SEMANA ECONÓMICA
21-05-12
La visión del Perú republicano está influenciada por las ideas de Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Pero el “espacio-tiempo histórico” en que fueron desarrolladas corresponde al fin de la “República Aristocrática” y la crisis económica de la década de 1930. El Perú que habitaban era una sociedad estamental, con instituciones coloniales precapitalistas que no permitían que fluyera un verdadero proceso democrático, donde la mayor parte de la población habitaba en zonas rurales de la sierra. La explicación de nuestra situación sociopolítica se basada en los mecanismos de poder que permitieron la dominación y explotación del campesino. Y los economistas no nos escapamos de esto, pues centramos nuestro análisis en términos de intercambio rural-urbano, subsidios a las importaciones de alimentos, etc.
Sin embargo, pocos han hablado de lo evidente: cómo nuestros accidentes geográficos determinan la forma como nos organizamos como país, cómo la geografía influye en los costos de comercialización, la provisión de servicios públicos (educación, salud, seguridad pública, tecnología, agua y desagüe, electricidad, asistencia técnica) y políticas públicas para luchar contra la pobreza, cómo la geografía nos impone límites a nuestra integración como mercado ampliado y como país.
Si bien hemos tenido un reordenamiento de la ocupación del espacio territorial en los últimos setenta años (dato más saltante del último censo es que la mayoría de habitantes de la sierra habita en ciudades), recién podemos hacer frente a nuestra limitante geográfica, pues el Estado tiene excedentes fiscales que puede invertir en infraestructura y se han dado desarrollos tecnológicos en las telecomunicaciones que están a nuestro alcance. Son estos cambios los que permiten que los ingresos de los sectores rurales mejoren a niveles nunca antes vistos, y como correlato se esté dando una silenciosa revolución en los sectores rurales; se está integrando el mercado peruano y se está dando una nueva dinámica política. Ésa es la conclusión de la investigación “Pobreza y dispersión rural”, de Richard Webb, del Instituto del Perú-USMP.
La imagen estándar de un estancamiento lo podemos leer en la introducción al libro La lenta modernización de la economía campesina, (1987) Gonzales de Olarte, Raúl Hopkins, Bruno Kervyn, Javier Alvarado, Roxanna Barrantes, que afirma:
A primera vista los campesinos y sus comunidades, así como la actividad agrícola que los sustenta, aparecen como un sector bloqueado y sin futuro, sin grandes cambios en las últimas décadas.
Si bien los autores niegan ese estancamiento absoluto, consideran que la modernización se produce lentamente, y que aún no se ha creado la masa crítica requerida para un despegue.
Adolfo Figueroa en su libro Reformas en sociedades desiguales (2001) opina en el mismo sentido, aunque resaltando el impedimento de la falta de financiamiento.
Existe la potencialidad para el desarrollo de la economía campesina pero el aumento de todas esas formas de capital requiere financiamiento. La economía campesina no tiene capacidad de financiamiento. Son muy pobres para generar ahorros y autofinanciarse. La economía campesina no está restringida en su desarrollo por un solo factor limitante. Sus factores limitantes son varios. Pero todos ellos pueden ser reducidos a uno solo: la falta de financiamiento. La falta de desarrollo rural se debería a la falta de financiamiento.
Esta visión pesimista se sustenta en que, si bien la producción por habitante rural durante la primera mitad del siglo XX no se encuentra adecuadamente documentada, las diversas opiniones y aproximaciones citadas apoyan la interpretación comúnmente aceptada de una expansión muy lenta en la productividad, y concuerdan con el orden de magnitud del estimado de Seminario y Beltrán, de 1.3% anual durante la primera mitad del siglo. Para el periodo largo, de 1900 a 1995, se estima un aumento anual en la productividad de 1.7%.
Por contraste, la productividad en el campo ha crecido a una tasa promedio de 5.1% anual desde 1995. Esa tasa se deriva de un crecimiento de 4.4% en la producción, y de una reducción en la población rural de 0.7% (INEI 2009). Además, según las Enaho, la contribución de las actividades no agropecuarias al ingreso familiar rural ha aumentado durante la década, de 39.4% en el 2001 al 44% en el 2010. Las transferencias y donaciones recibidas por la población rural en el 2010 representaron 18.1% del ingreso de esas familias.
El pesimismo también se sustenta en los términos de intercambio rural-urbano a lo largo del siglo XX. La tendencia negativa de los precios relativos cancela la magra ganancia lograda en la productividad física durante el siglo. La medición más representativa de los términos de intercambio entre el agro y el resto de la economía es la que relaciona los deflatores implícitos respectivos, y según ese indicador la caída en los precios excede el aumento en la producción, por lo que el poder de compra del agricultor se reduce en 13% entre 1950 y 1995 a pesar de haber logrado una esforzada ganancia en su productividad, su poder de compra de productos no agrícolas fue menor en 1995 que en 1950. Sin embargo, la relación entre el deflator del PBI agropecuario para nueve departamentos de la sierra y el IPC ha mejorado desde el 2000, mientras que la relación entre los precios agropecuarios al por mayor y el IPC se mantiene estable desde 1995. De esa forma, el cambio favorable en la tendencia de los precios relativos se ha sumado al mayor dinamismo de la productividad desde fines del siglo pasado.
El deterioro en los términos de intercambio ha recortado una gran parte de la ganancia lograda mediante el lento pero continuado aumento en la productividad agrícola, aunque la estimación es poca precisa, debido a (i) la dudosa calidad y representatividad de los índices de precios, y (ii) a que una proporción de la producción, difícil de estimar y además cambiante en el tiempo, es autoconsumida. El efecto de ese deterioro se ve fuertemente reflejado en la reducción de la participación del sector agropecuario en el PBI nacional medido a precios corrientes, cayendo desde 28.5% en 1950 a 5.6% en el 2010. La mayor parte de esa caída se produjo entre 1950 y 1980.
A lo largo del siglo XX el balance de transferencias de ingreso entre el campo y la ciudad pasó de ser negativo a ser positivo para el campo. Tres cambios sociales fueron las causas de esa reversión: (i) la eliminación de las rentas y del trabajo forzado que constituían una exacción sobre el ingreso generado por la población rural, (ii) la creación de un flujo de transferencias privadas desde la ciudad al campo, como efecto de la migración rural-urbana y al extranjero, y (iii) la reversión en el flujo fiscal, que pasó de ser una imposición neta a una transferencia neta hacia el campo. El impacto cuantitativo de esos cambios no ha sido medido, pero es plausible que ha sido significativo.
En el mundo rural, aquel que tiene sólo su fuerza de trabajo como activo es el más pobre entre los pobres. Un estudio de Shane Hunt (1980) sobre la evolución de los salarios en la costa entre 1914 y 1940 fue negativo en términos reales sugiriendo que en las zonas de donde provenía la mano de obra la situación fue peor. Webb (1977) estima un crecimiento promedio anual de 0.8% entre 1950-1966 para agricultores en costa y selva y cero para minifundistas de la sierra.
Para la década 2001-2011 se observa un crecimiento del ingreso real promedio por trabajo rural del 8.4%, muy por encima del resultado para Lima Metropolitana (4%) y el resto urbano (6.4%). En las zonas rurales, el ahorro ha pasado del 5% del ingreso en 2004 al 15.7% en el 2010.
Si bien la magnitud de la elevación de ingresos merece ser destacada, el aspecto más positivo y novedoso de ese aumento es su alcance horizontal entre la población rural. En el análisis del desarrollo económico, es normal que el reconocimiento de algún caso de éxito productivo esté acompañado por una preocupación por su efecto sobre la igualdad distributiva. La desigualdad es vista como un efecto inevitable del crecimiento (Kuznets). Sin embargo, la actual dinámica rural peruana no obedece ese patrón general, y el proceso se caracteriza más bien por una extraordinaria equidad distributiva en cuanto a sus beneficios.
Como evidencia tenemos:
- El ingreso del quintil más pobre de la población rural aumentó en 6.1% anual entre el 2004 y el 2010, casi la misma velocidad que el promedio de 6.7% para toda la población rural.
- La región sierra registró un aumento de 5.9% anual para ese período, tasa también similar al promedio general.
- El jornal promedio en 151 distritos de alta pobreza se elevó de S/.8.40 a S/.21.20 entre el 2001 y el 2011, es decir, a una tasa promedio de 9.8%.
- El valor de los terrenos agrícolas ha aumentado en más del doble: de S/.6,847 en el 2001 a S/.15,578 en el 2011.
- El precio de una vivienda cercana al centro del pueblo se elevó de S/.7,704 en el 2001 a S/.31,223 en el 2011
Toda esta evidencia tiene su correlato en la reducción de la pobreza y pobreza extrema en zonas rurales (han pasado del 83.4% al 61% y del 41.6% al 23.8%, respectivamente), y la mejora de indicadores socioeconómicos. Aunque la sierra rural es la que está rezagada respecto al resto y donde se debe enfocar la política social.
Una explicación de la pobreza rural es el poder monopsónico de los intermediarios (comerciantes y transportistas), poder que se refuerza por la dispersión e incomunicación de los campesinos productores. Hoy este poder ha sido derrotado por las telecomunicaciones a bajo costo (45% de los hogares rurales tiene un celular y 44% tiene televisor, hay cabinas públicas hasta en los parajes más perdidos del territorio nacional, 59.7% de los hogares rurales tiene electricidad). Los campesinos saben en tiempo real cuánto está el precio de su producto en los principales mercados del país.
Pero, por otro lado, la construcción y el mantenimiento de caminos rurales ha permitido una “capilaridad” que posibilita reducción en costos de comercialización; los pequeños agricultores pagaban 67% en costo de comercialización, mientras que los productores grandes pagaban alrededor del 32% (Grade 2000); hay una reducción de 30% en el tiempo de viaje, un aumento del tráfico de 132% (vehículos importados de segunda mano y timón cambiado), una reducción de 77% en los pasajes y de 44% en el gasto de mantenimiento de los vehículos y mejoras significativas sobre acceso a la educación y salud (Grade 2007).
Lo que observamos hoy en las zonas rurales rompe con todo el pesimismo ilustrado. Los indicadores de mejora a nivel de las familias rurales son consistentes, lo que evidencia una transformación de la economía rural. En el centro de esa transformación está la integración de la economía tradicional peruana a los mercados urbanos e internacionales. También se viene produciendo un sorpresivo cambio demográfico en la forma del creciente dinamismo de los centros poblados menores, cuya tasa de crecimiento ahora supera la de las ciudades intermedias y metrópolis. Finalmente se vienen produciendo cambios organizativos, políticos y de cultura que, a la vez, son efectos y parte integral de la transformación de la sociedad rural. La revolución comunicativa en el campo y su integración a un mercado ampliado están logrando lo que los revolucionarios y reformistas de escritorio nunca pudieron.