lunes, 18 de mayo de 2015

El Perú Nómada

La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado.
Por: Richard Webb*
EL COMERCIO
18-05-15

En la presentación de su obra “Los caminos del Perú”, el estudioso italiano Antonello Gerbi se impresionó por el carácter caótico y desestructurado que la geografía había impreso a nuestra nación. Además, expresó su sorpresa por cómo el reto de una “lucha sempiterna contra la naturaleza” había devenido en una fascinación y encariñamiento con los caminos. “Es cosa de ver con qué alegría, con qué empuje, los indígenas se apiñan alrededor de los trenes en todas las estaciones, cómo se amontonan hasta lo inverosímil en las camionetas de la sierra, cómo soportan las sacudidas, los traqueteos y los evidentes mortales peligros”.

Y contra todo obstáculo, el poblador se movía. A fines del siglo XVIII un virrey decía: “No se conocerá región alguna adonde transmigren más los indios que en el Perú”. Las limitaciones de clima y suelo para la agricultura lo obligaban al movimiento constante para alimentarse con alguna variedad, y a la vez lo liberaban de la necesidad de permanecer estático el año entero en un predio.

Durante siglos, el movimiento era principalmente vertical y local, para aprovechar la diversidad ecológica asociada a las diferentes alturas, aunque se sumaron traslados forzados por los autócratas del momento, como los mitimaes, poblaciones enteras reubicadas por los incas, y la esclavitud en las minas impuesta por la mita colonial. Desde inicios del siglo XX el ir y venir se fue volviendo más distante, respondiendo al desarrollo agrícola de la costa y a la apertura de la montaña. Finalmente, llegaron las olas de migración gigante y más permanente, del campo a la ciudad, y del Perú al extranjero.

Pero nada de ese pasado nos prepara para la explosión migratoria de los últimos veinte años. La repentina multiplicación de caminos, camiones, combis, buses interprovinciales, mototaxis y aviones ha sido como la rotura de un dique. La población se desparrama por todos lados, surcando tranquilamente sobre las anteriores barreras de ríos, desiertos, sierras y pantanos, usando el ubicuo celular para facilitar la logística y coordinación de tanto movimiento. El peruano ha tomado vuelo. O, casi podría decirse, el país se ha vuelto una ciudad.

Un resultado ha sido el abandono de la residencia en el campo. Hace veinte años dos de cada tres agricultores residían en la relativa soledad y con la carencia de servicios de su finca. Hoy es menos de la mitad. Una mayoría de los agricultores son ‘commuters’, viajando al trabajo desde una vivienda no ubicada en sus tierras, sin duda, con más servicios y vida social. Además, el agricultor ahora diversifica su economía trabajando más afuera de su chacra (40% emigra anualmente para laborar en las propiedades de otros agricultores, en obras de construcción o negocios propios; en 1994 la proporción fue 26%).

Para algunos, la migración es señal de desesperación, tierras agotadas y menores cosechas. Visité entonces Huayllay Grande en Huancavelica, que, entre los casi dos mil distritos del Perú, era el de menor desarrollo humano, el fondo del barril según el ránking del PNUD en el 2007. Allí descubrí que el jornal diario se había duplicado, de 10 a 20 soles diarios en el último decenio porque sus habitantes ahora viajaban con facilidad a trabajos urbanos y en los fundos de Ica. Además, sus chacras rendían más porque ahora vendían sus cultivos en la ciudad de Lircay. Esa historia de mayor acceso y movimiento se repitió cuando visitamos Quillo en la cordillera negra de Áncash, el segundo distrito más pobre del país. Allí, el jornal se ha elevado hasta 30 soles en el decenio.

La ley que ha elevado los salarios en esos distritos no es la del sueldo mínimo vital. La ley que sí está elevando los salarios para los pobres del Perú es la ley del mercado, potenciado por nuevos caminos y nuevos camioneros.

*Director del Instituto del Perú de la USMP

lunes, 4 de mayo de 2015

Las cinco trampas

Si algún lector cree que este artículo se aplica solo a los gerentes, haga el ejercicio de analizar su vida personal.

Por: Rolando Arellano*
EL COMERCIO

El márketing dice que para tener éxito se debe conocer muy bien el mercado, para darle productos y servicios que se ajusten a sus características. Sin embargo, con mucha frecuencia, y más en momentos de incertidumbre económica como la actual, hay un divorcio entre lo que creemos los gerentes y lo que ocurre realmente, pues pensamos que nuestra experiencia es suficiente para entender lo que el mercado necesita. Así caemos en una de las cinco trampas siguientes: la del tiempo, la del espacio, la del yo, la de los otros y la de todos.

La trampa del tiempo hace que los gerentes tomemos decisiones basándonos en nuestro pasado. Si mi marca de champú se vendió muy bien siendo siempre la más cara de la categoría, ¿por qué hoy cambiar mis precios?, decimos. No notamos que hoy hay muchas más marcas compitiendo, que la gente busca más calidad o que simplemente las expectativas de gasto han cambiado porque la gente tiene otras prioridades. El tiempo cambió, pero algunos gerentes no cambiamos con él.

Muy parecida es la trampa del espacio, pues muchos creemos que lo que nos ocurrió en un lugar se repetirá en el otro. Si me fue bien así en Chile o en España decimos, por ejemplo, en algunas multinacionales, debería irme igual en el Perú. O, si en Lima hoy bajan las ventas, lo mismo debería pasar en Chiclayo o Arequipa. Todo ello sin entender simplemente que Madrid no es Lima, y que el norte y el sur del Perú marchan a velocidades distintas.

Caemos en la trampa del yo cuando sentimos que lo que nos pasa a nosotros es generalizable a todos. Eso pasa cuando los gerentes pensamos, erróneamente, que si nosotros vendemos menos, a todas las empresas les pasa igual. Si analizáramos bien a todos nuestros competidores, no únicamente los formales por cierto, veríamos por ejemplo que algunos están creciendo bastante más que nosotros.

La trampa de los otros nos atrapa cuando creemos entender fácilmente a clientes claramente distintos. “En período de crisis los pobres buscan lo más barato” o “la gente ahora está gastando mucho menos que antes” son frases que decimos sin tener más certeza que la que nos dan nuestros estereotipos y prejuicios. Solo comprendemos que son errados cuando vemos a nuestros clientes comprándole mejor calidad a otro que realmente los conoce.

Pero la más difícil de superar es la trampa de todos. Esa en la que caemos cuando creemos que la manera correcta de actuar es seguir la corriente de la mayoría (por ejemplo, disminuir hoy las inversiones en publicidad o parar el desarrollo de productos). Y es peor cuando tenemos dudas, pero no nos atrevemos a desafiar la opinión generalizada, aun sabiendo que los grandes avances los hacen quienes piensan diferente, como Colón, Galileo o el inversionista Warren Buffet.

En fin, en situaciones inestables los gerentes podemos decidir de dos maneras. Una, basándonos exclusivamente en nuestra experiencia e intuición, pues para eso somos jefes, punto. La otra, asumiendo realísticamente que podemos equivocarnos y, ante una duda razonable, profundizando en el análisis de la situación.

Nota. Si algún lector cree que este artículo se aplica solo a los gerentes, haga el ejercicio de analizar su vida personal o su vida política y verá que allí con frecuencia también caemos en una de estas cinco trampas.

*Profesor de Centrum Católica