporcionadamente los beneficios esperados e infravalorando los costos, especialmente los costos de oportunidad. Si bien en Grecia han existido graves errores, la decisión de convocar a referéndum fue el peor de todos. Esto atenta contra el propio sistema de democracia representativa, el cual existe tanto por razones epistemológicas como por eficiencia política.
Las leyes que gobiernan el funcionamiento de la economía no son tan precisas como las leyes de la física, pero son igual de inexorables. Hasta que los gobernantes no entiendan cómo funcionan estas normas condenarán a sus pueblos a la miseria y a la barbarie.
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LUIS CARRANZA
jueves, 25 de junio de 2015
El Papa ambiental
Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza
Por: Jaime de Althaus
Antropólogo y periodista
EL COMERCIO
La encíclica papal “Laudato Si” es un extenso documento muy trabajado y por instantes poético y místico, en el que el Papa intenta juzgar el modelo de crecimiento global y sus efectos ambientales desde un marco teológico y ético. El “paradigma tecnocrático”, la “rentabilidad financiera”, la obsesión por las máximas ganancias y por el “consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental” están propiciando el calentamiento global y agotando los recursos. El hombre, autorreferenciado e individualista, dominado por necesidades inmediatas, no reconoce a la naturaleza como la creación de Dios, y establece con ella una relación de dominio en lugar de una de unión y respeto al todo del que formamos parte. Desenfreno egoísta que llevará a la violencia y destrucción recíproca.
Está presente la vieja desconfianza de la Iglesia con la búsqueda de ganancias, base del mercado. Pero ya decía Smith que, en un mercado libre, el individuo, buscando su propio beneficio, consigue el de los demás. Si yo gano dinero es porque lo que produzco satisface necesidades de otros. Han sido las economías de mercado las que han reducido la pobreza y generado democracias que, a su vez, generan presiones ambientalistas para castigar excesos. En cambio, las economías dirigidas por la ética redistributiva (socialismo, estatismo, colectivismo) produjeron más pobreza, regímenes totalitarios y más destrucción del ambiente.
Salir de la pobreza consiste precisamente en incrementar la capacidad de consumo. Que los vastos sectores emergentes quieran consumir más es un derecho y ayuda al crecimiento para que más personas salgan de la pobreza. En qué momento eso se convierte en “consumismo”, en exceso egoísta, es algo que sí merece una discusión ética.
El Papa responsabiliza a las empresas multinacionales de haber arrasado las selvas tropicales, contaminado ríos, etc. Eso ha ocurrido. Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza. No la gran o mediana inversión minera, que, salvo excepciones, ahora es limpia, sino la minería ilegal que usa mercurio y cianuro. No las grandes o medianas concesiones forestales modernas que deberíamos tener, que conservan el recurso, sino la migración itinerante de campesinos pobres que ha devastado 9 millones de hectáreas en la selva alta, en algunos casos sembrando coca y contaminando los ríos. No las pesqueras industriales, que tienen cuotas que son controladas, sino la pesca artesanal sin control que incluso usa dinamita. Y las ciudades y pueblos que botan sus residuos sólidos y líquidos a los ríos y al mar.
Entonces, tenemos que crecer más para reducir la pobreza y formalizar si queremos golpear menos el ambiente. Para eso, necesitamos engancharnos bien al “modelo de desarrollo global” que el Papa quiere cambiar porque ha ocasionado el cambio climático. Pero el mismo “paradigma tecnocrático” que ha ocasionado el calentamiento global es el que está produciendo ahora tecnologías y energía limpias. En 20 años solo habrá automóviles eléctricos, por ejemplo. Por eso los presidentes del G-7 pudieron anunciar, la semana pasada, al mismo tiempo que se publicaba la encíclica, que habían tomado la decisión “revolucionaria” de “descarbonizar” totalmente la economía en unas décadas. Aleluya.
Por: Jaime de Althaus
Antropólogo y periodista
EL COMERCIO
La encíclica papal “Laudato Si” es un extenso documento muy trabajado y por instantes poético y místico, en el que el Papa intenta juzgar el modelo de crecimiento global y sus efectos ambientales desde un marco teológico y ético. El “paradigma tecnocrático”, la “rentabilidad financiera”, la obsesión por las máximas ganancias y por el “consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental” están propiciando el calentamiento global y agotando los recursos. El hombre, autorreferenciado e individualista, dominado por necesidades inmediatas, no reconoce a la naturaleza como la creación de Dios, y establece con ella una relación de dominio en lugar de una de unión y respeto al todo del que formamos parte. Desenfreno egoísta que llevará a la violencia y destrucción recíproca.
Está presente la vieja desconfianza de la Iglesia con la búsqueda de ganancias, base del mercado. Pero ya decía Smith que, en un mercado libre, el individuo, buscando su propio beneficio, consigue el de los demás. Si yo gano dinero es porque lo que produzco satisface necesidades de otros. Han sido las economías de mercado las que han reducido la pobreza y generado democracias que, a su vez, generan presiones ambientalistas para castigar excesos. En cambio, las economías dirigidas por la ética redistributiva (socialismo, estatismo, colectivismo) produjeron más pobreza, regímenes totalitarios y más destrucción del ambiente.
Salir de la pobreza consiste precisamente en incrementar la capacidad de consumo. Que los vastos sectores emergentes quieran consumir más es un derecho y ayuda al crecimiento para que más personas salgan de la pobreza. En qué momento eso se convierte en “consumismo”, en exceso egoísta, es algo que sí merece una discusión ética.
El Papa responsabiliza a las empresas multinacionales de haber arrasado las selvas tropicales, contaminado ríos, etc. Eso ha ocurrido. Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza. No la gran o mediana inversión minera, que, salvo excepciones, ahora es limpia, sino la minería ilegal que usa mercurio y cianuro. No las grandes o medianas concesiones forestales modernas que deberíamos tener, que conservan el recurso, sino la migración itinerante de campesinos pobres que ha devastado 9 millones de hectáreas en la selva alta, en algunos casos sembrando coca y contaminando los ríos. No las pesqueras industriales, que tienen cuotas que son controladas, sino la pesca artesanal sin control que incluso usa dinamita. Y las ciudades y pueblos que botan sus residuos sólidos y líquidos a los ríos y al mar.
Entonces, tenemos que crecer más para reducir la pobreza y formalizar si queremos golpear menos el ambiente. Para eso, necesitamos engancharnos bien al “modelo de desarrollo global” que el Papa quiere cambiar porque ha ocasionado el cambio climático. Pero el mismo “paradigma tecnocrático” que ha ocasionado el calentamiento global es el que está produciendo ahora tecnologías y energía limpias. En 20 años solo habrá automóviles eléctricos, por ejemplo. Por eso los presidentes del G-7 pudieron anunciar, la semana pasada, al mismo tiempo que se publicaba la encíclica, que habían tomado la decisión “revolucionaria” de “descarbonizar” totalmente la economía en unas décadas. Aleluya.
lunes, 22 de junio de 2015
¿Fue todo ilusión?
¿Qué se logró realmente en los últimos años?
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
El bajón de la producción y del consumo ha motivado una mirada crítica al llamado milagro económico peruano. ¿Qué se logró realmente en los últimos años? Para algunos, el crecimiento fue poco más que un accidente, atribuible a los buenos precios de los minerales y a la abundancia de capitales externos. Más que un logro propio, el crecimiento habría sido producido por un empujón desde afuera. Al agotarse ese viento favorable, la economía peruana se estaría quedando a la deriva, sin capacidad para seguir su rumbo. El llamado milagro peruano sería en gran parte una ilusión.
Para lograr un balance más completo, sugiero mirar tres elementos poco comentados del pasado reciente.
El primero es el vuelco histórico que significó –finalmente– lograr un desarrollo relativamente democrático. Nunca antes el Perú había conocido una sostenida expansión económica que resultara más favorable para los pobres que para los ricos. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), durante el último quinquenio el ingreso promedio del quinto más pobre en la escala de familias aumentó 34%, mientras que el del quinto más rico aumentó 8%. Y desde hace 25 años los ingresos rurales crecen más rápido que los urbanos.
Pero lo más importante es el cómo de ese crecimiento democrático. La explicación se encuentra principalmente en la adopción masiva de mejores prácticas tecnológicas en el campo. En la sierra, el uso de tractores pasó del 11% de los agricultores a 22% entre los censos agropecuarios de 1994 al 2012; el uso de fumigadoras de 13% a 27%; el riego tecnificado de apenas 2% a 12%; más de la mitad de los ganaderos aplican ahora medicinas dosificadas; y el uso de alimentos balanceados aumentó de 3% a 10%. La innovación también ha sido comercial. Aprovechando la nueva conexión vial y la masificación del celular, se ha acelerado la adopción de cultivos y variedades de más valor, como el café orgánico, nuevas frutas, el cuy y la papa nativa, que se dirigen tanto a los crecientes mercados urbanos como a la exportación.
Los caminos se construyeron principalmente con el dinero de las generosas transferencias fiscales a los gobiernos locales, pero, desde allí, el progreso rural no ha sido regalo de nadie. La vasta mayoría de los campesinos, por ejemplo, no ha recibido aún crédito ni programas de capacitación, y el celular es un negocio privado.
Un segundo elemento por considerar es que la capacidad productiva del país cuenta hoy con un stock de capital físico cuatro veces mayor que hace veinte años. La acumulación de maquinarias, equipos, inventarios, construcciones e infraestructura de todo tipo se ha expandido a una tasa anual de 7,2% en ese período, y se ha dispersado ampliamente en el territorio nacional. Pero, además, la capacidad productiva se ve favorecida por la nueva tecnología incorporada en los últimos modelos de gran parte de ese capital.
El tercer elemento sería el capital humano. El analfabetismo se ha reducido de 13% a 4% de la población adulta y la proporción con estudios superiores se ha elevado de 20% a 31%, pero criticamos la poca calidad de la educación formal. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la llave para la capacidad productiva futura no será tanto el aprendizaje en aulas, sino el que estaremos recibiendo como autodidactas de por vida, gracias al milagro de los medios modernos de comunicación y de Internet, milagro educativo e informativo que no es una ilusión porque de hecho ha contribuido al dinamismo del pequeño agricultor.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
El bajón de la producción y del consumo ha motivado una mirada crítica al llamado milagro económico peruano. ¿Qué se logró realmente en los últimos años? Para algunos, el crecimiento fue poco más que un accidente, atribuible a los buenos precios de los minerales y a la abundancia de capitales externos. Más que un logro propio, el crecimiento habría sido producido por un empujón desde afuera. Al agotarse ese viento favorable, la economía peruana se estaría quedando a la deriva, sin capacidad para seguir su rumbo. El llamado milagro peruano sería en gran parte una ilusión.
Para lograr un balance más completo, sugiero mirar tres elementos poco comentados del pasado reciente.
El primero es el vuelco histórico que significó –finalmente– lograr un desarrollo relativamente democrático. Nunca antes el Perú había conocido una sostenida expansión económica que resultara más favorable para los pobres que para los ricos. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), durante el último quinquenio el ingreso promedio del quinto más pobre en la escala de familias aumentó 34%, mientras que el del quinto más rico aumentó 8%. Y desde hace 25 años los ingresos rurales crecen más rápido que los urbanos.
Pero lo más importante es el cómo de ese crecimiento democrático. La explicación se encuentra principalmente en la adopción masiva de mejores prácticas tecnológicas en el campo. En la sierra, el uso de tractores pasó del 11% de los agricultores a 22% entre los censos agropecuarios de 1994 al 2012; el uso de fumigadoras de 13% a 27%; el riego tecnificado de apenas 2% a 12%; más de la mitad de los ganaderos aplican ahora medicinas dosificadas; y el uso de alimentos balanceados aumentó de 3% a 10%. La innovación también ha sido comercial. Aprovechando la nueva conexión vial y la masificación del celular, se ha acelerado la adopción de cultivos y variedades de más valor, como el café orgánico, nuevas frutas, el cuy y la papa nativa, que se dirigen tanto a los crecientes mercados urbanos como a la exportación.
Los caminos se construyeron principalmente con el dinero de las generosas transferencias fiscales a los gobiernos locales, pero, desde allí, el progreso rural no ha sido regalo de nadie. La vasta mayoría de los campesinos, por ejemplo, no ha recibido aún crédito ni programas de capacitación, y el celular es un negocio privado.
Un segundo elemento por considerar es que la capacidad productiva del país cuenta hoy con un stock de capital físico cuatro veces mayor que hace veinte años. La acumulación de maquinarias, equipos, inventarios, construcciones e infraestructura de todo tipo se ha expandido a una tasa anual de 7,2% en ese período, y se ha dispersado ampliamente en el territorio nacional. Pero, además, la capacidad productiva se ve favorecida por la nueva tecnología incorporada en los últimos modelos de gran parte de ese capital.
El tercer elemento sería el capital humano. El analfabetismo se ha reducido de 13% a 4% de la población adulta y la proporción con estudios superiores se ha elevado de 20% a 31%, pero criticamos la poca calidad de la educación formal. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la llave para la capacidad productiva futura no será tanto el aprendizaje en aulas, sino el que estaremos recibiendo como autodidactas de por vida, gracias al milagro de los medios modernos de comunicación y de Internet, milagro educativo e informativo que no es una ilusión porque de hecho ha contribuido al dinamismo del pequeño agricultor.
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PERU,
RICHARD WEBB,
SECTOR SOCIAL
Clase media a medias
¿La mayoría de peruanos (51%) es de clase media?
Por: Rolando Arellano
Profesor de Centrum Católica
EL COMERCIO
Luego de que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el criterio que usa internacionalmente (de US$10 a US$50 de ingreso diario per cápita) señalara que la mayoría de peruanos (51%) es clase media, aparecieron muchos comentarios, artículos e informes que decían que era una cifra exagerada. Probablemente la razón por la que en lugar de alegrarse se critique la cifra se deba a que muchos comentaristas no han tomado aún en cuenta el peso de la gran parte de la población peruana que conforma la nueva clase media. Veamos.
En primer término, entendemos que una cantidad de críticos a la cifra lo hace en su postura usual de negar lo positivo que ocurre en el país. Algunos niegan que haya más clase media porque no quieren aceptar datos que podrían ser considerados logros del gobierno de turno. Otros, porque viven de ser antisistema y les es contraproducente reconocer que hay menor pobreza. Y varios porque simplemente creen que las malas noticias venden más que las buenas.
Pero es más difícil entender la posición de quienes se oponen a las cifras del BID con argumentos algo más estructurados. Por ejemplo, quienes dicen que la “clase media es el nivel socioeconómico (NSE) B y C” (35% del Perú) o quienes afirman que “para ser clase media se debe tener... microondas, lavadora o jubilación” (20% o menos de la población).
En ambos casos podría haber una orientación correcta. En uno, porque existe una cierta relación entre ingreso y NSE (aunque el NSE no mide riqueza), y ese dato podría ayudar a definir quién tiene bienestar y quién no. En el otro, porque dentro de las ciencias sociales es válido usar un indicador simple (o “proxi”) que ayude a explicar más fácilmente un fenómeno, como cuando se dice que tener lavadora indica un nivel de comodidad típico de la clase media.
¿Pero por qué tan grande diferencia con el BID (o con Arellano Marketing, que por el lado del gasto define que 57% del Perú urbano es clase media)? Quizá porque esos analistas no incluyen en su cuenta a muchas familias de la nueva clase media (Rolando Arellano, “Al medio hay sitio”, Editorial Planeta, 2010), que son dos tercios de la clase media peruana. Esa nueva clase media, integrada por personas de origen migrante, tiene un nivel de bienestar alto, pero comportamientos y actitudes distintos a los de las clases tradicionales, que por ello no llegan a entenderla. Al tener gustos musicales y artísticos propios, y también una visión distinta del bienestar, quizá no quieren lavadoras (¿una comadre les lava la ropa?) o jubilación (¿la ven dentro de su empresa?), pero no por ello tienen un menor nivel de vida. Si en lugar de lavadoras o jubilación el indicador de los analistas fuera, por ejemplo, tener vivienda propia o una empresa en marcha, cambiaría la cifra.
Y probablemente lo mismo sucede con quienes usan los NSE para señalar quién es clase media o no. Si hoy consideran que solo los “B” y “C” son clase media (antes decían que solo era el B), quizá sea porque en su clasificación consideran básicamente equipamiento y comportamientos propios de las clases medias tradicionales. Dejan así fuera, involuntariamente quizá, a parte de la inmensa mayoría con nivel de bienestar similar, pero comportamiento distinto.
En fin, convendría medir más integralmente la clase media, integrando de manera más estructurada en los análisis a la nueva sociedad peruana. Si fuera así, en el futuro todos podremos alegrarnos sin reservas de noticias como la que nos trae el BID.
Por: Rolando Arellano
Profesor de Centrum Católica
EL COMERCIO
Luego de que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el criterio que usa internacionalmente (de US$10 a US$50 de ingreso diario per cápita) señalara que la mayoría de peruanos (51%) es clase media, aparecieron muchos comentarios, artículos e informes que decían que era una cifra exagerada. Probablemente la razón por la que en lugar de alegrarse se critique la cifra se deba a que muchos comentaristas no han tomado aún en cuenta el peso de la gran parte de la población peruana que conforma la nueva clase media. Veamos.
En primer término, entendemos que una cantidad de críticos a la cifra lo hace en su postura usual de negar lo positivo que ocurre en el país. Algunos niegan que haya más clase media porque no quieren aceptar datos que podrían ser considerados logros del gobierno de turno. Otros, porque viven de ser antisistema y les es contraproducente reconocer que hay menor pobreza. Y varios porque simplemente creen que las malas noticias venden más que las buenas.
Pero es más difícil entender la posición de quienes se oponen a las cifras del BID con argumentos algo más estructurados. Por ejemplo, quienes dicen que la “clase media es el nivel socioeconómico (NSE) B y C” (35% del Perú) o quienes afirman que “para ser clase media se debe tener... microondas, lavadora o jubilación” (20% o menos de la población).
En ambos casos podría haber una orientación correcta. En uno, porque existe una cierta relación entre ingreso y NSE (aunque el NSE no mide riqueza), y ese dato podría ayudar a definir quién tiene bienestar y quién no. En el otro, porque dentro de las ciencias sociales es válido usar un indicador simple (o “proxi”) que ayude a explicar más fácilmente un fenómeno, como cuando se dice que tener lavadora indica un nivel de comodidad típico de la clase media.
¿Pero por qué tan grande diferencia con el BID (o con Arellano Marketing, que por el lado del gasto define que 57% del Perú urbano es clase media)? Quizá porque esos analistas no incluyen en su cuenta a muchas familias de la nueva clase media (Rolando Arellano, “Al medio hay sitio”, Editorial Planeta, 2010), que son dos tercios de la clase media peruana. Esa nueva clase media, integrada por personas de origen migrante, tiene un nivel de bienestar alto, pero comportamientos y actitudes distintos a los de las clases tradicionales, que por ello no llegan a entenderla. Al tener gustos musicales y artísticos propios, y también una visión distinta del bienestar, quizá no quieren lavadoras (¿una comadre les lava la ropa?) o jubilación (¿la ven dentro de su empresa?), pero no por ello tienen un menor nivel de vida. Si en lugar de lavadoras o jubilación el indicador de los analistas fuera, por ejemplo, tener vivienda propia o una empresa en marcha, cambiaría la cifra.
Y probablemente lo mismo sucede con quienes usan los NSE para señalar quién es clase media o no. Si hoy consideran que solo los “B” y “C” son clase media (antes decían que solo era el B), quizá sea porque en su clasificación consideran básicamente equipamiento y comportamientos propios de las clases medias tradicionales. Dejan así fuera, involuntariamente quizá, a parte de la inmensa mayoría con nivel de bienestar similar, pero comportamiento distinto.
En fin, convendría medir más integralmente la clase media, integrando de manera más estructurada en los análisis a la nueva sociedad peruana. Si fuera así, en el futuro todos podremos alegrarnos sin reservas de noticias como la que nos trae el BID.
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lunes, 15 de junio de 2015
Argentina, ¿quién la entiende?
Buscar la pobreza en la Buenos Aires de hace medio siglo era buscar una aguja en un pajar. Hoy es distinto.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
Visité Buenos Aires por primera vez hace medio siglo. Varios amigos me habían recomendado los zapatos de la tienda Guante, en la elegante calle Florida. Esa fue una de las raras veces que fui de compras. No pude creer los precios en la vitrina, increíblemente baratos. Por única vez en mi vida, le dije a un vendedor: “Quiero el modelo más lujoso de la casa”. Me costó 10 dólares. Aquellos calzados resultaron los mejores que he tenido. Duraron tanto que se volvieron los más raídos y andrajosos del mundo, hasta que un día, misteriosamente, desaparecieron de mi armario. Décadas después volví a Buenos Aires y me dirigí directamente a Guante para reponer el modelo. Tenían guardado mi apellido y, de un antiguo archivo de madera y papelitos, sacaron mis medidas. Pero lo que no habían guardado era el precio: esta vez el mismo modelo costó 90 dólares. Lamentablemtente, la calidad no fue la deseada, pues el par de zapatos resultó incómodo y duró poco.
Otro hecho de esa visita de hace medio siglo fue comprobar que en esa ciudad no existía la pobreza. Al menos, no la encontré. La búsqueda fue así. Ubiqué a un amigo de la universidad que por entonces era ministro en Argentina. Tiempo atrás me había comentado acerca de su única y breve visita a Lima, donde quedó impactado por la pobreza de las tan visibles y masivas “barriadas” limeñas, fenómeno entonces desconocido para un argentino. Cuando nos reencontramos, me invitó a conocer la ciudad . En el camino dijo: “Nosotros ahora también tenemos barriadas. ¿Quieres ver?”. Asentí y empezamos un larguísimo recorrido en auto por las calles y los barrios de Buenos Aires. Pese a las vueltas y vueltas, no encontramos el rincón de pobreza que me quería mostrar. Finalmente se rindió y, frustrado, dijo: “No entiendo, estaba seguro de haberlo visto por acá”. Buscar la pobreza en la Buenos Aires de esos años era buscar una aguja en un pajar.
Hace pocos días mi colega Nelson Torres Balarezo regresó de un viaje familiar a Argentina y publicó sus observaciones en el portal del Instituto del Perú. Su nota me recordaron esas imágenes guardadas de la Argentina de antes.
En cuanto a la pobreza, Nelson dijo: “Hay barriadas y muchas”. De visita en Mar de Plata con su familia, señaló: “Quedamos aterrados en las barriadas, al nivel de las peores zonas de Lima”. Por otro lado, “lo más sorprendente de la visita fue lo barato que me pareció el país. Esta vez no tuve restricciones al momento de elegir dónde comer o recelos al tomar un taxi. En general, los precios son inferiores a los limeños”. Otra señal de empobrecimiento.
Durante la visita, Nelson cumplió un sueño al conocer el Palacio Barolo, uno de los principales edificios de la ciudad. Admirando la belleza arquitectónica, escuchó el siguiente diálogo:
–¿Por qué hacían estos edificios magníficos en aquellos años? –dijo un visitante.
–Tenés que entender que Argentina era en aquella época como el Dubái de hoy, un país muy rico y opulento –dijo el guía.
Esa conversación –dice Nelson– le provocó la siguiente reflexión: “A veces pienso que la tan mentada frase de Vargas Llosa hermana al Perú y Argentina. En algún momento del siglo XX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Hoy, es [casi] un país tercermundista más. ¿Cuándo se jodió Argentina?”.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
Visité Buenos Aires por primera vez hace medio siglo. Varios amigos me habían recomendado los zapatos de la tienda Guante, en la elegante calle Florida. Esa fue una de las raras veces que fui de compras. No pude creer los precios en la vitrina, increíblemente baratos. Por única vez en mi vida, le dije a un vendedor: “Quiero el modelo más lujoso de la casa”. Me costó 10 dólares. Aquellos calzados resultaron los mejores que he tenido. Duraron tanto que se volvieron los más raídos y andrajosos del mundo, hasta que un día, misteriosamente, desaparecieron de mi armario. Décadas después volví a Buenos Aires y me dirigí directamente a Guante para reponer el modelo. Tenían guardado mi apellido y, de un antiguo archivo de madera y papelitos, sacaron mis medidas. Pero lo que no habían guardado era el precio: esta vez el mismo modelo costó 90 dólares. Lamentablemtente, la calidad no fue la deseada, pues el par de zapatos resultó incómodo y duró poco.
Otro hecho de esa visita de hace medio siglo fue comprobar que en esa ciudad no existía la pobreza. Al menos, no la encontré. La búsqueda fue así. Ubiqué a un amigo de la universidad que por entonces era ministro en Argentina. Tiempo atrás me había comentado acerca de su única y breve visita a Lima, donde quedó impactado por la pobreza de las tan visibles y masivas “barriadas” limeñas, fenómeno entonces desconocido para un argentino. Cuando nos reencontramos, me invitó a conocer la ciudad . En el camino dijo: “Nosotros ahora también tenemos barriadas. ¿Quieres ver?”. Asentí y empezamos un larguísimo recorrido en auto por las calles y los barrios de Buenos Aires. Pese a las vueltas y vueltas, no encontramos el rincón de pobreza que me quería mostrar. Finalmente se rindió y, frustrado, dijo: “No entiendo, estaba seguro de haberlo visto por acá”. Buscar la pobreza en la Buenos Aires de esos años era buscar una aguja en un pajar.
Hace pocos días mi colega Nelson Torres Balarezo regresó de un viaje familiar a Argentina y publicó sus observaciones en el portal del Instituto del Perú. Su nota me recordaron esas imágenes guardadas de la Argentina de antes.
En cuanto a la pobreza, Nelson dijo: “Hay barriadas y muchas”. De visita en Mar de Plata con su familia, señaló: “Quedamos aterrados en las barriadas, al nivel de las peores zonas de Lima”. Por otro lado, “lo más sorprendente de la visita fue lo barato que me pareció el país. Esta vez no tuve restricciones al momento de elegir dónde comer o recelos al tomar un taxi. En general, los precios son inferiores a los limeños”. Otra señal de empobrecimiento.
Durante la visita, Nelson cumplió un sueño al conocer el Palacio Barolo, uno de los principales edificios de la ciudad. Admirando la belleza arquitectónica, escuchó el siguiente diálogo:
–¿Por qué hacían estos edificios magníficos en aquellos años? –dijo un visitante.
–Tenés que entender que Argentina era en aquella época como el Dubái de hoy, un país muy rico y opulento –dijo el guía.
Esa conversación –dice Nelson– le provocó la siguiente reflexión: “A veces pienso que la tan mentada frase de Vargas Llosa hermana al Perú y Argentina. En algún momento del siglo XX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Hoy, es [casi] un país tercermundista más. ¿Cuándo se jodió Argentina?”.
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AMERICA LATINA,
RICHARD WEBB,
SECTOR SOCIAL
Desarrollo económico made in Perú
A veces, lo más productivo es exportar recursos naturales; otras veces es darles valor agregado.
Por: Piero Ghezzi Solís
Ministro de la Producción
EL COMERCIO
El Perú busca hoy su camino al desarrollo. Este camino no es automático. Requerimos construirlo, sobre nuestras fortalezas y realidades cambiantes.
Históricamente, los países que se desarrollaron también se industrializaron. El proceso de desarrollo convencional consistió en movilizar trabajadores agrícolas al sector manufacturero. La industria manufactura mostraba dos ventajas: era intensiva en mano de obra y tenía alta (y creciente) productividad. Este camino siguieron Italia, España, Japón y Corea. Y China en la actualidad.
Sin embargo, los países que se desarrollen en el futuro posiblemente no se basarán únicamente en la manufactura. Esta está perdiendo características que la hicieron particularmente atractiva. Por ejemplo, es ahora menos intensiva en mano de obra. La proporción del empleo manufacturero ha caído en todo el mundo. Por otro lado, el mundo se organiza en tres grandes cadenas de valor globales (Norteamérica, Asia y Europa). Los países fabrican solo algunos componentes del producto final. Ello diluye los beneficios de la integración vertical. Para el Perú, alejado de estas cadenas, el reto de la industrialización es grande.
El sector manufacturero es el más grande de nuestra economía. Y generador de buen empleo. Pero como resultado de estas tendencias mundiales, retomar el 7% de crecimiento requerirá una estrategia de desarrollo basada en frentes múltiples, incluyendo la manufactura. O, en la terminología del Plan Nacional de Diversificación Productiva (PNDP), impulsada por varios motores.
Un motor esencial debe seguir siendo la minería. Es altamente productiva, genera altos ingresos y dinamiza otros sectores. La agroexportación es clave también. Tenemos fuertes ventajas comparativas. Seremos pronto un líder mundial. Es además generadora de empleo y demandante de productos manufacturados y de servicios. El mayor reto es seguir abriendo más mercados.
Los servicios son otro potencial motor. Es donde la mayoría de nuestra mano de obra está empleada. Una parte tiene muy alta productividad, pero es pequeña en términos de empleo. El otro segmento es generalmente no transable, muchas veces improductivo y con alto empleo informal.
Nuestro camino al desarrollo requerirá estos y otros motores encendidos. Deben ser potencialmente exportables, por cuatro ventajas. Primero, los sectores de exportación compiten con el mundo, lo que los fuerza a ser productivos. Segundo, permitirán retomar el crecimiento y reducir a la vez la cuenta corriente deficitaria. Tercero, al vender no solo localmente tienen un potencial de crecimiento ilimitado. Cuarto, sus ganancias en productividad implican aumentos en el empleo.
En este contexto y como parte del PNDP creamos tres mesas técnicas sectoriales. No escogemos ganadores: buscamos aumentar la productividad de los sectores mejorando lo que le corresponde al Estado hacer. Dos mesas son de recursos naturales: forestal y acuícola (con ventajas comparativas similares a la agro-exportación). Y una de servicios: industrias creativas. Próximamente nacerá una manufacturera: textil. Las mesas están enfocadas en resolver problemas de regulación, infraestructura e innovación que impiden el despegue de los sectores. Progresivamente abriremos nuevas mesas.
Cada país debe encontrar su propio camino. Es instintivo querer darle valor agregado a nuestras materias primas. Pero concentrarnos en agregarles valor nos limita. Suiza no produce cacao y exporta chocolates. Asimismo, el que produzcamos cobre no implica ventajas comparativas en la producción de alambres de cobre, que tendría que pagar el precio internacional de la materia prima, y luego el costo de su transporte a los consumidores finales. Lo que realmente importa es la productividad. A veces, lo más productivo es exportar recursos naturales; otras veces es darles valor agregado.
El camino al desarrollo muchas veces resulta en giros inesperados. En Finlandia el ‘boom’ del sector forestal no implicó una concentración en la fabricación de muebles de madera. A través de mejoras en las maquinarias que cortan árboles se desarrollaron tecnologías que eventualmente resultaron en Nokia. Análogamente, una contribución fundamental de nuestro sector minero es ser ancla de demanda de insumos. Ello puede permitir acelerar el desarrollo de metalmecánica y servicios mineros. Asimismo, de tecnologías para otros sectores.
Nuestras capacidades productivas fundamentales (capital humano, capacidad de innovar e infraestructura, y la fortaleza de nuestras políticas macroeconómicas e instituciones) son las que sostendrán nuestro crecimiento en el largo plazo. Estamos fortaleciendo algunas capacidades. Pero las brechas son vastas. Y los retornos no serán evidentes hasta años después. El éxito requiere visión de largo plazo, voluntad política y perseverancia. Pero es el único camino para lograr un desarrollo made in Perú.
Por: Piero Ghezzi Solís
Ministro de la Producción
EL COMERCIO
El Perú busca hoy su camino al desarrollo. Este camino no es automático. Requerimos construirlo, sobre nuestras fortalezas y realidades cambiantes.
Históricamente, los países que se desarrollaron también se industrializaron. El proceso de desarrollo convencional consistió en movilizar trabajadores agrícolas al sector manufacturero. La industria manufactura mostraba dos ventajas: era intensiva en mano de obra y tenía alta (y creciente) productividad. Este camino siguieron Italia, España, Japón y Corea. Y China en la actualidad.
Sin embargo, los países que se desarrollen en el futuro posiblemente no se basarán únicamente en la manufactura. Esta está perdiendo características que la hicieron particularmente atractiva. Por ejemplo, es ahora menos intensiva en mano de obra. La proporción del empleo manufacturero ha caído en todo el mundo. Por otro lado, el mundo se organiza en tres grandes cadenas de valor globales (Norteamérica, Asia y Europa). Los países fabrican solo algunos componentes del producto final. Ello diluye los beneficios de la integración vertical. Para el Perú, alejado de estas cadenas, el reto de la industrialización es grande.
El sector manufacturero es el más grande de nuestra economía. Y generador de buen empleo. Pero como resultado de estas tendencias mundiales, retomar el 7% de crecimiento requerirá una estrategia de desarrollo basada en frentes múltiples, incluyendo la manufactura. O, en la terminología del Plan Nacional de Diversificación Productiva (PNDP), impulsada por varios motores.
Un motor esencial debe seguir siendo la minería. Es altamente productiva, genera altos ingresos y dinamiza otros sectores. La agroexportación es clave también. Tenemos fuertes ventajas comparativas. Seremos pronto un líder mundial. Es además generadora de empleo y demandante de productos manufacturados y de servicios. El mayor reto es seguir abriendo más mercados.
Los servicios son otro potencial motor. Es donde la mayoría de nuestra mano de obra está empleada. Una parte tiene muy alta productividad, pero es pequeña en términos de empleo. El otro segmento es generalmente no transable, muchas veces improductivo y con alto empleo informal.
Nuestro camino al desarrollo requerirá estos y otros motores encendidos. Deben ser potencialmente exportables, por cuatro ventajas. Primero, los sectores de exportación compiten con el mundo, lo que los fuerza a ser productivos. Segundo, permitirán retomar el crecimiento y reducir a la vez la cuenta corriente deficitaria. Tercero, al vender no solo localmente tienen un potencial de crecimiento ilimitado. Cuarto, sus ganancias en productividad implican aumentos en el empleo.
En este contexto y como parte del PNDP creamos tres mesas técnicas sectoriales. No escogemos ganadores: buscamos aumentar la productividad de los sectores mejorando lo que le corresponde al Estado hacer. Dos mesas son de recursos naturales: forestal y acuícola (con ventajas comparativas similares a la agro-exportación). Y una de servicios: industrias creativas. Próximamente nacerá una manufacturera: textil. Las mesas están enfocadas en resolver problemas de regulación, infraestructura e innovación que impiden el despegue de los sectores. Progresivamente abriremos nuevas mesas.
Cada país debe encontrar su propio camino. Es instintivo querer darle valor agregado a nuestras materias primas. Pero concentrarnos en agregarles valor nos limita. Suiza no produce cacao y exporta chocolates. Asimismo, el que produzcamos cobre no implica ventajas comparativas en la producción de alambres de cobre, que tendría que pagar el precio internacional de la materia prima, y luego el costo de su transporte a los consumidores finales. Lo que realmente importa es la productividad. A veces, lo más productivo es exportar recursos naturales; otras veces es darles valor agregado.
El camino al desarrollo muchas veces resulta en giros inesperados. En Finlandia el ‘boom’ del sector forestal no implicó una concentración en la fabricación de muebles de madera. A través de mejoras en las maquinarias que cortan árboles se desarrollaron tecnologías que eventualmente resultaron en Nokia. Análogamente, una contribución fundamental de nuestro sector minero es ser ancla de demanda de insumos. Ello puede permitir acelerar el desarrollo de metalmecánica y servicios mineros. Asimismo, de tecnologías para otros sectores.
Nuestras capacidades productivas fundamentales (capital humano, capacidad de innovar e infraestructura, y la fortaleza de nuestras políticas macroeconómicas e instituciones) son las que sostendrán nuestro crecimiento en el largo plazo. Estamos fortaleciendo algunas capacidades. Pero las brechas son vastas. Y los retornos no serán evidentes hasta años después. El éxito requiere visión de largo plazo, voluntad política y perseverancia. Pero es el único camino para lograr un desarrollo made in Perú.
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MACROECONOMIA,
PERU,
PIERO GHEZZI
lunes, 18 de mayo de 2015
El Perú Nómada
La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado.
Por: Richard Webb*
EL COMERCIO
18-05-15
En la presentación de su obra “Los caminos del Perú”, el estudioso italiano Antonello Gerbi se impresionó por el carácter caótico y desestructurado que la geografía había impreso a nuestra nación. Además, expresó su sorpresa por cómo el reto de una “lucha sempiterna contra la naturaleza” había devenido en una fascinación y encariñamiento con los caminos. “Es cosa de ver con qué alegría, con qué empuje, los indígenas se apiñan alrededor de los trenes en todas las estaciones, cómo se amontonan hasta lo inverosímil en las camionetas de la sierra, cómo soportan las sacudidas, los traqueteos y los evidentes mortales peligros”.
Y contra todo obstáculo, el poblador se movía. A fines del siglo XVIII un virrey decía: “No se conocerá región alguna adonde transmigren más los indios que en el Perú”. Las limitaciones de clima y suelo para la agricultura lo obligaban al movimiento constante para alimentarse con alguna variedad, y a la vez lo liberaban de la necesidad de permanecer estático el año entero en un predio.
Durante siglos, el movimiento era principalmente vertical y local, para aprovechar la diversidad ecológica asociada a las diferentes alturas, aunque se sumaron traslados forzados por los autócratas del momento, como los mitimaes, poblaciones enteras reubicadas por los incas, y la esclavitud en las minas impuesta por la mita colonial. Desde inicios del siglo XX el ir y venir se fue volviendo más distante, respondiendo al desarrollo agrícola de la costa y a la apertura de la montaña. Finalmente, llegaron las olas de migración gigante y más permanente, del campo a la ciudad, y del Perú al extranjero.
Pero nada de ese pasado nos prepara para la explosión migratoria de los últimos veinte años. La repentina multiplicación de caminos, camiones, combis, buses interprovinciales, mototaxis y aviones ha sido como la rotura de un dique. La población se desparrama por todos lados, surcando tranquilamente sobre las anteriores barreras de ríos, desiertos, sierras y pantanos, usando el ubicuo celular para facilitar la logística y coordinación de tanto movimiento. El peruano ha tomado vuelo. O, casi podría decirse, el país se ha vuelto una ciudad.
Un resultado ha sido el abandono de la residencia en el campo. Hace veinte años dos de cada tres agricultores residían en la relativa soledad y con la carencia de servicios de su finca. Hoy es menos de la mitad. Una mayoría de los agricultores son ‘commuters’, viajando al trabajo desde una vivienda no ubicada en sus tierras, sin duda, con más servicios y vida social. Además, el agricultor ahora diversifica su economía trabajando más afuera de su chacra (40% emigra anualmente para laborar en las propiedades de otros agricultores, en obras de construcción o negocios propios; en 1994 la proporción fue 26%).
Para algunos, la migración es señal de desesperación, tierras agotadas y menores cosechas. Visité entonces Huayllay Grande en Huancavelica, que, entre los casi dos mil distritos del Perú, era el de menor desarrollo humano, el fondo del barril según el ránking del PNUD en el 2007. Allí descubrí que el jornal diario se había duplicado, de 10 a 20 soles diarios en el último decenio porque sus habitantes ahora viajaban con facilidad a trabajos urbanos y en los fundos de Ica. Además, sus chacras rendían más porque ahora vendían sus cultivos en la ciudad de Lircay. Esa historia de mayor acceso y movimiento se repitió cuando visitamos Quillo en la cordillera negra de Áncash, el segundo distrito más pobre del país. Allí, el jornal se ha elevado hasta 30 soles en el decenio.
La ley que ha elevado los salarios en esos distritos no es la del sueldo mínimo vital. La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado, potenciado por nuevos caminos y nuevos camioneros.
*Director del Instituto del Perú de la USMP
Por: Richard Webb*
EL COMERCIO
18-05-15
En la presentación de su obra “Los caminos del Perú”, el estudioso italiano Antonello Gerbi se impresionó por el carácter caótico y desestructurado que la geografía había impreso a nuestra nación. Además, expresó su sorpresa por cómo el reto de una “lucha sempiterna contra la naturaleza” había devenido en una fascinación y encariñamiento con los caminos. “Es cosa de ver con qué alegría, con qué empuje, los indígenas se apiñan alrededor de los trenes en todas las estaciones, cómo se amontonan hasta lo inverosímil en las camionetas de la sierra, cómo soportan las sacudidas, los traqueteos y los evidentes mortales peligros”.
Y contra todo obstáculo, el poblador se movía. A fines del siglo XVIII un virrey decía: “No se conocerá región alguna adonde transmigren más los indios que en el Perú”. Las limitaciones de clima y suelo para la agricultura lo obligaban al movimiento constante para alimentarse con alguna variedad, y a la vez lo liberaban de la necesidad de permanecer estático el año entero en un predio.
Durante siglos, el movimiento era principalmente vertical y local, para aprovechar la diversidad ecológica asociada a las diferentes alturas, aunque se sumaron traslados forzados por los autócratas del momento, como los mitimaes, poblaciones enteras reubicadas por los incas, y la esclavitud en las minas impuesta por la mita colonial. Desde inicios del siglo XX el ir y venir se fue volviendo más distante, respondiendo al desarrollo agrícola de la costa y a la apertura de la montaña. Finalmente, llegaron las olas de migración gigante y más permanente, del campo a la ciudad, y del Perú al extranjero.
Pero nada de ese pasado nos prepara para la explosión migratoria de los últimos veinte años. La repentina multiplicación de caminos, camiones, combis, buses interprovinciales, mototaxis y aviones ha sido como la rotura de un dique. La población se desparrama por todos lados, surcando tranquilamente sobre las anteriores barreras de ríos, desiertos, sierras y pantanos, usando el ubicuo celular para facilitar la logística y coordinación de tanto movimiento. El peruano ha tomado vuelo. O, casi podría decirse, el país se ha vuelto una ciudad.
Un resultado ha sido el abandono de la residencia en el campo. Hace veinte años dos de cada tres agricultores residían en la relativa soledad y con la carencia de servicios de su finca. Hoy es menos de la mitad. Una mayoría de los agricultores son ‘commuters’, viajando al trabajo desde una vivienda no ubicada en sus tierras, sin duda, con más servicios y vida social. Además, el agricultor ahora diversifica su economía trabajando más afuera de su chacra (40% emigra anualmente para laborar en las propiedades de otros agricultores, en obras de construcción o negocios propios; en 1994 la proporción fue 26%).
Para algunos, la migración es señal de desesperación, tierras agotadas y menores cosechas. Visité entonces Huayllay Grande en Huancavelica, que, entre los casi dos mil distritos del Perú, era el de menor desarrollo humano, el fondo del barril según el ránking del PNUD en el 2007. Allí descubrí que el jornal diario se había duplicado, de 10 a 20 soles diarios en el último decenio porque sus habitantes ahora viajaban con facilidad a trabajos urbanos y en los fundos de Ica. Además, sus chacras rendían más porque ahora vendían sus cultivos en la ciudad de Lircay. Esa historia de mayor acceso y movimiento se repitió cuando visitamos Quillo en la cordillera negra de Áncash, el segundo distrito más pobre del país. Allí, el jornal se ha elevado hasta 30 soles en el decenio.
La ley que ha elevado los salarios en esos distritos no es la del sueldo mínimo vital. La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado, potenciado por nuevos caminos y nuevos camioneros.
*Director del Instituto del Perú de la USMP
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PERU,
RICHARD WEBB,
SECTOR SOCIAL
lunes, 4 de mayo de 2015
Las cinco trampas
Si algún lector cree que este artículo se aplica solo a los gerentes, haga el ejercicio de analizar su vida personal.
Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO
El márketing dice que para tener éxito se debe conocer muy bien el mercado, para darle productos y servicios que se ajusten a sus características. Sin embargo, con mucha frecuencia, y más en momentos de incertidumbre económica como la actual, hay un divorcio entre lo que creemos los gerentes y lo que ocurre realmente, pues pensamos que nuestra experiencia es suficiente para entender lo que el mercado necesita. Así caemos en una de las cinco trampas siguientes: la del tiempo, la del espacio, la del yo, la de los otros y la de todos.
La trampa del tiempo hace que los gerentes tomemos decisiones basándonos en nuestro pasado. Si mi marca de champú se vendió muy bien siendo siempre la más cara de la categoría, ¿por qué hoy cambiar mis precios?, decimos. No notamos que hoy hay muchas más marcas compitiendo, que la gente busca más calidad o que simplemente las expectativas de gasto han cambiado porque la gente tiene otras prioridades. El tiempo cambió, pero algunos gerentes no cambiamos con él.
Muy parecida es la trampa del espacio, pues muchos creemos que lo que nos ocurrió en un lugar se repetirá en el otro. Si me fue bien así en Chile o en España decimos, por ejemplo, en algunas multinacionales, debería irme igual en el Perú. O, si en Lima hoy bajan las ventas, lo mismo debería pasar en Chiclayo o Arequipa. Todo ello sin entender simplemente que Madrid no es Lima, y que el norte y el sur del Perú marchan a velocidades distintas.
Caemos en la trampa del yo cuando sentimos que lo que nos pasa a nosotros es generalizable a todos. Eso pasa cuando los gerentes pensamos, erróneamente, que si nosotros vendemos menos, a todas las empresas les pasa igual. Si analizáramos bien a todos nuestros competidores, no únicamente los formales por cierto, veríamos por ejemplo que algunos están creciendo bastante más que nosotros.
La trampa de los otros nos atrapa cuando creemos entender fácilmente a clientes claramente distintos. “En período de crisis los pobres buscan lo más barato” o “la gente ahora está gastando mucho menos que antes” son frases que decimos sin tener más certeza que la que nos dan nuestros estereotipos y prejuicios. Solo comprendemos que son errados cuando vemos a nuestros clientes comprándole mejor calidad a otro que realmente los conoce.
Pero la más difícil de superar es la trampa de todos. Esa en la que caemos cuando creemos que la manera correcta de actuar es seguir la corriente de la mayoría (por ejemplo, disminuir hoy las inversiones en publicidad o parar el desarrollo de productos). Y es peor cuando tenemos dudas, pero no nos atrevemos a desafiar la opinión generalizada, aun sabiendo que los grandes avances los hacen quienes piensan diferente, como Colón, Galileo o el inversionista Warren Buffet.
En fin, en situaciones inestables los gerentes podemos decidir de dos maneras. Una, basándonos exclusivamente en nuestra experiencia e intuición, pues para eso somos jefes, punto. La otra, asumiendo realísticamente que podemos equivocarnos y, ante una duda razonable, profundizando en el análisis de la situación.
Nota. Si algún lector cree que este artículo se aplica solo a los gerentes, haga el ejercicio de analizar su vida personal o su vida política y verá que allí con frecuencia también caemos en una de estas cinco trampas.
*Profesor de Centrum Católica
Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO
El márketing dice que para tener éxito se debe conocer muy bien el mercado, para darle productos y servicios que se ajusten a sus características. Sin embargo, con mucha frecuencia, y más en momentos de incertidumbre económica como la actual, hay un divorcio entre lo que creemos los gerentes y lo que ocurre realmente, pues pensamos que nuestra experiencia es suficiente para entender lo que el mercado necesita. Así caemos en una de las cinco trampas siguientes: la del tiempo, la del espacio, la del yo, la de los otros y la de todos.
La trampa del tiempo hace que los gerentes tomemos decisiones basándonos en nuestro pasado. Si mi marca de champú se vendió muy bien siendo siempre la más cara de la categoría, ¿por qué hoy cambiar mis precios?, decimos. No notamos que hoy hay muchas más marcas compitiendo, que la gente busca más calidad o que simplemente las expectativas de gasto han cambiado porque la gente tiene otras prioridades. El tiempo cambió, pero algunos gerentes no cambiamos con él.
Muy parecida es la trampa del espacio, pues muchos creemos que lo que nos ocurrió en un lugar se repetirá en el otro. Si me fue bien así en Chile o en España decimos, por ejemplo, en algunas multinacionales, debería irme igual en el Perú. O, si en Lima hoy bajan las ventas, lo mismo debería pasar en Chiclayo o Arequipa. Todo ello sin entender simplemente que Madrid no es Lima, y que el norte y el sur del Perú marchan a velocidades distintas.
Caemos en la trampa del yo cuando sentimos que lo que nos pasa a nosotros es generalizable a todos. Eso pasa cuando los gerentes pensamos, erróneamente, que si nosotros vendemos menos, a todas las empresas les pasa igual. Si analizáramos bien a todos nuestros competidores, no únicamente los formales por cierto, veríamos por ejemplo que algunos están creciendo bastante más que nosotros.
La trampa de los otros nos atrapa cuando creemos entender fácilmente a clientes claramente distintos. “En período de crisis los pobres buscan lo más barato” o “la gente ahora está gastando mucho menos que antes” son frases que decimos sin tener más certeza que la que nos dan nuestros estereotipos y prejuicios. Solo comprendemos que son errados cuando vemos a nuestros clientes comprándole mejor calidad a otro que realmente los conoce.
Pero la más difícil de superar es la trampa de todos. Esa en la que caemos cuando creemos que la manera correcta de actuar es seguir la corriente de la mayoría (por ejemplo, disminuir hoy las inversiones en publicidad o parar el desarrollo de productos). Y es peor cuando tenemos dudas, pero no nos atrevemos a desafiar la opinión generalizada, aun sabiendo que los grandes avances los hacen quienes piensan diferente, como Colón, Galileo o el inversionista Warren Buffet.
En fin, en situaciones inestables los gerentes podemos decidir de dos maneras. Una, basándonos exclusivamente en nuestra experiencia e intuición, pues para eso somos jefes, punto. La otra, asumiendo realísticamente que podemos equivocarnos y, ante una duda razonable, profundizando en el análisis de la situación.
Nota. Si algún lector cree que este artículo se aplica solo a los gerentes, haga el ejercicio de analizar su vida personal o su vida política y verá que allí con frecuencia también caemos en una de estas cinco trampas.
*Profesor de Centrum Católica
lunes, 30 de marzo de 2015
Nadie llora por la educación
Cuando se hizo evidente un problema educativo, todos cambiamos de actitud y comenzamos a mejorar.
Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO
23-03-15
Algunos dicen que los peruanos siempre nos quejamos, pero nunca nos ponemos de acuerdo para hacer las cosas. Felizmente lo que se ve hoy en el terreno de la educación muestra que están muy equivocados.
La historia empezó hace años cuando los gobiernos dejaron de invertir en educación, quizá porque sembrar en los niños demora en dar réditos políticos. Más impactante era construir caminos, represas o edificios de colegios sin nada relevante adentro. Las consecuencias se vieron luego cuando los profesionales no encontraban trabajo en sus carreras, las empresas no conseguían personal preparado y las pruebas internacionales decían que nuestros estudiantes no sabían ni leer ni sumar.
Y allí, cuando se hizo evidente un problema educativo, todos cambiamos de actitud y comenzamos a remar en la misma dirección.
Aparecieron entonces iniciativas como Empresarios por la Educación, programas para mejorar la comprensión lectora y las matemáticas auspiciados por bancos, iniciativas público-privadas para colegios, y los CADE dedicados al tema educativo. Y se fundaron escuelas, universidades, institutos especializados y centros de posgrado, innovas, upns, ucs, pachacútecs y centrums, con certificaciones y estándares internacionales, que de paso obligan a mejorar a las instituciones de menor nivel que florecieron en la escasez. Y, siguiendo el ejemplo solitario de Fe y Alegría, se vieron proyectos como UTEC, el mayor aporte filantrópico en educación en el Perú en casi un siglo.
Paralelamente, el Ministerio de Educación tomó por las astas el toro de la calidad docente y planteó evaluaciones y recompensas a los profesores en función de méritos. Y si al principio la oposición sindical fue importante, los maestros vieron que la situación era insostenible y aceptaron los retos de su vocación. Hoy hace ya dos años que no vemos sus acostumbradas huelgas.
Y se crearon los colegios mayores y Beca 18, para dar a los mejores alumnos oportunidad de ejecutar todo su potencial. Se pusieron reglas más estrictas para la enseñanza superior, discutibles y mejorables, pero que muestran que el cambio va en serio. Y el Ministerio de Trabajo y los gremios empresariales empiezan a estudiar las necesidades laborales en el país, para ayudar a los estudiantes a escoger mejor sus profesiones.
Y detrás de ello los medios de comunicación colaboran con información sobre calidad educativa, enfocándose, cosa rara en algunos, en la parte positiva de lo que pasa. Y mientras RPP premia a los mejores maestros, las telefónicas fomentan que los niños estudien en lugar de trabajar y desarrollan comunidades académicas. Y se ven múltiples iniciativas más que me disculpo por no citar integralmente aquí.
Y así los padres de familia responden enviando a sus hijos a clases puntualmente. Y los niños aceptan recortar un mes de vacaciones y van a sus colegios con una sonrisa. Y aunque falta mucho por hacer, empieza a generarse un círculo virtuoso, certificado por mejores resultados de nuestros jóvenes en las pruebas internacionales.
Eso porque todos los peruanos decidimos luchar, en vez de solo criticar y echarnos a llorar por el problema educativo. Salvo por cierto los muy pequeñitos, que siempre lloran en su primer día de clases.
* Profesor de Centrum Católica
Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO
23-03-15
Algunos dicen que los peruanos siempre nos quejamos, pero nunca nos ponemos de acuerdo para hacer las cosas. Felizmente lo que se ve hoy en el terreno de la educación muestra que están muy equivocados.
La historia empezó hace años cuando los gobiernos dejaron de invertir en educación, quizá porque sembrar en los niños demora en dar réditos políticos. Más impactante era construir caminos, represas o edificios de colegios sin nada relevante adentro. Las consecuencias se vieron luego cuando los profesionales no encontraban trabajo en sus carreras, las empresas no conseguían personal preparado y las pruebas internacionales decían que nuestros estudiantes no sabían ni leer ni sumar.
Y allí, cuando se hizo evidente un problema educativo, todos cambiamos de actitud y comenzamos a remar en la misma dirección.
Aparecieron entonces iniciativas como Empresarios por la Educación, programas para mejorar la comprensión lectora y las matemáticas auspiciados por bancos, iniciativas público-privadas para colegios, y los CADE dedicados al tema educativo. Y se fundaron escuelas, universidades, institutos especializados y centros de posgrado, innovas, upns, ucs, pachacútecs y centrums, con certificaciones y estándares internacionales, que de paso obligan a mejorar a las instituciones de menor nivel que florecieron en la escasez. Y, siguiendo el ejemplo solitario de Fe y Alegría, se vieron proyectos como UTEC, el mayor aporte filantrópico en educación en el Perú en casi un siglo.
Paralelamente, el Ministerio de Educación tomó por las astas el toro de la calidad docente y planteó evaluaciones y recompensas a los profesores en función de méritos. Y si al principio la oposición sindical fue importante, los maestros vieron que la situación era insostenible y aceptaron los retos de su vocación. Hoy hace ya dos años que no vemos sus acostumbradas huelgas.
Y se crearon los colegios mayores y Beca 18, para dar a los mejores alumnos oportunidad de ejecutar todo su potencial. Se pusieron reglas más estrictas para la enseñanza superior, discutibles y mejorables, pero que muestran que el cambio va en serio. Y el Ministerio de Trabajo y los gremios empresariales empiezan a estudiar las necesidades laborales en el país, para ayudar a los estudiantes a escoger mejor sus profesiones.
Y detrás de ello los medios de comunicación colaboran con información sobre calidad educativa, enfocándose, cosa rara en algunos, en la parte positiva de lo que pasa. Y mientras RPP premia a los mejores maestros, las telefónicas fomentan que los niños estudien en lugar de trabajar y desarrollan comunidades académicas. Y se ven múltiples iniciativas más que me disculpo por no citar integralmente aquí.
Y así los padres de familia responden enviando a sus hijos a clases puntualmente. Y los niños aceptan recortar un mes de vacaciones y van a sus colegios con una sonrisa. Y aunque falta mucho por hacer, empieza a generarse un círculo virtuoso, certificado por mejores resultados de nuestros jóvenes en las pruebas internacionales.
Eso porque todos los peruanos decidimos luchar, en vez de solo criticar y echarnos a llorar por el problema educativo. Salvo por cierto los muy pequeñitos, que siempre lloran en su primer día de clases.
* Profesor de Centrum Católica
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ROLANDO ARELLANO
sábado, 28 de marzo de 2015
¿Por qué subsidiar la inversión en I+D?
El innovador exitoso tiene, por lo tanto, una ventaja, aunque sea temporal, sobre sus competidores.
Por: Iván Alonso
Economista
EL COMERCIO
28-03-15
Finalmente se aprobó la Ley 30309, que otorga un beneficio tributario a las empresas que hagan inversiones en investigación y desarrollo (I+D). La norma permite deducir, para fines tributarios, todo lo invertido y más, de manera que por cada 100 gastados en I+D se podrá deducir 75 adicionales, obteniendo la empresa un descuento de 21 en sus impuestos. Hemos expresado en un artículo anterior nuestro desacuerdo con esta medida porque el subsidio, incentivo o como quiera llamárselo –en el fondo, es lo mismo–, hace atractivas para las empresas ciertas inversiones que jamás debieran hacerse porque no ofrecen una expectativa real de rentabilidad.
Lo que queremos esta vez considerar son los argumentos con los que los economistas justifican los subsidios a la inversión en investigación y desarrollo. Según ellos, habrá muy poca inversión en I+D si el Estado no la subsidia. En primer lugar, porque las empresas esperarán que sean otras las que hagan la inversión, para luego imitarlas. En segundo lugar, porque el empresario solo tomará en cuenta los beneficios que su empresa pueda capitalizar, y no todos los demás beneficios que la innovación genere para la sociedad. Ambos argumentos parecen haber sido aceptados por una mayoría de economistas sin haberlos meditado suficientemente.
El primero supone que la innovación es costosa, mientras que la imitación es gratuita e instantánea. ¿Para qué invertir en I+D, si uno puede copiarse de los otros? Pero la imitación también tiene un costo. Hay que informarse de lo que están haciendo los demás y descubrir cómo lo están haciendo. No se lo van a decir por teléfono. Toma su tiempo, y el resultado es incierto. El innovador exitoso tiene, por lo tanto, una ventaja, aunque sea temporal, sobre sus competidores.
La imitación, por lo demás, no es un impedimento para que las empresas hagan inversiones de otro tipo. Ponga usted un grifo en una esquina transitada y es probable que no pase mucho tiempo hasta que aparezca un competidor en la esquina de enfrente. Pero no por eso nos quedamos sin grifos. ¿Por qué tendría que ser diferente el caso de las inversiones en I+D?
El segundo argumento se basa en lo que los economistas llaman ‘spillovers’: parte de los beneficios de la I+D que hace una empresa salpica a terceros. Una empresa podría desechar un proyecto de I+D porque los beneficios que espera recibir no alcanzan a cubrir los costos de inversión. Pero si incluyera en sus cálculos los beneficios derramados sobre otras empresas, el proyecto quizás debería ejecutarse. En el cálculo de la rentabilidad de la inversión, el subsidio a la I+D toma el lugar de los beneficios que la empresa no puede capturar.
No hay, sin embargo, ningún tipo de inversión en el que el empresario logre capturar la totalidad de los beneficios. ¿Cómo hace un inversionista para introducir su producto al mercado? Tiene que bajar el precio. Si en el mercado se vende el ceviche a 40 soles, cobra 35, a pesar de que hay clientes dispuestos a pagar 36, 37 o hasta 39 soles. Parte del beneficio que genera la nueva cebichería lo capturan los clientes, no el inversionista. Y no por eso se abren menos cebicherías.
Si los argumentos que usan los economistas para justificar los subsidios a la I+D fueran válidos, el Estado tendría que subsidiar toda clase de inversiones.
Por: Iván Alonso
Economista
EL COMERCIO
28-03-15
Finalmente se aprobó la Ley 30309, que otorga un beneficio tributario a las empresas que hagan inversiones en investigación y desarrollo (I+D). La norma permite deducir, para fines tributarios, todo lo invertido y más, de manera que por cada 100 gastados en I+D se podrá deducir 75 adicionales, obteniendo la empresa un descuento de 21 en sus impuestos. Hemos expresado en un artículo anterior nuestro desacuerdo con esta medida porque el subsidio, incentivo o como quiera llamárselo –en el fondo, es lo mismo–, hace atractivas para las empresas ciertas inversiones que jamás debieran hacerse porque no ofrecen una expectativa real de rentabilidad.
Lo que queremos esta vez considerar son los argumentos con los que los economistas justifican los subsidios a la inversión en investigación y desarrollo. Según ellos, habrá muy poca inversión en I+D si el Estado no la subsidia. En primer lugar, porque las empresas esperarán que sean otras las que hagan la inversión, para luego imitarlas. En segundo lugar, porque el empresario solo tomará en cuenta los beneficios que su empresa pueda capitalizar, y no todos los demás beneficios que la innovación genere para la sociedad. Ambos argumentos parecen haber sido aceptados por una mayoría de economistas sin haberlos meditado suficientemente.
El primero supone que la innovación es costosa, mientras que la imitación es gratuita e instantánea. ¿Para qué invertir en I+D, si uno puede copiarse de los otros? Pero la imitación también tiene un costo. Hay que informarse de lo que están haciendo los demás y descubrir cómo lo están haciendo. No se lo van a decir por teléfono. Toma su tiempo, y el resultado es incierto. El innovador exitoso tiene, por lo tanto, una ventaja, aunque sea temporal, sobre sus competidores.
La imitación, por lo demás, no es un impedimento para que las empresas hagan inversiones de otro tipo. Ponga usted un grifo en una esquina transitada y es probable que no pase mucho tiempo hasta que aparezca un competidor en la esquina de enfrente. Pero no por eso nos quedamos sin grifos. ¿Por qué tendría que ser diferente el caso de las inversiones en I+D?
El segundo argumento se basa en lo que los economistas llaman ‘spillovers’: parte de los beneficios de la I+D que hace una empresa salpica a terceros. Una empresa podría desechar un proyecto de I+D porque los beneficios que espera recibir no alcanzan a cubrir los costos de inversión. Pero si incluyera en sus cálculos los beneficios derramados sobre otras empresas, el proyecto quizás debería ejecutarse. En el cálculo de la rentabilidad de la inversión, el subsidio a la I+D toma el lugar de los beneficios que la empresa no puede capturar.
No hay, sin embargo, ningún tipo de inversión en el que el empresario logre capturar la totalidad de los beneficios. ¿Cómo hace un inversionista para introducir su producto al mercado? Tiene que bajar el precio. Si en el mercado se vende el ceviche a 40 soles, cobra 35, a pesar de que hay clientes dispuestos a pagar 36, 37 o hasta 39 soles. Parte del beneficio que genera la nueva cebichería lo capturan los clientes, no el inversionista. Y no por eso se abren menos cebicherías.
Si los argumentos que usan los economistas para justificar los subsidios a la I+D fueran válidos, el Estado tendría que subsidiar toda clase de inversiones.
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INVESTIGACION Y DESARROLLO,
IVAN ALONSO,
TEORIA ECONOMICA
lunes, 23 de marzo de 2015
Desborde popular II
Por: Richard Webb*
EL COMERCIO
23-03-15
Este nuevo proceso ha avanzado considerablemente sin ser reconocido.
Con la frase “desborde popular”, José Matos Mar develó en 1984 lo que hasta entonces había sido la transformación más significativa en la estructura social y demográfica del país. En esencia, la población del campo, abandonada por el Estado y sin perspectivas económicas, se trasladó masivamente a Lima y a otras ciudades donde, por sus propios medios, pudo levantar su nivel de vida y donde su visibilidad y cercanía obligó al Estado a prestar una mayor atención. Como un río que se sale de sus cauces, gran parte de las masas populares encontraron un derrotero más favorable para su economía personal y para su participación política.
Retrospectivamente, sorprende lo difícil que es cambiar la autoimagen del país. Si bien se conocían los procesos de migración y urbanización, no se había captado la significancia del cambio. Matos Mar concibe la publicación de su libro como “campanazo de una tremenda realidad”, pese a que llegaba cuando el proceso ya tenía cuatro décadas de existencia. Posteriormente, el cambio de imagen fue reforzado por el libro “El otro sendero”, de Hernando de Soto, y otros estudios que descubrieron al pequeño empresario, y finalmente por las impactantes realidades de Gamarra y Mega Plaza. Años después, Matos Mar comentaría que el desborde mejoró las vidas en las ciudades donde los pobladores de los conos “son ahora familias y habitantes exitosos”.
Pero no todos se urbanizaron. La población rural y de los pequeños pueblos pasó de ser la gran mayoría a ser apenas una cuarta parte de la población, pero, tras las convulsiones de la reforma agraria y del terrorismo, las perspectivas de los que quedaban en el campo parecían más negativas que nunca. En la década de 1980 las zonas rurales vivían una crisis de producción y rentabilidad, excluidas de los recursos públicos y privados que favorecían a las ciudades y la costa. El avance social producido por el desborde resultaba cojo y poco esperanzador en cuanto a los más pobres.
En ese contexto poco auspicioso y de mínimas esperanzas, surgió un segundo desborde popular. Pero esta vez fue la montaña la que se acercó hacia Mahoma. En vez de una migración humana hacia los centros del dinero, en el segundo desborde el dinero fue desde la ciudad hacia el campo. Un verdadero río de recursos financieros, públicos y privados, fueron transferidos desde la economía urbana hacia los distritos más olvidados y pobres del país.
Este segundo proceso se inició durante la década de 1990, como una reacción política al terrorismo. Los servicios básicos del Estado, salud, escuela y seguridad, regresaron al campo. Nuevos programas llevaron agua potable, riego y caminos vecinales a los centros poblados más pequeños, y otros llevaron tecnología productiva. El flujo financiero, todavía limitado por la pobreza de dicha década, tuvo una gran crecida adicional con la descentralización a partir del 2001. La forma algo accidental y poco planificada de la descentralización se conjugó con un auge fiscal fortuito, lo que relajó los controles y dejó que se produzca finalmente un huaico financiero. El gasto efectuado por los municipios provinciales y distritales se ha multiplicado veinte veces desde 1990, casi todo financiado por recursos transferidos desde Lima. Se suman además los crecidos presupuestos de entidades del Gobierno Central para prestar servicios y hacer obra en los distritos rurales más pobres. Ciertamente, cada distrito tiene hoy su palacio municipal y la corrupción campea, pero tiene también su red de caminos vecinales, camiones, combis, tractores y cabinas de Internet, y la pobreza rural se ha reducido sustancialmente.
Como sucedió con el primer desborde popular, el nuevo proceso ha avanzado considerablemente sin ser reconocido. Incluso, sigue siendo negado con cierta terquedad, en parte, creo, porque nos duele aceptar una nueva realidad surgida sin plan, en forma no anticipada, y en gran parte de modo accidental.
*Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
23-03-15
Este nuevo proceso ha avanzado considerablemente sin ser reconocido.
Con la frase “desborde popular”, José Matos Mar develó en 1984 lo que hasta entonces había sido la transformación más significativa en la estructura social y demográfica del país. En esencia, la población del campo, abandonada por el Estado y sin perspectivas económicas, se trasladó masivamente a Lima y a otras ciudades donde, por sus propios medios, pudo levantar su nivel de vida y donde su visibilidad y cercanía obligó al Estado a prestar una mayor atención. Como un río que se sale de sus cauces, gran parte de las masas populares encontraron un derrotero más favorable para su economía personal y para su participación política.
Retrospectivamente, sorprende lo difícil que es cambiar la autoimagen del país. Si bien se conocían los procesos de migración y urbanización, no se había captado la significancia del cambio. Matos Mar concibe la publicación de su libro como “campanazo de una tremenda realidad”, pese a que llegaba cuando el proceso ya tenía cuatro décadas de existencia. Posteriormente, el cambio de imagen fue reforzado por el libro “El otro sendero”, de Hernando de Soto, y otros estudios que descubrieron al pequeño empresario, y finalmente por las impactantes realidades de Gamarra y Mega Plaza. Años después, Matos Mar comentaría que el desborde mejoró las vidas en las ciudades donde los pobladores de los conos “son ahora familias y habitantes exitosos”.
Pero no todos se urbanizaron. La población rural y de los pequeños pueblos pasó de ser la gran mayoría a ser apenas una cuarta parte de la población, pero, tras las convulsiones de la reforma agraria y del terrorismo, las perspectivas de los que quedaban en el campo parecían más negativas que nunca. En la década de 1980 las zonas rurales vivían una crisis de producción y rentabilidad, excluidas de los recursos públicos y privados que favorecían a las ciudades y la costa. El avance social producido por el desborde resultaba cojo y poco esperanzador en cuanto a los más pobres.
En ese contexto poco auspicioso y de mínimas esperanzas, surgió un segundo desborde popular. Pero esta vez fue la montaña la que se acercó hacia Mahoma. En vez de una migración humana hacia los centros del dinero, en el segundo desborde el dinero fue desde la ciudad hacia el campo. Un verdadero río de recursos financieros, públicos y privados, fueron transferidos desde la economía urbana hacia los distritos más olvidados y pobres del país.
Este segundo proceso se inició durante la década de 1990, como una reacción política al terrorismo. Los servicios básicos del Estado, salud, escuela y seguridad, regresaron al campo. Nuevos programas llevaron agua potable, riego y caminos vecinales a los centros poblados más pequeños, y otros llevaron tecnología productiva. El flujo financiero, todavía limitado por la pobreza de dicha década, tuvo una gran crecida adicional con la descentralización a partir del 2001. La forma algo accidental y poco planificada de la descentralización se conjugó con un auge fiscal fortuito, lo que relajó los controles y dejó que se produzca finalmente un huaico financiero. El gasto efectuado por los municipios provinciales y distritales se ha multiplicado veinte veces desde 1990, casi todo financiado por recursos transferidos desde Lima. Se suman además los crecidos presupuestos de entidades del Gobierno Central para prestar servicios y hacer obra en los distritos rurales más pobres. Ciertamente, cada distrito tiene hoy su palacio municipal y la corrupción campea, pero tiene también su red de caminos vecinales, camiones, combis, tractores y cabinas de Internet, y la pobreza rural se ha reducido sustancialmente.
Como sucedió con el primer desborde popular, el nuevo proceso ha avanzado considerablemente sin ser reconocido. Incluso, sigue siendo negado con cierta terquedad, en parte, creo, porque nos duele aceptar una nueva realidad surgida sin plan, en forma no anticipada, y en gran parte de modo accidental.
*Director del Instituto del Perú de la USMP
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PERU,
RICHARD WEBB,
SECTOR SOCIAL
lunes, 2 de febrero de 2015
El Perú y Chile: raíces y frutos distintos
En Chile el estereotipo del peruano es el del tipo atado al pasado, poco culto y sin disciplina, pero versátil y original.
Rolando Arellano *
EL COMERCIO
02-01-15
A un año de la decisión de La Haya se espera que comience una mayor integración entre el Perú y Chile. Eso será posible si, en lugar de criticar sus diferencias, los ciudadanos las entienden y les reconocen su valor. Una de ellas tiene que ver con las raíces de ambas naciones.
Así, uno de los atributos más diferenciadores es el relativo al tipo de mestizaje. Mientras el Perú es mezcla de españoles e incas, Chile es mezcla de migrantes europeos de diversos orígenes, sin aporte relevante indígena.
¿Cómo influye esto en la manera de vivir y desarrollarse? Mucho. Por descender de europeos, los chilenos son muy abiertos a la modernidad que llega de Occidente. Para ellos, no es problema seguirla, pues su forma de pensar se moldeó con la lógica de causa y efecto de la ciencia y la tecnología de sus ancestros.
Los peruanos resultan de la mezcla indígena con la cultura europea traída por España. Aquí convive la fuerza de los incas, imperio dominante y de fuertes estructuras sociales y económicas, con el pensamiento occidental heredado de Europa. Así, mientras un chileno no discute acerca de la tecnología o de la lógica económica que viene de Occidente, un peruano debe procesarla a la luz de sus creencias atávicas y sus costumbres. Una mina aquí no solo debe ser eficiente, sino además ser aprobada por los apus.
Por ello, los peruanos tienen la creatividad y la innovación de los mestizajes. En el Perú se mezclan fácilmente lo externo con lo interno y lo nuevo con lo antiguo porque su diversidad se lo permite y hasta se lo exige. La cocina peruana, ropas, ritmos y bailes, y hasta su forma de hacer empresa son creación propia y cambiante. Con menos opciones, los chilenos basaron su desarrollo en hacer muy bien aquello que tenía éxito comprobado en Occidente: uvas, salmón, manzanas, vino, cobre, sistemas de distribución masiva y algo de tecnología.
Así, en Chile el estereotipo del peruano es el del indígena atado al pasado, poco culto y sin disciplina, pero versátil y original. Y el del chileno, en el Perú, es el del sudamericano que se cree europeo, poco creativo y sin raíces, pero ordenado y trabajador. Por cierto, esos estereotipos se exageran hasta el insulto cuando no hay trato personal, como en las discusiones que vemos por Internet, pero se minimizan cuando se conoce personalmente a gente (y a empresas) de la otra nación, mostrando la fragilidad que tienen las generalizaciones.
Siendo ambos estereotipos resultado de una larga convivencia marcada por rivalidades fronterizas, ellos pueden hoy cambiarse con una mirada más seria, desapasionada y útil. Para eso, debemos aceptar que las características culturales de un pueblo no son ni buenas ni malas, sino que son su herencia y esencia. Además, debemos reconocer que peruanos y chilenos somos distintos y que, para entendernos, necesitamos cambiar el “sentido común” que hoy usamos para comunicarnos. Por último, debemos comprender que, si trabajamos juntos, la gran diferencia de raíces entre ambos pueblos puede originar un mestizaje social y económico muy poderoso, con grandes frutos para el desarrollo mutuo.
* Profesor de Centrum Católica
Rolando Arellano *
EL COMERCIO
02-01-15
A un año de la decisión de La Haya se espera que comience una mayor integración entre el Perú y Chile. Eso será posible si, en lugar de criticar sus diferencias, los ciudadanos las entienden y les reconocen su valor. Una de ellas tiene que ver con las raíces de ambas naciones.
Así, uno de los atributos más diferenciadores es el relativo al tipo de mestizaje. Mientras el Perú es mezcla de españoles e incas, Chile es mezcla de migrantes europeos de diversos orígenes, sin aporte relevante indígena.
¿Cómo influye esto en la manera de vivir y desarrollarse? Mucho. Por descender de europeos, los chilenos son muy abiertos a la modernidad que llega de Occidente. Para ellos, no es problema seguirla, pues su forma de pensar se moldeó con la lógica de causa y efecto de la ciencia y la tecnología de sus ancestros.
Los peruanos resultan de la mezcla indígena con la cultura europea traída por España. Aquí convive la fuerza de los incas, imperio dominante y de fuertes estructuras sociales y económicas, con el pensamiento occidental heredado de Europa. Así, mientras un chileno no discute acerca de la tecnología o de la lógica económica que viene de Occidente, un peruano debe procesarla a la luz de sus creencias atávicas y sus costumbres. Una mina aquí no solo debe ser eficiente, sino además ser aprobada por los apus.
Por ello, los peruanos tienen la creatividad y la innovación de los mestizajes. En el Perú se mezclan fácilmente lo externo con lo interno y lo nuevo con lo antiguo porque su diversidad se lo permite y hasta se lo exige. La cocina peruana, ropas, ritmos y bailes, y hasta su forma de hacer empresa son creación propia y cambiante. Con menos opciones, los chilenos basaron su desarrollo en hacer muy bien aquello que tenía éxito comprobado en Occidente: uvas, salmón, manzanas, vino, cobre, sistemas de distribución masiva y algo de tecnología.
Así, en Chile el estereotipo del peruano es el del indígena atado al pasado, poco culto y sin disciplina, pero versátil y original. Y el del chileno, en el Perú, es el del sudamericano que se cree europeo, poco creativo y sin raíces, pero ordenado y trabajador. Por cierto, esos estereotipos se exageran hasta el insulto cuando no hay trato personal, como en las discusiones que vemos por Internet, pero se minimizan cuando se conoce personalmente a gente (y a empresas) de la otra nación, mostrando la fragilidad que tienen las generalizaciones.
Siendo ambos estereotipos resultado de una larga convivencia marcada por rivalidades fronterizas, ellos pueden hoy cambiarse con una mirada más seria, desapasionada y útil. Para eso, debemos aceptar que las características culturales de un pueblo no son ni buenas ni malas, sino que son su herencia y esencia. Además, debemos reconocer que peruanos y chilenos somos distintos y que, para entendernos, necesitamos cambiar el “sentido común” que hoy usamos para comunicarnos. Por último, debemos comprender que, si trabajamos juntos, la gran diferencia de raíces entre ambos pueblos puede originar un mestizaje social y económico muy poderoso, con grandes frutos para el desarrollo mutuo.
* Profesor de Centrum Católica
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ROLANDO ARELLANO,
SECTOR SOCIAL
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