Por: Rolando Arellano C.*
EL COMERCIO
18-11-11
¿Qué pasaría si nuestro país no tuviera los ingresos de la actividad minera, que representan un tercio de los impuestos que recibe el Estado Peruano?
La respuesta es que se quedaría trunco al menos el 30% de las actividades de desarrollo del país. Se truncaría como el título de esta columna, donde la tinta solo alcanzó para dos tercios de la frase que quería decir que somos un país minero.
Sin la minería, debería desaparecer uno de cada tres proyectos de apoyo a la sociedad. Así, el gobierno nacional tendría que escoger cuál proyecto eliminar: ¿Pensión 65? ¿Desayuno y almuerzo escolar? ¿Cuna más?
Además, debería decidir si desaparecen los servicios de salud, deja de construir carreteras o no invierte en servicios de agua potable. Y tendrá que ver a quién dejar sin beneficios –¿a los niños, a los adultos mayores, a las mujeres más pobres?– para salvar 2 de cada 3 proyectos que haya pensado emprender.
Pero, suponiendo que no quiera eliminar drásticamente ninguno, entonces estará obligado a disminuir el alcance de los beneficios en todos ellos. Poner 2 profesores para cada 3 salones de clase en los colegios públicos, dar 4 pastillas a cada enfermo en vez de las 6 que necesita, y darles 30% menos de leche a los comedores populares.
No se piense que eso es solamente un problema para el gobierno nacional. Los gobiernos regionales, los municipios, y todas las autoridades públicas deberán hacer lo mismo.
Ellos empezarán por despedir al 30% de su personal (o bajarles en 30% el sueldo a todos), dejarán que se sequen las plantas del 30% de los parques, y cortarán en un tercio sus gastos de representación.
Además, paradójicamente, aquellas autoridades que se oponen a la minería dispondrán de 30% menos de fondos para organizar sus actividades antimineras.
Sin pretender decir que se debe permitir la actividad minera a cualquier costo, creemos que es necesario entender la gran importancia que tiene ella para todos en el país.
Pero debemos aclarar también que sin la minería no todo disminuirá en el Perú. Sin los aportes mineros probablemente aumentarán en 30% las protestas sociales y habrá 30% más de críticas a todas las autoridades. Incluidas aquellas que se oponen a la minería.
(*)Dr en Márketing. Centrum Católica. Arellano Marketing, Investigación y Consultoría.
viernes, 18 de noviembre de 2011
lunes, 7 de noviembre de 2011
Las lecciones de las cucharitas y los indignados
Por: Alfredo Bullard
SEMANA ECONÓMICA
24-10-11
Un reconocido profesor de economía norteamericano fue convocado por las autoridades de China para asesorarlos en varias de las reformas. Durante un recorrido pudo apreciar varias obras públicas que venían ejecutándose. Vio como un sinnúmero de trabajadores cavaban, con lampas en la mano, una inmensa zanja. El dialogo que se produjo entre el profesor y el funcionario chino que lo acompañaba fue más o menos así:
“Dígame, por que no usan maquinaria pesada para hacer la zanja en lugar de tantos trabajadores con lampas. Sería mucho más productivo y eficiente.”
El funcionario chino, con tono de autoridad y con autosuficiencia, le contestó:
“Si usáramos maquinaria pesada necesitaríamos menos trabajadores y estos quedarían desempleados. El uso de lampas asegura más trabajo para el pueblo chino.”
El profesor dibujó una sonrisa sarcástica en los labios y en todo medio en serio, medio en broma, respondió: “Si de eso se trata, entonces cambien las lampas por cucharitas”.
Esta anécdota ayuda a entender varias lecciones sobre las cosas que hoy pasan en el mundo.
La primera lección, y quizás la más importante, es que la riqueza proviene de la productividad. Y la productividad es generada principalmente por la tecnología y los bienes de capital. Las lampas, al ser una tecnología superior a las cucharitas, hacen que cada trabajador produzca más y con ello aumenta más la riqueza disponible. Y se produciría más riqueza con maquinaria pesada. Sin bienes de capital y tecnología, y sin los recursos para invertir en ella, la productividad será menor. Un mundo más rico requiere de esas inversiones.
Eso nos lleva a una segunda lección. ¿Cuándo será el sueldo de cada trabajador más alto? ¿Con cucharitas o con lampas? La respuesta es obvia. El sueldo será mayor con lampas y aún mayor con cargadores frontales. Al ser cada trabajador más productivo, y generar más riqueza, su sueldo será mayor. La explicación de por que un obrero americano, incluso después de la crisis, gana mucho más que un obrero peruano, es que el primero es más productivo, y lo es por que en su ambiente laboral hay más tecnología (incluida mayor educación) y bienes de capital que aumentan su productividad. Al producir más se le puede pagar más.
La tercera lección es igual de obvia, pero se entiende menos. ¿Cuándo habrá más trabajo? ¿Con lampas o con cucharitas? El error común, cometido por el funcionario chino y no desmentido abiertamente por el profesor, es que las cucharitas generan más empleo. Falso. Las cucharitas generan menos puestos de trabajo en el mediano y en el largo plazo.
¿Como así? Para ello basta entender quién paga las remuneraciones de los trabajadores. Tendemos a creer que son los empleadores. Pero eso es un espejismo generado por las boletas de pago. En realidad los sueldos son pagados por los consumidores que demandan productos y servicios y que están dispuestos a pagar por ellos en función a sus preferencias y su capacidad de pago. Y un trabajador que produce más unidades de algo (por que es más productivo) podrá obtener su sueldo de más consumidores. Como dice Mises, al pagar salarios el empleador actúa en realidad como mandatario de los consumidores ¿Y de donde proviene su capacidad de pago? Pues en el caso de la mayoría de los consumidores, de sus sueldos. Es decir que los consumidores son usualmente esos trabajadores que ahora, gracias al uso de lampas (y mejor aún, de cargadores frontales), ganan más que con el uso de cucharitas, y por tanto pueden demandar más bienes y servicios. Y a mayor productividad la demanda crece y permite generar más puestos de trabajo. Ese es el círculo virtuoso del aumento real de la productividad.
Y esto nos lleva a la cuarta lección: los salarios y las condiciones de vida de los ciudadanos pueden mejorar solo si se mejora la productividad y la eficiencia de la economía. Si tratamos que la gente gane sueldos o reciba ingresos de “lampas”, cuando produce con “cucharitas”, el resultado será una economía de ficción no sostenible en el tiempo. Solo se puede lograr (en el corto plazo) consumiendo hoy recursos destinados a generar bienes de capital y tecnología, es decir sacrificando productividad futura para crear una falsa sensación de bienestar presente.
De allí el gran error de creer que aumentando impuestos o afectando a los inversionistas mejoramos a los trabajadores. Usualmente esos impuestos o afectaciones reducen el stock de recursos destinados a invertir en tecnología y bienes de capital, y con ello se reduce la productividad real.
Y todo esto me trae al tema de hoy en el post: los indignados. ¿Quiénes son estos individuos? Pues una colectividad de anónimos con una identidad inidentificable. ¿Qué los une? No lo tengo claro. Sus mensajes son contradictorios. Se quejan de los ricos, de los bancos, de Wall Street pero a su vez se quejan del Estado que les permite seguir haciendo supuestas “travesuras”. A los primeros los agarra de responsables. Al segundo lo agarran de cómplice.
Pero las cosas son precisamente al revés.
¿Qué causo la crisis del 2008? Pues lo mismo que esta causando la crisis del 2011 (que en mi entender es la misma crisis, reempaquetada para que vuelva a explotar, pero peor). Es una crisis de falsa productividad. Todo el mundo ha culpado a los bancos de lo que pasó con las famosas hipotecas basura. Pero lo que en realidad pasó fue que los gobiernos republicanos y demócratas en Estados Unidos se pusieron de acuerdo en regalar créditos para casas para sectores más pobres. Estos créditos fueron fomentados mediante la creación de una banca cuasiestatal, la reducción de las tasas de interés a niveles absurdos, la promoción de créditos hipotecarios para personas de bajos ingresos, el reforzar normas antidiscriminación en el crédito. Esto llevó a crear una burbuja que no es otra cosa que inmuebles adquiridos no en base a un aumento de la productividad de la economía, sino a una política que creaba el espejismo de que podías tener una casa que en realidad no podías pagar por que no eras suficientemente productivo.
Esa falsa riqueza se filtró en el sistema financiero y en el mercado de capitales y los destruyó como un virus destruye la información en una computadora. El sistema se limitó a reaccionar a las señales que el Estado dio. El Estado dijo que podías tener casas con sueldos de lampas, cuando seguías usando cucharitas. Esas casas son un engaña muchachos que luego nos pasarían la factura. Los empresarios se limitaron a seguir los incentivos. Como bien se dijo en su momento, culpar de la crisis a los empresarios es como culpar a la ley de la gravedad de un accidente de aviación.
Y el mercado reaccionó por el lado inmobiliario. Pero otros sistemas igual de nocivos, con productividad de cucharitas aspirando a sueldos de cargadores frontales generan el mismo riesgo. Allí están los sistemas de seguridad social americanos y europeos (las “pensiones 65” que no se sustentan en mayor productividad), los sistemas de salud que funcionan como agujeros negros que se devoran todo lo que encuentran sin sustentarse en recursos reales para financiar las cargas que soportan, los sistemas de welfare que crean un bienestar artificial sin sustento en verdadera productividad, los mecanismos de protección al consumidor que creen que se puede hacer más ricos a los consumidores dictando un Código de Consumo, etc, etc, etc.
Y en todos ellos esta como denominador común un Estado que causa todos los estropicios y luego pretende culpar al sector privado por seguir los mensajes que el propio Estado manda. El Estado sigue forzando a financiar gastos que generan un bienestar imposible con los niveles de productividad existentes. Esa “riqueza” es artificial y falsa por que no se basa en mayor inversión en bienes de capital y tecnología, sino en demagogia pura.
Como bien dijo proféticamente Mises hace varias decadas:
“Pero la expansión del crédito, ya sea producida mediante la emisión adicional de billetes, o por aumento de préstamos bancarios que crean nuevos depósitos en las cuentas corrientes de los clientes, no agregan nada a la riqueza de la nación en bienes de capital. Sólo crean la ilusión de un incremento de fondos disponibles para una expansión de la producción. Al poder obtener crédito barato, la gente cree, erróneamente, que la riqueza de la nación se ha incrementado, y que, por tanto, ciertos proyectos que antes no podía ejecutarse son ahora factibles. La puesta en marcha de estos proyectos intensifica la demanda de trabajo y de materias primas, elevando así los salarios y los precios de los bienes. Se produce un auge artificial.”
¿Y qué esta pasando hoy? Pues más de lo mismo. La lección del 2008 fue: no se puede consumir lo que no se tiene. La gente tiene que ajustar sus ingresos y beneficios (pensiones, seguros médicos, bienestar artificial) a las condiciones de productividad reales. Hay que restringir el crédito a condiciones realistas para evitar que la bola siga creciendo. Sí, el famoso Estado de bienestar europeo o norteamericano era falso, por que regala lo que no se tiene. Los sueldos tienen que bajar, los beneficios reducirse y ajustarse todos.
¿Y qué se hizo? Pues justo lo contrario: expansión mayor del gasto, evitar que los bancos se cayeran, rescatar a quienes ganan sin productividad, y profundizar el problema que causó la crisis. El mayor ejemplo de esa estupidez: las reformas del sistema de welfare llevadas a cabo por Obama. En lugar de apagar el incendio, le echaron gasolina.
Y ahora dicen que lo que faltó fue regulación cuando fue precisamente eso lo que sobró y causó todos los estropicios. El Estado causante, no contento con lo que embarró, se reclama a si mismo más Estado.
¿Y quienes son los indignados? Esos que recibieron sueldos de cargador frontal cuando producían con cucharitas. Recibieron beneficios que la sociedad no podía pagar por que el Estado creó un espejismo que se diluye al chocar con la realidad. Los griegos, los españoles, los portugueses, los americanos y pronto por nuestro lado los argentinos, tendrán que asumir que lo falso, falso es, y que nada en sus protestas lo convertirá en verdad.
Culpan al mercado por que este cometió el pecado de sincerar las cosas. Por que este desenmascaró al Estado y sus absurdas políticas promotoras de un falso bienestar que no es sostenible en el tiempo. Como el emisario de la mala noticia, les cae mal, confundiendo al portador del mensaje con el causante de la desgracia. No deberían ir a ocupar Wall Street, sino las oficinas de los Ministerios y oficinas públicas causantes del desastre.
La verdad es que soy yo el indignado. Y es que indigna constatar tanta ceguera para ver lo que es evidente.
SEMANA ECONÓMICA
24-10-11
Un reconocido profesor de economía norteamericano fue convocado por las autoridades de China para asesorarlos en varias de las reformas. Durante un recorrido pudo apreciar varias obras públicas que venían ejecutándose. Vio como un sinnúmero de trabajadores cavaban, con lampas en la mano, una inmensa zanja. El dialogo que se produjo entre el profesor y el funcionario chino que lo acompañaba fue más o menos así:
“Dígame, por que no usan maquinaria pesada para hacer la zanja en lugar de tantos trabajadores con lampas. Sería mucho más productivo y eficiente.”
El funcionario chino, con tono de autoridad y con autosuficiencia, le contestó:
“Si usáramos maquinaria pesada necesitaríamos menos trabajadores y estos quedarían desempleados. El uso de lampas asegura más trabajo para el pueblo chino.”
El profesor dibujó una sonrisa sarcástica en los labios y en todo medio en serio, medio en broma, respondió: “Si de eso se trata, entonces cambien las lampas por cucharitas”.
Esta anécdota ayuda a entender varias lecciones sobre las cosas que hoy pasan en el mundo.
La primera lección, y quizás la más importante, es que la riqueza proviene de la productividad. Y la productividad es generada principalmente por la tecnología y los bienes de capital. Las lampas, al ser una tecnología superior a las cucharitas, hacen que cada trabajador produzca más y con ello aumenta más la riqueza disponible. Y se produciría más riqueza con maquinaria pesada. Sin bienes de capital y tecnología, y sin los recursos para invertir en ella, la productividad será menor. Un mundo más rico requiere de esas inversiones.
Eso nos lleva a una segunda lección. ¿Cuándo será el sueldo de cada trabajador más alto? ¿Con cucharitas o con lampas? La respuesta es obvia. El sueldo será mayor con lampas y aún mayor con cargadores frontales. Al ser cada trabajador más productivo, y generar más riqueza, su sueldo será mayor. La explicación de por que un obrero americano, incluso después de la crisis, gana mucho más que un obrero peruano, es que el primero es más productivo, y lo es por que en su ambiente laboral hay más tecnología (incluida mayor educación) y bienes de capital que aumentan su productividad. Al producir más se le puede pagar más.
La tercera lección es igual de obvia, pero se entiende menos. ¿Cuándo habrá más trabajo? ¿Con lampas o con cucharitas? El error común, cometido por el funcionario chino y no desmentido abiertamente por el profesor, es que las cucharitas generan más empleo. Falso. Las cucharitas generan menos puestos de trabajo en el mediano y en el largo plazo.
¿Como así? Para ello basta entender quién paga las remuneraciones de los trabajadores. Tendemos a creer que son los empleadores. Pero eso es un espejismo generado por las boletas de pago. En realidad los sueldos son pagados por los consumidores que demandan productos y servicios y que están dispuestos a pagar por ellos en función a sus preferencias y su capacidad de pago. Y un trabajador que produce más unidades de algo (por que es más productivo) podrá obtener su sueldo de más consumidores. Como dice Mises, al pagar salarios el empleador actúa en realidad como mandatario de los consumidores ¿Y de donde proviene su capacidad de pago? Pues en el caso de la mayoría de los consumidores, de sus sueldos. Es decir que los consumidores son usualmente esos trabajadores que ahora, gracias al uso de lampas (y mejor aún, de cargadores frontales), ganan más que con el uso de cucharitas, y por tanto pueden demandar más bienes y servicios. Y a mayor productividad la demanda crece y permite generar más puestos de trabajo. Ese es el círculo virtuoso del aumento real de la productividad.
Y esto nos lleva a la cuarta lección: los salarios y las condiciones de vida de los ciudadanos pueden mejorar solo si se mejora la productividad y la eficiencia de la economía. Si tratamos que la gente gane sueldos o reciba ingresos de “lampas”, cuando produce con “cucharitas”, el resultado será una economía de ficción no sostenible en el tiempo. Solo se puede lograr (en el corto plazo) consumiendo hoy recursos destinados a generar bienes de capital y tecnología, es decir sacrificando productividad futura para crear una falsa sensación de bienestar presente.
De allí el gran error de creer que aumentando impuestos o afectando a los inversionistas mejoramos a los trabajadores. Usualmente esos impuestos o afectaciones reducen el stock de recursos destinados a invertir en tecnología y bienes de capital, y con ello se reduce la productividad real.
Y todo esto me trae al tema de hoy en el post: los indignados. ¿Quiénes son estos individuos? Pues una colectividad de anónimos con una identidad inidentificable. ¿Qué los une? No lo tengo claro. Sus mensajes son contradictorios. Se quejan de los ricos, de los bancos, de Wall Street pero a su vez se quejan del Estado que les permite seguir haciendo supuestas “travesuras”. A los primeros los agarra de responsables. Al segundo lo agarran de cómplice.
Pero las cosas son precisamente al revés.
¿Qué causo la crisis del 2008? Pues lo mismo que esta causando la crisis del 2011 (que en mi entender es la misma crisis, reempaquetada para que vuelva a explotar, pero peor). Es una crisis de falsa productividad. Todo el mundo ha culpado a los bancos de lo que pasó con las famosas hipotecas basura. Pero lo que en realidad pasó fue que los gobiernos republicanos y demócratas en Estados Unidos se pusieron de acuerdo en regalar créditos para casas para sectores más pobres. Estos créditos fueron fomentados mediante la creación de una banca cuasiestatal, la reducción de las tasas de interés a niveles absurdos, la promoción de créditos hipotecarios para personas de bajos ingresos, el reforzar normas antidiscriminación en el crédito. Esto llevó a crear una burbuja que no es otra cosa que inmuebles adquiridos no en base a un aumento de la productividad de la economía, sino a una política que creaba el espejismo de que podías tener una casa que en realidad no podías pagar por que no eras suficientemente productivo.
Esa falsa riqueza se filtró en el sistema financiero y en el mercado de capitales y los destruyó como un virus destruye la información en una computadora. El sistema se limitó a reaccionar a las señales que el Estado dio. El Estado dijo que podías tener casas con sueldos de lampas, cuando seguías usando cucharitas. Esas casas son un engaña muchachos que luego nos pasarían la factura. Los empresarios se limitaron a seguir los incentivos. Como bien se dijo en su momento, culpar de la crisis a los empresarios es como culpar a la ley de la gravedad de un accidente de aviación.
Y el mercado reaccionó por el lado inmobiliario. Pero otros sistemas igual de nocivos, con productividad de cucharitas aspirando a sueldos de cargadores frontales generan el mismo riesgo. Allí están los sistemas de seguridad social americanos y europeos (las “pensiones 65” que no se sustentan en mayor productividad), los sistemas de salud que funcionan como agujeros negros que se devoran todo lo que encuentran sin sustentarse en recursos reales para financiar las cargas que soportan, los sistemas de welfare que crean un bienestar artificial sin sustento en verdadera productividad, los mecanismos de protección al consumidor que creen que se puede hacer más ricos a los consumidores dictando un Código de Consumo, etc, etc, etc.
Y en todos ellos esta como denominador común un Estado que causa todos los estropicios y luego pretende culpar al sector privado por seguir los mensajes que el propio Estado manda. El Estado sigue forzando a financiar gastos que generan un bienestar imposible con los niveles de productividad existentes. Esa “riqueza” es artificial y falsa por que no se basa en mayor inversión en bienes de capital y tecnología, sino en demagogia pura.
Como bien dijo proféticamente Mises hace varias decadas:
“Pero la expansión del crédito, ya sea producida mediante la emisión adicional de billetes, o por aumento de préstamos bancarios que crean nuevos depósitos en las cuentas corrientes de los clientes, no agregan nada a la riqueza de la nación en bienes de capital. Sólo crean la ilusión de un incremento de fondos disponibles para una expansión de la producción. Al poder obtener crédito barato, la gente cree, erróneamente, que la riqueza de la nación se ha incrementado, y que, por tanto, ciertos proyectos que antes no podía ejecutarse son ahora factibles. La puesta en marcha de estos proyectos intensifica la demanda de trabajo y de materias primas, elevando así los salarios y los precios de los bienes. Se produce un auge artificial.”
¿Y qué esta pasando hoy? Pues más de lo mismo. La lección del 2008 fue: no se puede consumir lo que no se tiene. La gente tiene que ajustar sus ingresos y beneficios (pensiones, seguros médicos, bienestar artificial) a las condiciones de productividad reales. Hay que restringir el crédito a condiciones realistas para evitar que la bola siga creciendo. Sí, el famoso Estado de bienestar europeo o norteamericano era falso, por que regala lo que no se tiene. Los sueldos tienen que bajar, los beneficios reducirse y ajustarse todos.
¿Y qué se hizo? Pues justo lo contrario: expansión mayor del gasto, evitar que los bancos se cayeran, rescatar a quienes ganan sin productividad, y profundizar el problema que causó la crisis. El mayor ejemplo de esa estupidez: las reformas del sistema de welfare llevadas a cabo por Obama. En lugar de apagar el incendio, le echaron gasolina.
Y ahora dicen que lo que faltó fue regulación cuando fue precisamente eso lo que sobró y causó todos los estropicios. El Estado causante, no contento con lo que embarró, se reclama a si mismo más Estado.
¿Y quienes son los indignados? Esos que recibieron sueldos de cargador frontal cuando producían con cucharitas. Recibieron beneficios que la sociedad no podía pagar por que el Estado creó un espejismo que se diluye al chocar con la realidad. Los griegos, los españoles, los portugueses, los americanos y pronto por nuestro lado los argentinos, tendrán que asumir que lo falso, falso es, y que nada en sus protestas lo convertirá en verdad.
Culpan al mercado por que este cometió el pecado de sincerar las cosas. Por que este desenmascaró al Estado y sus absurdas políticas promotoras de un falso bienestar que no es sostenible en el tiempo. Como el emisario de la mala noticia, les cae mal, confundiendo al portador del mensaje con el causante de la desgracia. No deberían ir a ocupar Wall Street, sino las oficinas de los Ministerios y oficinas públicas causantes del desastre.
La verdad es que soy yo el indignado. Y es que indigna constatar tanta ceguera para ver lo que es evidente.
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