Por Daniel Córdova*
EL COMERCIO
24-12-08
La caída de los precios de los alimentos muestra una vez más que el mercado funciona si lo dejamos tranquilo. Sucede que cada vez que se presentan tendencias inflacionarias, en particular alzas en los precios de los alimentos, los gobernantes de América Latina se sienten en la obligación de "hacer algo".
Los más populistas optan por echar la culpa a los supermercados (lo hizo Chávez, lo ha hecho Fernández de Kirchner). Los moderados, igual de equivocados conceptualmente, suelen limitarse a una que otra declaración en la prensa "jalándoles las orejas" a comerciantes y productores de alimentos.
Algo así ha venido sucediendo en el Perú recientemente. Hace unos días, cuando los precios de los alimentos empezaron a bajar en el mercado internacional, la ministra de la Producción, Elena Conterno, no pudo escapar a la tentación de llamar la atención a la industria local por no haber bajado sus precios en consecuencia. Pequeño error conceptual. Se desesperó innecesariamente. En una economía libre tiene que pasar un tiempo para que los precios se ajusten al valor de los insumos.
Si no hay interferencias extrañas, los precios se van a ajustar.
Como hay competencia, el harinero o el aceitero que no ajuste sus precios a la baja va a perder mercado.
De ahí que ahora asistamos a la tan esperada reducción en el precio de la harina, del aceite y de los fideos.
El Gobierno debe limitarse a vigilar que no haya concertación de precios desde el Indecopi. Querer interferir en la formación de precios acusando a las empresas de ser las malas de la película nunca funciona.
*Decano de Economía de la UPC
miércoles, 24 de diciembre de 2008
martes, 2 de diciembre de 2008
La Paradoja del Crecimiento Infeliz
Por Alfredo Torres G. (Ipsos Apoyo)
EL COMERCIO
02-12-08
"Los hombres no desean ser ricos sino más ricos que los demás", sostenía con punzante ironía el perspicaz John Stuart Mill en el siglo XIX. Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Gallup Organization sobre la calidad de vida en la región sugiere que este aserto sigue, en gran medida, vigente. Como sostiene Eduardo Lora, el coordinador del proyecto, en los países que han experimentado altas tasas de crecimiento en años recientes, la gente tiende a sentirse menos satisfecha con diversos aspectos de sus vidas que en otros países de nivel de ingreso semejante, pero que han crecido menos.
El Perú es probablemente el caso más evidente de esta paradoja del crecimiento infeliz. De un lado, es "el tigre más exitoso de Latinoamérica por el crecimiento económico espectacular que viene registrando en los últimos años", para usar la elogiosa expresión de Luis Alberto Moreno, presidente del BID. Del otro, el Latinobarómetro y otras encuestas continúan mostrando a los peruanos como uno de los pueblos más insatisfechos con la evolución de su economía y que menos aprueba la gestión de sus autoridades.
La explicación de esta paradójica mayor insatisfacción entre los países de más rápido crecimiento radica, según el estudio del BID, en el acelerado aumento de las expectativas de consumo material y de la competencia por estatus económico y social. Un estudio similar, efectuado por Carol Graham, de la Brookings Institution, sobre la economía de la felicidad, llegó a conclusiones parecidas: la mayor insatisfacción se genera por la incertidumbre y volatilidad que acompañan al crecimiento, así como a la mayor información sobre las mejoras en la calidad de vida de otras personas.
Como es natural, quienes mejor aprovechan los períodos de crecimiento acelerado son los más hábiles y los mejor preparados. Si bien la gran mayoría mejora su situación económica --como lo revelan los índices de consumo de alimentos, bebidas, artículos de tocador y electrodomésticos--, lo cierto es que algunos mejoran mucho más que otros, lo que genera una sensación de incremento de la desigualdad que lleva a la frustración.
El manejo político de esta paradoja es complejo. De un lado, exaltar los éxitos macroeconómicos exacerba las expectativas y, por ende, agrava el malestar social. De otro, como amplios sectores de la población ven con suspicacia, cuando no con envidia, el éxito económico de algunos, resulta políticamente rentable atacar a los ricos. Los políticos que lo hagan recibirán un baño de popularidad, pero el efecto ulterior será perjudicial para los más pobres al ahuyentar la inversión y, por ende, el empleo.
El mejor camino es, probablemente, poner énfasis en las políticas sociales. El respaldo popular al Gobierno y al modelo económico se incrementará si la población percibe un compromiso real de sus autoridades con la promoción de la igualdad de oportunidades. Programas de infraestructura y aquellos destinados a elevar la calidad de la educación pública y capacitar a los pobres para incrementar su productividad son claves para este propósito. En la medida en que más peruanos sientan que se les da una mano para salir de la pobreza y labrarse su propio destino, habrá menos crecimiento infeliz.
EL COMERCIO
02-12-08
"Los hombres no desean ser ricos sino más ricos que los demás", sostenía con punzante ironía el perspicaz John Stuart Mill en el siglo XIX. Un reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Gallup Organization sobre la calidad de vida en la región sugiere que este aserto sigue, en gran medida, vigente. Como sostiene Eduardo Lora, el coordinador del proyecto, en los países que han experimentado altas tasas de crecimiento en años recientes, la gente tiende a sentirse menos satisfecha con diversos aspectos de sus vidas que en otros países de nivel de ingreso semejante, pero que han crecido menos.
El Perú es probablemente el caso más evidente de esta paradoja del crecimiento infeliz. De un lado, es "el tigre más exitoso de Latinoamérica por el crecimiento económico espectacular que viene registrando en los últimos años", para usar la elogiosa expresión de Luis Alberto Moreno, presidente del BID. Del otro, el Latinobarómetro y otras encuestas continúan mostrando a los peruanos como uno de los pueblos más insatisfechos con la evolución de su economía y que menos aprueba la gestión de sus autoridades.
La explicación de esta paradójica mayor insatisfacción entre los países de más rápido crecimiento radica, según el estudio del BID, en el acelerado aumento de las expectativas de consumo material y de la competencia por estatus económico y social. Un estudio similar, efectuado por Carol Graham, de la Brookings Institution, sobre la economía de la felicidad, llegó a conclusiones parecidas: la mayor insatisfacción se genera por la incertidumbre y volatilidad que acompañan al crecimiento, así como a la mayor información sobre las mejoras en la calidad de vida de otras personas.
Como es natural, quienes mejor aprovechan los períodos de crecimiento acelerado son los más hábiles y los mejor preparados. Si bien la gran mayoría mejora su situación económica --como lo revelan los índices de consumo de alimentos, bebidas, artículos de tocador y electrodomésticos--, lo cierto es que algunos mejoran mucho más que otros, lo que genera una sensación de incremento de la desigualdad que lleva a la frustración.
El manejo político de esta paradoja es complejo. De un lado, exaltar los éxitos macroeconómicos exacerba las expectativas y, por ende, agrava el malestar social. De otro, como amplios sectores de la población ven con suspicacia, cuando no con envidia, el éxito económico de algunos, resulta políticamente rentable atacar a los ricos. Los políticos que lo hagan recibirán un baño de popularidad, pero el efecto ulterior será perjudicial para los más pobres al ahuyentar la inversión y, por ende, el empleo.
El mejor camino es, probablemente, poner énfasis en las políticas sociales. El respaldo popular al Gobierno y al modelo económico se incrementará si la población percibe un compromiso real de sus autoridades con la promoción de la igualdad de oportunidades. Programas de infraestructura y aquellos destinados a elevar la calidad de la educación pública y capacitar a los pobres para incrementar su productividad son claves para este propósito. En la medida en que más peruanos sientan que se les da una mano para salir de la pobreza y labrarse su propio destino, habrá menos crecimiento infeliz.
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ALFREDO TORRES,
SECTOR SOCIAL
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