jueves, 31 de diciembre de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
martes, 7 de julio de 2015
Tea
El caso griego muestra la incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones.
Por: Luis Carranza
Ex ministro de Economía y Finanzas
EL COMERCIO
Según la mitología griega, Tea, una de las titanes, era la madre de Selene, la diosa de la Luna. Por ello, se bautizó con ese nombre al planeta que hace 4.500 millones de años chocó con la Tierra, lo que produjo la formación de nuestro satélite. La colisión ocurrió una vez que Tea adquirió suficiente masa, salió de su órbita y entró en una trayectoria inestable. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Grecia. Una acumulación de deuda que hace inviable el actual sistema económico griego.
El proceso de ajuste ya empezó hace algunos años, pero era claramente insuficiente, no porque los recortes fueran pocos, sino porque el tamaño de la deuda es impagable, lo cual requiere de una disminución del compromiso, pero también requiere de reformas estructurales profundas que generen aumentos en el crecimiento potencial de la economía griega y que los sucesivos gobiernos se han negado a implementar.
El resultado del referéndum marca el inicio de la aceleración en el proceso de colapso total de la economía griega, el cual implicará una salida desordenada del euro y la quiebra del sistema bancario doméstico. La grave recesión que seguirá será el resultado de las malas decisiones que tomaron los líderes políticos. Ante este lúgubre escenario, es bueno sacar conclusiones.
Primera, el crecimiento sostenible se da por aumento de la productividad y por la inversión privada. No por gasto público. En Grecia, los incrementos salariales y desproporcionados beneficios sociales, que impulsó el aumento del PBI heleno temporal, no eran sostenibles porque no estaban alineados con la productividad, sino eran producto del crecimiento exponencial de la deuda.
Segunda, cuando la deuda no puede seguir creciendo, viene el proceso de ajuste, que puede tener diversas formas. La economía, de una manera o de otra, tiene que regresar a su tamaño natural, el cual depende de las condiciones reales y financieras del país. En este proceso de contracción del PBI, quienes más sufren son los pobres. Esto no es una decisión de política, tiene que ver con la propia dinámica de la economía. Cuando estamos en el ‘boom’, todo sube, salarios y ganancias. Los sueldos se transforman en consumo y las ganancias se vuelven activos. Cuando se avizoran los problemas, los activos se empiezan a transformar en activos financieros y salen del país. Cuando los problemas se manifiestan, el salario se desploma o el de-sempleo se dispara. Aquí las normas laborales se estrellan contra la dura realidad de las leyes económicas. Por otro lado, los activos financieros ya están a buen recaudo fuera del país, y poco importa que el flujo de las ganancias sea exiguo o nulo. Por eso, es importante la responsabilidad fiscal, porque implica proteger verdaderamente la capacidad de compra de los salarios y la estabilidad de los empleos.
Tercera, tal como lo demuestra la crisis griega, los mercados financieros se equivocan, pero tarde o temprano la corrección siempre ocurre con costos muy graves para el país. Para disminuir los riesgos de los excesos de sobreendeudamiento, se requiere en el lado privado tener una buena regulación y supervisión; mientras que en el lado público se necesitan compromisos fiscales serios incorporados en instituciones fiscales sólidas. La institucionalidad monetaria es fundamental, especialmente cuando se tiene moneda propia, pero no es suficiente.
Cuarta, para hacer reformas que permitan crecer al país o para realizar ajustes que restablezcan el equilibrio, el liderazgo político es fundamental. Grecia muestra incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones. Existe una disonancia cognitiva en los políticos que los hace evaluar incorrectamente las decisiones, aumentando desproporcionadamente los beneficios esperados e infravalorando los costos, especialmente los costos de oportunidad. Si bien en Grecia han existido graves errores, la decisión de convocar a referéndum fue el peor de todos. Esto atenta contra el propio sistema de democracia representativa, el cual existe tanto por razones epistemológicas como por eficiencia política.
Las leyes que gobiernan el funcionamiento de la economía no son tan precisas como las leyes de la física, pero son igual de inexorables. Hasta que los gobernantes no entiendan cómo funcionan estas normas condenarán a sus pueblos a la miseria y a la barbarie.
Por: Luis Carranza
Ex ministro de Economía y Finanzas
EL COMERCIO
Según la mitología griega, Tea, una de las titanes, era la madre de Selene, la diosa de la Luna. Por ello, se bautizó con ese nombre al planeta que hace 4.500 millones de años chocó con la Tierra, lo que produjo la formación de nuestro satélite. La colisión ocurrió una vez que Tea adquirió suficiente masa, salió de su órbita y entró en una trayectoria inestable. Esto es exactamente lo que ha sucedido en Grecia. Una acumulación de deuda que hace inviable el actual sistema económico griego.
El proceso de ajuste ya empezó hace algunos años, pero era claramente insuficiente, no porque los recortes fueran pocos, sino porque el tamaño de la deuda es impagable, lo cual requiere de una disminución del compromiso, pero también requiere de reformas estructurales profundas que generen aumentos en el crecimiento potencial de la economía griega y que los sucesivos gobiernos se han negado a implementar.
El resultado del referéndum marca el inicio de la aceleración en el proceso de colapso total de la economía griega, el cual implicará una salida desordenada del euro y la quiebra del sistema bancario doméstico. La grave recesión que seguirá será el resultado de las malas decisiones que tomaron los líderes políticos. Ante este lúgubre escenario, es bueno sacar conclusiones.
Primera, el crecimiento sostenible se da por aumento de la productividad y por la inversión privada. No por gasto público. En Grecia, los incrementos salariales y desproporcionados beneficios sociales, que impulsó el aumento del PBI heleno temporal, no eran sostenibles porque no estaban alineados con la productividad, sino eran producto del crecimiento exponencial de la deuda.
Segunda, cuando la deuda no puede seguir creciendo, viene el proceso de ajuste, que puede tener diversas formas. La economía, de una manera o de otra, tiene que regresar a su tamaño natural, el cual depende de las condiciones reales y financieras del país. En este proceso de contracción del PBI, quienes más sufren son los pobres. Esto no es una decisión de política, tiene que ver con la propia dinámica de la economía. Cuando estamos en el ‘boom’, todo sube, salarios y ganancias. Los sueldos se transforman en consumo y las ganancias se vuelven activos. Cuando se avizoran los problemas, los activos se empiezan a transformar en activos financieros y salen del país. Cuando los problemas se manifiestan, el salario se desploma o el de-sempleo se dispara. Aquí las normas laborales se estrellan contra la dura realidad de las leyes económicas. Por otro lado, los activos financieros ya están a buen recaudo fuera del país, y poco importa que el flujo de las ganancias sea exiguo o nulo. Por eso, es importante la responsabilidad fiscal, porque implica proteger verdaderamente la capacidad de compra de los salarios y la estabilidad de los empleos.
Tercera, tal como lo demuestra la crisis griega, los mercados financieros se equivocan, pero tarde o temprano la corrección siempre ocurre con costos muy graves para el país. Para disminuir los riesgos de los excesos de sobreendeudamiento, se requiere en el lado privado tener una buena regulación y supervisión; mientras que en el lado público se necesitan compromisos fiscales serios incorporados en instituciones fiscales sólidas. La institucionalidad monetaria es fundamental, especialmente cuando se tiene moneda propia, pero no es suficiente.
Cuarta, para hacer reformas que permitan crecer al país o para realizar ajustes que restablezcan el equilibrio, el liderazgo político es fundamental. Grecia muestra incapacidad absoluta de tomar buenas decisiones. Existe una disonancia cognitiva en los políticos que los hace evaluar incorrectamente las decisiones, aumentando desproporcionadamente los beneficios esperados e infravalorando los costos, especialmente los costos de oportunidad. Si bien en Grecia han existido graves errores, la decisión de convocar a referéndum fue el peor de todos. Esto atenta contra el propio sistema de democracia representativa, el cual existe tanto por razones epistemológicas como por eficiencia política.
Las leyes que gobiernan el funcionamiento de la economía no son tan precisas como las leyes de la física, pero son igual de inexorables. Hasta que los gobernantes no entiendan cómo funcionan estas normas condenarán a sus pueblos a la miseria y a la barbarie.
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LUIS CARRANZA
jueves, 25 de junio de 2015
El Papa ambiental
Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza
Por: Jaime de Althaus
Antropólogo y periodista
EL COMERCIO
La encíclica papal “Laudato Si” es un extenso documento muy trabajado y por instantes poético y místico, en el que el Papa intenta juzgar el modelo de crecimiento global y sus efectos ambientales desde un marco teológico y ético. El “paradigma tecnocrático”, la “rentabilidad financiera”, la obsesión por las máximas ganancias y por el “consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental” están propiciando el calentamiento global y agotando los recursos. El hombre, autorreferenciado e individualista, dominado por necesidades inmediatas, no reconoce a la naturaleza como la creación de Dios, y establece con ella una relación de dominio en lugar de una de unión y respeto al todo del que formamos parte. Desenfreno egoísta que llevará a la violencia y destrucción recíproca.
Está presente la vieja desconfianza de la Iglesia con la búsqueda de ganancias, base del mercado. Pero ya decía Smith que, en un mercado libre, el individuo, buscando su propio beneficio, consigue el de los demás. Si yo gano dinero es porque lo que produzco satisface necesidades de otros. Han sido las economías de mercado las que han reducido la pobreza y generado democracias que, a su vez, generan presiones ambientalistas para castigar excesos. En cambio, las economías dirigidas por la ética redistributiva (socialismo, estatismo, colectivismo) produjeron más pobreza, regímenes totalitarios y más destrucción del ambiente.
Salir de la pobreza consiste precisamente en incrementar la capacidad de consumo. Que los vastos sectores emergentes quieran consumir más es un derecho y ayuda al crecimiento para que más personas salgan de la pobreza. En qué momento eso se convierte en “consumismo”, en exceso egoísta, es algo que sí merece una discusión ética.
El Papa responsabiliza a las empresas multinacionales de haber arrasado las selvas tropicales, contaminado ríos, etc. Eso ha ocurrido. Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza. No la gran o mediana inversión minera, que, salvo excepciones, ahora es limpia, sino la minería ilegal que usa mercurio y cianuro. No las grandes o medianas concesiones forestales modernas que deberíamos tener, que conservan el recurso, sino la migración itinerante de campesinos pobres que ha devastado 9 millones de hectáreas en la selva alta, en algunos casos sembrando coca y contaminando los ríos. No las pesqueras industriales, que tienen cuotas que son controladas, sino la pesca artesanal sin control que incluso usa dinamita. Y las ciudades y pueblos que botan sus residuos sólidos y líquidos a los ríos y al mar.
Entonces, tenemos que crecer más para reducir la pobreza y formalizar si queremos golpear menos el ambiente. Para eso, necesitamos engancharnos bien al “modelo de desarrollo global” que el Papa quiere cambiar porque ha ocasionado el cambio climático. Pero el mismo “paradigma tecnocrático” que ha ocasionado el calentamiento global es el que está produciendo ahora tecnologías y energía limpias. En 20 años solo habrá automóviles eléctricos, por ejemplo. Por eso los presidentes del G-7 pudieron anunciar, la semana pasada, al mismo tiempo que se publicaba la encíclica, que habían tomado la decisión “revolucionaria” de “descarbonizar” totalmente la economía en unas décadas. Aleluya.
Por: Jaime de Althaus
Antropólogo y periodista
EL COMERCIO
La encíclica papal “Laudato Si” es un extenso documento muy trabajado y por instantes poético y místico, en el que el Papa intenta juzgar el modelo de crecimiento global y sus efectos ambientales desde un marco teológico y ético. El “paradigma tecnocrático”, la “rentabilidad financiera”, la obsesión por las máximas ganancias y por el “consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental” están propiciando el calentamiento global y agotando los recursos. El hombre, autorreferenciado e individualista, dominado por necesidades inmediatas, no reconoce a la naturaleza como la creación de Dios, y establece con ella una relación de dominio en lugar de una de unión y respeto al todo del que formamos parte. Desenfreno egoísta que llevará a la violencia y destrucción recíproca.
Está presente la vieja desconfianza de la Iglesia con la búsqueda de ganancias, base del mercado. Pero ya decía Smith que, en un mercado libre, el individuo, buscando su propio beneficio, consigue el de los demás. Si yo gano dinero es porque lo que produzco satisface necesidades de otros. Han sido las economías de mercado las que han reducido la pobreza y generado democracias que, a su vez, generan presiones ambientalistas para castigar excesos. En cambio, las economías dirigidas por la ética redistributiva (socialismo, estatismo, colectivismo) produjeron más pobreza, regímenes totalitarios y más destrucción del ambiente.
Salir de la pobreza consiste precisamente en incrementar la capacidad de consumo. Que los vastos sectores emergentes quieran consumir más es un derecho y ayuda al crecimiento para que más personas salgan de la pobreza. En qué momento eso se convierte en “consumismo”, en exceso egoísta, es algo que sí merece una discusión ética.
El Papa responsabiliza a las empresas multinacionales de haber arrasado las selvas tropicales, contaminado ríos, etc. Eso ha ocurrido. Pero en el caso del Perú, ya no son las transnacionales las que devastan, sino las actividades ilegales y la pobreza. No la gran o mediana inversión minera, que, salvo excepciones, ahora es limpia, sino la minería ilegal que usa mercurio y cianuro. No las grandes o medianas concesiones forestales modernas que deberíamos tener, que conservan el recurso, sino la migración itinerante de campesinos pobres que ha devastado 9 millones de hectáreas en la selva alta, en algunos casos sembrando coca y contaminando los ríos. No las pesqueras industriales, que tienen cuotas que son controladas, sino la pesca artesanal sin control que incluso usa dinamita. Y las ciudades y pueblos que botan sus residuos sólidos y líquidos a los ríos y al mar.
Entonces, tenemos que crecer más para reducir la pobreza y formalizar si queremos golpear menos el ambiente. Para eso, necesitamos engancharnos bien al “modelo de desarrollo global” que el Papa quiere cambiar porque ha ocasionado el cambio climático. Pero el mismo “paradigma tecnocrático” que ha ocasionado el calentamiento global es el que está produciendo ahora tecnologías y energía limpias. En 20 años solo habrá automóviles eléctricos, por ejemplo. Por eso los presidentes del G-7 pudieron anunciar, la semana pasada, al mismo tiempo que se publicaba la encíclica, que habían tomado la decisión “revolucionaria” de “descarbonizar” totalmente la economía en unas décadas. Aleluya.
lunes, 22 de junio de 2015
¿Fue todo ilusión?
¿Qué se logró realmente en los últimos años?
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
El bajón de la producción y del consumo ha motivado una mirada crítica al llamado milagro económico peruano. ¿Qué se logró realmente en los últimos años? Para algunos, el crecimiento fue poco más que un accidente, atribuible a los buenos precios de los minerales y a la abundancia de capitales externos. Más que un logro propio, el crecimiento habría sido producido por un empujón desde afuera. Al agotarse ese viento favorable, la economía peruana se estaría quedando a la deriva, sin capacidad para seguir su rumbo. El llamado milagro peruano sería en gran parte una ilusión.
Para lograr un balance más completo, sugiero mirar tres elementos poco comentados del pasado reciente.
El primero es el vuelco histórico que significó –finalmente– lograr un desarrollo relativamente democrático. Nunca antes el Perú había conocido una sostenida expansión económica que resultara más favorable para los pobres que para los ricos. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), durante el último quinquenio el ingreso promedio del quinto más pobre en la escala de familias aumentó 34%, mientras que el del quinto más rico aumentó 8%. Y desde hace 25 años los ingresos rurales crecen más rápido que los urbanos.
Pero lo más importante es el cómo de ese crecimiento democrático. La explicación se encuentra principalmente en la adopción masiva de mejores prácticas tecnológicas en el campo. En la sierra, el uso de tractores pasó del 11% de los agricultores a 22% entre los censos agropecuarios de 1994 al 2012; el uso de fumigadoras de 13% a 27%; el riego tecnificado de apenas 2% a 12%; más de la mitad de los ganaderos aplican ahora medicinas dosificadas; y el uso de alimentos balanceados aumentó de 3% a 10%. La innovación también ha sido comercial. Aprovechando la nueva conexión vial y la masificación del celular, se ha acelerado la adopción de cultivos y variedades de más valor, como el café orgánico, nuevas frutas, el cuy y la papa nativa, que se dirigen tanto a los crecientes mercados urbanos como a la exportación.
Los caminos se construyeron principalmente con el dinero de las generosas transferencias fiscales a los gobiernos locales, pero, desde allí, el progreso rural no ha sido regalo de nadie. La vasta mayoría de los campesinos, por ejemplo, no ha recibido aún crédito ni programas de capacitación, y el celular es un negocio privado.
Un segundo elemento por considerar es que la capacidad productiva del país cuenta hoy con un stock de capital físico cuatro veces mayor que hace veinte años. La acumulación de maquinarias, equipos, inventarios, construcciones e infraestructura de todo tipo se ha expandido a una tasa anual de 7,2% en ese período, y se ha dispersado ampliamente en el territorio nacional. Pero, además, la capacidad productiva se ve favorecida por la nueva tecnología incorporada en los últimos modelos de gran parte de ese capital.
El tercer elemento sería el capital humano. El analfabetismo se ha reducido de 13% a 4% de la población adulta y la proporción con estudios superiores se ha elevado de 20% a 31%, pero criticamos la poca calidad de la educación formal. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la llave para la capacidad productiva futura no será tanto el aprendizaje en aulas, sino el que estaremos recibiendo como autodidactas de por vida, gracias al milagro de los medios modernos de comunicación y de Internet, milagro educativo e informativo que no es una ilusión porque de hecho ha contribuido al dinamismo del pequeño agricultor.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
El bajón de la producción y del consumo ha motivado una mirada crítica al llamado milagro económico peruano. ¿Qué se logró realmente en los últimos años? Para algunos, el crecimiento fue poco más que un accidente, atribuible a los buenos precios de los minerales y a la abundancia de capitales externos. Más que un logro propio, el crecimiento habría sido producido por un empujón desde afuera. Al agotarse ese viento favorable, la economía peruana se estaría quedando a la deriva, sin capacidad para seguir su rumbo. El llamado milagro peruano sería en gran parte una ilusión.
Para lograr un balance más completo, sugiero mirar tres elementos poco comentados del pasado reciente.
El primero es el vuelco histórico que significó –finalmente– lograr un desarrollo relativamente democrático. Nunca antes el Perú había conocido una sostenida expansión económica que resultara más favorable para los pobres que para los ricos. Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), durante el último quinquenio el ingreso promedio del quinto más pobre en la escala de familias aumentó 34%, mientras que el del quinto más rico aumentó 8%. Y desde hace 25 años los ingresos rurales crecen más rápido que los urbanos.
Pero lo más importante es el cómo de ese crecimiento democrático. La explicación se encuentra principalmente en la adopción masiva de mejores prácticas tecnológicas en el campo. En la sierra, el uso de tractores pasó del 11% de los agricultores a 22% entre los censos agropecuarios de 1994 al 2012; el uso de fumigadoras de 13% a 27%; el riego tecnificado de apenas 2% a 12%; más de la mitad de los ganaderos aplican ahora medicinas dosificadas; y el uso de alimentos balanceados aumentó de 3% a 10%. La innovación también ha sido comercial. Aprovechando la nueva conexión vial y la masificación del celular, se ha acelerado la adopción de cultivos y variedades de más valor, como el café orgánico, nuevas frutas, el cuy y la papa nativa, que se dirigen tanto a los crecientes mercados urbanos como a la exportación.
Los caminos se construyeron principalmente con el dinero de las generosas transferencias fiscales a los gobiernos locales, pero, desde allí, el progreso rural no ha sido regalo de nadie. La vasta mayoría de los campesinos, por ejemplo, no ha recibido aún crédito ni programas de capacitación, y el celular es un negocio privado.
Un segundo elemento por considerar es que la capacidad productiva del país cuenta hoy con un stock de capital físico cuatro veces mayor que hace veinte años. La acumulación de maquinarias, equipos, inventarios, construcciones e infraestructura de todo tipo se ha expandido a una tasa anual de 7,2% en ese período, y se ha dispersado ampliamente en el territorio nacional. Pero, además, la capacidad productiva se ve favorecida por la nueva tecnología incorporada en los últimos modelos de gran parte de ese capital.
El tercer elemento sería el capital humano. El analfabetismo se ha reducido de 13% a 4% de la población adulta y la proporción con estudios superiores se ha elevado de 20% a 31%, pero criticamos la poca calidad de la educación formal. Sin embargo, me atrevo a pronosticar que la llave para la capacidad productiva futura no será tanto el aprendizaje en aulas, sino el que estaremos recibiendo como autodidactas de por vida, gracias al milagro de los medios modernos de comunicación y de Internet, milagro educativo e informativo que no es una ilusión porque de hecho ha contribuido al dinamismo del pequeño agricultor.
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PERU,
RICHARD WEBB,
SECTOR SOCIAL
Clase media a medias
¿La mayoría de peruanos (51%) es de clase media?
Por: Rolando Arellano
Profesor de Centrum Católica
EL COMERCIO
Luego de que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el criterio que usa internacionalmente (de US$10 a US$50 de ingreso diario per cápita) señalara que la mayoría de peruanos (51%) es clase media, aparecieron muchos comentarios, artículos e informes que decían que era una cifra exagerada. Probablemente la razón por la que en lugar de alegrarse se critique la cifra se deba a que muchos comentaristas no han tomado aún en cuenta el peso de la gran parte de la población peruana que conforma la nueva clase media. Veamos.
En primer término, entendemos que una cantidad de críticos a la cifra lo hace en su postura usual de negar lo positivo que ocurre en el país. Algunos niegan que haya más clase media porque no quieren aceptar datos que podrían ser considerados logros del gobierno de turno. Otros, porque viven de ser antisistema y les es contraproducente reconocer que hay menor pobreza. Y varios porque simplemente creen que las malas noticias venden más que las buenas.
Pero es más difícil entender la posición de quienes se oponen a las cifras del BID con argumentos algo más estructurados. Por ejemplo, quienes dicen que la “clase media es el nivel socioeconómico (NSE) B y C” (35% del Perú) o quienes afirman que “para ser clase media se debe tener... microondas, lavadora o jubilación” (20% o menos de la población).
En ambos casos podría haber una orientación correcta. En uno, porque existe una cierta relación entre ingreso y NSE (aunque el NSE no mide riqueza), y ese dato podría ayudar a definir quién tiene bienestar y quién no. En el otro, porque dentro de las ciencias sociales es válido usar un indicador simple (o “proxi”) que ayude a explicar más fácilmente un fenómeno, como cuando se dice que tener lavadora indica un nivel de comodidad típico de la clase media.
¿Pero por qué tan grande diferencia con el BID (o con Arellano Marketing, que por el lado del gasto define que 57% del Perú urbano es clase media)? Quizá porque esos analistas no incluyen en su cuenta a muchas familias de la nueva clase media (Rolando Arellano, “Al medio hay sitio”, Editorial Planeta, 2010), que son dos tercios de la clase media peruana. Esa nueva clase media, integrada por personas de origen migrante, tiene un nivel de bienestar alto, pero comportamientos y actitudes distintos a los de las clases tradicionales, que por ello no llegan a entenderla. Al tener gustos musicales y artísticos propios, y también una visión distinta del bienestar, quizá no quieren lavadoras (¿una comadre les lava la ropa?) o jubilación (¿la ven dentro de su empresa?), pero no por ello tienen un menor nivel de vida. Si en lugar de lavadoras o jubilación el indicador de los analistas fuera, por ejemplo, tener vivienda propia o una empresa en marcha, cambiaría la cifra.
Y probablemente lo mismo sucede con quienes usan los NSE para señalar quién es clase media o no. Si hoy consideran que solo los “B” y “C” son clase media (antes decían que solo era el B), quizá sea porque en su clasificación consideran básicamente equipamiento y comportamientos propios de las clases medias tradicionales. Dejan así fuera, involuntariamente quizá, a parte de la inmensa mayoría con nivel de bienestar similar, pero comportamiento distinto.
En fin, convendría medir más integralmente la clase media, integrando de manera más estructurada en los análisis a la nueva sociedad peruana. Si fuera así, en el futuro todos podremos alegrarnos sin reservas de noticias como la que nos trae el BID.
Por: Rolando Arellano
Profesor de Centrum Católica
EL COMERCIO
Luego de que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), con el criterio que usa internacionalmente (de US$10 a US$50 de ingreso diario per cápita) señalara que la mayoría de peruanos (51%) es clase media, aparecieron muchos comentarios, artículos e informes que decían que era una cifra exagerada. Probablemente la razón por la que en lugar de alegrarse se critique la cifra se deba a que muchos comentaristas no han tomado aún en cuenta el peso de la gran parte de la población peruana que conforma la nueva clase media. Veamos.
En primer término, entendemos que una cantidad de críticos a la cifra lo hace en su postura usual de negar lo positivo que ocurre en el país. Algunos niegan que haya más clase media porque no quieren aceptar datos que podrían ser considerados logros del gobierno de turno. Otros, porque viven de ser antisistema y les es contraproducente reconocer que hay menor pobreza. Y varios porque simplemente creen que las malas noticias venden más que las buenas.
Pero es más difícil entender la posición de quienes se oponen a las cifras del BID con argumentos algo más estructurados. Por ejemplo, quienes dicen que la “clase media es el nivel socioeconómico (NSE) B y C” (35% del Perú) o quienes afirman que “para ser clase media se debe tener... microondas, lavadora o jubilación” (20% o menos de la población).
En ambos casos podría haber una orientación correcta. En uno, porque existe una cierta relación entre ingreso y NSE (aunque el NSE no mide riqueza), y ese dato podría ayudar a definir quién tiene bienestar y quién no. En el otro, porque dentro de las ciencias sociales es válido usar un indicador simple (o “proxi”) que ayude a explicar más fácilmente un fenómeno, como cuando se dice que tener lavadora indica un nivel de comodidad típico de la clase media.
¿Pero por qué tan grande diferencia con el BID (o con Arellano Marketing, que por el lado del gasto define que 57% del Perú urbano es clase media)? Quizá porque esos analistas no incluyen en su cuenta a muchas familias de la nueva clase media (Rolando Arellano, “Al medio hay sitio”, Editorial Planeta, 2010), que son dos tercios de la clase media peruana. Esa nueva clase media, integrada por personas de origen migrante, tiene un nivel de bienestar alto, pero comportamientos y actitudes distintos a los de las clases tradicionales, que por ello no llegan a entenderla. Al tener gustos musicales y artísticos propios, y también una visión distinta del bienestar, quizá no quieren lavadoras (¿una comadre les lava la ropa?) o jubilación (¿la ven dentro de su empresa?), pero no por ello tienen un menor nivel de vida. Si en lugar de lavadoras o jubilación el indicador de los analistas fuera, por ejemplo, tener vivienda propia o una empresa en marcha, cambiaría la cifra.
Y probablemente lo mismo sucede con quienes usan los NSE para señalar quién es clase media o no. Si hoy consideran que solo los “B” y “C” son clase media (antes decían que solo era el B), quizá sea porque en su clasificación consideran básicamente equipamiento y comportamientos propios de las clases medias tradicionales. Dejan así fuera, involuntariamente quizá, a parte de la inmensa mayoría con nivel de bienestar similar, pero comportamiento distinto.
En fin, convendría medir más integralmente la clase media, integrando de manera más estructurada en los análisis a la nueva sociedad peruana. Si fuera así, en el futuro todos podremos alegrarnos sin reservas de noticias como la que nos trae el BID.
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lunes, 15 de junio de 2015
Argentina, ¿quién la entiende?
Buscar la pobreza en la Buenos Aires de hace medio siglo era buscar una aguja en un pajar. Hoy es distinto.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
Visité Buenos Aires por primera vez hace medio siglo. Varios amigos me habían recomendado los zapatos de la tienda Guante, en la elegante calle Florida. Esa fue una de las raras veces que fui de compras. No pude creer los precios en la vitrina, increíblemente baratos. Por única vez en mi vida, le dije a un vendedor: “Quiero el modelo más lujoso de la casa”. Me costó 10 dólares. Aquellos calzados resultaron los mejores que he tenido. Duraron tanto que se volvieron los más raídos y andrajosos del mundo, hasta que un día, misteriosamente, desaparecieron de mi armario. Décadas después volví a Buenos Aires y me dirigí directamente a Guante para reponer el modelo. Tenían guardado mi apellido y, de un antiguo archivo de madera y papelitos, sacaron mis medidas. Pero lo que no habían guardado era el precio: esta vez el mismo modelo costó 90 dólares. Lamentablemtente, la calidad no fue la deseada, pues el par de zapatos resultó incómodo y duró poco.
Otro hecho de esa visita de hace medio siglo fue comprobar que en esa ciudad no existía la pobreza. Al menos, no la encontré. La búsqueda fue así. Ubiqué a un amigo de la universidad que por entonces era ministro en Argentina. Tiempo atrás me había comentado acerca de su única y breve visita a Lima, donde quedó impactado por la pobreza de las tan visibles y masivas “barriadas” limeñas, fenómeno entonces desconocido para un argentino. Cuando nos reencontramos, me invitó a conocer la ciudad . En el camino dijo: “Nosotros ahora también tenemos barriadas. ¿Quieres ver?”. Asentí y empezamos un larguísimo recorrido en auto por las calles y los barrios de Buenos Aires. Pese a las vueltas y vueltas, no encontramos el rincón de pobreza que me quería mostrar. Finalmente se rindió y, frustrado, dijo: “No entiendo, estaba seguro de haberlo visto por acá”. Buscar la pobreza en la Buenos Aires de esos años era buscar una aguja en un pajar.
Hace pocos días mi colega Nelson Torres Balarezo regresó de un viaje familiar a Argentina y publicó sus observaciones en el portal del Instituto del Perú. Su nota me recordaron esas imágenes guardadas de la Argentina de antes.
En cuanto a la pobreza, Nelson dijo: “Hay barriadas y muchas”. De visita en Mar de Plata con su familia, señaló: “Quedamos aterrados en las barriadas, al nivel de las peores zonas de Lima”. Por otro lado, “lo más sorprendente de la visita fue lo barato que me pareció el país. Esta vez no tuve restricciones al momento de elegir dónde comer o recelos al tomar un taxi. En general, los precios son inferiores a los limeños”. Otra señal de empobrecimiento.
Durante la visita, Nelson cumplió un sueño al conocer el Palacio Barolo, uno de los principales edificios de la ciudad. Admirando la belleza arquitectónica, escuchó el siguiente diálogo:
–¿Por qué hacían estos edificios magníficos en aquellos años? –dijo un visitante.
–Tenés que entender que Argentina era en aquella época como el Dubái de hoy, un país muy rico y opulento –dijo el guía.
Esa conversación –dice Nelson– le provocó la siguiente reflexión: “A veces pienso que la tan mentada frase de Vargas Llosa hermana al Perú y Argentina. En algún momento del siglo XX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Hoy, es [casi] un país tercermundista más. ¿Cuándo se jodió Argentina?”.
Por: Richard Webb
Director del Instituto del Perú de la USMP
EL COMERCIO
Visité Buenos Aires por primera vez hace medio siglo. Varios amigos me habían recomendado los zapatos de la tienda Guante, en la elegante calle Florida. Esa fue una de las raras veces que fui de compras. No pude creer los precios en la vitrina, increíblemente baratos. Por única vez en mi vida, le dije a un vendedor: “Quiero el modelo más lujoso de la casa”. Me costó 10 dólares. Aquellos calzados resultaron los mejores que he tenido. Duraron tanto que se volvieron los más raídos y andrajosos del mundo, hasta que un día, misteriosamente, desaparecieron de mi armario. Décadas después volví a Buenos Aires y me dirigí directamente a Guante para reponer el modelo. Tenían guardado mi apellido y, de un antiguo archivo de madera y papelitos, sacaron mis medidas. Pero lo que no habían guardado era el precio: esta vez el mismo modelo costó 90 dólares. Lamentablemtente, la calidad no fue la deseada, pues el par de zapatos resultó incómodo y duró poco.
Otro hecho de esa visita de hace medio siglo fue comprobar que en esa ciudad no existía la pobreza. Al menos, no la encontré. La búsqueda fue así. Ubiqué a un amigo de la universidad que por entonces era ministro en Argentina. Tiempo atrás me había comentado acerca de su única y breve visita a Lima, donde quedó impactado por la pobreza de las tan visibles y masivas “barriadas” limeñas, fenómeno entonces desconocido para un argentino. Cuando nos reencontramos, me invitó a conocer la ciudad . En el camino dijo: “Nosotros ahora también tenemos barriadas. ¿Quieres ver?”. Asentí y empezamos un larguísimo recorrido en auto por las calles y los barrios de Buenos Aires. Pese a las vueltas y vueltas, no encontramos el rincón de pobreza que me quería mostrar. Finalmente se rindió y, frustrado, dijo: “No entiendo, estaba seguro de haberlo visto por acá”. Buscar la pobreza en la Buenos Aires de esos años era buscar una aguja en un pajar.
Hace pocos días mi colega Nelson Torres Balarezo regresó de un viaje familiar a Argentina y publicó sus observaciones en el portal del Instituto del Perú. Su nota me recordaron esas imágenes guardadas de la Argentina de antes.
En cuanto a la pobreza, Nelson dijo: “Hay barriadas y muchas”. De visita en Mar de Plata con su familia, señaló: “Quedamos aterrados en las barriadas, al nivel de las peores zonas de Lima”. Por otro lado, “lo más sorprendente de la visita fue lo barato que me pareció el país. Esta vez no tuve restricciones al momento de elegir dónde comer o recelos al tomar un taxi. En general, los precios son inferiores a los limeños”. Otra señal de empobrecimiento.
Durante la visita, Nelson cumplió un sueño al conocer el Palacio Barolo, uno de los principales edificios de la ciudad. Admirando la belleza arquitectónica, escuchó el siguiente diálogo:
–¿Por qué hacían estos edificios magníficos en aquellos años? –dijo un visitante.
–Tenés que entender que Argentina era en aquella época como el Dubái de hoy, un país muy rico y opulento –dijo el guía.
Esa conversación –dice Nelson– le provocó la siguiente reflexión: “A veces pienso que la tan mentada frase de Vargas Llosa hermana al Perú y Argentina. En algún momento del siglo XX, Argentina era uno de los países más ricos del mundo. Hoy, es [casi] un país tercermundista más. ¿Cuándo se jodió Argentina?”.
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