El innovador exitoso tiene, por lo tanto, una ventaja, aunque sea temporal, sobre sus competidores.
Por: Iván Alonso
Economista
EL COMERCIO
28-03-15
Finalmente se aprobó la Ley 30309, que otorga un beneficio tributario a las empresas que hagan inversiones en investigación y desarrollo (I+D). La norma permite deducir, para fines tributarios, todo lo invertido y más, de manera que por cada 100 gastados en I+D se podrá deducir 75 adicionales, obteniendo la empresa un descuento de 21 en sus impuestos. Hemos expresado en un artículo anterior nuestro desacuerdo con esta medida porque el subsidio, incentivo o como quiera llamárselo –en el fondo, es lo mismo–, hace atractivas para las empresas ciertas inversiones que jamás debieran hacerse porque no ofrecen una expectativa real de rentabilidad.
Lo que queremos esta vez considerar son los argumentos con los que los economistas justifican los subsidios a la inversión en investigación y desarrollo. Según ellos, habrá muy poca inversión en I+D si el Estado no la subsidia. En primer lugar, porque las empresas esperarán que sean otras las que hagan la inversión, para luego imitarlas. En segundo lugar, porque el empresario solo tomará en cuenta los beneficios que su empresa pueda capitalizar, y no todos los demás beneficios que la innovación genere para la sociedad. Ambos argumentos parecen haber sido aceptados por una mayoría de economistas sin haberlos meditado suficientemente.
El primero supone que la innovación es costosa, mientras que la imitación es gratuita e instantánea. ¿Para qué invertir en I+D, si uno puede copiarse de los otros? Pero la imitación también tiene un costo. Hay que informarse de lo que están haciendo los demás y descubrir cómo lo están haciendo. No se lo van a decir por teléfono. Toma su tiempo, y el resultado es incierto. El innovador exitoso tiene, por lo tanto, una ventaja, aunque sea temporal, sobre sus competidores.
La imitación, por lo demás, no es un impedimento para que las empresas hagan inversiones de otro tipo. Ponga usted un grifo en una esquina transitada y es probable que no pase mucho tiempo hasta que aparezca un competidor en la esquina de enfrente. Pero no por eso nos quedamos sin grifos. ¿Por qué tendría que ser diferente el caso de las inversiones en I+D?
El segundo argumento se basa en lo que los economistas llaman ‘spillovers’: parte de los beneficios de la I+D que hace una empresa salpica a terceros. Una empresa podría desechar un proyecto de I+D porque los beneficios que espera recibir no alcanzan a cubrir los costos de inversión. Pero si incluyera en sus cálculos los beneficios derramados sobre otras empresas, el proyecto quizás debería ejecutarse. En el cálculo de la rentabilidad de la inversión, el subsidio a la I+D toma el lugar de los beneficios que la empresa no puede capturar.
No hay, sin embargo, ningún tipo de inversión en el que el empresario logre capturar la totalidad de los beneficios. ¿Cómo hace un inversionista para introducir su producto al mercado? Tiene que bajar el precio. Si en el mercado se vende el ceviche a 40 soles, cobra 35, a pesar de que hay clientes dispuestos a pagar 36, 37 o hasta 39 soles. Parte del beneficio que genera la nueva cebichería lo capturan los clientes, no el inversionista. Y no por eso se abren menos cebicherías.
Si los argumentos que usan los economistas para justificar los subsidios a la I+D fueran válidos, el Estado tendría que subsidiar toda clase de inversiones.
sábado, 28 de marzo de 2015
¿Por qué subsidiar la inversión en I+D?
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INVESTIGACION Y DESARROLLO,
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