Por: Roberto Pizarro*
AMÉRICA ECONOMÍA
29-06-11
La geopolítica no sólo es determinante en el accionar de las grandes potencias. Lo es también para países intermedios. En ella se conjugan intereses económicos, geográficos, militares y políticos, que trascienden ideologías. El apoyo de Brasil a Ollanta Humala, en las recientes elecciones presidenciales, es revelador de la geopolítica de ese país para consolidar su presencia en Sudamérica y proyectarse hacia el Pacífico.
El Partido de los Trabajadores, con Lula durante ocho años en el gobierno, ha colocado a Brasil en el centro de los asuntos mundiales. En efecto, mantiene una posición activa en el Grupo de los 20, liderando a los BRICS, y su presencia en Naciones Unidas lo tiene a punto de integrar de forma permanente el Consejo de Seguridad. Francia ha insistido reiteradamente en la incorporación de Brasil al G8, contra la cada vez más débil resistencia norteamericana. La emergencia de Brasil en asuntos mundiales ha tenido perfil propio y no ha eludido su crítica respecto de las reglas del juego que rigen el orden económico y político internacional; en particular, ha responsabilizado a los países industrializados y a las Instituciones Financieras Internacionales (IFI) por la crisis del 2008-2009. Aún así se le identifica como interlocutor de primera relevancia para los países industrializados y se le reconoce liderazgo en el grupo de países de desarrollo intermedio.
La estrategia global de Brasil ha cubierto con inteligencia el frente Atlántico, sin renunciar a su presencia en África y América Latina. Durante los gobiernos de Lula el liderazgo de Brasil en Sudamérica se fortaleció. Impulsó la Unasur y la convirtió, con éxito, en instancia efectiva de coordinación política regional, desplazando a la OEA; las relaciones entre los países del Mercosur adquirieron mayor fluidez, facilitadas además por las coincidencias políticas entre Kirchner y Lula; potenció el IIRSA y estableció acuerdos energéticos con varios países de Sudamérica; además, gracias a la firmeza brasileña, se renunció a continuar las negociaciones del ALCA, para molestia norteamericana y alivio de la región.
Durante los gobiernos de Lula, la presencia de Brasil en el África ha sido muy destacada. Doce visitas, en sus ocho años de mandato, que cubrieron 27 países, lo confirman. Itamaraty duplicó el número de embajadas en ese continente; se cuadruplicó el comercio, mientras Petrobras y Vale, las dos más importantes empresas multinacionales brasileñas, han adquirido una presencia destacada en asuntos petroleros y mineros, mientras empresarios del acero y la agricultura intentan ampliar sus actividades en el continente africano. Brasil, al igual que China, apunta en el continente africano a garantizar a largo plazo el abastecimiento de recursos naturales. Desde luego, los lazos históricos y culturales han facilitado la presencia brasileña en África, los que se consolidarán con el canal de televisión instalado recientemente en Mozambique.
El decidido apoyo del PT, y de los empresarios brasileños, a Ollanta Humala se inscribe en ese cuadro. Asegurar una posición dominante en Sudamérica y simultáneamente abrir camino hacia el Pacífico. Ya se sabe la preeminencia que ha adquirido la Cuenca del Pacífico en el siglo XXI. Los más importantes movimientos inversionistas y comerciales se juegan en la Cuenca del Pacífico y Brasil no quiere estar al margen. Con el triunfo de Dilma Rousseff muchos esperaban que Lula asumiría un papel de primer orden en Naciones Unidas, incluso la presidencia. Sin embargo, el ex presidente renunció a esa posibilidad y ha comprometido su trabajo en dos tareas prioritarias para los propósitos geopolíticos de Brasil: consolidar la relación con el continente africano y liderar el Foro de Sao Paulo. Éste, asume primera importancia para los intereses brasileños, habida cuenta de la creciente emergencia de gobiernos de izquierda en la región. Itamaraty debe estar complacido.
El decidido apoyo del PT, y de los empresarios brasileños, a Ollanta Humala se inscribe en ese cuadro. Asegurar una posición dominante en Sudamérica y simultáneamente abrir camino hacia el Pacífico. Ya se sabe la preeminencia que ha adquirido la Cuenca del Pacífico en el siglo XXI. Los más importantes movimientos inversionistas y comerciales se juegan en la Cuenca del Pacífico y Brasil no quiere estar al margen. Al mismo tiempo, China y la India se convertirán en potencias que desafiarán a los Estados Unidos en el plano económico y político, y ello lo tiene muy presente el establishment empresarial, político y militar brasileño.
Así las cosas, la opción de Ollanta Humala, distante de los Estados Unidos, y favorable a la integración regional, es coincidente con los intereses estratégicos brasileños en su proyección al Pacífico. No resulta extraño entonces el decidido apoyo del PT al diseño de la campaña del nuevo presidente del Perú y tampoco es sorprendente el que le brindaran los empresarios de empresas constructoras brasileñas que despliegan crecientes inversiones en caminos y puertos en el sur de Perú.
Se estima que las inversiones brasileñas en Perú podrían quintuplicarse y bordear los US$17.500 millones hacia el año 2020, según ha señalado recientemente el primer secretario de la Embajada de Brasil en Lima, César Bonamigo.
Las principales inversiones brasileñas se despliegan al sur del Perú. Entre éstas destacan el Gaseoducto Andino del Sur y el polo petroquímico que también se piensa desarrollar en la región sur de Perú. Al mismo tiempo está el proyecto Ferrovía Transcontinental Brasil-Sur Perú (Fetras), en el marco IIRSA, que abarca los departamentos Madre de Dios, Puno, Cusco y Arequipa y que conecta con Porto Velho en Brasil. En el ámbito vial destaca el proyecto Corredor Vial Sur, financiado por la CAF, denominado también Carretera Bioceánica, que vincula al estado Amazónico de Acre en Brasil con las ciudades porteñas Ilo, Matarani y San Juan de Marcona en la costa meridional del Perú.
Las serias dificultades diplomáticas de Chile con Bolivia cierran prácticamente las puertas a la salida al Pacífico del Brasil por puertos chilenos. La persistencia de los gobiernos de Chile en una política de “distracción estratégica” respecto de la reivindicación boliviana para su salida al mar convierte a Perú en el gran aliado brasileño para la proyección de éste hacia el Pacífico. Y un Presidente como Ollanta cumple este propósito: un nacionalista, de izquierda, que desconfía de los Estados Unidos e interesado en la integración regional.
Delicada situación para la política exterior chilena. Chile se aisló de la región al convertir los negocios con el mundo industrializado en el centro de su accionar internacional. Se jugó por el ALCA cuando Brasil y Argentina se oponían al proyecto norteamericano. Ha dilatado por largas décadas una solución a la demanda boliviana para su salida al Pacífico. También fue negligente frente a la iniciativa peruana por los límites marítimos, que al final culminó en La Haya, con resultados inciertos. Como consecuencia de una política exterior equivocada, el frente norte chileno se ha tornado extremadamente frágil. Ello facilita la convergencia de intereses peruano-brasileños y al mismo estrecha las oportunidades del empresariado y el Estado chileno para concretar vínculos estratégicos con Brasil.
* Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).
miércoles, 29 de junio de 2011
viernes, 10 de junio de 2011
¿Ciudadanos o Mendigos?
Por: Jaime De Althaus Guarderas
EL COMERCIO
10-06-11
No es una buena política regalar dinero. Lamentablemente, eso es lo que va a ocurrir con el próximo gobierno, y a raudales, con los programas anunciados y prometidos. No es una buena política por varias razones. Primero, porque nadie sale de la pobreza recibiendo dinero, sino siendo capaz de generarlo. Para eso, lo que debe hacerse no es regalar dinero, sino difundir tecnologías y titular la propiedad. El paquete tecnológico para la sierra rural, donde está la mayor parte de la pobreza, está probado, y le permite a la familia campesina que lo adopta salir de la indigencia, acabar con la desnutrición infantil, conectarse al mercado y llegar a obtener ingresos por dos o tres mil soles al mes en dos años. En cambio, programas de subsidios masivos al consumo solo sirven para perpetuar la pobreza. Porque, ¿para qué me voy a esforzar si me están regalando las cosas?
En segundo lugar, porque lleva a generar una clase de personas dependientes del Estado que tienden a acostumbrarse a esa ayuda y tienen, por lo tanto, menos incentivos para salir por sí mismos de la pobreza. A mayor cantidad recibida, menor interés en trabajar o autogenerar ingresos. Fomentar masivamente la mendicidad no puede ser bueno. No es digno. No es moralmente aceptable. En cambio, no hay nada más humanamente estimulante que ver cómo un campesino pobre, empoderado tecnológicamente, rompe las cadenas de la miseria y se convierte en empresario, en ciudadano libre y autónomo.
La tercera razón es que jamás vamos a desarrollar una clase media de ciudadanos plenos si subsidiamos la informalidad con programas de este tipo. En los últimos 18 años viene creciendo una nueva clase media emergente, pero es aún incipiente e incompleta porque la mayor parte de ella permanece en la informalidad. Por lo tanto, ni tiene todos los derechos ni cumple con todas las obligaciones que competen a un ciudadano pleno y responsable. Y tampoco puede acumular más allá de un punto. Lo que debe hacerse es facilitar su formalización para acelerar la formación de una clase media fuerte y extendida, en lugar de pasmarla con la distribución de pensiones y seguros de salud gratuitos que desincentivan el esfuerzo propio y vuelven menos interesante la formalidad. Pues sin una clase media sólida la democracia no se sostiene en última instancia. Un país de informales es una república populista –si cabe el oxímoron–, pasto de demagogos, y no una democracia liberal de ciudadanos libres y fiscalizadores. No cortemos la evolución de la sociedad peruana. No caigamos en el modelo clásico de los populismos autocráticos que usan la renta petrolera o minera para regalar beneficios sin que nadie pague impuestos. No queremos masa mendicante sino ciudadanía.
EL COMERCIO
10-06-11
No es una buena política regalar dinero. Lamentablemente, eso es lo que va a ocurrir con el próximo gobierno, y a raudales, con los programas anunciados y prometidos. No es una buena política por varias razones. Primero, porque nadie sale de la pobreza recibiendo dinero, sino siendo capaz de generarlo. Para eso, lo que debe hacerse no es regalar dinero, sino difundir tecnologías y titular la propiedad. El paquete tecnológico para la sierra rural, donde está la mayor parte de la pobreza, está probado, y le permite a la familia campesina que lo adopta salir de la indigencia, acabar con la desnutrición infantil, conectarse al mercado y llegar a obtener ingresos por dos o tres mil soles al mes en dos años. En cambio, programas de subsidios masivos al consumo solo sirven para perpetuar la pobreza. Porque, ¿para qué me voy a esforzar si me están regalando las cosas?
En segundo lugar, porque lleva a generar una clase de personas dependientes del Estado que tienden a acostumbrarse a esa ayuda y tienen, por lo tanto, menos incentivos para salir por sí mismos de la pobreza. A mayor cantidad recibida, menor interés en trabajar o autogenerar ingresos. Fomentar masivamente la mendicidad no puede ser bueno. No es digno. No es moralmente aceptable. En cambio, no hay nada más humanamente estimulante que ver cómo un campesino pobre, empoderado tecnológicamente, rompe las cadenas de la miseria y se convierte en empresario, en ciudadano libre y autónomo.
La tercera razón es que jamás vamos a desarrollar una clase media de ciudadanos plenos si subsidiamos la informalidad con programas de este tipo. En los últimos 18 años viene creciendo una nueva clase media emergente, pero es aún incipiente e incompleta porque la mayor parte de ella permanece en la informalidad. Por lo tanto, ni tiene todos los derechos ni cumple con todas las obligaciones que competen a un ciudadano pleno y responsable. Y tampoco puede acumular más allá de un punto. Lo que debe hacerse es facilitar su formalización para acelerar la formación de una clase media fuerte y extendida, en lugar de pasmarla con la distribución de pensiones y seguros de salud gratuitos que desincentivan el esfuerzo propio y vuelven menos interesante la formalidad. Pues sin una clase media sólida la democracia no se sostiene en última instancia. Un país de informales es una república populista –si cabe el oxímoron–, pasto de demagogos, y no una democracia liberal de ciudadanos libres y fiscalizadores. No cortemos la evolución de la sociedad peruana. No caigamos en el modelo clásico de los populismos autocráticos que usan la renta petrolera o minera para regalar beneficios sin que nadie pague impuestos. No queremos masa mendicante sino ciudadanía.
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