Por Alfredo Torres G. (Ipsos Apoyo)
EL COMERCIO
02-12-08
"Los hombres no desean ser ricos sino más ricos que los demás", sostenía con punzante ironía el perspicaz John Stuart Mill en el siglo XIX. Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Gallup Organization sobre la calidad de vida en la región sugiere que este aserto sigue, en gran medida, vigente. Como sostiene Eduardo Lora, el coordinador del proyecto, en los países que han experimentado altas tasas de crecimiento en años recientes, la gente tiende a sentirse menos satisfecha con diversos aspectos de sus vidas que en otros países de nivel de ingreso semejante, pero que han crecido menos.
El Perú es probablemente el caso más evidente de esta paradoja del crecimiento infeliz. De un lado, es "el tigre más exitoso de Latinoamérica por el crecimiento económico espectacular que viene registrando en los últimos años", para usar la elogiosa expresión de Luis Alberto Moreno, presidente del BID. Del otro, el Latinobarómetro y otras encuestas continúan mostrando a los peruanos como uno de los pueblos más insatisfechos con la evolución de su economía y que menos aprueba la gestión de sus autoridades.
La explicación de esta paradójica mayor insatisfacción entre los países de más rápido crecimiento radica, según el estudio del BID, en el acelerado aumento de las expectativas de consumo material y de la competencia por estatus económico y social. Un estudio similar, efectuado por Carol Graham, de la Brookings Institution, sobre la economía de la felicidad, llegó a conclusiones parecidas: la mayor insatisfacción se genera por la incertidumbre y volatilidad que acompañan al crecimiento, así como a la mayor información sobre las mejoras en la calidad de vida de otras personas.
Como es natural, quienes mejor aprovechan los períodos de crecimiento acelerado son los más hábiles y los mejor preparados. Si bien la gran mayoría mejora su situación económica --como lo revelan los índices de consumo de alimentos, bebidas, artículos de tocador y electrodomésticos--, lo cierto es que algunos mejoran mucho más que otros, lo que genera una sensación de incremento de la desigualdad que lleva a la frustración.
El manejo político de esta paradoja es complejo. De un lado, exaltar los éxitos macroeconómicos exacerba las expectativas y, por ende, agrava el malestar social. De otro, como amplios sectores de la población ven con suspicacia, cuando no con envidia, el éxito económico de algunos, resulta políticamente rentable atacar a los ricos. Los políticos que lo hagan recibirán un baño de popularidad, pero el efecto ulterior será perjudicial para los más pobres al ahuyentar la inversión y, por ende, el empleo.
El mejor camino es, probablemente, poner énfasis en las políticas sociales. El respaldo popular al Gobierno y al modelo económico se incrementará si la población percibe un compromiso real de sus autoridades con la promoción de la igualdad de oportunidades. Programas de infraestructura y aquellos destinados a elevar la calidad de la educación pública y capacitar a los pobres para incrementar su productividad son claves para este propósito. En la medida en que más peruanos sientan que se les da una mano para salir de la pobreza y labrarse su propio destino, habrá menos crecimiento infeliz.
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